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Sábado.27 de noviembre de 2010 4984 visitas - 6 comentario(s)
Un interesante testimonio. - Crates #TITRE

‘Ubicar urgente a señora Hortensia de Allende. Ha fallecido su hija Beatriz’. - El dramático cable apareció en el telex de la embajada cubana en París la tarde del miércoles 12 de octubre de 1977. Hortensia Bussi de Allende, viuda del desaparecido Presidente chileno, llegaba a la capital francesa desde Moscú, donde recibiera el Premio Lenin de la Paz, donándolo en su totalidad -33.000 dólares- a la resistencia chilena. La misma tarde, Hortensia Bussi y su hija menor, Isabel, se dirigían vía Air France a Barajas para empalmar con el vuelo del jueves a las 14.30 hacia La Habana. En los medios de información ya se daba a conocer la tragedia. Beatriz Allende Bussi, hija mayor del mandatario asesinado en La Moneda el 11 de septiembre de 1973, se había quitado la vida con un disparo de revólver en su casa del barrio habanero de Miramar.

Durante veinte horas, Hortensia Bussi e Isabel Allende intentaron, en una tensa y dolorosa espera, obtener más detalles a través del teléfono de la embajada de Cuba en Madrid. “No puedo entenderlo, no me lo explico”, fue la única reflexión de la señora Bussi, mientras encontraba entereza para cancelar las actividades que debía realizar en España a partir del día 18 y enviar mensajes de disculpa a Felipe González y a otros dirigentes políticos. Isabel recordaba haber visto a Beatriz, ‘Tati’, “muy deprimida”, un mes atrás, cuando pasaba por La Habana antes de reunirse en Moscú con su madre. En Cuba, los colaboradores más cercanos del Comité de Solidaridad con Chile estaban sorprendidos; conocían su dolencia a la columna, su reciente separación matrimonial. No imaginaban, sin embargo, una depresión tan profunda en una persona que destacaba por su vitalidad y su sereno juicio político.

Muy pocos meses atrás podíamos apreciar estos rasgos en la entrevista sostenida con Beatriz Allende en su despacho de la ex - embajada chilena en La Habana, hoy sede del Comité Chileno situada a pocos metros de la Avenida de los Presidentes. Beatriz se había mostrado siempre reacia a entrevistas y declaraciones. Desde su llegada a La Habana, el mismo día de la dramática muerte de Allende, en 1973, sus únicas manifestaciones públicas fueron discursos muy precisos en actos de solidaridad –el principal, en la Plaza de la Revolución en La Habana el 28 de septiembre de 1973, donde narró su participación en la trágica defensa de La Moneda, dos horas antes de la muerte de su padre.

"¿Qué puedo decir ahora en una entrevista? He dicho todo y tú ya sabes cómo están las cosas".

Durante más de una hora, en una oficina funcional, tapizada de postres alusivos a la resistencia y a la dictadura, ‘Tati’ mostró documentos, circulares de los partidos, denuncias, fichas de desaparecidos, presos, muertos. Preparaba entonces un libro para ser publicado este fin de año, relativo a los desaparecidos, varios de ellos amigos muy cercanos, como Carlos Lorca, dirigente socialista, detenido y perdido desde junio de 1975.

Fue su último trabajo y habló de él, entre otros temas que más cabían en un coloquio que en una entrevista. Beatriz se veía más delgada, los rasgos faciales más acusados y bronceados por el sol caribeño bajo el peinado discretamente afro. La mirada tranquila, sus gestos medidos, su voz más baja que de costumbre, su enorme vitalidad más contenida. A momentos, podía detectarse una sombra de tristeza que en el diálogo se transformaba en ternura. Entonces preguntaba por amigos comunes, cómo estaban, qué hacen, cómo viven, qué moral mantienen. Figura central de la activa oficina de La Habana, parecía descansar un momento, olvidar intencionadamente la funcionalidad política que nunca desde sus primeras armas en la política chilena y luego latinoamericana, dejaba de lado.

"En mi casa, ya puedes imaginar que desde muy pequeños estuvimos integrados todos a actividades políticas. El papá (una expresión que nunca usaba, ya que siempre en Chile decía ‘Allende’) nos empujaba a intervenir en política, a estudiar, a prepararse; siempre insistía en eso… Yo empecé muy joven por eso mismo a militar en la Juventud (socialista). En 1960 vine a Cuba por primera vez, en una delegación de estudiantes de la Universidad de Concepción –Chile- y tuve la suerte de conocer esos primeros momentos de la Revolución Cubana…"

Pero ‘Tati’ no diría que en esa ocasión conoció a Ernesto Che Guevara e inició una amistad que incidió tanto como su padre en su vida política posterior. Ni tampoco recordó una anécdota, contada por un amigo suyo, en la que se mostraba molesta por haber sido presentada como “la hija de Allende”. “No, yo soy Beatriz”, había puntualizado con una dignidad que ciertamente reproducía bastante el carácter de su padre.

