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¿Pero, por qué lloramos los colombianos si elegimos la alternativa de la guerra?

Lunes.11 de febrero de 2008 722 visitas Sin comentarios
Pablo Emilio Obando Acosta #TITRE


¿POR QUÉ LLORAMOS?

Confieso que me aterra la muerte; mucho más si es producto del odio, de la ira, de la venganza, del desenfreno salvaje del simple ejercicio de la misma muerte. Y como colombiano y como ciudadano me uno a las voces de repudio por la muerte de 11 compatriotas nuestros que vivieron los últimos cinco años de su existencia en algún lugar de las selvas colombianas. Duele esas muertes porque pudieron evitarse si la arrogancia y la prepotencia de nuestra clase dirigente no se hubiesen impuesto sobre la voluntad de la misma vida que clamaba en cada rincón del suelo patrio. Pero, por qué lloramos los colombianos si elegimos la alternativa de la guerra; secuela de llantos y tragedias insaciables que en espiral infinita succiona la sangre inerme del obrero y del simple asalariado. Y no faltarán quienes convoquen a izar las banderas enlutadas de la Patria a media asta como exánime protesta contra tanta violencia; o los tradicionales lideres gremiales a una de las tantas marchas de protesta por las calles, perpetuamente enlutadas de hambre, con banderitas blancas y camisetas o cachuchas con mensajes de repudio por este dolor de patria que nos hace punzar hasta las mismas entrañas. O el iluso que convoque a una de las tantas misas para implorar a su Dios el fin de una guerra que él mismo eligió en las urnas. Porque al fin y al cabo todos apretamos el gatillo cuando ensalzamos al asesino para que dirija los destinos colectivos.

Y me duele la muerte, como cualquier colombiano que siente rabia de tanta pasión por el arte de la muerte. Y la repudio. Como también elevo mi voz de protesta por las tantas muertes que no tienen dolientes: la de las nueve mujeres que diariamente fallecen en nuestro país por “cáncer de útero”, como eufemísticamente se le denomina a la falta de asistencia social o de programas medico asistenciales que es responsabilidad del Estado colombiano. A esas nueve mujeres nadie las llora, como a nadie le importa los huérfanos que deben remediar su soledad en las frías calles de cualquier ciudad colombiana. Nueve hogares que cada día se enlutan sin que cristiano alguno haga algo para evitarlo. Por ellas nadie programa misas o marchas o enluce banderitas de papel. Simplemente mueren ante la odiosa permisividad del pueblo colombiano. Tampoco lloramos por los cientos de infantes que mueren de física hambre, de irresponsabilidad estatal y ciudadana; por falta de alimentos y medicamentos o del simple abrigo de un hogar. Son muertes comunes, que no estremecen, salvo cuando se necesita de un espectáculo que convoque a la caridad cristiana y mercantilista. Y quién llora cuando nuestros ancianos mueren tirados en las calles y ante su desdentada figura únicamente tenemos la conmiseración de unas lacerantes monedas. Y quién ha llorado con esa vehemencia cuando los miles de desplazados por esta maquinaria de la muerte se aferran a un simple cartel suscitando la conmiseración de sus mismos compatriotas. Niñitos de esquelética figura que deben cubrir su humanidad con periódicos o trapos viejos en las noches de nuestra adolorida Patria. Cientos de muertes que nadie llora y que son un crimen de Estado cohonestado por la sociedad civil. La misma que llora la muerte y elige la violencia Estatal. Por qué lloramos si la muerte es el pan cotidiano de los colombianos.

Y qué decir de la muerte causada desde el Congreso de la Republica cuando se recorta a los entes territoriales las transferencias destinadas al cubrimiento de la salud, la educación y el agua potable de la población vulnerable e indefensa. Esas muertes no las llora nadie simple y sencillamente porque no conviene a unos cuantos que se sepa la verdad. Cuántos niños mueren en Colombia por la simple ausencia de aguas tratadas. Por no disponer de un centro de salud para controlar una diarrea, por la insana y estúpida costumbre de no tener un sanitario sino una letrina donde toda la mierda regresa a los intestinos de los infantes. Esas muertes también me duelen. O la de los soldados hijos de lavanderas que no tienen como pagar su libreta militar y caen como moscas en los campos de batalla, defendiendo una Patria que ni es de ellos ni lo será jamás.

Para qué carajo tantas lágrimas si al fin y al cabo perpetuamos la muerte con nuestros actos, con nuestra indiferencia, con nuestro voto interesado, con nuestra manía de querer mano fuerte cuando lo que se requiere es justicia y equidad social. Por eso no marcho, ni elevo banderitas ni asisto a misas de una inútil reconciliación. Nuestra Patria requiere otras alternativas, otros caminos y no esas simples e inútiles sensiblerías. Nuevos lideres eso es lo que requiere nuestra Patria. Amen.

peobando@gmail.com