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Paremos la guerra. Una agenda de lucha

Domingo.6 de marzo de 2022 1074 visitas - 3 comentario(s)
Juan Carlos Rois, Tortuga. #TITRE

Asistimos a una nueva guerra entre Estados.

Una guerra que, aunque obviada por los medios de comunicación hasta ahora, ya venía sufriéndose de manera larvada e informal desde 2014. Ahora, tras la decisión de Rusia de invadir militarmente Ucrania, entra en su fase más aguda y generalizada.
Si todas las guerras, por lejanas que se nos antojen, nos conciernen y nos comprometen si no estamos cegados por prejuicios y restricciones ideológicas y tenemos un mínimo de sensibilidad y empatía humana, ésta se juega en escenario europeo y, dada la interdependencia y la complicación occidental en la misma, una escalada del conflicto podría conllevar mayores consecuencias para las sociedades europeas y tal vez una oportunidad que aprovecharán los halcones de por aquí para agudizar la creciente militarización de nuestras sociedades, un proyecto que es un secreto a voces.

Este doble escenario, la guerra que ahora hay que intentar parar, y la preparación constante del escenario de guerra y de la violencia rectora que antes, durante y después de la guerra sigue dominando las mentalidades, las relaciones y la política de nuestras sociedades, y que se expresa en la violencia directa, estructural, cultural y sinérgica que sufrimos (ciertamente de forma permisiva y como si formara parte de nuestra fatídica naturaleza), motiva que nos preguntemos si podemos hacer algo o debemos conformarnos a verla como pasmarotes en las imágenes enlatadas que nos endosa la propaganda. ¿Qué podemos hacer? ¿qué debemos hacer? ¿qué aportación puede tener la noviolencia y el antimilitarismo en este momento crítico y para luchar contra la guerra, contra las violencias y en pro de una sociedad más pacífica?

¿Podemos decir algo desde el antimilitarismo y la noviolencia?

Ya sé que no somos l@s responsables de parar esta locura que han preparado otros y que nuestra voz, habitualmente, es minorizada, obviada y apagada por el ruido generalizado.

También sé que sería cínico esperar exigentemente respuestas, en medio de la conflagración preparada por los halcones, a l@s pacifistas, cuando los guerreristas, por decirlo en castizo, la han cagado y han demostrado sobradamente la ineficacia de su potente militarismo para lograr la seguridad humana que afirman perseguir. La apuesta militarista es más parte del problema que de la solución, pero ellos dale que dale.

Oigo decir que el pacifismo no tiene soluciones que aportar, como si las ocurrencias de los estados y su caterva de opinadores estuviera aportando algo más que desatino y disimulo.

Si al militarismo se le mide con tan amplias tragaderas, no se entiende la estrechez de miras de quienes enjuician al pacifismo con distinta vara de medir y ahora se preguntan dónde estamos en medio del conflicto y nos piden soluciones idílicas para parar el conflicto y para después del mismo.

La guerra es un mal sin matices. Un mal que nos azota desde tiempos inmemorables como la expresión más terrible de la violencia indómita y rectora de nuestro mundo. Por eso el objetivo principal es parar la escalada. Parar la agresión. Parar la respuesta militar. Parar a los ejércitos.

La guerra no es una fatalidad a la que hayamos de resignarnos. Es más bien un acto deliberado y planificado que puede evitarse o provocarse. Y en este caso ha habido demasiada leña para atizar el fuego de la guerra.

El objetivo prioritario. Parar la guerra cuanto antes.

La guerra no surge de la nada. Lo hemos dicho antes. Tiene un antes que consolida su preparación y que polariza las posturas de las partes contendientes y sus alados y tiene un después, cuando acaba la fase bélica y comienza el postconflicto, donde puede dominar la represión y la dominación o pueden abrirse posibilidades alternativas.

Puede parecer una obviedad, pero conviene recordarlo porque la posibilidad de intervenir en un conflicto podrá influir tanto de nuestro «antes» como del proyecto que aspiramos a construir en el «después».

Galtung, que ha investigado con profundidad sobre el papel de la violencia en nuestras sociedades propone políticas destinadas a cada uno de estos momentos, haciendo hincapié en el después de la guerra.

