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Dora Black, Dora Russell: feminismo sin complejos

Lunes.27 de junio de 2011 3528 visitas Sin comentarios
Presentación y fragmentos de “Hipatia. Mujer y conocimiento” (editorial KRK, 2005). #TITRE

Traigo algunos fragmentos del libro de Dora Russell ’Hipatia. Mujer y conocimiento’. No se trata de una biografía de la famosa astrónoma en la que se inspiró la película ’Ágora’, aunque el título del libro sí quiere referir a ella; se trata de un ensayo en defensa del feminismo, publicado en 1924, que, me temo, sigue siendo actual. Las citas están tomadas de la traducción castellana publicada en 2005 por la editorial KRK, con traducción de Eduardo Viñuela y presentación de M.S. Suárez Lafuente. Las notas insertadas son mías (Crates).

INTRODUCCIÓN. Dora Russell nació en Londres en 1894. En la familia de origen, la Black, se pensaba que tanto los niños como las niñas tenían derecho a acceder a la educación; algo insólito en un momento en que –incluso para las clases altas- aún se defendía públicamente que la misión de las mujeres era ser esposas y madres, ‘ángeles del hogar’.

Ella supo aprovechar sus posibilidades. Se licenció en la Universidad de Cambridge, con la máxima nota, en 1915, y ese mismo año inició sus estudios de doctorado en la Universidad de Londres, investigando el pensamiento francés en el siglo XVIII. Ya en su época de estudiante en Cambridge puso en tela de juicio los valores tradicionales y los dogmas religiosos, y comenzó a fraguar sus ideas liberales sobre el matrimonio y la maternidad.

En 1916 conoció al famoso pensador y premio Nobel de Literatura en 1950, Bertrand Russell, y le ayudó en su campaña contra la leva obligatoria durante la Primera Guerra Mundial. En 1920 ambos visitan Rusia, para conocer los cambios revolucionarios que se estaban llevando a cabo, y después China, donde Bertrand fue invitado como profesor. Él volvió poco optimista con los planes de Lenin, pero Dora –con cautelas- creía estar ante el inicio de una sociedad futura ideal.

Dora se había resistido a las propuestas de matrimonio de Russell, pero al volver de China en 1921 cede para legitimar al hijo que espera con él. Es en este momento cuando, por mandato legal, cambia su apellido familiar por el de su marido, y será ya para siempre conocida como ‘la mujer de Russell’, algo que también fomentaron los editores de sus libros.

El nacimiento de su primer hijo la conciencia definitivamente sobre la necesidad de que las mujeres controlen su maternidad. Funda el “Grupo de control de la natalidad entre las trabajadoras” junto con nombres de gran influencia entonces, como el economista J. M. Keynes y el novelista H. G. Wells. Hace campaña en el Partido Laborista a favor de la creación de clínicas para el control de la natalidad, pero el temor del Partido a perder el apoyo de los católicos le lleva al fracaso. Según declaró años más tarde, pensaba que la representante oficial de la Mujer Laborista existía “no para apoyar las demandas de las mujeres, sino para mantenerlas a raya, dentro de los límites estipulados por los hombres del partido”.

A su trabajo social hay que añadir en estos años la labor como conferenciante y escritora. Escribe –sin firmarlo- un capítulo entero para El futuro de la civilización industrial, de Bertrand Russell (1923) y publica Hipatia: mujer y conocimiento (1925). Este último libro fue duramente atacado por su demanda de libertad sexual para las mujeres. Ella misma ejerció la autocensura también al escribir su capítulo sobre la civilización industrial, pues su escepticismo hacia la tecnología como solución de todos los problemas resultaba incomprensible para las cabezas pensantes de la época [1].

En 1927 la pareja abrió su propia escuela privada, ’Beacon Hill’, para llevar a cabo sus ideas progresistas sobre la educación de niños y niñas, y educar a sus propios hijos en el ambiente que consideraban más adecuado. La escuela, que se regía democráticamente, anteponía al programa reglado la necesidad de abandonar todas aquellas enseñanzas recibidas contrarias a la lógica y al sentido común, y dedicaba especial atención a los aspectos psicológicos, nutricionales y de higiene. La competitividad era otro aspecto vetado en Beacon Hill, pues medirse con los demás es una distracción absurda que resta tiempo y fuerza al proyecto individual. Russell abandonó Beacon Hill al divorciarse de Dora en 1935, pero esta continuó con la escuela hasta que fue incautada durante la Segunda Guerra Mundial [2].

