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Okinawa, una isla militarizada

Sábado.19 de abril de 2008 4280 visitas Sin comentarios
En el aniversario de la mayor batalla de la guerra del Pacífico #TITRE


Okinawa, memoria y futuro

Rafael Poch

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la oposición popular a la presencia de tropas extranjeras fue en Japón mucho más importante y continuada que en Alemania. El horror de las bombas atómicas hizo pacifista a la sociedad japonesa que mantiene, todavía hoy, un apego considerable a los principios antinucleares y pacifistas de su Constitución, incluido el artículo 9, que la derecha quiere anular, y proclama la renuncia para siempre de Japón al uso de la fuerza en los asuntos internacionales, así como que las fuerzas armadas sólo pueden existir para propósitos defensivos.

Escenario de la peor batalla de la Guerra del Pacífico, en la que la población civil fue sacrificada a la supervivencia del sistema imperial japonés, la isla de Okinawa está hoy en el centro de los dilemas de la opinión pública japonesa entre militarismo, pacifismo, identidad insular separada con subordinación exterior a Estados Unidos o pertenencia e integración en Asia. Desde 1945, la más meridional de las islas japonesas que perdió a la tercera parte de su población en la guerra, alberga la principal base militar de Estados Unidos en Asia. Esa historia la convierte en un bastión del pacifismo y de la resistencia a la remilitarización de Japón.

Okinawa mide unos cien kilómetros de largo, por entre cinco y diez de ancho, unas 2,6 veces menos que Mallorca, pero tiene 1,3 millones de habitantes. Con el 0,6% de la superficie de Japón y el 1% de la población, la isla soporta el 75% de las bases americanas en el país. La gente vive apretada entre bases, residencias para militares extranjeros, campos de golf, servicios y bares de esparcimiento machista para la soldadesca, cuyos incidentes con la población local son constantes. En total, en Okinawa hay más de 50.000 estadounidenses (soldados, familiares y personal civil asistente, 26.000 de ellos militares), 33 bases e instalaciones de Estados Unidos, que ocupan el mencionado 17% de la superficie, otras 33 instalaciones militares japonesas, y una de uso conjunto. Cada minuto hay un despegue o aterrizaje de avión. En algunos lugares, el ruido es permanente e infernal. La sospecha de que aquí hay almacenadas armas nucleares es generalizada. El gobierno americano lo niega, pero incluso en Estados Unidos, muchos expertos comparten esa sospecha. Antes del regreso de la isla a soberanía japonesa, había 1200 armas nucleares en la base de Kadena. Desde el fin de la guerra se han registrado 42 casos de caída de aviones, 16 de helicópteros, e infinidad de objetos han caído del aire; desde chalecos antibalas, hasta cascos y depósitos de combustibles.

visitantes japonesas contemplan nombres de víctimas coreanas que fueron borrados por sus familiares del memorial de la Paz de Okinawa. "Hay que comprender el resentimientopones

Una jornada inolvidable

Zenyu Shimabuku nunca olvidará aquella jornada del 20 de diciembre de 1969 en las calles de Koza, la zona de esparcimiento, puterío, borracheras y peleas de los soldados americanos. Hoy es un anciano, pero sus ojos aun brillan de entusiasmo al recordar. Durante 27 años, desde 1945 hasta 1972, Okinawa fue una colonia del Pentágono, gobernada por un Teniente General. La isla estaba cerrada al mundo, con bases de aviación, submarinos, depósitos de armas nucleares e instalaciones de la CIA desperdigadas por todo su territorio. Esa presencia había desposeído de sus tierras a decenas de miles de isleños, frecuentemente a punta de bayoneta y bulldozer. Algunos fueron expulsados a otras islas, en las que muchos murieron de malaria. No fue una deportación, pero si una emigración forzada. Entre 20.000 y 30.000 propietarios expropiados, fueron enviados como colonos a zonas inhóspitas de Bolivia, cuya dictadura militar recibió a cambio fondos de Washington para aceptarlos. Quienes se oponían a las expropiaciones eran declarados "comunistas". Los habitantes no podían salir de Okinawa, ni siquiera para viajar a Japón, sin documentos y permisos especiales de los americanos. A Kamejiro Senaga, que más tarde sería elegido alcalde de la capital, Naha, y diputado nacional, le prohibieron salir de la isla en diecisiete ocasiones, por estar metido en la oposición a las bases. Todo eso está en la trastienda de los recuerdos que Zenyu Shimabuku evoca hoy sobre aquella jornada:

"Mucha gente había acudido a un colegio de la zona para asistir a un mitin contra los bombardeos, cuando un coche con matrícula militar americana atropelló, allá mismo, a un niño. Incendiamos el coche y se armó un motín, llegaron los militares con pistolas pero el vaso se había colmado. Todos tenían algo en contra de ellos. Se acababa de conocer la existencia de grandes depósitos de armas nucleares y gas nervioso en la isla, y era la época en la que, desde aquellas mismas bases, salían los aviones para bombardear Vietnam con las bombas, el napalm y los defoliantes que mataban a centenares de miles de inocentes, como antes lo habían hecho en Corea y ahora lo hacen en Irak. El atropello fue la chispa que lo hizo prender todo. La opinión era unánime y la gente estaba radiante al constatarlo. Las putas de los bares se sumaron a la revuelta. Sacaban cajas de "Coca Cola" de los locales de alterne y nos decían; "tirarles esto". En total, incendiamos 96 coches con matrícula militar americana, sin causar ni un sólo herido. Los volcábamos y les prendíamos fuego y nadie pensaba que aquello era malo. Había un ambiente de fiesta. Tomé un taxi para fotografiar lo que estaba ocurriendo, y el taxista estaba entusiasmado; me explicó que muchos soldados usaban su taxi para que los llevara hasta la base, pero al llegar se metían rápidamente tras la cancela sin pagar la carrera, y no había a quien reclamar... Fue algo espontáneo".

