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Manu Chao: Crónica de la estrella que dio el gran portazo al sistema

Miércoles.8 de abril de 2020 210 visitas Sin comentarios
El cantante, que desapareció renegando de la fama, prefiere actuar en bares, apoya causas minoritarias y regala canciones. Estos días el coronavirus le devuelve a la actualidad. #TITRE

Carlos Marcos

Ocurrió en uno de los momentos más altos de su carrera, después de cerrar la etapa de Mano Negra y justo antes de publicar su primer disco en solitario, Clandestino. Era julio de 1998 y Manu Chao (París, 58 años) se había embarcado en un proyecto llamado La Feria de Las Mentiras, un festival que reunía a malabaristas, djs, conciertos, teatro … Un proyecto ambicioso que le llevó meses de preparación y una celosa tarea de contabilidad para que no fuese deficitario. Se eligió para desarrollarlo Santiago de Compostela, el Mercado de Ganados de Salgueiriños. Miles de personas habían comprado la entrada por 5.000 pesetas. El recinto estaba vallado y se había contratado a una empresa de seguridad para controlar los accesos. Pero algunos encontraron un lugar poco vigilado. A unos minutos de empezar, Manu Chao se encontraba allí, ayudando a un grupo de gente a colarse. El jefe boicoteándose a sí mismo. Empujaba una de las vallas y animaba a entrar a los que no habían pasado por taquilla. “Venga, venga, rápido, pasad”. Los espectadores furtivos no reconocieron al cantante, con la cabeza encapuchada. Han pasado más de dos décadas de aquello y Manu Chao no ha hecho más que acentuar este espíritu indómito, temerario y contradictorio.

Estos días, Manu Chao ha hecho algo que ha estado evitando las últimas dos décadas: equipararse a estrellas como Alejandro Sanz o Bon Jovi. Cómo: publicando un vídeo con canciones para aliviar el confinamiento de la gente. Con esta acción generosa, el cantante ha recordado al público masivo que sigue ahí, que no está desaparecido. Aunque, en realidad, él siempre ha estado activo, pero esquivando al sistema.

Manu Chao no tiene compañía de discos; no hace giras como las de los artistas de su categoría; tiene ofertas para tocar en los mejores festivales del mundo, pero no quiere; no le interesan las entrevistas; no edita discos; no va a recoger premios; no utiliza teléfono móvil…

Todo esto no le impide estar haciendo cosas todo el rato. Se le puede encontrar actuando en un bar de barrio, sin avisar, o camuflado con otro nombre. O escuchar sus nuevas canciones en su página web. Al artista le atrapó la mano negra del coronavirus realizando un tour en India, Bangladesh, Sri Lanka, Filipinas… Salas pequeñas y en formato acústico de trío. Cuando la cosa se puso fea consiguió llegar a su piso de Barcelona, desde donde está grabando canciones que publica en sus redes sociales con el nombre de “Coronarictus Smily Killer Sessions”. Algunas son versiones de temas suyos (Otro mundo), de otros como Kiko Veneno (Echo de menos) o temas que todo indica que son nuevos (Mi libertad).

Seguramente no existe un músico en los últimos años como él, capaz de dar la espalda al sistema cuando podría sacar tantas cosas de él. Chao fue uno de los músicos más vendedores a nivel mundial de finales de los noventa, con discos como Clandestino (1998) o Próxima estación, Esperanza (2001), dos álbumes que despacharon cuatro millones de ejemplares. Chao pulió aquella música bastarda de su ex grupo Mano Negra, acelerada y bullanguera, y propuso algo más pausado, melancólico. Reggae, rumba, ritmos latinos… para un disco, Clandestino, canónico en lo que se llamó mestizaje. Crucial la parte del mensaje, resumido en dos ideas que repitió en aquellos años: “todo es mentira” y “vivimos la dictadura de la economía”.

“Son canciones simples, pero hay mucha verdad y sinceridad. Manu utiliza las palabras adecuadas. Todo parece fácil, pero tiene una gran complejidad”, apunta Amparo Sánchez, cuyo proyecto musical más conocido es Amparanoia. Sánchez lleva colaborando con Chao los últimos 25 años. “Es un artista crucial para entender el devenir del rock en Latinoamérica durante los 80 y los 90. También es un nudo entre la música europea y africana. Su huella es clave e indiscutible”, afirma el periodista Bruno Galindo, que compartió con Chao un largo viaje por Brasil.