Según su esquema, el antes de la guerra exige políticas de prevención, el durante tiene por objetivo parar la guerra y supone diplomacia y mediación, mientras que para el después establece tres estrategias que deben ejercerse de forma simultánea: Reconstrucción (tanto material como humana y tanto de lo dañado por la violencia directa como de estructuras que faciliten un nuevo grado de vida más pacífica y de una cultura de encuentro y paz) Resolución y Reconciliación.

Afirma Galtung, que estas estrategias no sólo se refieren a la violencia directa y visible, sino también sobre los componentes sistémicos y estructurales de la violencia que impera en nuestras sociedades (lo que denomina violencia estructural) y sobre los componentes simbólicos y culturales de la misma (lo que llama violencia cultural), lo que implica remover estructuras violentas de índole político, jurídico, económico y un largo etcétera y remover valores culturales violentos, y hacerlo de forma simultánea, no aplazándolos, porque de lo contrario no se conseguirá otra cosa que cronificar el conflicto y añadir combustible a una futura nueva guerra.
A las tres violencias que identifica Galtung, deberíamos añadir una cuarta, de carácter sinérgico, que actúa como conector de las otras tres, permitiendo que se relacionen, combinen, potencien, retroalimenten, coordinen y multipliquen sus efectos de forma espiral, sirviéndoles de marco envolvente y rector, bajo las ideas rectoras (como objetivos y como prácticas y medios simultáneamente) de violencia y dominación.

Volveremos sobre este carácter sinérgico de la violencia cuando hablemos del antes y del después de la guerra. De momento lo dejamos únicamente mencionado.
Siguiendo el esquema de Galtung, la lucha contra la guerra se debe realizar en el antes, durante y después, abordando de forma sincrónica la violencia directa, estructural y cultural (y rectora diríamos nosotros) y sin relegar ninguna de estas dimensiones.

Ahora lo prioritario es parar la guerra.

Una vez desatado el conflicto lo principal es paralo lo antes posible. Sólo así podemos, según Galtung, aplicar «tras la violencia» las tres estrategias simultáneas (Reconstrucción, Resolución y Reconciliación) que pueden ayudarnos a transformar el conflicto a una dimensión más pacífica y las mentalidades a una sociedad más pacificada.

Para parar la guerra, Galtung se fija en la labor principalmente de expertos e instituciones mundiales que deben propiciar el alto el fuego. Para ello propone acciones como bloqueos y embargos de armas, sanciones económicas y diplomáticas, pactos de treguas, actuaciones indirectas de los aliados de uno y otro bando para llevar a la mesa de negociación a los contendientes, medidas diplomáticas, negociadores y terceros imparciales que faciliten el alto el fuego y la negociación entre las partes, corredores humanitarios, ayuda humanitaria y acciones similares enfocadas a que los ejércitos hagan callar su armamento.

La mirada de Galtung se dirige más bien hacia los actores militares y la conducción política de la guerra y propone actuaciones de alto nivel y de expertos.
Pero la guerra, como estamos viendo ahora, cuenta con otros sujetos silenciados más allá de sus conductores. Cuenta con los soldados que la hacen, con las sociedades que las apoyan o rechazan, con las victimas que las sufren y con la gente de los restantes lugares del mundo que se alteran, para bien o para mal, con este nuevo drama.

Intentar parar la guerra es socavar todos los apoyos a la misma, y hacerlo lo antes posible y en todos los lugares y espacios donde esta ocurre, incluyendo el nuestro, a miles de kilómetros de distancia y a muy pocos milímetros de la responsabilidad en lo que está pasando.

No cabe esperar a que un bando derrote al otro o a que los dos queden extenuados.
En mi opinión habría que centrarse mucho más en las sociedades que en sus líderes para parar la guerra y, sobre todo, para construir la paz.

Dos grandes lugares se me ocurren pertinentes para nuestra actuación noviolenta desde aquí desde donde estamos:

  • el lugar del conflicto, sobre el que nuestra influencia es más bien pequeña y podrá desarrollarse como solidaridad con la sociedad y los movimientos organizados que luchan por la paz, (allí).
  • Y el de aquí, donde estamos y podemos ser exigentes hacia nuestros gobiernos en la doble vía de no persistir en sus políticas fatales en favor de la guerra, así como para que adopte un papel proactivo para dar apoyo a las víctimas, refugiados, desertores e insumisos y a la población civil en Ucrania, y para que adopte un papel exigente para parar la guerra, (aquí).

Allí.