Puesto que Bertrand y Dora creían en la libertad sexual, los dos mantenían relaciones extramatrimoniales, de manera que Dora tuvo otros dos hijos con el periodista estadounidense Griffin Barry. Russell utilizó dicha circunstancia para obtener el divorcio y poder concertar otro casamiento. Mientras duró el matrimonio, Dora se convirtió en un mero apéndice de su marido: las visitas “se dirigían exclusivamente a Bertie, dejándome a mí en el puesto de una mera servidora de té”, y cualquier opinión que ella aportara se suponía automáticamente que derivaba de Russell. No es de extrañar que después de esta experiencia Dora, que nunca había estado a favor del matrimonio, ya no se volviese a casar. En sus escritos comenta que si ella cayó bajo la influencia de un hombre social e intelectualmente liberal, era fácil imaginar la situación que sufrían la mayoría de las mujeres, apresadas en la tradición y la ignorancia.

Aún así, durante esta época siguió asistiendo a las reuniones de la Liga Mundial para la Reforma Sexual, donde confluían expertos en medicina, reformistas sociales y políticos liberales. Hacía el final de la Segunda Guerra Mundial empezó a trabajar para el Ministerio de Información británico, editando sus publicaciones para Rusia. Después se vinculó al movimiento pacifista y a la Campaña por el Desarme Nuclear, así como a varias organizaciones feministas.

En 1958 organiza la ’Caravana de Mujeres por la Paz’, con la que recorre durante tres meses varios puntos de Europa; diez mujeres, dos hombres, un autobús viejo y un camión que había sido del ejército salen de Edimburgo en dirección a Moscú pasando por Bélgica, Francia, la entonces Alemania Occidental, Suiza, Italia, la Yugoslavia de Tito, Albania, Bulgaria, Rumanía, Checoslovaquia y Polonia. La caravana fue financiada principalmente por el Comité Permanente Internacional de Madres, que presidía la propia Dora, y se inspiraba en los principios expuestos en Hipatia, donde denuncia el hecho de que la sociedad premie a las mujeres por enviar a sus hijos a la destrucción. Dora Russell considera que la maternidad y la guerra son incompatibles, y que si la sociedad ensalza y sacraliza, como ciertamente hace, a la primera, no puede esperar que las mujeres contribuyan a ni defiendan la segunda.

En 1962 se retiró a Cornualles, donde escribe varios libros más, tales como La religión y la máquina de la edad (1982) o El tamarisco, autobiografía en tres tomos (1977, 1981, 1985) [3]. Fue nombrada socia honoraria de muchas organizaciones, nacionales e internacionales, y entrevistada [4] por reformistas de todo tipo hasta su muerte en 1986, a los noventa y dos años de edad.

Dejó atrás una larga vida, cargada de protesta social y de ideas liberales sobre la maternidad, la sexualidad, el matrimonio, la educación… Sin embargo, el nombre de Dora Russell es continuamente olvidado en los estudios sobre la época y por las feministas contemporáneas. En una de sus últimas entrevistas, referida a un libro que se titularía El derecho a ser feliz, expuso que “la vida no es sólo ganar dinero para ser independiente. Por desgracia nos enamoramos, y el feminismo tiene que tener eso en cuenta”. El consejo no es baladí, sino una importante llamada de atención para que no admitamos la dicotomía entre vida familiar y vida pública, ni que la economía o la tecnología a su servicio son los únicos valores que hemos de defender; es un consejo para animarnos a potenciar al máximo nuestra afectividad y nuestra inteligencia, no por el bienestar individual sino, como diría Dora Russell, en aras del bien común.

La traducción de Hipatia. Mujer y conocimiento permitirá a las personas de lengua española comprobar la vigencia de unas ideas expuestas ya en 1925 y que han sido invisibilizadas en nuestro país. La única traducción hasta el momento ha sido la de Irene Falcón en 1930, publicada en Madrid y en La Habana.

La obra está dividida en cinco capítulos, cada uno de ellos, igual que el título general de la obra, encabezado por un nombre emblemático de la cultura clásica –Jasón y Medea, Artemisa, Aspasia, Hécuba…- que sirve de metáfora del tema que se discute en él. Hipatia hace referencia a la matemática de Alejandría del siglo IV, insigne y popular oradora, cuyas opiniones científicas y el respeto que exigía públicamente para las mujeres hicieron temblar a los poderes facticos religiosos. La historia cuenta que fue eliminada en un motín popular de inspiración religiosa, y sus restos calcinados. Dora Russell menciona en el prefacio del libro las reservas que tiene sobre cómo serán recibidas sus ideas, razón por la que elige a Hipatia como emblema.

Anuncio de artículos de Dora Russell en el diario español ’El Sol’ -años 20-.

** FRAGMENTOS . A lo largo de los últimos veinte o veinticinco años, cuando las mujeres estaban luchando por su derecho, como ciudadanas, al voto y a una educación decente, comenzó lo que se ha denominado la guerra de sexos. Ninguna mujer debería negar que nosotras la iniciamos, en el sentido de que nosotras nos rebelamos contra un sistema de opresión masculina del mismo modo que, en la actualidad, los proletarios inician la lucha de clases.

