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Noel Ceballos analiza el pensamiento conspiranoico desde sus orígenes hasta nuestros días

Sábado.10 de julio de 2021 230 visitas Sin comentarios
#TITRE

El origen del pensamiento conspiranoico se remonta a la época de la Revolución Francesa. A lo largo de la historia, han sido varios los políticos que han recurrido a la conspiración. Entre ellos, Trump y Franco. El Nuevo Orden Mundial no es más que el modo conspiranoico de calificar el progreso natural de las sociedades. Desde el asesinato de un presidente hasta un restaurante familiar de pizzas, todo puede ser objeto de teorías conspiranoicas.

Por Eduardo Bravo

El pensamiento conspiranoico (Arpa, 2021) es el nuevo libro de Noel Ceballos. En él, el escritor y periodista aborda este fenómeno que cada día que pasa adquiere mayor protagonismo en la sociedad actual. “Cuando los editores me pidieron un tema, se me ocurrió escribir de conspiraciones, un tema que, en aquel momento, no estaba para nada en el centro de la conversación sino en los márgenes”, explica Ceballos, quien nunca pensó que ese pensamiento conspiranoico influiría tanto en la escritura del libro: “A las pocas semanas de empezar con el libro, el mundo cambió. Era marzo de 2020 y hubo que reescribir mucho porque habían surgido nuevos ejemplos y mejores: declaraciones de Miguel Bosé, de Bunbury, manifestaciones negacionistas en Londres, en Colón… Cuando pasó lo de Victoria Abril ya estaba cerrado el manuscrito y decidí no tocar nada más. En algún momento había que parar”.

El resultado es un apasionante y ameno ensayo en el que, lejos de juzgar el pensamiento conspiranoico, Noel Ceballos comparte con el lector su pasión por este fenómeno, al tiempo que ahonda en sus aspectos antropológicos y rastrea sus orígenes, hasta establecerlos en la Revolución francesa y el inicio de la modernidad. “Hasta la Revolución Francesa, lo que había eran complots políticos, o puñaladas versallescas que, aunque provocaban cambios en las estructuras de poder, al pueblo le daban igual porque estaba al margen y no intervenía. Sin embargo, la Revolución Francesa transforma el pueblo se convierte en actor del cambio social, y es ahí cuando surge la mentalidad conspiranoica. La razón es que mucha gente no puede entender que ese proceso haya sido llevado a cabo por el pueblo llano, por lo que prefiere pensar que fue organizado por una suerte de Doctor Mabuse, o un poder en la sombra capaz de manipular a las masas. En aquella época, ese rol correspondía a las sociedades secretas, que eran las que estaban (según la rumorología paranoica) en ese juego de acumular poder e intentar hacerse con el control de países enteros”.

GQ: Resulta curioso que ya por entonces, en pleno siglo XVIII, ese pensamiento conspiranoico recién aparecido hable de un Nuevo Orden Mundial para definir esos cambios derivados de la Revolución.

Noel Ceballos: Un sector muy amplio del pensamiento conspiranoico es reaccionario porque quienes lo ejercen ven que el mundo está cambiando, mientras que ellos preferirían que todo siguiera como está. Por eso, cuando se preguntan quiénes son los responsables de esos cambios, lo más fácil es culpar a sus enemigos y agruparlos en sociedades secretas. El problema es que, aunque lo pintes de forma desoladora y catastrófica, la realidad es que el mundo cambia según una serie procesos históricos y sociológicos complejos que se dan de manera orgánica. Al atribuírselo a tus enemigos y aseverar que forma parte de un plan, lo que haces es convertir en aberrante y artificial algo que no es más que el progreso natural de las sociedades.

GQ: ¿Por qué cuesta tanto asumir que el mundo cambia y que es fruto de esos procesos naturales?

