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No se deje engañar: Realmente son nazis

Viernes.28 de febrero de 2025 125 visitas Sin comentarios
Actualizando la definición del término. #TITRE

Jerónimo Atehortúa Arteaga
Redes sociales.

Parafraseo a Marx (Groucho): puede parecer que muchos políticos hoy son nazis y que actúan como nazis, pero no se deje engañar: realmente son nazis.

Esta semana nos hemos enfrentado a un evento que demuestra que la política no es solo una disputa de contenidos, sino ante todo una forma, un método. Si solo se tratara de valores —libertad, igualdad, justicia—, el consenso sería fácil de alcanzar, pues casi todos los reivindican. Pero la política no se define por lo que se dice sino por el método que se emplea para lograr eso que se dice: es un dispositivo productivo que genera prácticas, establece relaciones de poder y transforma el mundo, a menudo en contradicción con los valores que proclama.

El episodio es el CPAC, el encuentro de fascistas que tuvo lugar esta semana. En él, varios de los panelistas han realizado el saludo nazi. Elon Musk también lo ha hecho un par de semanas atrás. Muchos dicen: es solo una provocación, no son, no pueden ser nazis, pues muchos de sus principales aliados son judíos, son incluso sionistas, es más, son los más rabiosos defensores del Estado de Israel y sus políticas de segragación (aclaramos algo: el sionismo y el nazismo no son necesariamente excluyentes. Existieron muchos nazis que apoyaron la idea de expulsar a los judíos de Europa y enviarlos a su propia tierra, pero eso es otro tema).

Lo importante sería preguntarnos qué podría significar ser nazi hoy. Si vamos a decir que ser nazi hoy es necesariamente lo mismo que hace 80 años, estaríamos suscribiendo una idea del lenguaje contraria a su realidad. Hay algo que se llama desplazamiento semántico y ocurre todo el tiempo en el lenguaje. Una palabra empieza designando un fenómeno bien particular, pero con su uso, con la historia, con los cambios sociales, gradualmente empieza a significar otras cosas, al punto que, si un día nos fijáramos en un sentido de hoy versus el que tuvo en sus orígenes, nos daríamos cuenta de que su significado es otro por completo.

El argumento de quienes critican que llamemos nazis a quienes realizan el saludo nazi (“inocentemente”) o para mencionar a quienes justifican otros genocidios distintos a la Shoa, es bastante peregrino: el nazismo fue una catástrofe que generó millones de víctimas, y usar la palabra de manera irrespetuosa es, dicen, una afrenta contra ellas y una banalización de la historia. Como vemos, se emplea el dispositivo favorito de nuestro tiempo: “las víctimas”, y se invoca su protección. Lástima que esa voluntad no se mantenga para defender a las víctimas actuales, las que están viviendo en tiempo presente el genocidio. No, para esas no hay protección, y más vale enfrascarnos en una serie de debates histórico-lingüísticos que buscan señalar la ignorancia de quien ve la realidad, con el argumento de que todo es complejo y no puede ser banalizado. Mientras tanto, cientos de miles mueren y son desplazados.

Vuelvo a la pregunta: ¿qué puede significar ser nazi hoy? Sospecho que no es lo mismo que en 1942. Y vuelvo al comentario inicial: la política es una forma, sobre todo. Pues bien, ¿cuáles eran las formas del nazismo? El nazismo no era solo un discurso ni una colección de ideas extremas: era un método para lograr la paz social. Pero esa paz exigía definir qué era la sociedad, quién podía ser considerado humano y quién no. Para ello, echaba mano de ideas de pureza étnica, de derecho divino y de poderío. Lo nazi no puede reducirse únicamente al antisemitismo —que, nadie discute, fue uno de sus elementos centrales—, pero que, si somos rigurosos, era más bien el resultado de la aplicación de una forma específica de ejercer la política.

Podríamos decir que el nazismo fue un sistema totalitario, donde el Estado tenía control absoluto sobre la sociedad, la economía y la cultura, suprimiendo cualquier forma de oposición política y social. Un régimen sustentado en el culto a la personalidad, en la exaltación de un líder carismático cuyo poder era incuestionable. Fue ultranacionalista y racista, señalando enemigos internos y externos, justificando su violencia en la pureza de la nación. Utilizó la propaganda como un arma de control y manipulación, convirtiendo la realidad en un relato único, incuestionable. Despreció la democracia y el comunismo, persiguió a intelectuales, artistas, opositores políticos, instaló un estado policial y organizó la guerra como una empresa permanente.
Suprimió libertades, utilizó la violencia como forma de gobierno y promovió la guerra y la expansión como mecanismos de supervivencia. ¿Les suena familiar? Uno podría decir que Hitler vivo perdió la guerra, pero muerto ha ido ganándola poco a poco.
Si la política es una forma, estas fueron las del nazismo. Y si el nazismo ya no es exactamente lo mismo que fue hace 80 años, si sus contornos se han desplazado, si su rostro ya no es el de 1942, habría que preguntarse: ¿no encontramos hoy, en otras latitudes, con otros discursos, pero con las mismas formas, la misma política de exterminio, de violencia, de supresión del otro?

Sin embargo, los análisis mediáticos de estos gestos siguen centrándose en “la provocación”, en “el contenido histórico de las palabras”, y evitan ver los paralelos evidentes. Hoy, muchos Estados promueven una imagen de sí mismos etnoexcluyente, crean regímenes de apartheid, demonizan a las minorías y las despojan, no solo de su tierra, sino también de su trabajo, de la riqueza que generan y, sobre todo, de su humanidad. Quienes perpetran estos actos tienen la mayoría de los atributos del nazismo, incluso han acogido sus gestos y simbología. Supongo que algunos se niegan a creerlo porque esperaban que, si algún día el fascismo y el nazismo regresaban, tendrían esa forma lustrosa, enigmática y erótica con la que Hollywood nos ha enseñado a ver estas figuras del mal. Esperaban marchas disciplinadas, botas de cuero, trajes de Hugo Boss y cierta monumentalidad. En cambio, nos hemos enfrentado a unos polichinelas que, aunque abstemios, parecen siempre borrachos, payasescos y que nos recuerdan más a ese familiar o jefe baboso, acosador y manilargo que a esas míticas y seductoras figuras del mal. Al final del día, lo que impide ver la verdad está en el desfase estético con el que el mal se nos presenta hoy.

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