Aquellas que recuerden las heroicas batallas de los días del sufragio saben que los acontecimientos se produjeron de la siguiente forma: nosotras presentamos nuestras justas demandas y nos vimos ridiculizadas. Seguimos con los insultos –toda la rabia contenida, la miseria y la desesperación de siglos de instinto e inteligencia frustradas. El hombre respondió con huevos podridos. Nosotras replicamos rompiendo ventanas; él con prisión y tortura. Es preciso recordar que esto sucedió en un pasado reciente… Fue un acontecimiento vergonzoso y no debería haber llegado a una tregua tan pronto, pero fue eclipsado por un acontecimiento aún más vergonzoso, como fue la Guerra Europea. En 1918 nos concedieron el voto… como premio por nuestra ayuda en la destrucción de nuestros hijos.

… La ‘buena relación’ entre los sexos, así como entre las clases sociales, fue el factor clave durante la guerra. Se sostuvo que las mujeres habían probado su valor y que la ayuda mutua iba a ser la base de las futuras actuaciones, en la esfera pública y en la privada. La cuestión del sexo se consideró como algo solucionado y todo el mundo supuso que las desigualdades serían eliminadas de forma gradual. Ante esta victoria parcial y esta promesa, las feministas suspendieron las hostilidades…

… Dieron el voto a las mujeres mayores, consideradas menos rebeldes. Tal es la disciplina del patriotismo y el matrimonio, como lo entienden la mayor parte de las mujeres, que la madre sacrificará a su hijo con mayor lealtad y resignación que aquéllas demostradas por la mujer joven ante la muerte de su amante. En esto podría haber algo más que disciplina. Si la sinceridad de pensamiento, palabra y acción fuera una realidad para las mujeres, podría ponerse de manifiesto que, por norma general, el amor de una mujer por su compañero es más atrayente que el amor por sus hijos. El instinto maternal, el auténtico, no el simulado, es poco común; sin embargo, cuando existe, es más fuerte.

… En vez de admitir que la competencia que suponen las mujeres en la industria y las profesiones se debe más al exceso de población que a su sexo, él busca, por todos los medios a su alcance, devolver a la mujer a la dependencia matrimonial, y entonces se burla de ella cuando reclama su derecho a contener el inevitable torrente de hijos, cuyo nacimiento agravará las dificultades, tanto las suyas como las del hombre. Mientras que las feministas se han contenido en gran medida, cualquiera que tenga algo insultante que decir de las mujeres puede disponer de un gran público en la prensa popular.

… Me aventuro a pensar que si la maquinaria del Partido Laborista hubiera estado menos dominada por la perspectiva masculina, para la que la igualdad de derecho al voto era una cuestión secundaria, no habrían perdido de forma tan aplastante las elecciones de 1924. Los votos de las mujeres de veintiún años habrían podido incrementar el apoyo a muchos candidatos laboristas. He visto a madres jóvenes casi sollozando a la puerta de los colegios electorales el día de las elecciones porque no podían votar para defender su futuro y el de sus hijos… El objetivo de mi tesis no es defender que las mujeres muestran su feminismo cuando votan a un partido determinado, el laborista, por ejemplo. Lo que digo es que la mujer trabajadora progresista, más que la mujer de clase media, es quien, en el futuro, contribuirá de forma más importante al pensamiento feminista y a la solución de nuestros problemas prácticos.

... Uno de los antifeministas más empedernidos, el nietzscheano Anthony Mario Ludovici es un antidemócrata declarado; tal vez por ello ha basado sus tesis y sus críticas -reunidas en Lisistrata- en observaciones que no van más allá de los límites de la clase media alta. Desde su punto de vista, se nos puede culpar de todo. Nuestro peor crimen es ‘blasfemar sobre la vida y el hombre’; el siguiente, no haber impedido que la comida se introduzca en latas de conserva… Somos culpables por la Revolución Industrial, por haber dejado que el tejer, el hilar, el moler y el cocer se fueran de nuestras manos. Somos culpables de la maldad de los médicos, ya que no mantuvimos nuestra posición como proveedoras de pociones curativas y emplastos. Somos acusadas de no haber aprendido a parir a nuestros hijos sin sufrimiento… Nosotras, que hemos crecido tan arrogantes como para dejar que la ciencia construya a nuestros hijos fuera de los cuerpos de sus madres, debemos adoptar de nuevo una actitud humilde y asumir el deber de ser mujer. Debemos usar nuestros votos para restaurar la aristocracia y abolir las latas de conservas; hilar y tejer, sin duda, mientras cuidamos y soportamos a nuestro hijo anual, entregándolo al infanticidio cuando sea necesario, ya que el control de la natalidad es artificial y desagradable para el hombre…