Pero Manu Chao vio las largas garras de la fama muy cerca y huyó. Se la encontró, la miró de frente y le dijo: “No me quiero sentir como un muñeco en una tormenta”. A cambio de qué. “En un sentido más amplio, a cambio de la libertad”, afirma Kike Babas, autor junto a Kike Turrón del reciente Manu Chao. Ilegal. Persiguiendo al clandestino (Bao Bilbao Ediciones). “La misión de Manu es vivir la vida, viajar, no caer en la rutina. Uno de sus ejemplos es Bob Marley. Creo que Manu vive y siente la vida como Marley”, señala el coautor del libro, Kike Turrón.

Amparo Sánchez recuerda cómo empezó su relación con Chao. “Era 1995 y yo acababa de llegar a Madrid. Tenía 25 años. Solía ir por la calle Madera [centro de la ciudad] a ensayar cargada con mi guitarra y el pie de micro. Y siempre me cruzaba con un tipo pequeño que me saludaba. Yo era fan de Mano Negra, pero no reconocía a Manu cuando me decía ‘hola’. Un día decidimos tomar una cerveza en un bar de la Plaza del Dos de Mayo. Hablamos tres horas. Me contó sus viajes por Latinoamérica, las causas sociales que le parecían interesantes… Pero yo seguía sin ubicarle y él no dijo nada. Al irse me comentó que tenía un grupo y que ensayaban en un sótano cercano, que me pasara un día. Y me pasé. Abrió él mismo la puerta y me di cuenta de que eran Mano Negra”.

Nacido en París, de padre gallego (Ramón) y madre vasca (Felisa), a Manu Chao no le interesaron mucho los libros que colmaban el salón de su casa de clase media. Prefería la calle. Ramón Chao (Lugo, 1935- Barcelona, 2018), su padre, era un periodista y escritor que trabajaba para medios como Le Monde y recibía premios literarios. Los dos hijos de la pareja, Antonie (nacido en 1964) y Manu (en 1961), comienzan de adolescentes a tocar rock. Manu forma bandas como Hot Pants o Los Carayos… y Mano Negra, junto a su hermano, que empezó en 1987 con su mezcla de punk, ska y ritmos latinos y fue en camino ascendente en popularidad hasta su separación en 1997.

La ruptura de Mano Negra, que acabó en juicio, destrozó a Chao. “Fue una etapa de gran zozobra. Incluso se plantea dejar la música. El final del grupo le produjo mucho desgaste y a esto se unió una separación sentimental. Se deprime. Baraja hacerse trabajador social en África o seguir los pasos de su padre y hacerse periodista”, afirma el escritor Kike Babas.

Chao opta por un viaje terapéutico por Latinoamérica que le salvará tanto emocional como creativamente. Encuentra a su pareja en Brasil y se nutre de los ritmos latinos. Toda esta melancolía latina será el armazón de Clandestino, que graba a la vuelta. “El éxito de Clandestino nos pilló por sorpresa. No lo esperábamos en la compañía y creo que Manu tampoco. Él siempre ha sido muy honesto, un músico que se nutre del barrio, que prefiere tocar con los músicos desconocidos que conoce en un bar que con grandes nombres”, cuenta Javier Liñán, la persona de confianza del francés en su etapa en la multinacional Virgin. El disco vende millones de ejemplares. Música en español codeándose con los que triunfaban en aquella época: Britney Spears, NSYNC, Eminem, Limp Bizkit…

Sagrario Luna conoce a Manu Chao desde que formó Hot Pants, a finales de los ochenta. “Recuerdo que en aquella época solo hablaba de Chuck Berry y Camarón y llevaba un pequeño tupé”, comenta. Luego trabajó con él en giras y en Virgin. “Era trabajar con un colega”, señala. “Durante mucho tiempo a Manu Chao le pesó mucho ser Manu Chao. Después del éxito de Clandestino todo el mundo le pedía opinión sobre todo y eso creo que le generó mucha frustración”, señala Luna. Y añade: “Siempre me ha parecido un tipo de verdad. Tiene claroscuros, como todos, pero nunca ha sido falso. Por otra parte, lo veía bastante solitario, con pocos amigos, a los que, eso sí, cuidaba mucho”. El discurso de Chao por esta época tiene tintes de visionario. Alerta sobre el populismo xenófobo, el integrismo religioso, la muerte del formato físico en la música. Y crea un movimiento alrededor de él. Así lo definió Fermín Muguruza, músico que también colaboró con el francés: “Se formó una red internacional del rock en la que estaban todos remando para conseguir un mundo mejor”.

Para entender la posición fuera de foco actual del músico hay que revisar dos episodios de su vida, decepciones que le quitaron la poca fe que tenía en el establishment. Una de ellas es con Iggy Pop, un músico al que Chao admiraba… hasta que Mano Negra ejerció de telonero del líder de los Stooges. Así lo contó a El País de las Tentaciones: “Con Iggy Pop aprendimos la dura ley de showbusiness. Nos boicotearon el sonido, prohibieron a los del catering darnos de comer, a veces hasta nos prohibieron tocar. Y, al final, el numerito. Cuando alguien de la seguridad –a veces el propio hijo de Iggy, que trabajaba en la gira-, empujaba a algún tío que intentaba subirse al escenario, Iggy decía: ‘¡Eh, tú, hijo de puta, no toques a mi público!’. Y toda la sala pensando: ‘Qué tipo más enrollado es Iggy”.