NC: El mundo moderno da tanto vértigo, todo resulta tan complejo y cada pequeña cosa que sucede tiene tal cantidad de causas que hunden sus raíces en procesos históricos sucedidos décadas atrás… Igual es más tranquilizador pensar que hay una mano negra o una asociación impermeable, como por ejemplo los Illuminati o el Club Bilderberg: agrupaciones minoritarias, pero poderosísimas, que manejan los hilos según un plan trazado previamente. Que no haya plan, o que todo sea fruto del caos y el azar, es lo que da miedo de verdad.

GQ: Da la sensación de que, en sus razonamientos para explicar esos fenómenos de cambio social, el pensamiento conspiranoico hace gala de una buena dosis de infantilismo y pensamiento mágico.

NC: El pensamiento conspiranoico parte de los mismos datos que compartimos todos a la hora de analizar un hecho concreto. La diferencia reside en el paso a las conclusiones: la conspiranoia no sólo da un salto de gigante en los razonamientos, sino que podríamos decir que sus conclusiones están marcadas por la ficción. Es ahí donde se manifiesta lo infantil. Pensemos, por ejemplo, en las teorías que rodean al supuesto origen del coronavirus. ¿Se trata de una serie de procesos naturales, biológicos, que solamente podían desembocar aquí, o quizá hablamos de un laboratorio fuera de los registros oficiales donde se desarrollaban armas biológicas para atacar a Estados Unidos? ¿Qué es lo más amarillista? ¿Qué es lo más fabuloso? ¿Qué es lo más atractivo? El pensamiento conspiranoico se decantará siempre por la segunda hipótesis.

GQ: Ese razonamiento recuerda a explicaciones tan asentadas en nuestra sociedad que, sin embargo, no suelen calificarse de conspiranoicas. Por ejemplo, ¿cómo surgió la vida en la Tierra? ¿Fue creada por una inteligencia superior o es fruto de una serie de procesos químicos azarosos que acabaron provocando que un renacuajo saliera a la superficie y se convirtiera en mono?

NC: En el fondo es un pensamiento que responde a lo que decíamos antes: nos sentimos más seguros si nos convencemos a nosotros mismos de que estamos siendo guiados conforme a un plan. De hecho, por eso también existen conspiraciones benévolas. Los trumpistas más exaltados, los de QAnon, creían que Donald Trump estaba trabajando en la sombra, sin que nadie se enterase, para combatir a los demócratas, que según ellos eran realmente unos peligrosos satanistas implicados en redes de pedofilia y trata de blancas. Cualquier signo que el expresidente hacía en una rueda de prensa era interpretado por los fieles como un código secreto que decía: «Tranquilos, que estoy haciendo un buen trabajo, pero no tengo más remedio que hacerlo sin que nadie se entere». Eso resulta muy interesante, entre otras cosas, porque Donald Trump fue el primer conspiranoico con todas las letras que se sentó en el despacho oval de la Casa Blanca y que dio pábulo a teorías, o más bien bulos, absolutamente salvajes a través de su órgano de comunicación oficial, que no era otro que su cuenta personal de Twitter.

GQ: Sin quitarle mérito a Donald Trump, en el libro explicas que Franco basó su régimen dictatorial en una teoría conspiranoica. Concretamente, en la del contubernio judeo masónico comunista.

NC: A las dictaduras les interesa mucho un determinado tipo de conspiración, que es la del enemigo exterior. Lo que hizo Franco fue unir a todos sus enemigos personales bajo un mismo paraguas y denominarlos enemigos de España. Esta maniobra resulta muy útil para un régimen de este tipo, porque así estableces un marco de “ellos contra nosotros”. Y nosotros nos tenemos que proteger, nada menos, de masones, judíos y comunistas, todos unidos y trabajando diariamente para intentar destruir a España. Una causa común y un enemigo tan grande como este genera mucha cohesión en una sociedad. Nada une más que una amenaza exterior.

GQ: Otra de las revelaciones del libro es que, si bien siempre se piensa en conspiraciones a nivel global, también existen conspiraciones mucho más modestas, a escala local, pero que responden a los mismos mecanismos.