¿Es una broma?, diréis. No, no, mi pobre Medea, es un hombre llamado Rousseau, resucitado de entre los muertos. No hace mucho predicó este tipo de cosas a mujeres que se apretaban la cintura y llevaban una docena de enaguas. No estaban lo suficientemente educadas como para seguir a Voltaire, así que escuchaban lo que Rousseau llamó ‘la voz de la naturaleza’. Poco después descubrieron que estaban sufriendo abusos por ser menos civilizadas, por ser más primitivas que el hombre, irracionales y no aptas para tomar parte en la vida pública. Así que lo intentaron de nuevo, pobres, y entonces llegó una cosa horrible llamada Revolución Industrial y la comida entró en latas de conserva. Hay que perdonarlas, como a todas nosotras, si llegadas a este punto se quedaron un tanto perplejas. Hubo gente que culpó a la ciencia, otros a la civilización; algunos a las empresas cárnicas y a los fabricantes, pero la verdadera culpable, como siempre, fue la Mujer. Miles de voces la despreciaron: no tuvo suficientes hijos, tuvo demasiados, era muy primitiva, era una muñeca, era una puritana, era una inmoral descarada, era una inculta, le habían enseñado demasiado.

… Las feministas fueron, y aún son, acalladas por los hombres basándose en la pretensión de que ellas inventaron la castidad y el desprecio por los principios del cuerpo. La Historia refuta una afirmación tan ridícula. Las primeras feministas fueron lo que la Historia y la tradición las hizo y no pudieron, en los tiempos en que se rebelaron, ser de otra manera. El origen del estúpido ideal de mujer contra el que los hombres, al igual que las mujeres, están luchando aún hoy en día, fue el ascetismo de la religión cristiana y, a menos que san Pablo haya sido una mujer disfrazada, no veo cómo la mujer puede ser culpada por una concepción de su lugar y de su deber desde el que ha sufrido más que nadie. Antes de la conversión de Occidente al cristianismo, las mujeres bárbaras del norte gozaban de una cierta igualdad con sus maridos. Estas feroces mujeres, esposas de héroes, se pasean por las sagas felices de recompensar al guerrero con sus favores y rápidas para vengar una ofensa o una injusticia. No necesitaban ceder a la zalamería. Luego llegaron los monjes y las tocas blancas, los vestidos refinados y la caballerosidad, los cantos y las catedrales y el manso y reverente entrecerrar de ojos. El pecho salvaje, que se había hinchado y latido sin impedimentos tanto en el amor como en la ira, aprendió a palpitar y a suspirar. Los fuegos de Brunilda estaban apagados; su piedra, iluminada por el sol, desierta. Inés y María, domesticadas y piadosas, se sentaron a arrullar en la sombra. Si no hubiera sido por la mansedumbre y la maternidad, los inicios del ascetismo podrían haber sido una cruzada para destruir a la tentadora, a la mujer. Apenas con permiso para tener alma, ella pasó anónimamente por la vida, rezando para que hubiera una bonita corona con la que, al final, el Cielo pudiera recompensar su paciencia y sumisión.

… La excesiva opresión ha creado en las mujeres sentimientos de inferioridad, y el resultado natural es que su objetivo principal, por el que venían luchando, era probar que eran tan buenas como los hombres en todos los aspectos. El segundo objetivo era probar que podían hacer las cosas bien sin ellos, de la misma forma que el obrero, subiendo en la escala social, busca convertirse en un burgués. Ambos esfuerzos son erróneos. Cada clase y cada sexo tiene algo que aportar al conjunto de logros, conocimientos y pensamientos, algo que sólo cada uno de ellos puede dar, y se roba a sí mismo y a la comunidad imitando lo inferior. El movimiento feminista, como una voz discordante en un emocionado mitin público, era reivindicativo, emotivo e inseguro de sí mismo. No se atrevía a gritar que las mujeres tenían cuerpos. Su única esperanza de éxito era probar que las mujeres tenían mentes. Y tenían razón en esto, que el hecho fundamental sobre los hombres y las mujeres no es que sean dos sexos diferentes, sino que son seres humanos y, como tales, deben compartir todo el conocimiento del mundo y convertirlo en la base de su compañerismo y de la crianza de sus hijos.

… En aquella época, los ideales feministas para la educación tenían el defecto de negar o ignorar, en cierta medida, el sexo. Las feministas tenían la patética esperanza de que, haciendo esto, podrían convencer al marido dominante de que una mujer puede ser sabia sin dejar de ser una dama. Pero quiero destacar el hecho de que esta característica ha estado presente en todo tipo de educación de la mujer desde tiempos inmemoriales… Fuimos tan lejos como nos atrevimos a ir con un ojo puesto en la hostilidad masculina. Las jóvenes feministas de hoy en día serían las primeras en admitir que quizás hubiera sido mejor llegar más allá. Nunca ha habido un período en el que la educación haya instruido a las mujeres para la maternidad, y ya es hora de que esa educación dé comienzo. ¿Qué conocimiento puede tener mayor importancia vital para las mujeres que la anatomía y la fisiología? Se les permitió acceder a él sólo si iban a ser médicas y, en tal caso, sólo con precauciones. Hojeando por casualidad las páginas de un libro de anatomía en una biblioteca de una escuela femenina, descubrí las hojas de los diagramas relacionados con el sexo y la maternidad cuidadosamente pegados. ¿Qué puede estar más cuidadosamente calculado para despertar curiosidad y lascivia? No tenemos derecho a culpar a las jóvenes por esquivar el matrimonio, el sexo o la maternidad, o por moldear su figura de forma aniñada, cuando las tratamos como a niñas.