La vida de Shimabuku ha estado dedicada a la lucha por la paz y contra las bases americanas. Años de presiones no lograron que éste hombre, y otros cien, vendieran sus tierras para la base de Camp Shild. Funcionarios y militares venían a su casa pidiéndole que firmara aquellos papeles. Le ofrecían dinero.

"Si te piden un cuchillo, lo prestas, pero, ¿qué haces si sabes que es para matar a alguien?", dice. "Por naturaleza, la tierra es para alimentar a los hombres, no para matarlos", explica, entre el incesante ruido de los aviones militares que sobrevuelan la zona. Sin su firma, los militares construyeron un parking y dos hangares en sus campos que medían 1600 metros cuadrados. En 1977, acompañado de un periodista local entró en el lugar con un tractor, labró el único trozo no asfaltado, una pieza de césped, y soltó sus gansos en el lugar. Lo juzgaron. En el juicio, Shimabuku demostró, armado del teorema de Pitágoras, que los agrimensores le habían esquilmado 66 metros cuadrados al calcular la superficie de su propiedad. "Derroté a aquellos juristas y expertos de la Universidad de Waseda (el Harvard japonés) con unos simples conocimientos de geometría que están en los libros de texto de bachillerato", explica orgulloso. Tres mil propietarios se negaron a firmar, pero con los años y las presiones, hoy sólo quedamos cien. "Lo importante es el ejemplo", dice.

Los jueces y fiscales le imputaban a Shimabuku la violación de una zona militar, de acuerdo con los artículos del SOFA (siglas de "Status Of Forces Agreements"), los acuerdos que el Pentágono firma con los gobiernos en cuyo territorio mantiene tropas. "¿Es que los diez artículos del SOFA valen más que los cien de la constitución japonesa que, entre otras cosas, protegen la propiedad privada y consagran el pacifismo"?, les preguntó.

Extraterritorialidad

Estados Unidos mantiene acuerdos SOFA con 93 países del mundo en los que mantiene tropas o instalaciones, incluida España. Japón paga el grueso de la presencia militar extranjera en el país. En 2007 dedicó 1360 millones de euros a los gastos de esa presencia, incluidos 880 millones en concepto de suministro de agua, gas y electricidad, a las bases, así como a gastos del personal civil japonés empleado en ellas. El resto se refiere a la vivienda y otros gastos del personal americano y sus familiares. El SOFA con Japón dice, en su artículo sexto, que los lugares utilizados por las bases no tienen que ser devueltos al término del contrato en las condiciones en las que estaban al acceder a ellos. No hay compensación por daños, lo que equivale a un cheque en blanco para contaminar, particularmente grave en aquellos sitios donde ha habido contaminación por uranio, dioxina o tecnologías nucleares, como es el caso en algunos lugares de Okinawa. Los militares de Estados Unidos no necesitan visado, sus permisos de conducir son válidos, y están exentos de impuestos, pero ninguna de esas condiciones está sujeta a reciprocidad, siendo la única excepción los SOFA firmados con los países europeos que tienen militares de la OTAN en EE.UU., lo que supone un humillante punto de discriminación hacia los asiáticos Pero el objetivo principal de los acuerdos SOFA es poner a los militares de Estados Unidos por encima de la ley local, es decir, una puesta al día de la "extraterritorialidad" que inventaron las potencias coloniales del XIX. Esa circunstancia da lugar a todo tipo de abusos, incluidos crónicos casos de violaciones de niñas y mujeres de la isla a manos de la soldadesca.

"Lo de nuestras violaciones tiene una larga tradición", explica con amarga ironía Yasuhiro Okubo, Presidente del Comité Por la Paz de Okinawa. "El primer violador norteamericano del que se tiene noticia en la isla, fue un marino del barco del Comodoro Matthew Perry, el primer americano en desembarcar en Okinawa, a mediados del siglo XIX", dice. Durante las semanas posteriores a la batalla de 1945, muchas mujeres isleñas fueron violadas por los soldados americanos, una conducta que se mantuvo durante "semanas", dice el Profesor Aniya Masaaki de la Universidad Internacional de Okinawa y de la que hasta diez mil mujeres fueron víctimas, según algunas estimaciones. Hoy, muchos soldados tienen hijos, deseados o no, con isleñas. El 80% de ellos son abandonados con el padre huido a Estados Unidos al concluir el servicio. Esos niños forman un colectivo de diez mil personas, estigmatizadas por la población, especialmente los de padre negro. Por eso, cuando el 14 de febrero el Sargento de marines Tyrone Hadnott, de 38 años, fue detenido acusado de violar a una niña de catorce, llovía sobre mojado.

