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Soldados humanos

Sábado.7 de abril de 2007 1074 visitas Sin comentarios
Infomoc #TITRE

ANDRÉS MONTERO GÓMEZ /DIRECTOR DEL INSTITUTO DE PSICOLOGÍA DE LA VIOLENCIA

EL CORREO

Hasta aproximadamente la segunda mitad de los ochenta, los soldados no eran seres humanos. Ni para los mandos militares, ni para los políticos, ni por supuesto para la mayoría de la sociedad. Los soldados eran entes que diluían su condición individual al vestirse el uniforme, que desaparecían en tanto identidad diferenciada cuando ingresaban en la milicia. A partir, sobre todo, de la primera Guerra del Golfo inaugurados los noventa, los soldados se nos convierten en seres humanos. El principal desencadenante de esta prestidigitación son los medios de comunicación. La retransmisión de la guerra por una televisión global representa el punto de no retorno a partir del cual los soldados salen del armario de sus uniformes para aparecérsenos como ciudadanos, como iguales.

Cualquier militar sabe, cualquier militar español ha sentido en algún momento que más o menos se le trataba como un ciudadano de segunda
categoría. Es cierto que esta percepción apenas la sentía un general o
almirante, algo les tocaba a los oficiales más sensibles, desde luego
les acompañaba a los suboficiales y, en toda su dimensión, afectaba a
los soldados, el último reducto de despersonalización de una cadena de
valor que les consideraba como meros componentes de un sumatorio de
fuerza, de fuerza para el combate.

La Guerra de Vietnam tuvo efectos mediáticos y políticos. A los
norteamericanos comenzó a molestarles que sus congéneres murieran en un
país extranjero, además a cambio de nada. Aquel conflicto y antes el de
Corea descubrieron tímidamente al soldado ante un ciudadano que solía
mirar para otro lado en lo tocante a los ejércitos. Sin embargo, todavía
el impacto en la conciencia social de aquella identidad anónima que
moría en el interior de un uniforme fue mínimo. Los medios de
comunicación, las televisiones, no tenían el alcance y mucho menos la
potencia ’on line’ que aportaron las incrustaciones de equipos de la CNN
entre los soldados de la Guerra del Golfo. De repente, una cámara y un
redactor de televisión se integraban en una unidad de combate y el
ciudadano televidente era quien pasaba a ser el anónimo receptor de la
vida de un soldado que acababa teniendo nombre. La televisión devuelve
los atributos humanos a alguien que, hasta entonces, permanecía
cosificado en el consciente colectivo.

Hasta la humanización del soldado, la guerra era el teatro de la muerte.
Los soldados acudían a la batalla a morir. Dejar la vida y hacerlo con
honor, es decir, matando o siendo muerto por la patria y por unos
ideales, era lo que se suponía a un militar de cualquier arma de
ejército. Los generales y mariscales de campo colocaban a sus soldados
en orden de batalla sin ninguna consideración de su esencia individual.
Los soldados eran el ingrediente de un batallón, de una unidad o de
cualquier otro agregado de combate. El empeño de preservar vidas propias
era absolutamente secundario respecto al objetivo táctico marcado por el
despliegue en el campo de batalla. Desde luego que minimizar los daños
era importante, pero sólo a los efectos globales de no reducir el
potencial de fuerza del ejército, y nunca debido a la consideración de
pérdidas individuales, un asunto que se suponía asumido. El soldado iba
al combate a entregar su vida por la patria.

Hoy las cosas han cambiado. Los generales, azuzados por la clase
política, han incluido entre sus previsiones estratégicas la salvaguarda
de la vida individual del soldado. Antes los soldados sin nombre
perecían por miles y, si acaso, recibían noticia del fallecimiento sus
familiares más cercanos, con unas condolencias agradecidas del
’establishment’ militar por entregar a su hijo a una causa más elevada
que su intrascendente vida individual. Hoy uno de nuestros militares
pierde la existencia en una zona de combate y nos es comunicado a todos,
su nombre nos es repetido a todos, las condolencias las compartimos
todos y todos nos lamentamos de que la muerte le haya llegado a uno de
nuestros compatriotas.

Afganistán e Irak son ambas zonas de guerra. Idoia Rodríguez es una
soldado española muerta en un teatro de operaciones bélicas activas. La
clase política y los medios de comunicación se han preguntado sobre las
condiciones de seguridad de nuestros soldados en la guerra. Hace pocas
décadas nadie se habría planteado siguiera la ruta mental que lleva a
hacerse esa pregunta. En una zona de guerra se habría supuesto que no
existe seguridad; en una zona de guerra se habría supuesto que un
soldado no tenía derecho a ninguna seguridad, porque era un ser anónimo
enviado allí a servir como instrumento de planes superiores a sí mismo,
a sus familias y a sus preocupaciones. Hace unas pocas décadas Idoia
Rodríguez ni siquiera habría existido para nosotros y no nos habríamos
propuesto que tuviera que volver con vida de ninguna parte.

Lo más hermoso de Idoia Rodríguez es que era un ser humano individual
cumpliendo una labor colectiva. El compromiso personal del militar
anónimo ha pasado totalmente desapercibido para aquéllos a quienes se
ofrecía ese compromiso. Y esto no tiene nada que ver con la legitimidad
o con la justicia de las causas en las que los soldados son involucrados
como la parte más automatizada de una cadena de mando. Las decisiones
políticas y los planes militares pueden ser más o menos acertados en
estrategia y oportunidad. Incluso, se puede discutir o discrepar más o
menos filosóficamente sobre la pertinencia de los ejércitos. Lo que es
incuestionable es que el soldado en combate entrega la vida a una causa
colectiva, con independencia de que llegue a comprenderla o no del todo,
de que llegue a vislumbrar si está entregándose a la idea de una patria
o al ideal interesado de unos grupos de poder. Eso parecía ser o parece
ser lo de menos en la milicia.

Ahora el soldado existe y nos preocupamos de su seguridad. Las causas de
este cambio de paradigma son variadas y entre ellas, por supuesto, no
sólo está la retransmisión televisada de las guerras. La visibilización
del ciudadano soldado corre en paralelo a la revolución de los asuntos
militares, a la implicación de los ejércitos en tareas de mantenimiento
de la paz o a la crisis de vocaciones en la milicia que obliga a los
ejércitos a comunicarse con lo civil. Sin embargo, en el despertar de la
conciencia ciudadana, la televisión de las guerras ha marcado el punto
de inflexión. Por televisión y por Internet nos hemos enterado de que
nuestra vecina, que pensaba casarse y comprar un piso con los
complementos a su sueldo por una misión en el extranjero, había perdido
la vida cumpliendo con un trabajo en donde nos estaba representando a
todos a través de una bandera colocada en su brazo. Alguien igual que
nosotros ha muerto por una mina en una guerra cuyas particularidades no
terminamos de entender. La televisión propicia que nos identifiquemos
los unos con los otros, que nos pongamos rostro. Tal vez algún día
dejemos de matarnos.