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Las mentiras de Julio César

Viernes.14 de enero de 2022 208 visitas Sin comentarios
Un lector perspicaz enseguida se da cuenta de que César difundió noticias falsas dignas de cualquier demagogo moderno. #TITRE

The Economist

Hemingway, Orwell, Joyce, Turguéniev: son muchos los grandes escritores extranjeros que han encontrado inspiración en Francia. Ahora bien, por lo que hace a influencia duradera, hay un autor que destaca por encima de todos ellos. Viajó por toda Francia a lo largo de nueve años observando las costumbres locales y relatando lo que veía con una prosa ágil y vigorosa. También mató, según sus propias estimaciones, a un millón de autóctonos, conquistó su territorio e impuso en él una civilización que, de un modo u otro, ha durado más de dos mil años.

Sus Comentarios a la guerra de las Galias son una excelente obra literaria. Cicerón dijo de sus comentarios: "son escuetos, directos y llenos de encanto, desprovistos de todo adorno de estilo, como un cuerpo al que se ha quitado su ropaje". La Guerra de las Galias es también el único relato de primera mano de una campaña antigua escrito por un general de semejante talla. Constituye una fuente de inestimable valor para los historiadores, pero también una obra de propaganda poco fiable. Una frase que se atribuye apócrifamente a Winston Churchill también podría atribuirse con facilidad a César: "La historia será amable conmigo, porque me propongo escribirla".

Con un ejemplar de la Guerra de las Galias en la mano (aunque en una tablet, no en una tablilla de piedra), The Economist ha reseguido algunos de los pasos de César utilizando para ello los rápidos trenes franceses en lugar de hacerlo con carros de bueyes por unos caminos galos que aún no se habían beneficiado de la ingeniería romana. No se ha tratado sólo de volver a contar la sangrienta y dramática historia de César, sino de ver cómo la han puesto en cuestión los historiadores modernos. Y también de preguntarnos qué podemos aprender del escritor-soldado-estadista más importante de la historia europea. También nosotros vivimos en un mundo en el que hombres con ejércitos se comportan mal, los políticos tergiversan la verdad y no está claro qué cultura será la dominante en las próximas décadas. Estudiar a César puede ayudarnos a comprender mejor nuestra propia época.
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Un lector perspicaz enseguida se da cuenta de que César difundió noticias falsas dignas de cualquier demagogo moderno. En una batalla, afirma haber destrozado a un ejército de 430.000 germanos sin perder un solo legionario. Dado que no disponía de bombas atómicas, eso parece dudoso.

César no intentaba escribir una historia objetiva. Su objetivo era aumentar el propio poder. En 58 a. C., en el momento de comenzar la acción, aún no era el amo de Roma. Formaba parte, junto con Pompeyo (un general) y Craso (un plutócrata), de un triunvirato de hombres fuertes. Tras haber derrochado grandes sumas de dinero entre los romanos para obtener popularidad, César se encontró muy endeudado. Además, se enfrentaba a un posible juicio por los delitos cometidos como cónsul el año anterior, como usar sus soldados para intimidar a oponentes políticos.

Una campaña militar suponía una oportunidad para saldar, gracias a los saqueos, todas esas deudas. Y los informes enviados desde la Galia bruñeron su reputación de brillante caudillo militar. Es probable que, como Charles Dickens, publicara su obra por entregas. Todos los años enviaba un capítulo al Senado y lo hacía circular por Roma.

A diferencia de otros autores romanos, se interesó por los no romanos. Ofrece información sobre las culturas que no han dejado relatos escritos propios. "Los funerales son magníficos y suntuosos en relación a la civilización de los galos", observa. "Los varones tiene poder de vida y muerte sobre las esposas así como sobre los hijos".

Señala que los germanos rehuían la agricultura y que preferían alimentarse de leche, queso y carne; que los hombres se esforzaban en permanecer célibes el máximo de tiempo posible, creyendo que los haría más fuertes, y que la mayor gloria era "devastar al máximo los territorios a su alrededor y mantenerlos deshabitados" para eliminar de ese modo todo "temor de una incursión repentina". Sin embargo, eran hospitalarios con los invitados.