En septiembre de1995, ya hubo un caso semejante. Entonces fueron dos marines y un marino que violaron a una niña de 12 años y la dejaron en una playa. Días después, conocida la noticia, se supo que mientras la niña estaba convaleciente en el hospital, los violadores estaban libres comiendo hamburguesas en un McDonald de la isla. Unida al rechazo de las autoridades militares a entregar a los culpables a la justicia japonesa, esa noticia provocó, en octubre de aquel año, la mayor protesta contra los americanos desde 1972. El Comandante de las fuerzas de EE.UU. en el Pacífico, Almirante Richard Macke, puso la guinda al decir: "este caso es completamente estúpido, por el precio que (los violadores) pagaron por alquilar el coche (con el que secuestraron a su víctima), podían haberse pagado una chica". En los últimos diez años, más de cien soldados han sido acusados de violaciones de mujeres locales en Okinawa.

"En 1995, la reacción del gobierno y de los americanos fue lenta, lo que contribuyó a la indignación, en febrero fueron más rápidos, el Primer Ministro y el Ministro de Defensa de Japón hicieron declaraciones, y el embajador de EE.UU. en Tokio, Thomas Schieffer, visitó la isla para disculparse, porque saben que la sensibilidad está a flor de piel y es muy fácil que el asunto se vuelva contra las bases militares", explica Noami Jahana, periodista del "Okinawa Times".

Entre el dinero y la moral

El 70% de la población está en contra de las bases, pero electoralmente adversarios y partidarios están casi en un equilibrio perfecto, a causa de la compra de comunidades -el dinero que las bases reparten y que sostiene la economía local, la más pobre de Japón, que sólo se autofinancia en un 28%- y el clientelismo, una institución muy japonesa según la cual una comunidad vota la opción del líder. Así que, comprando a los líderes se ganan elecciones. En las municipales ganan los concejales opuestos, pero los alcaldes suelen ser favorables. En la última campaña municipal, en la ciudad de Nago, los militares japoneses de uniforme hicieron visitas casa por casa para convencer a la gente, mientras el gobierno central repartía dinero para comprar a la población, explica el Doctor Tsuneo Nakanishi, fundador de la primera asociación pacifista de médicos, opuesta a las bases americanas y a la revisión de la historia.

Otro factor endógeno de la pervivencia de las bases extranjeras, y del nuevo militarismo japonés en general, tiene que ver con los intereses de algunos grandes consorcios nipones, como Mitsubishi e Hitachi, muy bien relacionados con sus homólogos de Estados Unidos.

"Estas empresas y sus subsidiarias en Okinawa, ganan dinero con los proyectos militares y hasta dicen con descaro que la paz no les conviene", dice Masaaki. Por otro lado, un gran sector de propietarios que arrendaron sus tierras para las bases, forman hoy un importante grupo de rentistas que se benefician del estatus quo. En total son unos 80.000; 30.000 viven en Okinawa, otros 10.000 en Sudamérica, y más de 30.000 en Tokio u Osaka. "Desconocen los sufrimientos de la gente, cobran sus rentas y apoyan económicamente a los candidatos del (gubernamental) Partido Liberal Democrático". A ellos se suman casi 10.000 empleados japoneses de las bases americanas, el principal patrón de la isla. Todo eso configura una "base social" comprada que apoya la presencia militar, explica el Profesor.

Henoko es un pequeño pueblo del norte de Okinawa, de 1300 habitantes. Antes la gente se ganaba la vida entre la pesca y la agricultura. También se cortaban árboles, pero los árboles se acabaron, y hoy el pueblo vive esencialmente de la emigración y del dinero que deja una base militar japonesa. Desde hace más de diez años éste apacible pueblo es conocido por el proyecto de trasladar aquí la base aérea americana de Futenma, construyendo una pista de aterrizaje de 2,5 kilómetros sobre una zona de corales que destaca por su belleza y valor medioambiental. Desde hace diez años los piquetes pacifistas impiden con su presencia continuada esa obra, y han organizado una "Asociación de Defensa de la vida".

"En caso de que vengan a construirla, me tiraré al agua para impedirlo", dice el Señor Muneoshi Kayo, 87 años y patriarca de la resistencia local. La mayoría de los vecinos de Henoko apoyan la construcción, en gran parte porque los militares compran a los vecinos, algo no muy difícil en una isla que es la prefectura más pobre de Japón y tiene un índice de paro del 8%, el doble de la media nacional. Pero el anciano explica orgulloso que aunque son pocos, "la gente nos respeta y nadie me señala con el dedo; ¿qué dirían a los espíritus de nuestros antepasados los que están a favor de la base?. Independientemente de sus motivos, todos saben que tenemos razón y eso es lo importante", dice.

Algo más al norte de Henoko, en la única zona de la superpoblada Okinawa que aun conserva naturaleza virgen, los marines disponen de un enorme campo de entrenamiento en la selva, único en el mundo desde que Panamá cerrara una instalación parecida en la zona del canal. Aquí el ejército se entrena en ejercicios de supervivencia en la jungla, comiendo insectos, larvas y raíces y realizando simulacros de ataques a "pueblos del Tercer Mundo", "silos de misiles", etc, por citar algunos de los escenarios. El lugar fue elegido para uno de los últimos proyectos de expansión militar en la isla: la construcción de varios grandes helipuertos para descargar a los soldados en plena selva. Desde julio de 2007 los piquetes impiden las obras, bloqueando por turnos los accesos al lugar, en un improvisado campamento pacifista-ecologista.

"No me gusta tener que hacer esto, pero nos quedaremos hasta que ganemos", explica Noriko Goto, una joven de 34 años. Con su marido Kosuke, y otras treinta familias, el matrimonio cultiva arroz orgánico en una granja de los alrededores. Preguntados por qué hay tan poca juventud en el movimiento pacifista organizado de la isla y de Japón en general, dicen que es "por la televisión". "Atonta a la gente y les lava el cerebro".