NC: Junto al Nuevo Orden Mundial y las conspiraciones masivas existen pequeñas parcelitas en las que también puede observarse ese pensamiento conspiranoico. Tendemos a creer que el objetivo pasa siempre por dominar el mundo, pero a veces no es así. Aunque no lo saco en el libro, en Estados Unidos existe una autodenominada teoría conspirativa en torno a Chuck E. Cheese’s, una cadena de restaurantes infantiles especializada en dos cosas: muñecos animatrónicos y pizza. En ocasiones, los trozos de pepperoni no coinciden con los cortes de las diferentes porciones, y eso ha llevado a gente a pensar que los restaurantes recalientan y vuelven a servir como nuevas las porciones que algunos clientes se dejan sobre la mesa. Hay un montón de vídeos en YouTube tratando de desenmascarar a Chuck E. Cheese’s porque, como se puede ver, la conspiración no siempre es el Nuevo Orden Mundial. A veces son supuestas malas prácticas empresariales, pero el pensamiento conspiranoico es poderoso.

GQ: Hablando de YouTube, ¿qué papel juegan los medios de comunicación actuales en la difusión de las teorías conspiranoicas?

NC: Es una cuestión de algoritmo. Si buscas información en YouTube sobre un tema candente y lo haces fuera de tu perfil —donde no cuentan tus gustos, sino sólo lo más popular—, te va a recomendar los vídeos más amarillistas. Porque son los más vistos. Es como una trampa mortal, porque siempre va a primar el impacto frontal atrapa-clicks sobre la información y la divulgación. A través del clickbait, los medios de comunicación han ido impulsando y dando relevancia (de forma bastante accidental en muchas ocasiones) a una visión conspiranoica de la vida, justamente por lo que hablábamos antes: la realidad es muy compleja, requiere explicaciones elaboradas, pero el periodismo que sólo busca el titular para que la gente entre en la noticia. Lo que hace es sintetizarlo todo en extremo y, además, hacerlo de la manera más llamativa posible. En el fondo, la conspiranoia no deja de ser una síntesis estridente y simplista de la realidad.

GQ: ¿Qué sucede cuando, de entre todas esas teorías conspiranoicas que son pura ficción, surgen algunas que sí son ciertas?

NC: Mientras estés en la vorágine es muy difícil saber cuáles simples hipótesis y cuáles tienen algo de verdad. Siempre será más sencillo analizarlo desde la distancia que da el paso del tiempo. En todo caso, sí es cierto que últimamente están ocurriendo cosas… El tema Jeffrey Epstein es muy claro. Durante años se habló de cómo las élites podían esconder todo un mundo de fiestas privadas, pederastia, rituales a lo Eyes Wide Shut… Se hablaba de ello en los canales marginales de la conspiranoia, me refiero. Y, de repente, descubres que sí, que hay algo que lo prueba y que, además, ese hombre murió en la cárcel en extrañas circunstancias. La versión oficial apunta a un suicidio, pero se trata de un suicidio tan particular, donde confluyeron tantas casualidades... Existe una duda razonable. Por eso, ante las teorías conspiranoicas debemos sostener en una mano la sospecha razonable y, en la otra, la navaja de Ockham. Ser conscientes de que el hecho de que existe una excepción no quiere decir que se confirme la norma. Que se haya probado lo de Epstein no quiere decir que haya pizzerías en cuyos sótanos se esté torturando niños. Hay que mantener cierto escepticismo y tener claro que, aunque las élites tienen más medios para salirse con la suya que otros grupos sociales, cada vez el escrutinio sobre sus cabezas es mayor. Ahora mismo existen drones propiedad de detectives de Reddit vigilando la isla de Epstein 24 horas al día. Es decir, que podemos prever una avalancha de escándalos mayor que la de décadas anteriores, porque el poder siempre conlleva el germen potencial de la corrupción y ahora existen muchos más controles que, pongamos por caso, hace un siglo. La cosa cambia cuando decidimos contemplar esos escándalos de corrupción desde una óptica patológica.

