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Paz en la tierra

Lunes.6 de enero de 2025 113 visitas Sin comentarios
Y, paralelamente, tengo la sensación amarga de que los niños y las niñas de los belenes de Gaza van perdiendo espacio y existencia en los belenes de los telediarios. #TITRE

Lola Sanisidro
Soy maestra jubilada, es decir maestra.

Me gusta el tiempo de la Navidad. Y me da igual cual sea el nacimiento que se conmemora, si es el solsticio de invierno y el crecimiento de los días de luz, el advenimiento de Mitra o del Niño Manuel en un pesebre.

El solsticio de invierno me recuerda que, sin más herramientas que sus ojos y sus manos, hubo mujeres y hombres que ya en tiempos remotos supieron calcular cual era el día más corto de los ciclos de las estaciones y crearon el primer reloj, el primer calendario, a partir de observar las luces y las sombras. Ese pequeño dato debería bastar para hacernos una cura de humildad y quitarnos el sombrero de la prepotencia técnica de nuestros días.

A mí que soy atea y me gusta pensar en comunista, me gusta la Navidad, así, con mayúscula porque creo que el relato de un niño que nació entre los pobres para ayudarnos a cambiar el mundo para bien es un conjuro de esperanza ante el año que empieza.

Me gustan los belenes con sus ríos de papel de plata y los villancicos y las panxoliñas, y los magos de oriente y los olentzeros y los apalpadores, leñadores, lavanderas, carboneros, panaderas, pastores, campesinas y todos esos personajes míticos a quienes nuestra imaginación les ha otorgado la función de procurar que a los niños y niñas no les falte alimento, vestido, techo y cariño. Y no me gustan, en cambio, los posaderos buitre que les niegan posada para convertirla en apartamento turístico.

Me gusta el ángel encima del pesebre que, con su pancartita mínima, nos anuncia paz en la tierra, aunque presiento que más que una noticia es un deseo improbable y remoto en las tierras ocupadas de Belén de Cisjordania.

Baste decir que, por estos días, los soldados de Herodes Netanyahu se han encargado de eliminar a otros tantos periodistas a base de metralla y ¡Zas! Ya van quedando menos mensajeros, menos testigos de la matanza de los inocentes.

Y, paralelamente, tengo la sensación amarga de que los niños y las niñas de los belenes de Gaza van perdiendo espacio y existencia en los belenes de los telediarios.

Hubo un tiempo en que, ante la matanza, los inocentes podían huir a Egipto por la franja de Gaza; ahora ya no les queda ni eso.

Hago recuento y veo que a cada párrafo me quedan menos figuritas del Belén y me sobran piezas advenedizas de las que ya me gustaría prescindir.

En la cena de navidad echo de más los discursos ortopédicos de un rey envarado y distante que nos habla en enigmas como el oráculo de Delfos y como si hubiera adquirido ese derecho.

Me sobran los magnates de la desinformación, creadores de imperios de mentira. Me sobran los que se creen reyes mágicos de occidente, los que construyen tanques y misiles, para crecer sobre la desolación de tanta gente.

Me sobran los oligopolios energéticos con su cicatería para pagar impuestos y su enorme avaricia para acumular fortunas, y sus tarifas que ya no sé si planas o aplanantes de las economías familiares.

No sé cuando se produjo el salto cuántico que convirtió los modestos camellos que traían los regalos de los magos del comercio local en empresas esclavistas del tiempo de los trabajadores para surtir el capricho inmediato del consumo.

Mi Belén necesita más artesanía y menos artificios, más comprensión natural y menos inteligencia artificiosa, porque no es nada la ciencia sin conciencia.

No deberíamos asumir que la Navidad fuese una simple tregua parcial y limitada, ni un placebo de buenas intenciones. Aquí para reconstruir un Belén colectivo que valga la pena nos van a hacer falta todas las manos. Solidaridad quiere decir Paz en la Tierra.

Fuente: https://www.lavozdelsur.es/opinion/...

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