Desde 1429, Okinawa había sido el centro del Reino de Ryukyu una entidad independiente tributaria de China que comerciaba con aquella, con Japón, Corea y el Sudeste asiático, abriéndose a todas las influencias de la región, lo que dio lugar a una cultura e identidad específicas. Aunque se rendía sumisión al emperador Ming, China no ejercía la autoridad política. El intercambio de tributos de la isla a cambio de regalos de la corte china era siempre beneficioso para los isleños. En 1609, un ejército de samurais del sur de Japón dominó Ryukyu, pero sin acabar del todo con su independencia. En 1879 el gobierno Meiji convirtió Okinawa en una prefectura japonesa, exiliando a su rey a Tokio e integrándolo en la corte imperial con título de marqués. Los funcionarios japoneses fomentaron una autoridad centralista que perseguía y despreciaba la lengua y cultura de Ryukyu. Considerada una zona marginal en Tokio, Okinawa nunca mostró gran entusiasmo en el culto nacional al emperador. Pero toda esa historia sufrió un verdadero colapso en 1945, con motivo de la batalla de Okinawa.

Tempestad de hierro

"En Okinawa la guerra comenzó cuando ya estaba perdida", dice el Profesor Masaaki, un respetado historiador de la isla que tenía diez años en 1945 y perdió un ojo por el estallido de una bomba. "El objetivo de Tokio ya no era ganar la guerra, sino salvar el sistema imperial que la había provocado. Para eso había que mantener a los americanos el máximo de tiempo posible ocupados en Okinawa, para retrasar la invasión de Japón, ocasionarles el máximo número de bajas y desgaste posible de cara a conseguir mejores condiciones de negociación de la rendición, especialmente para el mantenimiento del sistema imperial, que los Estados Unidos acabaron preservando para dominar el país", dice. Así que todo trabajaba hacia una masacre total en Okinawa, que entonces tenía medio millón de habitantes.

El mando japonés se preparó para la batalla con esa idea y la llevó a cabo a conciencia. Hubo tiempo para parapetarse y construir refugios subterráneos. Como en Iwo Jima, dejaron las playas relativamente libres y se concentraron en varias líneas de defensa de la mitad meridional de la isla. La batalla duró 89 días, desde el uno de abril hasta finales de junio, y ocasionó más bajas al enemigo que cualquier otra de la guerra del Pacífico. Con 14.000 muertos y 60.000 heridos, se registraron el doble de bajas americanas que las de las precedentes sangrientas batallas de Iwo Jima y Guadalcanal sumadas. En ningún lugar como en Okinawa el ejército de EE.UU. registró más bajas por el fenómeno llamado "reacción a estrés de combate", un eufemismo de "miedo", que afectó al 48% de los combatientes (30% en la guerra de Corea) y que ilustra sobre la intensidad del peligro. El número de oficiales muertos, entre ellos el Comandante de la operación terrestre, General Simón Bolívar Bruckner (sin parentesco con el "Libertador"), fue también el mayor de la guerra. Se perdieron 36 barcos y lanchas de desembarco, hundidos, con otros 368 dañados, 763 aviones fueron derribados en la batalla. En total el dispositivo de ataque, superior al de Normandía y llamado "Tempestad de Hierro", empleó más de medio millón de soldados y 1.213 barcos de guerra.

De los 77.000 soldados japoneses, murieron 66.000, y -lo que fue una novedad, porque los japoneses no solían rendirse- se tomaron una gran cantidad de prisioneros: 7.000. Precedido de bombardeos aéreos y navales sin precedentes, el desembarco fue fácil y poco incidentado, lo que creó cierta confusión y falsa esperanza en un desenlace menos complicado, pero la resistencia japonesa fue tan desesperada como tenaz. En el sur de la isla, los americanos tardaron cuarenta días en avanzar cinco kilómetros. Fue allí donde murieron el 80% de los caídos militares japoneses. Los ataques suicidas de aviones "kamikaze", tuvieron una profusión desconocida: 8000 salieron de bases en Kyushu, la isla meridional del archipiélago nipón, y 2.000 de Taiwán. Sólo el 10% de esa masa de aviones logró llegar a Okinawa, porque fueron interceptados y abatidos en la ruta, y de los que llegaron muy pocos lograron impactar. Una flotilla de lanchas rápidas cargadas de explosivos en su proa, que se habían preparado para ataques suicidas desde una pequeña isla de los alrededores, no logró ni un solo impacto. Otra flota naval japonesa encabezada por el enorme acorazado "Yamato", salió también en misión suicida de Japón hacia Okinawa. La orden era embarrancar el barco en la isla y utilizar sus potentes cañones como baterías costeras y a su marinería como infantería de marina, pero el "Yamato", acosado por más de 300 aviones americanos, fue hundido el 7 de abril, mucho antes de llegar a Okinawa...

Suicidios inducidos

Toda esta épica militar palidece al lado de la masacre de la tercera parte de la población civil de la isla: 150.000 inocentes (con la tercera parte de los 350.000 supervivientes, heridos) que fueron; destrozados por las bombas, abrasados por los lanzallamas y las granadas de mano de los soldados americanos en el interior de las cuevas en las que se habían refugiado, o asesinados, o forzados al suicidio, por el propio ejército japonés, sin duda el aspecto más actual y significativo de aquel drama.