Y el segundo tiene que ver con su compromiso social. En julio de 2001 el cantante acude a Genova (Italia) para protestar, con muchos miles más, ante la reunión de los países más poderosos, el G-8. El anfitrión es Silvio Berlusconi, por entonces primer ministro italiano. Chao actúa y al día siguiente participa, aporreando un tambor, en una gran manifestación en contra de la política del G-8. Y se marcha a Francia. Al día siguiente, el caos. Un grupo de manifestantes violentos entra en acción y la policía italiana se emplea a fondo. Las imágenes se distribuyen por todo el mundo, con manifestantes pacifistas arrollados por un huracán de violencia. Chao lo ve todo en su casa de París, por la televisión, y le horroriza.

Muchos le reclaman como el líder antiglobalización que necesita la calle. Él, primero habla. “Ese movimiento no necesita líderes, si hay líderes es nefasto para el movimiento. Esa etiqueta del líder del movimiento la rechazo”, dice en una rueda de prensa en Valencia, antes de un concierto, en septiembre de 2001. Y, luego, esquiva a toda costa aparecer en un informativo durante los siguientes años. Busca batallas antimediáticas, luchas de pequeñas comunidades. Como las reivindicaciones salariales de las trabajadoras del Servicio de Atención Domiciliaria (SAD) en Barcelona; en Mendoza (Argentina), para apoyar que no se permita el fracking y la megaminería; alentando a las llamadas kellys (las trabajadoras de la limpieza en los hoteles); en defensa del pueblo mapuche; al lado de los migrantes; en contra de la multinacional Monsanto… Acude siempre con su pequeña guitarra, vestido con sus eternos pantalones pirata y con su perenne sonrisa dibujada en el rostro. Chao escucha, canta y apoya económicamente. No sale en prensa, pocos se enteran.

“A Manu le duele el mundo. Y se calma yendo a los sitios y apoyando causas pequeñas que cree justas. En sus conciertos masivos siempre deja un sitio para que estos colectivos se expresen. En un momento dado del concierto se para y suben al escenario a expresarse, como ocurrió en 2016 en la Plaza Mayor de Madrid”, apunta Kike Babas, que fue el contacto entre el artista y el Ayuntamiento de la entonces alcaldesa Manuel Carmena para celebrar el recital. “Quiso estar en Madrid porque después de muchos años en la capital se respiraban otros aires. Pero dejó muy claro que no quería que le vinculasen ni con ningún partido político ni con el 15-M”, dice Babas.

Los que han compartido vivencias con él subrayan su carácter austero: “Cuando te sientas a comer con él no hay dos platos y postre. Solo picoteas”; “el sitio más incómodo en el que he dormido en mi vida fue con Manu: en un pueblo de Brasil, en una especie de armario; “se compra la ropa en tiendas de segunda mano”… Amparo Sánchez cuenta una anécdota al respecto: “Manu ya era una estrella, pero recuerdo que cuando quedábamos nos sentábamos en un portal, con tabaco y una cerveza y allí pasábamos las horas hablando”. El artista se puede permitir esta vida errante y libre de cadenas (familiares, laborales…) porque su cuenta corriente es ancha. “Las ventas de sus dos primeros discos en solitario y los derechos de autor le sirven para vivir él y su descendencia de forma bastante holgada”, señala una fuente. A juzgar por las canciones que cuelga en su web no se vislumbra una evolución musical. “No creo que lo necesite ni que la busque. Le interesa la cultura popular, el barrio, el músico que trabaja la calle”, apunta Liñán.

Su casa de Barcelona tiene unos 80 metros cuadrados y es un especie de taller de trabajo, con un ordenador, recuerdos de los lugares por donde viaja y, en un rincón, un camastro “que no parece muy cómodo”. Pasa al menos una vez al año por Brasil, donde vive su único hijo, el veinteañero Kira.

El año que viene Manu Chao cumplirá 60 años. Se ha mantenido siempre alejado de las drogas duras: ha preferido fumar hierba y beber licores de sobremesa, pero de forma comedida. Se conserva juvenil. Es pequeño, delgado y fibroso. Corre, juega al fútbol y se mueve, siempre se mueve. Su última canción confinada se llama Mi libertad. Dice así: “Mi libertad, mi compañera, mi libertad, mi soledad”.

El País

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