… Para poder sumarnos a los logros de aquellas que vinieron antes que nosotras, hemos de admitir llanamente que hemos estado pretendiendo falsa modestia, y que para nosotras el cuerpo no es un mero continente del alma, sino un templo de placer y éxtasis: un templo para abrazar el futuro si es necesario. Para mí, la tarea más importante del feminismo moderno es aceptar y proclamar la sexualidad; enterrar para siempre la mentira que ha corrompido a la sociedad durante demasiado tiempo, la mentira de que el cuerpo es un estorbo para la mente y el sexo un mal necesario para asegurar la perpetuidad de nuestra raza. Entendamos el sexo, otorguémosle la dignidad y la belleza y el conocimiento nacidos de la ciencia, en lugar del instinto brutal y la miseria; ese es el puente que unirá la distancia entre Jasón y Medea.

… Podría decirse cómo, especialmente durante los años de la guerra, las jóvenes han dado el último paso hacia la emancipación de la mujer, reconociendo, tanto para ellas como para sus amantes, la naturaleza recíproca del amor sexual entre un hombre y una mujer. Parece un lugar común, pero, de hecho, es una revolución. Resulta extraño que la cercanía de la muerte, de las bombas y del fuego enemigo no haya intensificado el pensar en la santidad y en el Cielo. Hizo que las pocas reglas para medir la moralidad parecieran absurdas… Nuestras modernas aspasias tomaban el amor del hombre y daban su amor de mujeres y declaraban esta unión, libre y completa por ambas partes, el regalo más preciado que los dioses inmorales pueden otorgar. No hay nada nuevo en esto, dirá el moralista, es sólo maldad. Sí, hay algo nuevo: … por dentro estas jóvenes saben que no han hecho nada malo y no admitirán condena por haber pecado. El sexo, incluso fuera del matrimonio, es para ellas una cuestión de dignidad, belleza y placer.

Todos los puritanos, y la mayor parte de los hombres en el transcurso de los tiempos, han intentado convencer a la mujer de que su papel en el sexo es el embarazo y el parto, y no el placer momentáneo. Siguiendo el mismo razonamiento, le puedes decir a un hombre que su papel consiste en la caza y despellejamiento de animales para obtener alimento y vestido. Disfrutar y admitir que disfrutamos, sin miedo o remordimiento, es un logro en honestidad… Es inútil seguir fingiendo sobre este tema como lo hacen ambos sexos. La pura verdad es que hay tantos tipos de amantes entre las mujeres de todas las clases como entre los hombres, y que nada, excepto la honestidad y la libertad, podrá hacer posible la satisfacción instintiva para todos.

Concedamos a cada hombre y a cada mujer el derecho de buscar su propia solución sin miedo a la censura pública. Las cuestiones morales de este tipo no pueden ser decididas por unas pocas reglas abstractas. No debería estar mal visto que un hombre tuviera seis mujeres, siempre que él y todas ellas encuentren la felicidad en este acuerdo; tampoco debería estar mal visto que una mujer tuviera seis maridos y un hijo con cada uno de ellos, si ella y ellos estuvieran satisfechos con esa vida.
El error está en las reglas que constituyen barreras entre los seres humanos, quienes, de otro modo, llegarían a un entendimiento mutuo mucho más profundo. Y cualquier hombre o mujer inteligente y vital puede dar fe de que conocerse mutuamente como amantes es haber llegado a un completo entendimiento mental y espiritual, a la vez que físico, y es enriquecer permanentemente las vidas, las capacidades, las energías y las ilusiones de ambos. No hace falta establecer divisiones entre cuerpo y mente. No existe tal diferencia. Una forma de caminar, de reírse, unos pensamientos hablados o escritos, gestos de amor e ira, color y tono de ojos o pelo; esto es un ser humano, ya sea hombre o mujer.

… El feminismo sacó a las mujeres de sus hogares para que puedan volver armadas y liberadas para hacer tolerable el matrimonio. Las mujeres que fueron libres recuerdan el horror que implica el matrimonio: un obstáculo para la mayoría de nosotras a la hora de desarrollar una actividad libre en la vida pública; un contrato de por vida que sólo puede ser roto en caso de deshonra o escándalo público…; miradas de sorpresa y reproche si disfrutamos socialmente con la compañía masculina; contención en los modales de hombres que antes eran nuestros amigos…; lo peor de todo, la sonrisa de mujeres tontas, forzadas a la esclavitud, felicitándonos por haberlo hecho bien y habernos asegurado la vida.

