El ejército, intolerable agente de los últimos 250 años de nuestra historia - Tortuga
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El ejército, intolerable agente de los últimos 250 años de nuestra historia

Viernes.9 de julio de 2010 1250 visitas Sin comentarios
Reseña del libro “La democracia y el triunfo del Estado”, enviada a Tortuga por su propio autor, Félix Rodrigo Mora. #TITRE

Agradecemos a Félix Rodrigo Mora que haya escrito esta reseña de su libro, centrándose en la temática presente en él relacionada con el militarismo en el Estado Español. Un libro muy recomendable. Nota de Tortuga.


En mi libro, recientemente publicado, 1 , en el que he trabajado 17 años, dedico una atención preferente al estudio crítico del ejército, consciente de que una sociedad libre no puede tener ni aparato militar permanente ni cuerpos policiales profesionales, asunto de sentido común que ahora muchos olvidan, empeñados en que el régimen político actual, que ordena la militarista Constitución de 1978, es una “democracia”, cuando en realidad se queda en mera dictadura constitucional, partitocrática y parlamentaria sometida en última instancia a los mandatos del ejército, el poder de hecho más importante hoy.
En el texto expongo, con generoso acopio de datos, referencias históricas y bibliografía, que fue el ejército quien dirigió el proceso de crecimiento constante del aparato estatal que se conoce como revolución liberal, aún hoy activo. Fue el que, principalmente (junto con el clero), elaboró, promulgó e impuso a sangre y fuego la aciaga Constitución de 1812, y sus sucesivos clones, hasta la actual y vigente, de 1978.

En realidad, desde las tristemente famosas Ordenanzas Generales de los ejércitos, promulgadas por Carlos III en 1768, estamos viviendo en una dictadura militar de facto, que existirá mientras subsista el aparato estatal, cuya esencia es el ejército y la policía, pues no hay que olvidar que la Guardia Civil es por ley un cuerpo militar, y que el resto de las policías, las municipales tanto como las autonómicas y los cuerpos privados de seguridad, dependen rígidamente, en la práctica, de los organismos de mando del ente castrense.

La cosa es tan grave que la vigente Constitución Española, de 1978, apoyada con furor por toda la izquierda (la institucional de manera activa y la “radical” por omisión y falta de crítica: quien calla otorga) en el art. 116 dicta sobre “los estados de alarma, de excepción y de sitio”, con la particularidad que éste último es una dictadura militar desembozada, en la que, desde la legalidad constitucional, el ejército gobernaría, ya sin fingimientos, al país, imponiendo a la sociedad civil “la jurisdicción militar”, como está ordenado en el art. 117.5 de la susodicha Constitución. Eso equivale a decir que el próximo Franco no necesitará dar un golpe de Estado, pues el orden político-jurídico vigente admitirá y dotará de cobertura legal a su sangriento obrar.

En “La democracia y el triunfo del Estado”, considero de manera a la vez objetiva y crítica la función desempeñada por los espadones decimonónicos que, según los manuales escolares, establecieron “la Libertad”, cuando en realidad lo que hicieron es construir un régimen político, el actual, que nos priva de toda libertad, de conciencia, política y civil. Fueron matones uniformados y cargados de entorchados como Riego (aún mitificado por algunos, para los cuales “libertad” es el nuevo nombre de la peor tiranía), Espartero, Narváez, Prim (padre, según la historiografía académica, del “sexenio democrático” con la Constitución de 1869, en realidad un racista frenético, que asesinó a miles de esclavos negros en Puerto Rico), Pavía y tantos otros.

La guerra de 1936 fue, sobre todo, consecuencia de una intervención militar, y sólo secundariamente, un acto fascista. Fue el ejército el que se alzó contra el pueblo, el cual había sido constituido, como fuerza hegemónica de la formación social “española”, por la revolución liberal y constitucional. Es el mismo ejército que hoy nos domina, envilece, priva de libertad y aniquila nuestra esencia concreta humana, ahora con la aportación decisiva de las mujeres que se integran en sus filas, al parecer para “liberarse”, conforme a la norma aprobada en 1989 que permite a las féminas ser soldados, de manera que el Ministerio de Igualdad es, en esencia, una simple agencia del Ministerio de Defensa y del Ministerio del Interior.

Mi libro presta bastante atención a las nuevas formas de militarismo que se manifiestan en la hora presente, que le hacen mucho más ambiguo, insidioso y sutil que el del pasado, pero por ello mismo incomparablemente más eficaz.

La instauración del llamado Estado social, cuya expresión concreta es el denominado Estado de bienestar, que ahora recibe respaldo de una parte ampliamente mayoritaria de la supuesta radicalidad y de los movimientos sociales, es estudiado con atención en “La democracia y el triunfo del Estado”. La conclusión es que aquélla y éstos, al loar al Estado de bienestar, lo que están haciendo es convertir al aparato estatal, por tanto al ejército (que es y será siempre su componente sustantivo), en una entidad magnífica.

Una prueba de ello es que, hoy, casi todos los movimientos sociales, las organizaciones “radicales” y las gentes que se dicen “anticapitalistas” han abandonado la crítica, denuncia y movilización contra el aparato militar. Esta es la primera etapa de lo que denomino el giro estatolátrico, es decir, el paso de lo que antaño fue oposición al sistema a defender con pasión al Estado, por tanto, al ejército y la policía, so pretexto de que encarna “lo público”, que “emancipa” y “protege” (con la Ley de Violencia de Género, destinada, en realidad, a fomentar el estado policial) a las mujeres, salvaguarda el medio ambiente, “ayuda” a los países pobres, sirve para regular el mercado y meter en cintura a las multinacionales, promociona la agricultura ecológica y así sucesivamente.

Tal es el nuevo rostro del militarismo, de la devoción por los cuerpos estatales. De esa política ha salido ya un cambio monstruoso, algo que produce pavor y de lo que sus autores y autoras han de responder: ahora el ejército es la institución mejor valorada, mientras que desde que fue creado, como artefacto permanente, en el siglo XVIII, hasta hace sólo un decenio, era la más execrada y vituperada por el pueblo.
La estatolatría en curso, en esencia, es militarismo. Pronto veremos (ya lo están haciendo algunos y algunas) como de la primera fase de la veneración por lo militar, consistente en abstenerse de criticar al aparato castrense, e incluso de negarse obstinadamente a verlo (a pesar de que lo componen 130.000 mujeres y hombres), a la vez que se lanzan los más desvergonzados loores y ditirambos al Estado actual (al mismo, exactamente el mismo, que vertió ríos de sangre en el siglo XIX y se alzó contra el pueblo en 1936), se pasa a la segunda, en la que la apología de lo militar se realizará de forma explícita, abierta, con todas las letras, sin ocultar nada.

En resumidas cuentas, creo que mi libro es un buen, aunque limitado e insuficiente, instrumento para hacer frente a las nuevas formas de militarismo, que son de una eficacia estremecedora, precisamente porque se enmascaran tras retórica izquierdista, feminista, anticapitalista, ecologista, pacifista y similares. Al examinar la institución castrense en los últimos 250 años, situándola en el contexto político, social, económico y cultural en que operó y opera, aporta un bagaje básico para librar las nuevas y necesarias batallas contra esa realidad terrible e intolerable siempre que es el ejército, esto es, el Estado en su esencia.

Félix Rodrigo Mora

esfyserv@gmail.com

Nota:

1.- Editorial Manuscritos, 614 páginas, segunda edición, 20 euros.