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Moral de la compra

Domingo.5 de octubre de 2008 542 visitas Sin comentarios
Lanza del Vasto #TITRE

¿Os hace falta algo? Corred al negocio de la esquina y lo encontraréis muy bueno y muy barato. Si no fuera bastante barato, id a otra tienda. Si sois listos, os ocuparéis únicamente de lo reducido del precio y de la calidad del artículo. Si sois honrados, contad el cambio y cercioraos de que no os devuelvan de más ni de menos.

Aquí se detiene el código moral del comprador.

Nunca se os pasará por la cabeza preguntaros cómo un artículo de tan buena calidad se encuentra en el negocio a tal bajo precio. Puede que para obtener esa maravillosa ganga haya sido necesario reducir al hambre o a la servidumbre a toda una población obrera; puede que hacer una guerra colonial y arrasar todo un continente. No lo sabemos. Ni queremos saberlo. Vemos solamente que la mercancía y el precio nos convienen. Pagamos y estamos en paz. Corremos el riesgo de haber hecho del homicidio un buen negocio. No importa: estamos en paz.

¿Estamos seguros de ello? ¿Bastará no considerar lo que hacemos para adquirir inocencia?

Sabemos que el ladrón es el primer culpable, pero que el encubridor también es condenable en los términos de la ley. ¿Qué?, ¿el asaltante es el único criminal y el que comparte su botín no lo es? El hombre que tiene el coraje de su mala acción es quizá menos indigno que el otro, que interviene en el provecho sin compartir el riesgo.

Saquémonos de la cabeza la idea de que comprar es un hecho exterior que depende únicamente de “leyes económicas”, especie de fatalidad natural que soportamos desde afuera y de la cual no somos responsables. Comprar es un acto humano que depende de nuestra voluntad y que necesariamente es moral o inmoral. Y eludir la responsabilidad, es convertirlo necesariamente en acto inmoral.

Mi vecino hacía zuecos. En esa familia los hacían por generaciones. El abuelo había estacionado madera para que su nieto pudiera hacer zuecos. Trabajaba cantando. Daba forma a su obra como un escultor (como muchos escultores no saben ya hacerlo). Alimentaba una familia numerosa y la mantenía con su trabajo. Un día apareció un viajante: ofrece zuecos fabricados en el extranjero. Cuestan treinta francos menos. Tienen un barniz brillante. Los hay de todas las medidas. ¿Quién resistiría la tentación de ahorrar treinta francos? ¿Quién vacilaría en el pueblo en vender la piel de nuestro zapatero por treinta francos? Al cabo de dos meses, los zuecos vendidos por el viajante están rotos. Pero cada dos meses él vuelve a nuestro pueblo para ofrecernos su mercancía y darnos la ilusión de ahorrar treinta francos. La ventaja económica es discutible, pero el crimen no lo es. La estupidez de esta especie de obediencia pasiva, de la obligación que nos hacemos de caer en la trampa que nos han tendido, es evidente. Pueblos enteros se han arruinado y degradado así (precipitándose uno sobre otro y cada cual dejándose arrastrar por todos).

“Observar únicamente la ley de la oferta y la demanda es privilegio de los cerdos y las ratas; la ley de la acción humana es la moral”, dice Ruskin.

Según esto, toda nuestra civilización acepta la ley de los cerdos y las ratas.

“Si tuviéramos que hacernos tantas preguntas antes de comprar cualquier cosa, nos veríamos reducidos a una extrema miseria con dinero en los bolsillos”, me responderéis. Y la vida se haría muy difícil y complicada.

Sí; o puede que acabara siendo muy simple y puede que no tuviéramos tanto dinero ni tanta necesidad de dinero.

Pues adoptaríamos entonces la vida del Arca, que se esfuerza en dar una solución práctica y precisa a esta cuestión (que no puede ser resuelta independientemente de todas las otras).

Pero, diréis, nosotros que vivimos todavía en la ciudad la vida de todo el mundo, ¿qué podemos hacer?

Pensar (a diferencia de todo el mundo), no dejarnos amilanar por la consideración de que no podemos cambiar todo ni hacer todo solos e inmediatamente. Algo habrá seguramente que podamos hacer desde hoy mismo. Hagámoslo y sin que sea necesario trazar el derrotero de antemano, veremos que un paso conduce al siguiente.

Lanza del Vasto, filósofo italiano y teórico de la Noviolencia
Umbral de la Vida Interior, 1962.