Que nadie crea que estoy exagerando. Es la acumulación de todos estos detalles y de la presión de la opinión pública lo que, poco a poco, destruye el valor y el juicio independiente de las mujeres casadas que, estando solteras, habrían sido brillantes y extraordinarias… Del mismo modo que un ministro laborista se corrompe con el uniforme de la Corte, una mujer libre lo hace con el contrato matrimonial. Sólo nuestro deseo de tener hijos nos hace soportarlo… Nosotras, que no nos ataríamos ni ataríamos a otros cuando no existe el amor, debemos someternos a un contrato basado en derechos de propiedad y posesión, a la compra venta de nuestros cuerpos, a una ley cuyo concepto de la injusticias conyugales es el pecado, el castigo y la justa venganza, y a una Iglesia cuya mayor concesión es ordenarnos que ‘sirvamos’ en lugar de ‘obedecer’ a nuestros maridos. Crea, ¡oh, Aspasia!, un sindicato de amantes para conquistar el mundo y grita bien alto que no hay otro lugar en el mundo en que el feminismo sea tan necesario como el hogar.

… El feminismo en las madres nos ha llevado lejos de la maternidad. Esa es la función que debe cumplir. Hoy en día, la madre trabajadora contempla desde su cocina, si es lo suficientemente afortunada como para tener una, una de las situaciones más complejas de la historia. Y las que son inteligentes no se muestran indiferentes ante esta situación. Por eso yo sugería que, aunque el feminismo de clase media ha conquistado las profesiones, el feminismo de las madres trabajadoras puede traer consigo una nueva y potente contribución.
La vida de la mujer trabajadora que planea ser madre está volviéndose prácticamente imposible, y ella lo sabe. Cuando ha encontrado un marido, la comunidad les niega una casa decente; posiblemente encuentren una o dos habitaciones con un alquiler desmesurado, sin agua y con una parrilla poco adecuada para cocinar. No hay restaurantes a los que la pareja pueda permitirse acudir; por lo tanto, sobreviven con comida mal cocinada, pan sin sustancia y comida en lata… La llegada de un bebé significa, demasiado a menudo, la búsqueda de otro alojamiento. A los obispos y a los generales les gustan los bebés, pero a las dueñas de las casas no. Quizás encuentren otra habitación. La mujer trabaja hasta el último momento, tiene un parto difícil, una atención inadecuada y se levanta demasiado pronto… Después todo se repite, niño tras niño, hasta llegar a diez u once…

Estas madres trabajadoras son las personas a las que se debe mentir y aterrorizar con espíritus malignos por miedo a que utilicen sus votos para ayudarse a ellas mismas. Y son ellas quienes, cuando se reúnen, demandan del Estado el derecho a controlar la marea de hijos, a dotar a las madres de medios, a que una viuda reciba una pensión, a enseñar y cuidar la maternidad y a asegurar el descanso para las mujeres embarazadas y para las que críen niños, a ver casas y escuelas construidas y a controlar y sanear el suministro de comida. Aquí está el problema más serio para las madres y uno de los que la clase media política no toca, ya que la clase media siempre puede conseguir alimentos frescos. Las latas de conserva son para la madre trabajadora. Ella no puede destruir ahora la industrialización que la arrastra para trabajar en el taller, pero puede pedir su derecho a controlarla, en nombre de la vida y del destino de sus hijos. El control demográfico es esencial para solventar el problema de la comida y mejorar la salud del país… Todo niño que crece con una constitución razonablemente buena puede, con los cuidados adecuados durante el primer año y una buena alimentación hasta los cinco, crecer sano y fuerte. Y si se disuadiera de procrear a los débiles y enfermos y a las madres sanas se les proporcionasen los cuidados adecuados, se podrían conseguir grandes adelantos. La comida mala y el hacinamiento son las escaleras por las que nos precipitamos hacia la deficiencia y la debilidad mental absolutas.

Si nos preocupamos por la vida, la mejor comida iría por ley a las madres embarazadas y a las que estuvieran criando, en lugar de ir, como sucede en la actualidad, a los clubes para caballeros viejos y gordos y para los clientes de los hoteles suntuosos. Es probable que, en la actualidad, no produzcamos suficiente leche, ni produzcamos o importemos suficiente mantequilla o huevos para una distribución adecuada entre todos. Los trabajadores viven con leche enlatada, margarina y sustitutivo de huevos, alimentos que no aportan las vitaminas necesarias. Pero estabilizando o disminuyendo nuestra población y, a través de la cooperación, intensificando la cultura y el control de la exportación y del comercio interno, podríamos conseguir que todo el mundo tuviera suficiente y que, además, todo fuera de calidad.