Los suicidios son incomprensibles sin atender a las circunstancias de la época y las expectativas de la población, convencida por la propaganda militar de que iba a ser; violada, matada, y robada por el enemigo. El miedo a los "brutos americanos y británicos" fomentado por el ejército imperial japonés entre la población, se sostenía en la lógica aplastante de que los invasores harían con los japoneses, lo mismo que el ejercito japonés había venido haciendo en China y en otras partes de Asia desde el inicio de la guerra con la población civil; matar, incendiar, violar.

El ejército japonés no permitía que los civiles se entregaran, y repartió granadas a la población con la consigna; "la primera la arrojas contra el enemigo y la segunda es para ti". A Shigeaki Finjo y a su hermano, los soldados les dieron granadas para que mataran a sus familias. La mayoría estaban defectuosas y no explotaban. Vieron al jefe del distrito arrancar una rama de árbol y matar a palos a su esposa e hijos y siguieron el ejemplo. "Mi hermano mayor y yo matamos a la madre que nos dio la vida", dice Finjo con emoción. "Gritábamos desesperados, claro. También matamos a nuestro hermano y hermana menores". "Si los soldados japoneses no hubieran estado allá, nunca habría habido suicidios masivos", afirma.

En varios casos la población huía y acabó llegando a los acantilados, "empujada desde tierra y ametrallada desde el mar". Desde los barcos, los americanos fotografiaron cómo la gente se arrojaba al vacío. Sobre uno de esos acantilados se encuentra hoy el impresionante Memorial de la Paz de Okinawa...

En la isla había, como mínimo, diez mil coreanos cuando comenzó la batalla. Hombres y mujeres, que habían sido traídos a la isla, bien como trabajadores forzosos bien como esclavas sexuales para los soldados. Muchos de ellos fueron fusilados para impedir que hablasen si eran capturados, pues se les suponía poco leales. Ese fue el caso de los coreanos presentes en la vecina isla de Tokashi, donde se encontraba la base de lanchas rápidas suicidas. "Para lo único que sirvieron los soldados allá destacados fue para asesinar a la población local", dice Masaaki. Los propios isleños de Okinawa, que hablaban lenguas extranjeras (español, portugués) por haber emigrado a Sudamérica, e incluso aquellos que hablaban la lengua local y desconocían el japonés, fueron fusilados como presuntos "espías".

"El ejército imperial expulsó de los refugios a los civiles, tomó sus provisiones, les prohibió rendirse, los torturó y masacró como sospechosos de espionaje y los forzó a matarse entre ellos dejando a los enfermos e inválidos en el campo de batalla", explica el Profesor Masaaki. Por "matarse entre ellos" hay que entender, "que los padres mataban a los hijos pequeños, los hijos mataban a los padres, los hermanos mayores a los menores y los maridos a las esposas", puntualiza. No pueden llamarse "suicidas voluntarios" a aquellos que murieron como consecuencia de la coerción y la inducción. Era una época en la que era imposible rechazar una orden de morir dictada por el ejército imperial. Equivalía a una orden del emperador y estaba en línea con el código de honor del ejército (senjinkun) que decía; "no sobrevivas a la humillación de convertirte en prisionero"."Decenas de miles" de los 150.000 civiles muertos en Okinawa lo fueron por suicidio inducido y bajo coerción.

No todo el ejército japonés presente en Okinawa tuvo el mismo comportamiento. Las tropas del regimiento 62, eran de Kansay, la región de Osaka. "Esos comprendían que no había nada que hacer, y no incitaban al suicidio a los civiles". Los más activos en esa labor fueron las tropas de Hokaido, la isla más septentrional del archipiélago japonés, y un regimiento de Kagoshima, ambos del 32 Ejército, dirigido por el Teniente General Mitsuro Ushijima y su lugarteniente, Isamu Cho. Esos jefes y esas tropas se habían destacado ya en las atrocidades de diciembre de 1937 en la entonces capital china, Nanjing. Ambos jefes se suicidaron.

Los halcones y militaristas del gobierno japonés no sólo son negacionistas, juegan a la baja o ningunean, las atrocidades del ejército imperial japonés de puertas afuera; en China, o en Corea, sino que en Okinawa mantienen la misma actitud hacia adentro; hacia su propia población. En marzo de 2007 el Ministerio de Educación japonés, anunció que todas las referencias a los suicidios forzados de civiles de Okinawa durante la batalla debían ser eliminadas de los libros de texto que iban a usarse a partir del 2008. El motivo era que, "no puede verificarse que existieran órdenes del ejército para cometer suicidios". Los testimonios de los vecinos de la isla fueron ignorados. Se trata, explica Masaaki, de, "un esquema revisionista para justificar la guerra y eximir de responsabilidad por sus atrocidades al ejército imperial".