1) En Rusia se están produciendo manifestaciones contra la guerra, principalmente promovidas por un movimiento pacifista de cierto calado y por el momento anarquista ruso. El poder del militarismo ruso es enorme, nadie lo duda, pero tiene disidencias que pueden socavar el apoyo a la guerra y debería formar parte de la lucha para parar la guerra apoyar esta disidencia, mantener coordinación y solidaridad con el movimiento que la protagoniza y usar nuestras redes en ese sentido.

2) También en Ucrania hay un movimiento pacifista relevante que pide el alto el fuego, que llama a dejar las armas, que propone soluciones en línea de desmilitarización de Ucrania frente a la barbarie de la guerra y que llama a la sociedad ucraniana a actuar de forma noviolenta, mediante la resistencia noviolenta, frente a la invasión.

3) Millones de desplazados deambulan por Ucrania o buscan la salida del escenario de locura de la guerra. También aquí es necesario apoyar, desde la sociedad aquí, la organización y la protección de este éxodo, ofrecerle acogida y cuidados entre nosotros y posibilitar que, cuando acabe el conflicto, puedan regresar en condiciones suficientemente seguras e incorporar su papel y actoría en el postconflicto a la reconstrucción de una sociedad con esperanzas de una paz diferente a la mera ausencia de guerra.

4) También debe apoyarse la lucha contra los reclutamientos, tanto militares como paramilitares, para nutrir el aparato de guerra. Contamos con maneras de denunciar su persecución, redes para apoyar su protección y capacidades para solidarizarnos con quienes promueven la resistencia a los ejércitos.

5) Del mismo modo, la llamada a los soldados de uno y otro bando a desertar de la guerra. La desobediencia al reclutamiento y a la guerra y el acompañamiento y protección de los desobedientes debería ser parte de la agenda de lucha y del apoyo efectivo que podamos prestar fuera.

6) Debemos prestar colaboración y solidaridad a quienes desde el escenario de guerra están realizando los cuidados de la gente atrapada en el conflicto y ayudar a difundir sus luchas y necesidades.

7) Podemos intentar animar a que las diásporas ucraniana y rusa entre nosotr@s participen de la solidaridad con las víctimas y emprendan aquí diálogos para la paz.

8) Tal vez el futuro suponga una suerte de ocupación militar. En ese momento podremos también pensar en apoyar la resistencia civil y a sus actores y en dar cuanta cobertura podamos a las víctimas y represaliados por dicha ocupación.

No tenemos una gran capacidad de influencia en la guerra, pero sí podemos, con compromiso y responsabilidad, apoyar a quienes luchan por pararla y de acogida por quienes huyen de la misma y necesitan cuidados.

Aquí

1) Debemos luchar contra la justificación de la guerra y contra las imágenes estereotipadas de los contendientes que, de forma nada inocente, están mostrando los medios de comunicación. Nada justifica la guerra. Nada justifica la postura de la OTAN. Nada justifica la agresión militar de Rusia. No es verdad la imagen de rusos y ucranianos que están dando en los medios para justificar el apoyo armado a Ucrania o el reforzamiento de las políticas militares de todos los actores implicados. Nos toca, porque nadie más lo va a hacer, argumentar las razones de la paz y ofrecer una imagen clara de los intereses en juego que subyacen a esta guerra.

2) Nos toca movilizar socialmente la causa de la paz, para hacerla un movimiento con el suficiente peso para evitar la latente tentación militarista del gobierno y de la élite españoles. Deben saber que cualquier medida que avance en el apoyo militar a esta guerra les ha de pasar factura política.

3) Por las mismas razones, nos toca luchar contra cualquier atisbo político por parte de España de levantar el embargo de armas a Ucrania o de permitir el tránsito por España, incluidas las bases militares americanas, para enviar tropas o armas a la zona o sus países limítrofes.

4) Nuestra exigencia debe obligar a la diplomacia para que adopten una actitud proactiva que facilite el alto el fuego, la paralización de la guerra y el inicio de negociaciones.

5) Debemos exigir que nuestras autoridades apoyen con recursos suficientes tanto al desplazamiento fuera del conflicto de refugiados y desertores e insumisos de la guerra, como la acogida entre nosotr@s.

6) Del mismo modo debemos exigir protección internacional y apoyo institucional desde aquí a los desertores de ambos bandos y a quienes se niegan a empuñar las armas.