"Con el papá (y nuevamente la palabra adquiría un matiz específico) tuvimos siempre una relación muy estrecha; era un compañero con el que discutía mucho, pero que yo admiraba mucho también, como padre, como compañero y como hombre".

De algún modo, Salvador y Beatriz Allende representaban dos escuelas políticas, dos generaciones de revolucionarios latinoamericanos. Muchas veces, Allende presidente se refería a un libro regalado por Che Guevara con una dedicatoria lúcida: “A Salvador Allende, que por otros medios busca lo mismo”. Beatriz participó de ambos, si es que cabe separar las dos estrategias que provocaron las discusiones de la izquierda latinoamericana durante la década de los sesenta. Pues efectivamente, Beatriz no fue sólo la “hija de Allende”. Desde su primera visita a Cuba, sus contactos con la Revolución Cubana significaron una adecuación de su propia vida al ritmo histórico de todos estos años.

De regreso a Chile, trabajó activamente en comités de apoyo a Cuba, durante los años difíciles del bloqueo y mantuvo estrecho contacto con grupos revolucionarios chilenos y de otros países del continente. Un militante de aquellos años de euforia guerrillera la recuerda en forma especial; había sido herido y permanecía en estado grave en el hospital bajo arresto. “Empezaba a despertar de la anestesia sin saber dónde estaba; poco a poco me di cuenta que alguien me acariciaba la frente… Abrí los ojos y pude ver un rostro claro que en ese momento me pareció un ángel; me dijo algo que no entendí y me dio un beso…”.

‘Tati’ recordaba la anécdota. “Yo no conocía al compañero pero en ese momento era necesario darle confianza, hacerle saber que no estaba solo, que contaba con nuestro apoyo. Por eso fui yo, para que relacionase mi nombre y no se sintiese abandonado”. No fue la única vez que ‘Tati’ atravesaba barreras médicas o policiales para visitar a algún compañero o llevar un mensaje de aliento. En 1967, el mismo año que el Che moría en las selvas bolivianas, Beatriz estaba en La Habana, con una beca de perfeccionamiento en sus estudios de medicina –también se dedicaría un corto tiempo, como su padre, a la medicina social luego de graduarse- y vinculada estrechamente a la actividad desarrollada en torno a las guerrillas.

Uno de sus compañeros de entonces la recuerda “siempre serena, con grandes dotes de organización, mucha sangre fría y una especie de contradicción permanente entre la dureza y la humanidad”. A la muerte del Che, Beatriz dedicó una mayor concentración a la lucha que aún parecía abrirse en los montes de algunos países del continente. Antes de morir, Guecara fundaba simbólicamente el Ejército de Liberación Nacional de Bolivia (ELN), con ramificaciones logísticas en otros países vecinos. Bajo el nombre de ‘Marcela’, ‘Tati’ organizaba en Chile una estructura de apoyo que permitió durante 1968 y 1969 restablecer una red clandestina en Bolivia y preparar en 1970 un segundo intento guerrillero en la zona de Teoponte, al norte de La Paz.

“’Marcela’ estaba encargada de las comunicaciones. Era un poco nuestra madre y nuestra novia platónica, aparte de su enorme eficacia. Ella se encargaba de despedir a cada compañero que partía desde Chile hacia el Altiplano, revisar su ruta, pasarlo por distintas casas de seguridad, recordar las claves, darle el último abrazo antes de partir”.

Junto al periodista chileno Elmo Catalán, asesinado en Bolivia en 1969, Beatriz ayudó a preparar la vuelta a Bolivia del sucesor del Che, Inti Peredo, gran amigo suyo, caído también en 1969 al ser descubierta por la policía boliviana una de las estructuras urbanas del grupo guerrillero. “Recuerdo muy bien la caída de Inti. ‘Marcela’ estaba muy abatida; tuvo ánimo para leernos un poema de ‘Los Heraldos Negros’, de Vallejo".

Hasta 1970, cuando fracasaba la segunda guerrilla del ELN en las selvas de Teoponte, Beatriz, ‘Marcela’ prosiguió su tarea clandestina, en Chile y en otras zonas. “No la vi nunca (testimonia otro de sus compañeros de entonces) aunque estuve varias veces en una misma casa. La compartimentación era rigurosa; en cada habitación, entre paquetes de lana y piezas de telar –aparentemente era un taller textil- hacíamos cosas diferentes: empaquetar ropa, editar propaganda, preparar envíos de armas… Más de alguna vez participó en operaciones arriesgadas demostrando una gran sangre fría”.

