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Sobre el paréntesis intervencionista que reclama el propio capitalismo liberal

Lunes.29 de septiembre de 2008 418 visitas - 1 comentario(s)
Dos artículos que tomamos de Rebelión para aclararnos en este tema #TITRE

El capitalismo entre paréntesis

María Toledano
Rebelión

Ha llegado la hora. Es necesario aportar fondos públicos para reflotar empresas privadas, grandes corporaciones, e impedir que el capitalismo del siglo XXI (que algunos llaman de ficción como si los muertos, enfermos mentales y parados de larga duración producto del sistema de explotación fueran atrezzo) siga aportando felicidad, bienes y servicios. En estos tiempos de cerezas de invernadero y cámaras digitales (para retratar y borrar con rapidez a los muertos en vida, que somos todos), es preciso corregir la mala gestión, los excesos -o robos- de los directivos de algunas multinacionales y reconducir la maltrecha economía-mundo. En la lógica interna del capital, este proceso abierto se expandirá -les conviene, por diferentes razones- veloz como la peste. Las ratas contables de la globalización abandonan el barco de las empresas deficitarias para embarcarse en otras travesías menos arriesgadas. Primero fueron bancos y grandes aseguradoras a punto de quiebra en EE.UU. -ellos dicen compañías y el derecho mercantil les bendice-, más tarde, entre nosotros, ilustres periféricos de la nada, aparecieron los dirigentes de la patriótica patronal (CEOE) y reclamaron un paréntesis en el libremercado para que el estado -la política económica del gobierno- haga el urgente trabajo profiláctico que los amantes de la libertad empresarial y de la autonomía de la voluntad han denostado siempre: regulación, ordenación (más inyecciones de liquidez, la expresión es suya) y frenazo, desde los bancos centrales, al descontrol financiero y la especulación. Entre el chantaje y la coacción (miles de posibles parados más) el estado social y democrático de derecho (la expresión, dicha en voz alta, sabe a melaza) se hará cargo, al menos de una parte importante, de la deuda adquirida. Socializar las pérdidas y controlar el riesgo es el lema. El capitalismo entra en una importante crisis, anunciada por algunos desde la aceleración del turbocapitalismo, y los gobiernos se sienten (están) obligados. Los foros internacionales se visten de púrpura y circunspección -pomposos discursos, la prensa mundial, la fiel infantería, pendiente- al tiempo que, desde los poderosos think tanks, se lanza la consigna: es necesario reinventar el capitalismo, ordenar el capitalismo, dignificar y humanizar el capitalismo. Sarkozy, uno de los listos de este negocio (se recomienda, de paso, su biografía en tebeo, La cara oculta de Sarkozy, publicada hace un par de años), ya lo ha dicho: se impone “regular el mercado”. El nuevo discurso -que sustituirá, en breve, al clásico del máximo beneficio a corto plazo, vigente desde que los chicos de Chicago (algunos gansters) convencieron al actor secundario Reagan (y al complejo tecnológico-militar que dirige los pasos de la potencia hegemónica desde Bretton Woods)-, está en marcha: sólo hace falta poner voz al nuevo storytelling, a la nueva y moderna semántica.