César hace generalizaciones escandalosas: "así como el ánimo de los galos es impetuoso y pronto para emprender guerras", escribe, su carácter es "sumamente poco resistente para soportar desgracias". Algunas de sus afirmaciones se basan en escritores anteriores o en rumores. ¿Quemaban de verdad los druidas ídolos de mimbre con víctimas humanas en su interior? No hay pruebas arqueológicas de semejante calumnia. Hoy se cree ampliamente eso sólo porque César lo escribió. Y no hablemos de su creencia de que los unicornios vivían en Germania...

No pasó el tiempo suficiente en Gran Bretaña para observar gran cosa de sus pobladores, aparte de que eran ágiles aurigas que, "sin provocación", atacaban al ejército que los invadía.

Decía que los belgas eran los más valientes de los pueblos galos. Pensaba que eso se debía a que "ningún acceso a ellos había para los mercaderes; que no soportaban que nada de vino ni de las restantes cosas referentes al lujo fueran importadas". Puede que se refiriera al vino romano, tan apreciado entre los otros galos que un ánfora podía ser canjeada por un esclavo. Era un precio asombroso, lo cual daba a entender que para un galo rico una buena bebida valía toda una vida de trabajo ajeno.

A los romanos, dicho sea de paso, les molestaba la costumbre gala de beber el vino solo, en lugar de mezclarlo con agua como los civilizados. Al llegar a Lutecia ("ciudad situada en una isla del Sena"), quien esto escribe se dispuso a comprobar la persistencia de esa bárbara costumbre. Por suerte, no se ha perdido.
El rollo suizo

La guerra comenzó con una crisis migratoria. Hoy en día, los nacionalistas suelen describir la llegada de inmigrantes en términos de "invasión". Aquella sí lo fue. Los helvecios, una tribu de lo que hoy es Suiza, consideraron que en su territorio "era excesivamente pequeño". Quemaron las aldeas para no poder retroceder, reunieron harina para tres meses y partieron con sus carros hacia la Galia transalpina, una provincia romana en lo que hoy es el sur de Francia.

César vio su oportunidad. O, como él mismo dijo, "comprendió que sería muy peligroso para la provincia tener un pueblo belicoso, hostil a Roma, establecido cerca de sus ricos maizales". (César siempre se refería a sí mismo en tercera persona.) Cruzó los Alpes, aplastó a los helvecios en la batalla de Bibracte y deportó a los supervivientes, 110.000 de los 368.000 emigrantes originales.

A lo largo de los siguientes nueve años, conquistó la Galia, una zona que abarcaba la mayor parte de la actual Francia y que hacia el este se extendía hasta el Rin. También combatió a los germanos e invadió brevemente Gran Bretaña. Fue un magnífico estratega, metódico a la hora de asegurar suministros y un hábil forjador de alianzas. Sin embargo, no siempre ganó. The Economist visitó el lugar de su derrota más famosa.

Fue en Gergovia en 52 a. C. Vercingetórix, un joven jefe de los arvernos, había convencido a varias tribus galas para que se unieran a una revuelta. Su victoria ha sido celebrada en el arte y la literatura franceses, en las cajetillas de cigarrillos Gauloises y por los galos irreductibles de los libros de Astérix.

Desde la fortaleza situada en la cima de su colina, es fácil comprender la razón de la victoria de Vercingetórix. Como dice César, "puesta en un monte altísimo, tenía todos los accesos difíciles". Los guerreros galos ocupaban "todos los cerros de aquella cordillera por donde podía mirarse, presentaba un aspecto horrible".

César instaló dos campamentos: uno grande en terreno llano y otro más pequeño en una colina bajo la fortaleza gala. Sus hombres cavaron una larga y profunda zanja para conectar los dos campamentos, de modo que los legionarios pudieran "ir y venir... a salvo de una incursión repentina de los enemigos". César lanzó el ataque principal desde el segundo campamento.

En un soleado domingo de octubre, este periodista subió por el mismo camino de montaña tras haber hecho una parada para comprar pan y queso de cabra, unas raciones que cualquier legionario habría reconocido. Como en tiempos de César, la pendiente es empinada y escabrosa. Las piedras sueltas hacen tropezar a los poco cautos. A cada vuelta del camino hay un arbusto tras el que podría acechar un arquero. Incluso sin armadura, la caminata fue ardua. Bajo una lluvia de jabalinas habría sido sin duda peor.

