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Ser hombre en tiempo de mujer

Viernes.11 de mayo de 2018 589 visitas Sin comentarios
Gerardo Tecé, Ctx #TITRE

Hace unos días iba paseando por la calle con mi pareja/novia/compañera. Era por Cádiz, una de esas ciudades tan bonitas que los guiris se acaban enterando de que existen. En mitad del paseo, un grupo de cinco tíos de unos treinta años, británicos creo, sentados en una terraza, se giraban hacia una chica que caminaba sola, unos metros por delante de nosotros, diciéndole algo así como “oink, oink” o “grrrrrññññ”, no llegué a pillarles bien el acento. La típica escena. La chica aceleró el paso y se perdió por una calle perpendicular. Unos segundos después, al pasar a la altura de la manada británica, mi novia tuvo el impulso de mimetizarse en el ambiente hooligan que desprendía la mesa de aquellos cinco para pararse, agarrar una silla y estamparla contra las cabezas de cada uno de ellos, que tras los “oink, oink”, ya estaban a otro tema. Tras pensárselo durante unos segundos, decidió: no lo hago por ti, me dijo. Yo le agradecí el gesto de no comenzar una secuencia en la que, por roles de género, a mí como hombre me tocaría el papel de acabar siendo pateado en el suelo por aquellos cinco, después de que ella los mandase a la mierda, ellos se pusieran chulos con ella y yo me encarase en spanglishcon los cinco, que es lo que, por formación y tradición, me hubiese tocado hacer. La próxima vez, tú me esperas en la esquina y yo me ocupo, me dijo ella y de repente me sentí como un niño inútil y confuso.

Definir el papel del hombre que está en el bando de la igualdad es relativamente sencillo si se hace desde un laboratorio de ideas. Desde esos lugares asépticos en los que se construye el cuerpo teórico de cualquier movimiento social, la definición que nos han dado a los hombres que participamos desde la segunda fila en la lucha con más músculo a día de hoy, la feminista, es la de “aliado”. Aliado. Qué horror. Una palabra tan fría como un saludo entre Soraya y Cospedal. Después de tanto tiempo acaparando el centro de la acción, quizá el hombre blanco heterosexual se merezca que lo llamen aliado, habrá que aceptarlo. Lo cierto es que desde el banquillo, animando la lucha de las mujeres, uno se siente doblemente inútil y confuso. Confuso porque el proceso de aprendizaje ha sido para nosotros demasiado rápido. Ellas iban con ventaja. Ellas ya sabían desde hace siglos que estaban siendo oprimidas pero algunos, hasta hace poco, ni nos habíamos enterado. Inútil porque, tras un proceso complejo de entender, aprender y por último intentar desaprender mucho de lo anterior, tras todo ese esfuerzo, sudados y listos para saltar al campo como solemos hacer, nos toca sentarnos a animar desde el banquillo. Mirando la acción como una vaca sudada y confusa mira pasar un tren.

Hace unos meses presencié la agresión de un hombre a una mujer. En un bar de mi barrio, el tipo le daba puñetazos en el brazo a la señora, mientras le decía de todo. Aquello sí que era sencillo de gestionar. Simplemente implicaba violencia, un código que los hombres entendemos como la tabla del uno. No tuve duda de que mi papel era el de acercarme al tío, agarrarlo con fuerza del brazo y zarandearlo. Otros tantos hombres, unos camareros del bar en el que estaba pasando la escena, otros que pasaban por la acera, también se acercaron para acorralar al agresor. Algunos camareros, además de echarlo a voces de allí, querían pegarle. Al poco de aquello, volví a pasar por el mismo bar de mi barrio. Uno de los camareros que aquel día querían pisarle la cabeza al agresor, piropeaba a voces a unas chicas. Después me saludó como si nada. Yo le devolví el saludo y seguí caminando. El que dice piropos dice grupos de whatsapp o lenguaje machista cotidiano. En los grupos de whatsapp que recopilan tetas como si Internet fuese a cerrar mañana, mi papel es pasar. Son mis amigos. Buena gente sin maldad, simplemente jugando a un código que ya no toca. En el lenguaje machista no paso, participo. En el lado malo. La mitad de los tacos son machistas y yo, en lo de los tacos, parezco un restaurante mexicano. De vez en cuando intento frenarlo. Me veo censurándome un “esto es un coñazo”, convirtiéndolo en “esto es una lata”. Un horror de expresión, peor que aliado. Cuando me escucho decirla me dan ganas de, siendo la vaca que ve pasar el tren, tirarme a la vía para evitar más complicaciones.

Todo esto anterior acaba sin conclusiones, porque no las tengo. En la teoría sí, ahí voy bien servido. En el laboratorio de ideas todo está clarísimo: es el momento del golpe sobre la mesa de la mujer, muy necesario. Ya vale de... Pero en el día a día, seamos sinceros y menos teóricos, la cosa cambia y mucho para los hombres “aliados”. Sin conclusiones, lo único que queda son las intuiciones. Intuyo que si un día –ya me ha pasado– le digo a un amigo en persona que el grupo de tetas ese que resurge una vez al mes, ya apesta un poco, me dará la razón. Todos ellos lo harían. Si lo hago en “manada”, será como regar un ladrillo. Intuyo que esto va de mirarnos, uno a uno, a la cara. Intuyo que en el bando de los privilegios, la gran mayoría tenemos más de esclavitud de roles que de maldad. Por eso intuyo que la cosa por aquí va a ir lenta. Vosotras, que no estáis confusas, id tirando con prisas porque las hay. Os acompañamos varios metros por detrás. Ya llegaremos cuando podamos.
Autor

Gerardo Tecé

Fuente: http://ctxt.es/es/20180502/Firmas/1...