"Después de sesenta años, los negacionistas se sienten seguros para tocar el tema de los suicidios porque ya vive menos del 20% de quienes sobrevivieron a la guerra", explica la periodista Noami Jahana. "Las fuerzas de autodefensa funcionan como un ejército. Por eso necesitan cambiar la imagen de la guerra, y sobre todo borrar la verguenza de un ejército que mata a sus propios ciudadanos". Jahana dice que "los japoneses desconocen lo que ocurrió en Okinawa después de la guerra", y que, "es muy molesto que los isleños conserven eso en su memoria, así que el gobierno quiere cambiarla por otra mas bella". Para los okinaweses, "la revisión de los textos escolares, la oposición a las bases y los desmanes de los soldados americanos, son el mismo tema", continua. Y eso se demostró el 29 de septiembre de 2007, cuando más de 100.000 personas, incluido el conservador gobernador de la isla, salieron a la calle para protestar contra los cambios en los libros de texto. La manifestación evidenció la existencia de una particular identidad isleña, una identidad inestable y sometida a evolución, más propia de una minoría nacional con rasgos y un sentir específicos que de una prefectura japonesa corriente. Muchos recuerdan el texto de los mensajes de móvil que los escolares de la isla se transmitían aquel día de septiembre; "si eres de Okinawa, tienes que participar". La protesta fue la mayor desde 1972, cuando la gente creía que con el regreso de la isla a soberanía japonesa, las bases se cerrarían.


Tiempo de preguntas existenciales

Para comprender el zig-zag al que ha estado sometida la identidad de los isleños, hay que regresar a finales del XIX, cuando la definitiva extinción de la independencia del Reino de Ryukyu y el dominio japonés, negaron la particular cultura local. Luego vino el terrible colapso de la batalla de Okinawa, con más de 230.000 muertos, el único combate terrestre librado en territorio japonés, en el que la población fue usada como carne de cañón y masacrada de la forma más cruel. Eso hizo que en 1945 los isleños consideraran a los americanos poco menos que como liberadores. A continuación, veintisiete años bajo un dominio americano que inicialmente favoreció la diferencia entre lo isleño y lo japonés, provocó todo lo contrario: una ola de nacionalismo japonés que hizo que toda una generación que había sido presionada antes del 45 para sentirse avergonzada de su lengua y cultura, decidiera educar a sus hijos exclusivamente en japonés. Ese fue el contexto de la "devolución" de la isla a soberanía japonesa, en 1972. El regreso a Japón no era visto y esperado por la gente como una vuelta al redil, sino como un nuevo comienzo: ponerse bajo el amparo de una Constitución de soberanía popular, antibelicista y sin bases militares. Aquella aspiración fue burlada porque todo se pareció mucho a una estrategia de cambiarlo todo para que no cambiase nada, y hoy en Okinawa hay un considerable resentimiento contra el Partido Liberal Democrático japonés, que lleva gobernando el país, prácticamente sin interrupción desde el fin de la guerra.

Para el Profesor de la Universidad de Ryukyu Nobuyoshi Takashima, la masacre que sufrieron en la guerra y la presencia de las bases forman parte y son consecuencia de la misma discriminación y desprecio histórico de Japón hacia el territorio. Para Steve Rabson, otro conocido especialista en Okinawa, "el hecho de que el regreso a la soberanía japonesa en 1972 mantuviera intacta la presencia de los militares americanos, recordó a los isleños las discriminaciones del pasado bajo dominio imperial".

"Los japoneses nos consideraban un poco mejor que a los taiwaneses, pero peor que a los japoneses de Japón, queda algo de ciudadanos de segunda", dice Noami Jahana, según la cual en la actual identidad hay "muchos cabos sueltos". En Japón, también. "Falta la idea", dice, "de que la nación pertenece a Asia". Entre esos cabos sueltos, aparece el "sanshin", el instrumento local de tres cuerdas y caja de piel de serpiente que junto con el boom de la música local y un cierto interés por la lengua, casi perdida, representa cierta nueva preocupación por la identidad, por la pregunta "¿Quiénes somos?". Una vez más, esa pregunta es también actual para todo Japón, cuyo principal dilema es extraer lecciones que contribuyan a un mundo más viable, o bien algún tipo de inquietante regreso modernizado al belicismo. Okinawa está en el centro de estas preguntas que implican a toda la nación.

En el Memorial por la Paz de Okinawa, un parque que fue iniciativa de las autoridades locales de la isla, sin participación del gobierno japonés, 240.000 nombres aparecen grabados sobre piedras de granito. Civiles, soldados, japoneses, americanos y británicos, mujeres y trabajadores coreanos forzados, aparecen allá todos juntos. La filosofía del lugar es "promover la paz más allá del rencor". En Corea, esta iniciativa de los antiguos enemigos japoneses fue bastante popular, pero algunos coreanos se niegan a facilitar nombres, porque no quieren que sus seres queridos estén representados en el mismo lugar que los soldados japoneses que los asesinaron. Algunos bloques de granito están sin nombre, a la espera de que la lista se amplíe con nuevas identificaciones de víctimas. En otras piedras se ven nombres coreanos que han sido tachados por sus familiares.

"Hay que comprender ese rencor, pensar en lo que está escrito en estas piedras y también en quienes no están, y por qué", dice el Profesor Masaaki junto a los acantilados desde los que la gente se lanzaba al vacío hace 63 años.