Al cabo de una hora, empapado en sudor y sintiendo que se había ganado su ración mensual de sal, este periodista llegó al pie de las murallas. Allí no fue recibido por sanguinarios guerreros galos empapados de sangre, sino por una familia francesa con dos niños pequeños que hacían un picnic. Estaban allí en parte por la espléndida vista, dijeron, y en parte para aprender historia. Los niños discutían sobre cuál era el mejor libro de Astérix: ¿Astérix legionario o Astérix y Cleopatra?
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En la cima se encuentra el Museo de Gergovia, inaugurado en 2019. Los visitantes recorren la meseta, donde unos útiles carteles explican quién acampó dónde y quién mató a quién. En el interior hay expositores que describen lo que la arqueología moderna ha añadido al relato de César.

El foso que conecta los dos campamentos romanos es tal y como lo describió César. Unas excavaciones realizadas en la década de 1990 encontraron algunas partes. En sección transversal, la tierra más antigua es más pálida; la tierra acumulada a lo largo de los siglos posteriores forma un triángulo oscuro. Se han desenterrado numerosos artefactos: cascos agrietados, punzantes espadas cortas y enormes flechas disparadas por un escorpión, una ballesta de asedio romana.

Según su propio relato de la batalla, César aparece como un táctico ingenioso. Hace que los muleros se pongan cascos y finjan ser la caballería para distraer la atención de los galos. Para sorprenderlos, mueve a los soldados silenciosamente por su foso. Pierde en gran parte debido a la mala suerte. Algunos de los hombres no oyen una trompeta que les ordena retroceder en un momento crucial. Otros confunden a unos aliados, pertenecientes a otra tribu gala, con hombres de Vercingetórix.

Es evidente que César minimiza la magnitud de su derrota. Afirma haber perdido 700 soldados, incluidos 46 centuriones. Dado que contaba con entre 20.000 y 45.000 hombres y sufrió una derrota aplastante, esa cifra parece poco probable, señala Frédéric Nancel, director del museo. César culpa a sus subordinados, porque avanzaron más de lo que había ordenado. En un discurso después de la batalla, reprende a los soldados por su indisciplina ("su licencia y arrogancia").

Resulta imposible saber cuántas de sus excusas son ciertas. Lo que sí sabemos es que se reagrupó y venció a Vercingetórix algo más tarde, ese mismo año, en Alesia, otra fortaleza situada en la cima de una colina. Durante siglos los historiadores debatieron dónde se encontraba Alesia. Sin embargo, en 1839 se halló una inscripción latina cerca de Alise Sainte-Reine, un pueblo de Borgoña. Rezaba: "IN ALISIIA". En el siglo XX, las fotos aéreas confirmaron la existencia de las líneas de asedio que César construyó alrededor de la meseta. Las técnicas modernas de escaneo láser 3D, capaces de detectar estructuras de piedra bajo el suelo y la vegetación, han permitido a los arqueólogos trazar un mapa de las fortificaciones de César. Los visitantes pueden ver una reconstrucción parcial, que incluye zanjas con estacas.

La Batalla de Alesia

César dice que en el asedio se le unió Tito Labieno, que acababa de conquistar Lutecia. Las recientes excavaciones lo confirman: se ha encontrado el proyectil de plomo de un hondero con su nombre. Las inscripciones de ese tipo eran comunes y a menudo groseras, "dirigidas a partes predecibles de la anatomía", como dice la historiadora Mary Beard en su libro SPQR: una historia de la antigua Roma.