Con el fracaso de la guerrilla y el triunfo de Allende, la actividad política de Beatriz cambió radicalmente. “Entonces vimos que el polo revolucionario cambiaba de lugar y de carácter”, diría en La Habana, al recordar muy fugazmente ese periodo de romanticismo guerrillero que caracterizó a toda una década de la reciente historia de la revolución latinoamericana, siempre pendiente e irresuelta. Al triunfar Allende, J. J. Torres presidía en Bolivia una inesperada experiencia progresista, similar al programa desarrollado en el vecino Perú por el entonces presidente general Velasco Alvarado. Sin tiempo para la reflexión sobre la guerrilla ni el cuestionamiento a fondo del foquismo, ‘Marcela’ y sus compañeros colgaban sus nombres de guerra para asumir funciones en el proceso que se abría en Chile. Como secretaria del Presidente Allende, Beatriz pasaba a un frente muy distinto al de los contactos clandestinos, los envíos de armas y los mensajes radiofónicos. Días después del triunfo electoral –septiembre de 1970- viajana a Cuba como primera embajadora informal del Presidente electo y para estudiar allí el restablecimiento de relaciones diplomáticas.

De algún modo, según certifican sus amigos más cercanos, Beatriz, además de confidente, amiga y consejera, oficiaría de conciencia crítica de su padre en los momentos más espinosos del complejo proceso de la Unidad Popular. “’Tati’ era más drástica que Allende en sus juicios políticos y en su valoración moral sobre la gente. Allende era más flexible, más político… Era otra escuela”.

La propia ‘Tati’ recordó una anécdota ilustrativa. “Al papá le gustaba mucho la pintura. Yo tenía un cuadro de Portocarrero que le gustaba mucho. Un día le dije: muy bien, te lo regalo, pero será el día que se nacionalice el cobre y no se indemnice a los americanos. Yo lo veía lejano y nada fácil que se hiciera. Pero, tiempo después, vi que el cuadro no estaba. El papá se lo había llevado y me dejó un papel que decía: ‘vine a buscar mi cuadro’”.

El 11 de septiembre de 1973 esta relación estrecha tenía un desenlace dramático en el propio Palacio de la Moneda, mientras los tanques Sherman destrozaban el frontis y los Hawker-Hunter iniciaban sus vuelos rasantes sobre la casa presidencial. Beatriz llegaba a las 08.50 de la mañana ante una de las puertas del Palacio en un FIAT 125. “Tuve que pasar varias barreras antes de llegar. Una de soldados, otra de carabineros, a los que les tiré el auto encima, y otra ya abandonada”. Con un revólver en la mano y una bolsa llena de cargadores y armas, ‘Tati’ entró en La Moneda dispuesta a combatir junto a su padre. “No sabíamos entonces cuál era la situación, yo tenía claro en todo caso que ese era mi lugar”.

Alrededor de las 10 y media de aquella mañana difícilmente olvidable, Allende reunió a todos los que estaban con él. “Me acuerdo muy bien de Beatriz (nos cuenta uno de los escasos supervivientes de ese combate trágico y desigual). Le ayudé a entrar la bolsa con armas. Me acuerdo que estaba serena, pese a que tenía ocho meses de embarazo y sufrió algunas contracciones cuando había comenzado el bombardeo de artillería. Cuando Allende nos reunió y ordenó muy duramente salir a las mujeres. Tati me dijo que no saldría. La noté decidida. Ya se había encargado de quemar algunos documentos que había en la secretaría y se mantenía firme, con un Colt pequeño en la mano, irrisorio si pensábamos que nos estaban bombardeando con cañones y bazucas. Le ofrecía a Tati acompañarme a salir. Me reiteró que no saldría, que su deber estaba allí”.

“Intente esconderme (contó por su parte Tati) pero el papá insistió muy duramente, con tono militar, que tenía que irme”.

Tati lloró, suplicó, argumentó que las cogerían como rehenes a ella y a su hermana (Isabel). Pero Allende fue inflexible y aún se arriesgó cuando les abrió la puerta para echarlas casi a empujones.

Según los cables de prensa distribuidos estos días, Beatriz Allende no había logrado olvidar aquel momento y superar un sentimiento de culpabilidad por no haberse quedado junto a su padre. En La Habana, ante un affiche donde se veía a Allende esgrimiendo el fusil, Tati lo ratificó. “Cuando salimos tuve un sentimiento de culpabilidad muy grande, aunque comprendía que era inútil. Sabía que no vería nunca más al papá…”.