Ha llegado la hora. Las empresas se tambalean y los caudales públicos, ágiles espadachines en defensa del honor mancillado del mercado, salen de las arcas gubernamentales. La nueva narratividad, sin que seamos concientes, sin percibir que interiorizamos un discurso ajeno y hostil, cambiará el sentido y el valor de las palabras. Los caducos diccionarios -reptiles cosidos en pliegos- mudarán la piel y vendrán las acepciones abiertas, líquidas. Mientras esto ocurre con prisa de teletipo y el tiempo lineal (el presente continuo) nos devora como Saturno, la izquierda oficial -¿izquierda?- refunfuña sentada en sus viejos sillones de Emmanuelle. Carente de cualquier discurso crítico, incapaz de articular respuestas ante la deriva del capitalismo y la esquizofrenia (¿se acuerda alguien del análisis político, social y psicológico de Deleuze y Guattari?), la izquierda oficial -¿oficial?- se limita a sus altisonantes declaraciones de salón-comedor con visillos. Víctor Hugo hablaba, siglos atrás, de la parte de responsabilidad que tenían los pueblos que sufrían opresión permanente sin reaccionar. El paradigma del consumo y la alegría -con la ausencia de dolor, tomado en sentido amplio- es el nuevo modelo social. Su definitiva implantación ha modificado, destrozado, las relaciones entre los antagonistas históricos, irreconocibles, ahora, en la difusa cartografía política y el enrevesado tejido social. Las nuevas relaciones de producción, reconvertidas en técnica y utilización, y la mercancía, en sí, hecha espectáculo, han hecho de las cadenas (en cualquier sentido) un adorno. Si la manifiesta opresión es ahora el broche del vestido, ¿qué nos quedará cuando nos quiten, con nuestro tácito consentimiento, los botones y el cinturón? Tendremos hambre y no conoceremos las palabras que lo nombren. Hambre de comida basura y sed de refrescos de cola, sospecho.


Un paréntesis en el libre mercado

Juan Francisco Martín Seco
La Estrella Digital

Hace unos días, el presidente de la patronal desató un pequeño terremoto en la prensa, afirmando la necesidad de hacer un paréntesis en la economía de libre mercado. No veo yo motivo para tanta agitación. Los paréntesis siempre han existido, es más, son inherentes al liberalismo económico. El capital y sus altavoces mediáticos vociferan frecuentemente exigiendo libertad absoluta para el mercado, es decir, para el dinero, pero recurren a papá Estado tan pronto se ven en apuros.

Se habla del riesgo como algo inherente a los empresarios, pero lo cierto es que huyen de él siempre que pueden trasladándoselo a los consumidores (tipos de interés variable en las entidades financieras, tarifas en dólares en las empresas de servicios en Latinoamérica..., etc.). Pero, en todo caso, si las cosas se tuercen ahí está el Estado para traspasarle los marrones, haciendo caer sobre el contribuyente el coste del desaguisado. Privatización de beneficios y socialización de pérdidas. El tinglado de la antigua farsa está bien montado. El chantaje funciona a las mil maravillas: si el sector público no acude en ayuda de los estafadores, se producirá el caos económico y el daño será mucho más grave.

"Si el plan no se aprueba, que Dios nos asista", es la fórmula con la que Henry Paulson, secretario del Tesoro americano, pretende convencer a los congresistas, demócratas y republicanos para que aprueben el proyecto más intervencionista de la historia, la utilización de 700.000 millones de dólares (equivalente a la mitad del PIB español) en la compra de activos basura, evitando así la quiebra en cadena de las grandes compañías. Lo grave es que puede ser que tenga razón, porque los chantajes del neoliberalismo económico son chantajes, pero no engañan. De ahí la gravedad de aceptar sus premisas y sus métodos, porque después será imposible zafarse de las conclusiones.
Resulta cada vez más frecuente comparar esta crisis económica con la de 1929. Tal vez sea una exageración, pero lo cierto es que desde el principio de los ochenta, poco a poco, la economía mundial ha ido retornando a los principios y presupuestos ideológicos que regían en los inicios del siglo XX, al tiempo que se desmantelaban todos los mecanismos de salvaguarda que se habían construido. ¿Nos puede extrañar que la historia se repita en los resultados y que nos encontremos inmersos en una crisis parecida a la de 1929? Quizás la única diferencia es que entonces se creían de verdad la teoría y pensaban que el mercado y la economía tenían sus propios mecanismos de autodefensa, y que, una vez realizada la purga, retornaría el equilibrio. Hoy, por el contrario, lo que prima es el cinismo; al poder económico le va muy bien con el fundamentalismo de mercado, sin embargo está dispuesto a abandonarlo en cuanto ve las orejas al lobo.

Es posible que, tal como afirma Paulson, sólo podamos librarnos de un crac dedicando medio billón de euros de los contribuyentes (que, al final, no sólo serán americanos) a limpiar la porquería vertida en la economía mundial por un grupo (aunque muy amplio) de truhanes. Pero al menos habría que exigir responsabilidades a alguien. Por supuesto, a los ejecutivos de las grandes compañías implicadas. Todos ellos con contratos blindados, se han ido encima con fabulosas indemnizaciones.