VOCES DE UNA BATALLA

Toyo Gima, 19 años, Aldea de Nakagusuku: "Presencié algo increíble"

"En Makabe había una cueva muy grande llamada Senning-Go, o "cueva de las mil personas". Nos refugiamos allá. Sólo unos cuantos éramos civiles, el resto soldados. Los americanos atacaron la cueva con morteros. Las paredes de la entrada quedaron destruidas, la cueva quedó tapada y no podíamos salir. Uno de mis amigos murió abrasado allá... Así que nos metimos más adentro y vivimos allí durante veinte días. Había suficiente agua. Muchos soldados que estaban junto a la entrada murieron en el ataque, pero muchos otros estaban dentro. Más tarde nos trasladamos a otra cueva también grande, bastante lejos de aquella. Había centenares de personas, más civiles que soldados, y fue allí donde presencié algo increíble. Había un niño pequeño, de cuatro o cinco años, que estaba llorando porque no podía encontrar a su madre. Estaba junto a la entrada de la cueva, donde había un pequeño agujero por el que entraba la única luz. Entonces un soldado dijo que ese niño debía callarse, porque el enemigo lo iba a oír y nos descubriría. Preguntó si había alguien que lo conociera y que pudiera hacerse cargo de el. Nadie dijo nada. Lo cogió, se lo llevó al interior de la cueva y lo mató. Había algo de luz en el lugar que venía del agujero de la entrada, así que podíamos ver. Lo intentó estrangular con una venda y un torniquete de los usados para contener hemorragias. Oí como uno decía que la venda era demasiado fina y que no podía matarlo con ella. Algunos civiles se pusieron a llorar. Ví como le ponían la venda alrededor del cuello, pero era tan horrible que no pude mirar hasta el final."

Haru Maeda, mujer, entonces 19 años. Aldea de Machira: "No conseguí morir"

"Por la mañana no hubo bombardeo y todos salimos de la cueva para buscar agua. Entonces encontré a mi hermano y mi hermana pequeños, llorando sobre un montón de pulpa de caña de azúcar, en Miisumo. Me dijeron que habían sido heridos frente a la casa de los Mearakagua. Y que habían llegado allá arrastrándose. Los llevé uno a uno hasta la cueva, y los tendí en el suelo. Les pregunté si le había ocurrido algo a nuestra madre. Me dijeron que la habían matado. Quizá Siyu también estaba muerto, decían. Les pregunté cómo había muerto madre, y dijeron que había sido un soldado japonés que le preguntó cuanta gente había allá, pero como madre no hablaba japonés bien, había contestado; "Hui, Hui...", en dialecto de Okinawa. Quería decir, "¿Sí?, ¿qué dice?", pero el soldado inmediatamente le cortó la cabeza. La cabeza cayó sobre el regazo de mi cuñado Auki. Todo el mundo quedó horrorizado. Mi hermana pequeña salió corriendo llevando en la espalda al hermanito pequeño, pero cuando llegó a la casa Mearakagua, los soldados la alcanzaron, la metieron dentro de la casa y le clavaron la bayoneta por lo que dejó caer al hermano. Fue acuchillada tres veces en el estómago, y los intestinos se le salían. Cuando la encontré pedía agua, la pedía con insistencia y salí a buscársela. En mi camino ví a mi hermano más pequeño y dos hermanos de la familia Yunagusuku que yacían al borde del sendero. Dos de ellos tenían grandes cortes en la barriga con los intestinos fuera. Continué, y ví al padre de mi cuñado Auki, apoyado en un árbol, sentado y con las piernas cruzadas. Estaba decapitado, sentado, sosteniendo en la mano el dinero y con su cabeza así (hace un gesto). "Dios mío, a ti también te han matado", dije, Pero ¿qué podía hacer?. Su cuerpo estaba lleno de grandes mocas. Cuando llegué al pozo, me encontré al Tio Koju también muerto en el camino. Lloré. Era todo lo que podía decir.... Respecto a mis hermanos, el uno vivió cuatro horas en la cueva, la otra tres. Les di agua y sostuve sus manos entre las mías. Antes de morir sufrieron convulsiones, sus dientes castañeaban. Decían que iban a morir y me preguntaban qué iba a hacer. Les dije que no se preocuparan, que de todas formas, yo iba a morir también y me iba a reunir con ellos pronto. Intenté reconfortarlos. Uno de ellos sufría mucho. Estuvo temblando y llorando hasta el último momento...

"Encontré una tira de tela. Les dije a mis hermanos muertos; "ahora voy a matarme para unirme a vosotros, así que me indicaréis el camino hasta donde estéis". Apreté la cinta alrededor de mi cuello, pero no podía mantenerla tensa mucho tiempo. Lo intenté tres veces, pero no conseguí morir. No podía estrangularme... Luego, salí fuera a ver a mi madre. Los soldados habían arrastrado su cuerpo un trecho desde el lugar en el que la habían matado Cuando los ví no pude controlarme, les grité por qué habían hecho eso a mi madre, me dijeron que no podían hacer nada, que estábamos en una batalla. Pero incluso en una batalla se debe permitir a la gente vivir lo máximo posible, aunque sólo sea una hora más. Toda mi familia estaba muerta y les dije que me mataran también. Un soldado le dijo a otro que me matara, pero no tenía arma. Otro me dijo que era muy joven para morir, y que debía ir con él al norte de Okinawa. Le dije que no, que moriría en el mismo lugar en el que habían matado a mi familia. Ese soldado tenía una bayoneta, pero no me hizo nada. Al día siguiente ví a los americanos pasar por delante de nuestra cueva."

Shige Ginoza, mujer de 21 años: "Nunca pensé en rendirme"

"Cuando llegue a un pueblo de la costa que tenía una fuente, ví a unos cincuenta vecinos de Arakaki y sus alrededores caminando en una larga hilera con alguien al frente que llevaba una bandera blanca atada a un palo. Un oficial japonés con la cabeza vendada que llevaba una espada, observaba a los aldeanos desde detrás de un arbusto. Me dijo que esos aldeanos iban a rendirse a los americanos.

