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Ni libres ni iguales

Miércoles.25 de noviembre de 2020 179 visitas Sin comentarios
Xandru Fernández, Ctxt. #TITRE

Amnistía Internacional ha denunciado que varios países del Golfo Pérsico están utilizando como excusa la covid-19 para reprimir aún más la libertad de expresión. El ministro de Sanidad alemán ha pedido que se supriman libertades constitucionales para luchar contra la pandemia y Macron ha decretado toque de queda en varias ciudades francesas, París entre ellas. En España se publican a diario disposiciones normativas orientadas a restringir movimientos e impedir reuniones en domicilios particulares al amparo de una Ley de Salud Pública que el PP quiere modificar para suprimir la autorización judicial de esas medidas. Con todo, no es nada extraordinario que desde cierta izquierda se acuse a las derechas de querer poner en peligro la salud de la ciudadanía para salvaguardar algo tan sutil como la libertad, así en abstracto.

En un libro que ya se ha convertido en clásico, Norberto Bobbio se preguntaba por la diferencia entre izquierda y derecha y recurría, en busca de respuesta, a las ideas de libertad e igualdad (orillando explícitamente la idea de fraternidad, que tan fértil podría haber resultado, como demostraría años después Antoni Domènech). Concluyó Bobbio que la idea de igualdad es la que inspira las políticas de izquierda, mientras que la idea de libertad es compatible con las derechas y las izquierdas, indistintamente. De ahí a considerar la libertad un valor fundacional de las nuevas derechas hay un abismo, pero ya Bobbio ponía los primeros pilares para construir el puente sobre ese abismo y no tardaríamos en cruzarlo al hacer confluir bajo el término “neoliberalismo” a todas las derechas posibles, también a las más autoritarias.

Algún día nos preguntaremos cómo fue posible que un ejercicio escolar llegara a condicionar tanto el discurso político de una época entera. No se entiende de otro modo que hayamos llegado a convertir las ideas de libertad e igualdad en un par de conceptos enfrentados y que incluso hayamos construido sobre ese enfrentamiento toda la teoría política, mucha o poca, que subyace a la retórica congresual de los grandes partidos españoles. Dicho de otro modo, una confrontación dialéctica cuyo valor es puramente didáctico se ha hipostasiado hasta convertirse en eje del discurso político cotidiano. La libertad como sinónimo de los deseos y los caprichos de los ricos, la igualdad como reflejo de los intereses objetivos de los pobres.

¿Qué hay de verdad en el mantra, tan extendido últimamente entre las izquierdas, de que la libertad es una ilusión que solo sirve para enmascarar los intereses de las clases dominantes? Tan solo el grado de verdad que quepa atribuir a un cliché nacido de la complacencia y la pereza intelectual. Suponer que solo a los ricos les interesa el reconocimiento de las libertades individuales tendría que ser delito de lesa moral. Y de lesa inteligencia: cuanto más rica sea una persona, menos necesitará que sus libertades se vean reconocidas en las leyes y protegidas por los poderes del Estado. Sucede más bien al contrario: cuanto más pobres, menos libres. La igualdad, si queremos verlo así, es una premisa de la libertad de todos. En otras palabras: queremos ser iguales para ser todos libres, no queremos que solo sean libres los de siempre. Eso implica que la igualdad es un valor de segundo grado, un valor instrumental: queremos la igualdad porque queremos algo con ella. Y, en efecto, no hay ningún ejemplo mentalmente solvente de conducta virtuosa dirigida tan solo por la aspiración a la igualdad, casi todos pivotan, en cambio, sobre la idea de libertad como algo por lo que merece la pena dar la vida.

Claro que la libertad es elástica. Nino Bravo cantaba “yo soy libre” en plena dictadura franquista y a los militares chilenos que respaldaban a Pinochet les volvía locos la canción. A su manera, las elites consideran que cualquier restricción de sus privilegios de clase es un atentado contra su libertad. Pero eso solo es cierto si consideramos la libertad precisamente como un privilegio, no como un derecho. Si las libertades específicamente reconocidas en el ordenamiento jurídico son un derecho de todos, y no un privilegio de unos pocos, no cabe suprimirlas ni restringirlas amparándose en que, al hacerlo, limitamos los derechos de los ricos. No es así como se practica la lucha de clases. A no ser que quieras que la ganen los ricos.

Insistir en el carácter ilusorio de las libertades públicas es (y lo digo desde el respeto más profundo por la etimología) un argumento estúpido: solo en un estado de estupefacción absoluta podemos aplaudir que se nos prive de libertades y derechos porque así les damos una lección a las elites. Sal de tu burbuja: si alguien tiene la capacidad de privar de libertades y derechos a millones de personas es porque ya es elite, no es algo que hayan hecho las clases populares deliberando en asambleas ciudadanas. ¿O acaso las clases acomodadas están inquietas por el mero hecho de que un gobierno imponga restricciones a sus movimientos?

Las clases acomodadas están inquietas cuando no tienen acceso directo a los presupuestos generales del Estado y cuando se les exige que cumplan sus obligaciones fiscales, porque eso merma sus ingresos y hace pupa a su tren de vida, pero les da exactamente igual que un gobierno les diga que no pueden salir de casa pasadas las diez de la noche porque saldrán de todas formas. Tal vez haya que explicar cómo funciona el sistema policial y judicial en nuestras sociedades, pero no me toca a mí hacerlo hoy, ya me disculparán.

He desarrollado con los años una gran desconfianza hacia los discursos que niegan el papel emancipador de los derechos y las libertades reconocidas en el ordenamiento jurídico de las democracias modernas. Ni por un instante considero que eso me haga más digerible el capitalismo y su maquinaria de crear y consolidar desigualdades. Al revés: considero que defender esos derechos y esas libertades es en gran medida un dique contra el aumento de las desigualdades. No es la panacea, pero ningún dique se construye para que no haya temporales, sino precisamente porque los hay y hay que protegerse de ellos.

Esa no es razón para no desconfiar de las elites cuando se ponen igualitarias. Que defiendan sus libertades lo veo tan lógico como que yo defienda las mías, pero cuando los ricos defienden la igualdad ¿qué están haciendo? Seguramente expresar su disposición a confiar transitoriamente en algún líder, carismático o no, que reinstaure el “orden natural de las cosas”. Justo cuando los conservadores presumen de ser libres e iguales es cuando dicen todos lo mismo y renuncian a ser libres proclamando que viva el rey. No hay liberalismo que pueda maquillar esa exaltación de la servidumbre. Hay ahí, en cambio, un igualitarismo básico, el más básico de todos, el que nos hace a todos súbditos por igual.

¿No debería preocuparnos esa aparente renuncia a ser libres por parte de quienes, efectivamente, no necesitan que se les reconozcan sus libertades? ¿Qué libertades pretenden suprimir en nombre de la igualdad de servidumbre? Las de los demás, sin duda: las de una mayoría social que no puede defender sus derechos con dinero y necesita leyes que protejan esos derechos. No podemos permitirnos el lujo de creer que esas libertades son un lujo. A no ser que queramos, como siempre, que solo las disfruten los de siempre.

Autor
Xandru Fernández

Fuente: https://ctxt.es/es/20201001/Firmas/33832

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