Sin embargo no son sólo ellos los responsables. ¿Qué decir de las empresas de calificación? Convertidas, sin saber quién las ha investido de tal autoridad, en las reinas del mercado, se dedican a dar y negar certificados de buena conducta. Son capaces de conceder una mala calificación a un Estado y la óptima al papel basura. Sería de esperar que desapareciesen envueltas en el mayor de los oprobios.

Culpables son los políticos que se han dejado comprar por los ideólogos del neoliberalismo económico y han asumido un discurso sin ninguna consistencia teórica y que ya había probado en la práctica a qué resultados nefastos conducía. Hoy son muchos los que repiten que el libre mercado ha muerto. Un periódico ha llegado a titular "Diez días que cambiaron el capitalismo". Casi todo el mundo incide en que hay que reformar en profundidad los mercados financieros y los mecanismos de regulación. Pero me temo que todo ese discurso se diluirá y como tantas veces, pasada la crisis, retornaremos al fundamentalismo de mercado, a la globalización, a la libertad absoluta en los mercados de dinero y de capitales, a las apuestas especulativas, a la desregulación del mercado laboral, a las privatizaciones y a los bancos centrales y demás organismos reguladores independientes o incluso privados. Hasta la próxima crisis, en la que el dinero público tenga de nuevo que derramarse con generosidad en los mercados.

  • Cuando los liberales hablan de "libre mercado", se refieren a la libertad de empresa: Que los empresaurios hagan lo que les de la gana, sin limites.

    Y asi nos va: Contaminacion, Calentamiento Global, Hambruna y Miseria, Nuevas Enfermedades Epidemicas, Cambios de Ciclos vitales de todas las especies, Consumismo absolutamente desmadrado, etc, etc...

    internete
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    PD: El unico mercado verdaderamente libre es el basado en el trueque, el intercambio directo de productos o servicios, o el basado en dineros alternativos.

    El mercado globalizado no tiene nada de libre.

    Recuerden que el dinero tiene dos caras: La de cambio y la de especulacion.

    La primera, honesta, justa y sensata en si misma, no tiene culpa de lo que haga y deshaga la segunda.

    Si no somos capaces de ver simetria y dualidad por todas partes es que estamos ciegos...

    O aprendemos a entenderlo, por complicado que parezca, o nos despeñamos...

    Si la maxima del capital es hacer cambios cosmeticos regularmente para que todo siga igual, la estrategia de los deseheredados deberia ser la exactamente contraria: No hacer ningun cambio cosmetico, para que todo cambie
    de raiz.

    Aprovechar las propias contradicciones del sistema capitalista para facilitar su inevitable derrumbe.

    Sentarse a ver pasar "el cadaver del enemigo"...

    Dejar de colaborar con el mundo-mierda, a ver si cambia solo hacia algo mas sensato y razonable.

    La unica manera de cambiar las cosas es pensando, visualizando y mostrando que es posible un mundo mejor.

    Yo digo que cambiemos el nombre del planeta entero: "Planeta Agua" propongo...

    No se trata de un cambio cosmetico, se trata de un cambio de mentalidad... Del pensamiento lineal y material, al pènsamiento ciclico y energetico...

    Se trata de ser fieles a la verdadera realidad fisica, no a la "realidad psiquica" de los psicopatas que dicen gobernarnos.

    PD2: Y cambiemos tambien el calendario actual, que es un desmadre, por uno perpetuo: Como 365 no es divisible por 7, (sobra uno), debe haber un dia al año que no sea ni lunes, ni martes, ni miercoles, ni jueves, ni viernes, ni sabado ni domingo: El dia de la armonia.

    (Los años bisiestos, dos dias de la armonia)...

    Yo vivo desde hace años en este Planeta Agua con cinco dias de la Armonia cada cuatro años. Subanse al carro, camaradas, que es gratis y saludable...

    ¡A ver si hacemos mas fuerza de forma colectiva!