7) Debemos promover la solidaridad civil desde aquí con las necesidades de la sociedad civil que se encuentra en la zona de conflicto y prestar el apoyo en recursos materiales y de cualquier tipo a sus necesidades.

8) Debemos promover el apoyo a las redes de solidaridad existentes entre las comunidades de las diásporas de la zona de conflicto.

9) Debemos llenar de contenido alternativo los eslóganes del no a la guerra y evitar que bajo los mismos anide la idea militarista. No a la guerra es muchas más cosas, como no a los ejércitos, no al gasto militar, no a la industria de armas, no a las intervenciones en el exterior, no a las alianzas militares agresivas, y un largo etcétera que, hasta ahora, las fueras políticas que apoyan al gobierno y el tremendo consenso militarista existente en el parlamento, se han negado a abordar.

10) El no a la guerra no es la justificación al refuerzo de la OTAN, ni a las políticas belicistas de la UE y a su pretensión de crear un ejército europeo, ni a las políticas de desarme que buscan consolidar un poder destructivo mutuo entre los bloques en conflicto, pero que no avanzan ni en la desmilitarización de las sociedades, ni en la verdadera construcción de una paz estructural y cultural suficientes para reemplazar la cultura militarista, una de nuestras principales amenazas de escala planetaria.

¿Cómo se fabrica una guerra? El antes y el después.

Alertaba en un anterior artículo en la página «Alternativas Noviolentas» del macabro juego de intereses que alimenta las guerras.

Para que una guerra tenga lugar hace falta cumplir una serie larga de precondiciones políticas y materiales que la preparen: tener ejércitos bien adiestrados para ello, tener armamento y logística suficiente, tener recursos para financiarla y redes de alianzas para sostenerla en el largo plazo, contar con la suficiente cohesión en las élites propias para conducirla, desmovilizar a la disidencia interna a la guerra y neutralizar los posibles apoyos del contendiente, convencer a la población del argumentario justificativo (lo que suele venir acompañado de la manipulación sobre el otro -ahora enemigo- y su cosificación/deshumanización y crueldad) y asegurarse que la propia tropa no desertará, o no lo hará de forma crítica, ante la crudeza de la contienda.

Todo esto es posible porque los Estados siguen apostando a la guerra, reforzando sus estructuras militares y jugando a su juego de dominación y violencia.

La guerra es posible porque las mentalidades participan y se educan en la cultura de la violencia y porque las prácticas cotidianas están mediadas por una violencia rectora, que actúa como medio y como fin, y que forma parte de nuestras relaciones interpersonales, sociales, laborales, económicas, culturales, etcétera.

La guerra es posible porque existe una generalizada violencia sistémica, o estructural si se prefiere, que divide a las sociedades entre ganadoras y perdedoras, expoliadas y expoliadoras, explotados y explotadores, depredadores y depredados, abusados y abusadores, amigos y enemigos y un largo etcétera.

La guerra es posible porque los que dicen lo que hay que creer y dictan las verdades han conseguido que la violencia como modo de solventar conflictos y disputas y la idea de defensa militar se naturalicen y normalicen y se asuman como inevitables, para que forme parte de nuestras ideas, afectos y creencias.

La guerra es posible porque es la ampliación de la política violenta en su estado más sinérgico y brutal y porque es la culminación de la política del miedo y la violencia habituales, pero por medios militares.

No debemos olvidarlo, porque, antes de que la guerra tenga lugar, ya la hemos preparado y ya le hemos dado solidez y potencialidad en nuestras vidas cotidianas y en nuestras propias prácticas antes de que ocurra. Y la hemos permitido asumiendo las políticas de nuestros estados en la preparación de la guerra y financiación de las estructuras militares, de alianzas militares, de operaciones en el exterior, de gasto militar, de fabricación y venta de armas, de diplomacia «disuasoria» y «preventiva», de retórica de «desarme» y tantas otras.

Precisamente por ello es por lo que convienen preguntarse por el papel que en la preparación de la guerra ha tenido la política militar occidental y, dentro de ella, la que mantiene la política militar española, pues sobre esta, al menos en teoría, podemos incidir.

No voy a extenderme demasiado, porque es conocida de sobra la implicación militarista de la política española en la construcción del actual orden mundial y en la preparación permanente de la guerra.