César dice que en el asedio se le unió Tito Labieno, que acababa de conquistar Lutecia. Las recientes excavaciones lo confirman: se ha encontrado el proyectil de plomo de un hondero con su nombre. Las inscripciones de ese tipo eran comunes y a menudo groseras, "dirigidas a partes predecibles de la anatomía", como dice la historiadora Mary Beard en su libro SPQR: una historia de la antigua Roma.De un modo que resulta extraño, el museo de Alesia es más grande y antiguo que el de Gergovia. Los países suelen prestar más atención a sus victorias que a sus derrotas: la estación de Waterloo está en Londres, no en París. Sin embargo, la conquista de César ocurrió hace tanto tiempo que los franceses modernos no sienten ningún tipo de resentimiento ante ella, señala Stéphanie Focé, que trabaja en el museo de Alesia. De hecho, muchos se ven - acertadamente- a sí mismos como descendientes tanto de los romanos como de los galos.

Napoleón III, emperador de Francia entre 1852 y 1870, intentó apropiarse de la mística de César y Vercingetórix. Sufragó las excavaciones de Gergovia y Alesia, y erigió un enorme bronce de Vercingetórix cerca del lugar donde el jefe galo entabló su última batalla. El rostro evoca los rasgos de Napoleón III. En el zócalo hay una frase inspirada en un discurso que César atribuyó a Vercingetórix: "La Galia unida, formando una misma nación, animada por un mismo espíritu, puede desafiar el universo".

Palabras arrebatadoras. Sin embargo, César no pudo haber escuchado el discurso del que se extrae esa supuesta cita. Además, los galos de aquella época no se referían a sí mismos como galos, que es una palabra romana. En todo caso, Vercingétorix habría hecho referencia a tribus específicas, como los arvernos y los mandubios. Así pues, César se inventó una cita para que el enemigo pareciera más impresionante y, de ese modo, reforzar su pretensión de dudosa legalidad de gobernar el mundo romano. Dos milenios después, otro golpista, el sobrino de Napoleón Bonaparte, tergiversó la cita falsa (e introdujo un vocabulario decimonónico, el término nación) para presentarse a así como la encarnación de la antigua gloria gala.

En Alesia, los grupos de niños y pensionistas disfrutan reaprendiendo la historia. No todos los galos llevaban enormes mostachos ni comían muchos jabalíes, explica Focé. Sin embargo, es posible que comieran perros. Lo siento, Obélix.

Los informes de César no fueron recibidos de forma acrítica en Roma. Catón, un senador que lo detestaba, dijo que debía ser juzgado por las tribus cuyas mujeres y niños había asesinado. El escritor Plinio el Viejo lo acusó más tarde de crímenes contra la humanidad: "no pondría en modo alguno entre sus títulos de gloria... haber matado un millón ciento noventa y dos mil hombres en los combates, un daño tan grande producido al género humano".

Sin embargo, muchos romanos quedaron impresionados por sus hazañas. Puso bajo control romano enormes extensiones de tierra. También amasó con sus saqueos una gran fortuna (algo que curiosamente los informes no mencionan). Y estaba al mando 40.000 soldados leales y curtidos en las batallas, lo que reforzaba su posición. De haber renunciado a su mando, no cabe duda de que sus enemigos lo habrían juzgado. En vez de eso, en 49 a. C., cruzó con una legión el río Rubicón y entró en Italia.

Siguieron cuatro años de guerra civil. César venció a Pompeyo y se convirtió en dictador. Nunca se llamó a sí mismo "rey", una palabra malsonante en Roma, ni tampoco emperador. De todos modos, su triunfo marcó el fin de la república romana, razón por la cual un grupo de senadores lo apuñaló en 44 a.C. Nunca dijo: "¿Et tu, Brute?". Esa frase es de Shakespeare. Su heredero adoptivo, Augusto, se convirtió en el primer emperador.

El legado de César es inmenso. Configuró la geografía política de Europa. Hizo que palabras francesas como liberté, égalité, fraternité, vin blanc y croissant tengan raíces latinas. Dio al mundo un calendario que refleja con mayor precisión el tiempo que tarda la Tierra en dar la vuelta al sol y que todavía se utiliza. En inglés, Cristo da nombre a dos días del año (Christmas Eve y Christmas Day: Nochebuena y Navidad); sin embargo, Julio César y su heredero tienen ambos, de modo mucho más general, todo un mes para ellos. Las palabras kaiser y zar derivan de César.