… Entonces, ¿qué es lo que las madres deberían reclamar? En primer lugar, el derecho al reconocimiento de su trabajo, el oficio más peligroso de todos y el más desatendido y despreciado. Deben pedir fondos económicos de la comunidad; a esto se oponen muchos, basándose en que a los padres les encanta mantener a sus hijos y que son ellos los que deberían pedir a la comunidad un salario familiar adecuado. Sin embargo, después de todo, es la madre la que se hace cargo del niño y lo atiende, y, aunque muchas mujeres reciban el total del salario de sus maridos, otras deben librar una humillante batalla contra la bebida y el tabaco para conseguir los medios para alimentar los cuerpos de sus hijos. Esta lucha aparece reflejada a gran escala en los presupuestos del Estado, cuya mayor parte va destinada a armamento y a las fuerzas de destrucción, mientras que sólo una ínfima parte se destina a la ayuda y al apoyo a la vida. Si Jasón no puede dejar sus juguetes homicidas, no le demos ni hijos para destruir ni hijas para que las arrastre a la miseria. Sus hijos nunca deberían haber sido concebidos. Yo he indicado que esto ya está ocurriendo, no como una rebelión deliberada, sino como un signo de desesperación en un mundo que no ofrece esperanzas, alegrías ni oportunidades a los jóvenes.

… En el pasado, la mujer frágil moría o quedaba delicada, sin que un doctor la visitara y con miedo a quejarse. La gente que vive y crece en un estado natural no es, en absoluto tan sana y vigorosa como lo que nuestros modernos rousseaus nos quieren hacer creer: mueren más niños de los que sobreviven, y los que sobreviven sufren defectos y deformaciones que habrían podido ser remediados con el conocimiento y el cuidado adecuados… Por otra parte, la juventud pasaba más rápidamente. Los hombres y mujeres que vemos en la vida moderna, aún bastante jóvenes y bien conservados, con caras redondas y dientes empastados, estarían muertos en una sociedad más primitiva, o arrastrándose, inútiles, despreciados, desdentados y con las mejillas hundidas en los hogares de sus hijos e hijas.

La decadencia y el dolor son parte de la naturaleza. Contener la primera y mitigar el segundo ha sido el objetivo en el que han estado trabajando las ciencias relacionadas con la fisiología – primero buscando un remedio y luego pasando a la fase de prevención. Esto no se consigue con una vuelta a la naturaleza, sino aumentando la civilización y el conocimiento. El principio de la medicina inteligente es reforzar lo que está débil en un cuerpo, a través de la alimentación y el ejercicio, en vez de recurrir a los suplementos artificiales… Entre la gente inteligente del siglo pasado (XIX) había mayor costumbre de medicarse ante dolencias insignificantes. En la actualidad buscamos la mejor forma de vida para que esas dolencias no se produzcan, y sustituimos las ayudas a la digestión por una dieta equilibrada. Hacemos lo mismo en la crianza de nuestros hijos, y esta actitud sería más generalizada si aquellos que nos gobiernan, la prensa, la Iglesia, los ricos y los políticos considerasen verdaderamente importante el que cada hombre, mujer y niño en el Estado gozara de buena salud y felicidad y, por tanto, elaborasen las leyes necesarias sobre el modo de vida, la salud y la alimentación de primera necesidad para todos, en vez de patentar sustitutivos preparados por farsantes.

Volviendo a la aplicación de la ciencia y de la naturaleza a la maternidad, debemos hablar de un especial salvajismo y superstición heredados de períodos históricos salvajes, y que afectan tanto a estas cuestiones como al sexo… Detrás de todo ellos se encuentra la creencia mística de que la naturaleza trabaja mejor sin ayudas y sin estorbos, misticismo que ha derivado en un salvaje tabú. La vida es tan pertinaz que, por alguna razón, sobrevivimos hagamos lo que hagamos. Sin embargo, ésta no me parece una actitud adecuada en una madre racional.

La verdad es que no se espera o no se desea que las madres sean racionales. A pesar de todo lo que podemos conocer de la vida y del mundo, en estos tiempos modernos se sigue esperando de nosotras que, una vez casadas, nos sumerjamos en un caos de instinto y de ignorancia del que no volveremos a salir si el hombre y la vengativa mente de la solterona lo pueden evitar… Pero desde que ha empezado la moda de que las mujeres tengan mente, los libros para madres se han vuelto más científicos y nuestras preguntas inteligentes han encontrado, a través de la investigación, una respuesta más adecuada… La madre moderna, considerada como desprovista de instinto maternal por no saber cuidar a su hijo, simplemente no ha aprendido porque la necesidad no la obliga a cumplir con funciones prácticas.

