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¿Por qué cobra más un arquitecto que un albañil?

Viernes.13 de abril de 2018 216 visitas Sin comentarios
El Salto. #TITRE

La prioridad ontológica de lo racional sobre lo material propia del pensamiento griego clásico se ha filtrado a multitud de ámbitos de nuestra sociedad. Uno de ellos es el de las relaciones laborales y las lógicas de dominación que hay detrás de ellas.

Sergio de Castro Sánchez
Profesor de Filosofía

En nuestra sociedad se ha normalizado el hecho de que los trabajos de carácter intelectual a los que se accede a través de una larga formación teórica estén mejor pagados y mejor valorados socialmente que los que son de carácter práctico y basados en una preparación esencialmente de esa naturaleza. Así, si se pregunta, por ejemplo, por qué cobra más un arquitecto o una arquitecta que un o una albañil, la respuesta suele ser unánime: el primer caso implica un largo y duro periplo académico, el segundo no. No se tiene en cuenta, a la hora de dar tal respuesta, que en el segundo caso, el o la albañil se puede haber pasado esos mismos años trabajando de sol a sol poniendo en riesgo incluso su integridad física. La respuesta a nuestra pregunta no reside, por tanto, en la necesidad de recompensar el esfuerzo del trabajador o trabajadora en su preparación para el trabajo en cuestión, sino en el tipo de esfuerzo que se ha tenido que desarrollar para acceder al mismo y en la propia naturaleza de ese trabajo: uno de carácter teórico y el otro de carácter práctico.

PLATÓN Y EL DESPRESTIGIO DE LA MATERIA

La prioridad ontológica de lo teórico sobre lo práctico -característica fundamental de la mayor parte de la filosofía occidental, al menos hasta el s. XIX- comienza, como no podría ser de otra manera, con el pensamiento griego clásico. Así, tanto para Platón como para Aristóteles, el ámbito racional y especulativo es más real que el de la materia y la praxis, dado que es en el primero en donde encontramos la esencia de lo real, su ser.

Quienes habitan e interaccionan con el mundo de la materia serán, igualmente, esencialmente inferiores a quienes dedican sus esfuerzos a comprender el orden racional del mundo

En el caso de Platón, por ejemplo, las ideas -entidades objetivas que habitan el mundo inteligible- representan la esencia de toda realidad sensible. El conocimiento de las mismas únicamente es posible a través de la razón, de espaldas a todo lo que tenga que ver con lo corporal-sensible. El mundo empírico, accesible a través de los sentidos y objeto de nuestra interacción física, solo es una mala copia de lo inteligible. Aquel, representado por el interior de la caverna en su famosa alegoría, es el mundo de las sombras del que quien busque la Verdad debe huir en su camino hacia el exterior, el mundo de las ideas. Lo empírico -incluido nuestro cuerpo- es, por tanto, sólo un obstáculo hacia esa Verdad.

LA INFERIORIDAD ANTROPOLÓGICA, SOCIAL Y MORAL DEL TRABAJADOR

El dualismo ontológico plasmado en la “Alegoría de la Caverna” y la jerarquización de lo real que va asociada a él supone, asimismo, una jerarquización antropológica y social que, actualmente, afecta directamente al mundo laboral. Así, quienes habitan e interaccionan con el mundo de la materia serán, igualmente, esencialmente inferiores a quienes dedican sus esfuerzos a comprender el orden racional del mundo. El lugar de cada individuo en la sociedad -la clase social a la pertenece: rey-filósofo, guardián o productor/trabajador- se verá determinado por su cercanía o lejanía a lo racional, al mundo de las ideas. Aristóteles llega a la misma conclusión: “El que es capaz de previsión con su inteligencia es un gobernante por naturaleza y un jefe natural. En cambio, el que es capaz de realizar las cosas con su cuerpo es súbdito y esclavo, también por naturaleza” (Política).

Paralelamente, esta doble jerarquización antropológica y social del ser humano tendrá su reflejo en una jerarquización moral. Sólo la actividad racional –que es la que define al ser humano– permite tener el conocimiento necesario para la acción moral correcta, aquella que permite al individuo alcanzar tanto la virtud como la felicidad. Por el contrario, la relación con lo material aleja al ser humano del conocimiento que permite la vida contemplativa y, por tanto, de la moralidad. La persona vinculada a lo material resulta, pues, no solo moralmente inferior sino también incapaz de alcanzar la verdadera felicidad.