"Ya no había más cuevas en las que esconderse. Con mis hijos y mi abuela nos metimos detrás de los arbustos y vimos como la gente se rendía, pero yo nunca pensé en rendirme. Desde allá, fuimos a la cueva de un pueblo llamado Oodo. Allí encontramos soldados que decían que iban hacia el norte a travesando las líneas enemigas en Minatogawa. Si es la única manera de sobrevivir haré lo mismo, me dije, y decidí seguirles . Llevaba un frasco que contenía pieles de boniatos hervidas en agua, e íbamos bebiendo de el poco a poco, conforme caminábamos. Uno de los soldados me lo quitó, pero yo se lo volvía a coger, porque mis hijos habrían muerto de hambre sin el. Al final, llegamos a un acantilado en el que oí decir que el General Ushijima se había escondido. Estuvimos allá tres días. Queríamos ir a Minatogawa, pero estábamos tan desfallecidos que no podíamos movernos. Entonces llegaron los americanos, contaron a tres y tiraron granadas hacia el acantilado. Un anciano de Shiri murió, y mi abuela fue alcanzada por la metralla. Mi abuela dice que prefiere morir que seguir viviendo así".

Oto Nagamine, mujer de 33 años del pueblo de Kochinda: "Vivir, aunque sólo fuera un minuto más"

"Había una mujer distinguida en kimono que quizá era de Naha (la capital de la isla). Salió de la cueva, se ajustó la capa delante nuestro y se ató la cuerda alrededor del cuello, intentando estrangularse. Inmediatamente se lo impedí y la consolé diciéndole que debía intentar vivir lo más posible, aunque solo fuera un minuto y que era verdaderamente estúpido intentar suicidarse. Me dijo que su hijo había muerto. Le dije que si se suicidaba por eso, no quedaría nadie para recordar a su hijo muerto. Para entonces, tal como estaba la situación, pensaba que no había más opción que rendirse. En ese momento abrimos un atillo que mi marido había traído a nuestra cueva. Contenía diez kimonos de mujer. Pregunté a los soldados si no era buena idea que cambiaran sus uniformes por aquellos kimonos para pasar desapercibidos. Todos se mostraron de acuerdo y se cambiaron. En aquel momento aparecieron los americanos gritando, "!Dete-koi", "Dete-koi!", "!salgan fuera, fuera todo el mundo!". Otros refugiados salieron y se nos juntaron fuera de la cueva. Les dije que debíamos intentar vivir aunque solo fuera un minuto más y que nadie actuase alocadamente. Si los americanos mataban sólo a los hombres, las mujeres debíamos matarnos, dije. Les animé diciendo que debíamos hacer lo posible para sobrevivir y ver al final que pasaba con todos nosotros. Quería que no salieran huyendo al ver a los americanos, porque estos dispararían a los que intentaran escapar. Todos fuimos capturados y llevados a un campo abierto en la cima de un acantilado. Cuando subíamos, los americanos nos ayudaban dándonos la mano y tomándonos en brazos. Allá, sobre el cabo Kyan, había tanques y camiones americanos. Se nos dijo que subiéramos a los camiones, pero mucha gente tenía miedo y no quería subir. Creían que los iban a llevar a alguna parte para ser aplastados por los tanques. En nuestro trayecto de regreso, justo en las afueras de la aldea Kyan, ví desde el camión a un grupo de prisioneros japoneses amontonando muchos cadáveres de soldados y enterrándolos en fosas comunes."

Tokimasha Yokota (soldado): "No podía ocuparme de los demás"

"No había ni un alma alrededor. Había estado buscando rastros de mi unidad sin éxito. Continué caminando en dirección sur, sediento y atontado por el hambre. Sabía que tenía que buscar a mi unidad y eso me mantenía en pie. Pasé junto al pueblo de Yamagusuku. Había muchos soldados y civiles en aquel lugar, empujados por el enemigo. Había cadáveres de civiles y militares por todas partes. Por la noche debías caminar con cuidado para no tropezar con los cadáveres en descomposición. Mientras me abría paso en la oscuridad, escuche un gemido que salía entre las montañas de cadáveres; "agua, agua, por favor". Quizá aquel hombre estaba allá muriendo, pero al oír mis pasos, me había llamado con sus últimas fuerzas. Me sorprendió porque creía que todos estaban muertos. Disponía de una pequeña cantidad de agua para mi, pensé en darle un poco, pero tenía que ahorrarla para mi y sencillamente no podía darle nada. El bombardeo naval continuaba y las bombas caían silbando y estallando por todas partes. Iba a entrar en el pueblo de Yamagusuku cuando vi a una persona muerta por fósforo blanco. Quizá había sido alcanzada en un impacto directo. La parte inferior de su cuerpo había estallado y la parte superior ardía en la oscuridad, consumiendo su grasa y carne y emitiendo llamas que alternaban entre el color rojo y el azul . Cerca de la playa del pueblo había una espesura de plantas. Un hombre que me oyó llegar, me gritó, "ayúdame, levántame". Me dirigí a él para incorporarlo, pero, ¡Dios mío¡, era sólo una cabeza y un tórax. Sus brazos y piernas habían sido arrancados por la explosión. Estaba muriéndose. Era imposible saber si era soldado o civil, seguramente había sido alcanzado directamente. Gritaba, "!agua, agua!". Yo mismo estaba medio atontado y no hacía más que repetirme, "debo regresar a mi compañía, lo antes posible". Y eso me mantenía en marcha. No podía ocuparme de los demás."