¿Qué podemos aprender de César, además de un mayor escepticismo ante las palabras interesadas de los poderosos (en especial, cuando hablan de gloria marcial)? Su mundo estaba muy alejado del nuestro y, en muchos aspectos, era horrible. A los bebés se los abandonaba en los basureros públicos; los niños trabajaban en las minas de plata; la esclavitud se daba por sentada. Sin embargo, Roma también tenía virtudes.

Estaba abierta al talento de cualquier parte. Los habitantes de los pueblos conquistados se convertían en ciudadanos romanos. Al igual que en la moderna Unión Europea, cualquier ciudadano podía viajar y trabajar en una entidad política de tamaño continental. Se trata una razón crucial que explica por qué tantos acabaron aceptando de buen grado el dominio romano y por qué el imperio duró tanto tiempo.

Había movilidad social. Los esclavos liberados podían llegar a ser ricos y poderosos. Se cree que al menos un emperador, Diocleciano, nació con los grilletes puestos. Otros emperadores procedían de la actual Libia, Serbia y España. Los romanos eran rudos con los bárbaros, pero no prestaban atención al color de la piel.
Se cree que abusó del poder absoluto y que fue asesinado con justicia”, escribió el historiador latino Suetonio refiriéndose a César. En su opinión, el famoso estadista despreciaba la república y había recibido honores excesivos, como la dictadura perpetua. Para evitar que se proclamara rey, un grupo de sesenta senadores planeó su muerte. Entre los cabecillas se encontraban antiguos partidarios de Pompeyo, como Cayo Casio Longino y Marco Junio Bruto, a los que César había perdonado y otorgado cargos políticos. Los conjurados acabaron con su vida en 44 a. C. Se hizo famosa la frase “¿También tú, Bruto?”, que habría pronunciado al ver entre sus asesinos a Marco Junio Bruto, tradicionalmente presentado como supuesto hijo suyo. Pero no hay certeza de lo primero y lo segundo es imposible: la relación entre César y la madre de Bruto es posterior a su nacimiento. Según la leyenda, César no hizo caso de las premoniciones acerca de su asesinato. Su esposa Calpurnia le pidió que no acudiera al Senado, porque había visto en sueños su cuerpo cubierto de sangre. Ya en la calle, un quiromante le gritó que se cuidara de los idus de marzo (es decir, el día 15 de ese mes). Poco después, alguien le dio un papiro que él no desenrolló. Lo encontraron en su mano cuando ya era cadáver: en él se le advertía de la conspiración y del atentado.

Se cree que abusó del poder absoluto y que fue asesinado con justicia”, escribió el historiador latino Suetonio refiriéndose a César.

César infringió a menudo la ley. Ahora bien, eso lo podemos decir porque Roma tenía leyes escritas. En otros sistemas políticos antiguos, la ley era lo que decía el jefe, siempre y cuando no transgrediera demasiado las costumbres tribales. Para la mayoría de los habitantes del mundo romano, las leyes escritas facilitaban el trato con los extraños y hacían la vida más predecible. Muchos políticos socavan el Estado de derecho, desde Hungría y Rusia hasta Brasil y Estados Unidos. Los votantes deberían recordar que, cuando cayó el Imperio romano occidental cinco siglos después de César, las épocas sin ley que siguieron no fueron agradables.

Una última lección de la época clásica consiste en no eludir las decisiones difíciles. Una de las razones por las que César pudo hacerse con el poder fue que los jefes militares romanos eran responsables de proporcionar las pensiones a sus veteranos. Así, los legionarios que se habían pasado nueve años luchando por César en la Galia tenían un enorme interés económico en su futuro control del poder. Le eran leales a él, no a Roma.

Se trata de un sistema terrible, como pueden atestiguar los ciudadanos de los países en los que hoy proliferan las milicias privadas, desde Irak hasta Birmania. Augusto le puso fin e hizo que el gobierno central se responsabilizara de las pensiones de los militares. Costó una fortuna: más de la mitad de los ingresos fiscales anuales del imperio, según una estimación. Sin embargo, la medida trajo la paz. Los actuales dirigentes políticos, que corren a esconderse a la primera mención de una reforma de las pensiones (por no hablar de un impuesto sobre el carbono), deberían prestar atención. Carpe diem.

La Vanguardia

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