LA PRIORIDAD ONTOLÓGICA DE LO TEÓRICO COMO FORMA DE DOMINACIÓN

Tradicionalmente, la alegoría de la caverna ha sido interpretada como un canto a la libertad, a la lucha por deshacernos de los grilletes que nos imponen quienes nos tienen sometidos a las sombras y a la esclavitud.

Más que como un canto a la libertad, la Alegoría de la caverna puede interpretarse como una metáfora de la dominación que ejerce el poder desde su control de lo que se considera Verdad

Son sin embargo minoritarias las interpretaciones del famoso pasaje platónico que lo ven como una metáfora de la dominación que ejerce el poder desde su control de lo que se considera Verdad. Y es que ese mundo de sombras chinescas del interior de la caverna representa para Platón el mundo de la materia, de la carne, del que solo se puede salir a través de un proceso violento capitaneado por quienes, huyendo de la materia, han centrado sus esfuerzos únicamente en el ámbito de lo teórico. Una labor que ha dotado a los Reyes-filósofos de un conocimiento absoluto que les otorga no solo el derecho sino también la obligación de mantener el orden social a través del uso de la violencia, ejercida por los guardianes. Y es que la justicia solo es posible cuando se “contiene a cada uno en los límites de su propia tarea” dado que “la confusión y la mezcla de [clases sociales] es el acontecimiento más funesto que puede tener lugar en un Estado” (República).

LA RUPTURA DE MARX

No es casualidad que la ruptura con el orden ontológico clásico entre lo teórico y lo práctico lo realice un filósofo revolucionario desde un punto de vista político y social. La inversión de ambos ámbitos en el pensamiento de Marx implica el fin de la creencia en un orden social fundamentado en el conocimiento alcanzado por una élite, aquella que “sabe cómo son las cosas”, que “ha estudiado” y viene, supuestamente, a liberarnos de nuestras cadenas.

Tal inversión, el llamado “giro práxico de la filosofía”, se fundamenta para el autor de El Capital en una nueva concepción de la verdad: “el problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico” (Tesis sobre Feuerbach, II). O dicho de una manera más poética: “En contraste directo con la filosofía alemana –en referencia a Hegel–, que desciende del cielo a la tierra, ascendemos aquí de la tierra al cielo” (La ideología alemana).

La inversión de los ámbitos teórico y práctico en Marx implica el fin de la creencia en un orden social fundamentado en el conocimiento alcanzado por una élite

El orden ontológico clásico y consecuentemente la jerarquización social y moral que, como hemos visto, va asociada a él, invierten sus roles. La verdad no viene dada por quienes se dedican a la labor de comprender lo real, sino que se construye desde la praxis por quienes interactúan laboralmente con el medio físico. La existencia de una élite social y moral deja de tener su fundamento en el ámbito del conocimiento teórico, dado que el mundo y la historia son algo por hacer y no algo acabado que comprender y conservar. Y, por supuesto, la filosofía debe acompañar en la labor de liberarnos de la esclavitud de la Verdad sobrevenida: “Hasta ahora la filosofía se ha dedicado a comprender el mundo. Es hora de que se dedique a cambiarlo” (Tesis sobre Feuerbach, XI).

Sin duda, resulta necesaria la construcción de una visión del mundo que pueda hacer frente a la presencia constante de la ideología dominante, por decirlo con las palabras de Marx, en cada uno de los rincones de nuestra percepción y comprensión del mundo. Sin embargo, esa propia construcción teórica debe realizarse desde la renuncia a lo teórico como algo que, desde su trascendencia, resulta ser expresión de lo real. Una necesidad que no encontramos únicamente en Marx, sino también –aunque en un sentido muy diferente– en Nietzsche, abriendo, como en el caso del filósofo de Tréveris, una nueva perspectiva en la filosofía y en el uso que el propio Deleuze establece para la misma: “denunciar la bajeza del pensamiento en todas sus formas”.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/el-ru...