Contamos con un ejército desmesurado e innecesario, dotado de un armamento sofisticado y enfocado a lo que llaman proyección (invasión). Detraemos recursos económicos, entre gasto y deuda militares, por encima de los 30.000 millones de euros para sostener este andamiaje. Participamos de 18 operaciones de injerencia militar en conflictos internacionales y hemos participado en más de 100 desde que Felipe González tuvo la idea servil de ponerlas en marcha hasta nuestros días, participamos de la estrategia de dominación-violencia con la que la OTAN compite con otros actores mundiales, cedemos bases militares para la lucha por la hegemonía mundial de EEUU, nuestro aliado a cuyos intereses hemos supeditado nuestra suerte, prestamos los campos de tiro de Bardenas y San Gregorio para que ejércitos internacionales dela OTAN y otros (Ucrania incluida) entrenen sus desafueros, vendemos armas Made In Spain a la mayoría de los países en conflicto y somos la sexta potencia mundial en exportación de material militar, mimamos la industria militar y promovemos una cultura militarista que forma una especie de segunda piel nefasta de nuestra sociedad.

Preparamos la guerra, pero miramos para otro lado.

Es en este escenario donde desaprender la guerra nos debe obligar a levantar una agenda de desmilitarización propia exigente.

Llama la atención que todos estos hechos no formen parte de la preocupación y de los objetivos de gran parte de las organizaciones políticas, sindicales, sociales y movimientos sociales del Estado español, como si no importaran.

Salvando la lucha minorizada del movimiento antimilitarista, la acción decidida del feminismo contra la utilización de los puertos españoles para vender armas, la protesta de parte del sindicalismo libertario contra el gasto militar, una parte de la lucha ecologista y una muy reducida parte del movimiento de solidaridad, lo cierto es que la agenda de desmilitarización no forma parte de las preocupaciones sociales.
Nos toca la responsabilidad de devolver el dinamismo que en su día tuvo la movilización pacifista y antimilitarista y rellenar de contenido estas luchas.

Es esa nuestra mejor contribución noviolenta en el antes de la guerra y en la lucha contra la violencia rectora que domina nuestro paisaje.

Una agenda para el antes, durante y después desde la noviolencia.

El esquema de Galtung, que ofrece un repertorio de acción noviolenta «tras la violencia» se debe completar con otro que propone una lucha global contra las violencias y su dinámica rectora que engloba la violencia global en todo momento y, a su vez, específica en los tres momentos que destaca Galtung.

Si nos fijamos en nuestro protagonismo como sociedad y en la lucha que hay que desencadenar contra la violencia rectora que fabrica las guerras, aparecerá un repertorio de lucha noviolenta algo diferente a la que Galtung propone y cuyos actores, en vez de expertos noviolentos, serán el común de la sociedad autoorganizándose con sus medios y posibilidades. Ofrezco un cuadro de ello con la esperanza de que nos sirva para debatir (se puede descargar en pdf aquí).

Nota: los comentarios podrán ser eliminados según nuestros criterios de moderación.
  • Paremos la guerra. Una agenda de lucha

    28 de febrero de 2022 18:59, por Dreis Ruiz

    Totalmente conforme con el artículo pero...
    No olvidemos todas las guerras actuales en nuestro planeta.
    En nuestro "No" incluyamos la violencia en general en cualquiera de sus manifestaciones. No a la destrucción del planeta, No a la esclavitud invisible, No a la violencia de género, No a robar las riquezas de otros países, No a crear vínculos con aquellos países que no respeten los derechos humanos, No a los excluidos, No a...
    Sí a la cooperación frente a la competencia y a resolver todos los problemas con comunicación y sentido común.

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    • Paremos la guerra. Una agenda de lucha

      2 de marzo de 2022 20:23, por Tomàs

      En este paisaje destruido por las armas, sin esperanzas, que nos presentan sesgadamente y con sensacionalismo los medios de comunicación de masas oficiales, leer estas reflexiones desde la no violencia y el antimilatarismo, me da ánimos y argumentos. Hoy en el parlamento español han proclamado también su "no a la guerra", acordando enviar armas a Ucrania. Su paz es sinómimo de militarismo, de armamentismo, de violencia directa destructiva.
      Aunque seamos una minoría, minorizada además, hemos de tomar aire para actuar.

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  • Paremos la guerra. Una agenda de lucha

    4 de marzo de 2022 21:16, por Emilio

    Los problemas de enviar armas a Ucrania. Alejandro Pozo Marín. https://www.msn.com/es-es/noticias/...

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