Allende caía dos horas después, en medio de las llamas, de los boquetes dejados por los rockets, del humo y de los cadáveres de otros combatientes en esa batalla desesperada. Esa misma tarde, Beatriz había logrado entrar en la embajada cubana, rodeada y atacada por tropas militares. Al día siguiente, en el primer avión que salía de aquel país en ‘estado de guerra’ –o en ‘estado de miedo’- se dirigía a La Habana, en compañía de su esposo y su hijita Maya, bautizada así en recuerdo del apodo de una de sus compañeras bolivianas, Rita Valdivia, asesinada en La Paz en 1969.

Desde aquel 11 de septiembre, Beatriz tenía pendiente una cita con la muerte. En La Habana, el tema lo tocó muy fugazmente; lo evitaba visiblemente; prefería referirse a las actividades de la Resistencia en el exterior, a la acogida en Cuba a los chilenos, a sus impresiones de Angola, cuando asistió, en plena guerra, a presidir un acto de mutua solidaridad chileno – angolana. Y sobre todo, a los compañeros en concreto, a sus vidas muy precisas, a la necesidad de cuidarse, de llenar el vacío del exilio, de huir del pesimismo que de alguna forma terminó por abatirla a ella misma, hasta convertirla en una nueva víctima del destierro, de la soledad y de la gran tragedia que sigue sufriendo todo un pueblo desde septiembre de 1973.

“Después del golpe (dice uno de sus amigos más cercanos, testigo de la masacre de La Moneda), ‘Tati’ había acentuado su interés por mantener una preocupación humana por sus compañeros. No es fácil esto en un medio político, donde se tiende a la consideración fría de las circunstancias, los momentos, las necesidades tácticas, las tareas organizativas. ‘Tati’ podía reunir las dos cosas”.

Al despedirse en La Habana, ‘Tati’ se preocupó detalladamente de enviar un saludo particular a cada amigo que pudiese encontrar en los distantes caminos del exilio. “Que se cuiden; que van quedando pocos”. En su mesa, se apilaban fichas, fotos, biografías de desaparecidos, de muertos. En su memoria, había una lista muy querida, de hombres muy conocidos, su padre, el Che, Inti Peredo, los amigos, Enrique París, Carlos Lorca, Arnoldo Camú, Elmo Catalán, Miguel Enríquez –compañero de la escuela de Medicina- y un largo etcétera de nombres anónimos que van desde la selva boliviana hasta las calles del “Santiago ensangrentado” que canta el cubano Pablo Milanés.

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Para saber más (.pdf): http://www.salvador-allende.cl/fami...

Temas relacionados en Tortuga:
http://www.nodo50.org/tortuga/Raice...
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Fuente digital: http://www.salvador-allende.cl/fami... Fuente de celulosa: Entrevista de Luis Ignacio López. - Revista ’Primera plana’ (Madrid, 20-26 octubre). El .pdf está protegido, por lo que no he podido emplear las ilustraciones de la entrevista original.

  • Imagen de Beatriz Allende

    27 de noviembre de 2010 10:28, por Pablo

    Excelente trabajo documental. He disfrutado leyendo y descubriendo quien era Beatriz Allende.

    • Imagen de Beatriz Allende

      27 de noviembre de 2010 13:29, por Crates

      Pues gracias por lo que me toca, que tampoco es mucho.

  • Imagen de Beatriz Allende

    26 de agosto de 2011 03:49

    Buen trabajo. Me interesa mucho la figura de Tati. Soy historidor boliviano. ¿Como ubico al autor?. Mi e mail es rodriostria@yahoo.es
    saludos,
    Gustavo Rodriguez

    • Imagen de Beatriz Allende

      26 de agosto de 2011 20:00

      Pues... El autor es la persona que lo escribió en los años setenta, en el artículo que figura en el último enlace. No sé dónde andará ese señor hoy en día.

  • Imagen de Beatriz Allende

    25 de julio de 2015 06:42

    Interesante reportaje...considerando el hermetismo de la familia Allende. Sin duda "la Tati", es un figura que humaniza el concepto de revolución..

  • Un triste recuerdo.

    15 de octubre de 2015 13:21, por Cecilia

    Un recuerdo muy emotivo:
    Yo solamente quiero decir que jamas conoci` tanta lealtad y admiracion como la que tati tenia por Allende.
    Este mundo no es para gente noble como ella y su amado Allende. Hoy duermen en la muerte y no saben de lo mal que la estamos pasando. Este mundo no los merecia.
    Por siempre y siempre : Beatriz, tati para papa`.