… Creo, ciertamente, que la educación y la visión de los hombres está más anticuada que la de las mujeres criadas en la libertad de las tradiciones feministas… El dualismo entre la mente y la materia es una filosofía muy masculina que los hombres han trasladado a sus vidas cotidianas a través de la nítida división que quieren establecer entre luchadores y pensadores, entre estúpidos jugadores y delgados intelectuales. Demasiado a menudo, una mujer vital e inteligente debe elegir entre un caballero soldado y un secretario amargado. Si elige al primero, se sumerge en el pasado. Este hombre se regocija en el asesinato, ya sea de animales o de sus congéneres; en el fondo sigue convencido de que las mujeres se dividen en buenas y malas –y ambas requieren el gobierno de un patrón-… Él será bueno con sus hijos mientras no sean extravagantes y protegerá a su mujer. Nunca la elevará al éxtasis. Ella le teme y probablemente le engañe.

El intelectual, quizás debido a la tradición monástica del conocimiento o porque encuentra a Jasón repugnante, hace todo lo posible para olvidar las necesidades del cuerpo. La mujer es una de ellas, es una carga, una responsabilidad, una distracción, una incursión de lo material en el mundo de la contemplación. En cuanto a los niños y a la vida doméstica, acabarían con toda su reflexión y con todo el arte… Si la mujer decide seguir con él, debe cargar con sus responsabilidades, atenderle, cuidarle y dejarle solo cuando él no la necesite.

… La mente anticuada se aferra a los deberes espirituales y a los consuelos y la estructura de la disciplina eclesiástica como un baluarte contra la libertad personal; la mente moderna está dominada por un mecanismo que, después de todo, no es más que el control racional de la materia, y busca una inteligente organización del Estado, dentro de la cual cada individuo desarrolle las funciones para las que esté más capacitado. En ninguno de los dos modelos aparece como algo importante el amor entre los individuos o el amor sexual entre un hombre y una mujer; de hecho, las relaciones personales carecen de importancia… El dualismo, como siempre, es el culpable. El amor sexual se considera nada más que como una necesidad física, no como una parte de los asuntos serios de la vida.

… Tabúes y supersticiones luchando contra individuos y Estados dinámicos: ¿cómo podremos instaurar una nueva visión? No debemos seguir pensando en la mente y la materia como una forma de agraviar o frustrarse uno a otro, porque no son fuerzas diferentes, y no debemos seguir siendo capaces de separar la virtud o la depravación física de la mental. La filosofía y el sexo son más importantes en la política que las elecciones generales. La revuelta en contra de los todopoderosos Estados cristianos comenzó basada en el convencimiento de determinadas personas de que su amor por la fruta sabrosa y el vino o su placer en el sexo no eran merecedores del fuego infernal. Las costumbres y las leyes de los Estados, así como la política nacional o internacional, están construidas sobre nuestra conducta como personas, sobre nuestros estándares de relación personal, de hombre a mujer o de padres a hijos. Es aquí, con el hombre y la mujer, donde debemos empezar.

Tengo en mente, mientras escribo, una pieza de porcelana china sobre la que el sabio o el poeta se sienta con su libro y una larga pipa; una mujer encantadora y elegante mira por encima de su hombro y, muy cerca, juega un travieso niño. No creo que los chinos que la concibieron esperasen que un poeta escribiese versos malos sobre ella o que un sabio elaborase una sabiduría sin valor. Sin embargo, amar con dedicación, aprender, tener hijos, son ideas que siempre han formado parte de la armonía de la vida china. Comparado con su generosa aceptación del instinto, nuestro cristiano temor al sexo y nuestro terror al cuerpo humano son obscenos…

[1Leyendo esto, sospecho que la mano de Dora también puede encontrarse en el texto de Bertrand Ícaro o el futuro de la ciencia, réplica escéptica a la utopia biotecnológica del genetista J.S. Haldane Dédalo, la ciencia y el futuro. Ambas obras han sido publicadas en un solo volumen por KRK.

[2En internet puede encontrarse un estudio histórico, en inglés, sobre la escuela de Beacon Hill: http://digitalcommons.mcmaster.ca/c... . Could these methods be extended to the State schools? Or must fee-paying experiments like Beacon Hill simply be dismissed as alternative education for members of the intellectual elite who did not wish to send their children to traditional “public” schools? Dora Russell believed in Beacon Hill as a community that would equip children for democracy. However, she was under no illusion that her school in itself could transform what she knew was a funda-mentally inegalitarian society. Dora Russell was fully cognizant of the contradictions involved in a “free” school that charged fees. Moreover she knew that even for children at a school like Beacon Hill, the possibilities for freedom were limited precisely because they were privileged children.

[3En 1979 la editorial Grijalbo publicó -con el título de ’Dora Russell: autobiografía’- una edición castellana del primer tomo, traducido por Marta Pessarrodona. Si la pereza y la capacidad de síntesis me lo permiten, publicaré algún día algunos fragmentos en Tortuga.

[4Una de esas entrevistas se la hizo Marta Pessarrodona para la revista ’Vindicación feminista’. Puede encontrarse una copia digital en internet: http://3.bp.blogspot.com/_jOD1mCOOb... y http://3.bp.blogspot.com/_jOD1mCOOb...