GQ: ¿Cómo se mantiene ese equilibrio entre ese escepticismo y la realidad de que algunas teorías conspiranoicas son ciertas?

NC: Es muy complicado. Una vez abres las puertas de la mente a la conspiración, es muy difícil cerrarlas y volver atrás. Es como ponerse unas gafas nuevas para ver el mundo. Te proporcionan una consmovisión que siempre va a responder a ese impulso por desconfiar de la realidad material e imaginar hilos invisibles detrás de cada noticia. Cualquier cosa que pase, además, puede ser encajada en esta manera de pensar el mundo, porque todo forma parte del plan si realmente lo quieres entender así. A veces tendrás que golpear algunos datos con un martillo para darles la forma deseada, pero al final todo lo que ocurra va a pasar a ser una confirmación más de tu teoría. Habrá sucesos que tengan una explicación sencilla, que es la oficial y la unívoca, pero tú ya estarás demasiado dentro y sencillamente no la podrás aceptar. Tampoco hay que olvidar que en todo este fenómeno también hay un cierto componente de rebeldía: “Yo voy más allá de los titulares, he pasado al otro lado del espejo y ya no me conformo con las explicaciones falsas para borregos que os coméis vosotros”. Cuando esa sospecha sistemática hacia la versión oficial anida en ti, es muy difícil cambiar el chip.

GQ: Resulta paradójico que esa idea de superioridad intelectual se dé justamente en personas que, por ejemplo, piensan que la tierra es plana.

NC: Creo que todo esto viene de la posverdad y de la crisis de la realidad en la que vivimos, que en el fondo logra que ya no tengamos unas certezas compartidas por todos. Ahora hay cámaras de eco que retroalimentarán cualquier duda, incluso si la tierra es esférica, y encontrarás gente en cualquier parte del mundo que coincide contigo. Se crean comunidades que se refuerzan entre sí, porque el vínculo que crea la desconfianza crítica a toda costa, el «yo no soy tonto» o «a mí no me engañan», no debe ser pasado por alto.

GQ: Eso nos lleva también a una de las partes más interesantes del libro. Aquella que habla de las megacorporaciones que controlan nuestra vida cotidiana y de cómo su funcionamiento responde a perfiles psicopatícos.

NC: La idea de una megacorporación que domina nuestra vida a nivel macro —llegando a acuerdos con gobiernos e incluso ejércitos, como es el caso de Amazon—, y micro —nuestro día a día, nuestros pensamientos— pertenecía hasta hace poco la ciencia-ficción distópica, pero ha acabado haciéndose realidad. Ahora tenemos Google, Facebook, Instagram y otras grandes compañías tecnológicas que tienen mucha información sobre nosotros y que, cuando les aplicas un diagnóstico psicológico como si fueran seres humanos, exhiben comportamientos psicopáticos. Facebook, por ejemplo, ha sido una gran autoestopista para el pensamiento conspiranoico pero, después del Brexit y las elecciones de Estados Unidos de 2016, se descubrió que tenía detrás a Cambridge Analytica, lo cual es una conspiración en sí misma. A pesar de ello, muchos de aquellos que utilizaban la red social para informarse a través de medios poco fiables y difundir después estas teorías conspirativas, actuando como perfecto altavoz de mentiras interesadas, no perdieron el sueño cuando se descubrió que la verdadera conspiración era otra. Grupos de interés estaban utilizándoles a ellos y a sus datos personales para diseminar esa propaganda tóxica, esa desinformación de primer nivel, pero ellos seguían pensando que Facebook era una mera herramienta para combatir a sus rivales ideológicos. Por eso, aunque en Estados Unidos se están tomando decisiones bipartidistas para limitar el poder absoluto de estos oligopolios, no sé hasta qué punto el daño ya está hecho. O si el genio podrá volver alguna vez a ser encerrado en la botella.

Fuente: https://www.revistagq.com/noticias/...

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