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La necesaria reconversión de las fuerzas armadas

Viernes.12 de marzo de 2021 176 visitas Sin comentarios
Pere Ortega, en Crónicas Insumisas. #TITRE

Pere Ortega, Centre Delàs d’Estudis per la Pau

Muchas de las políticas públicas el paso del tiempo las deteriora y necesitan de su revisión para no convertirse en parasitarias al engullir unos recursos públicos que en otros ámbitos serían más eficientes para el interés general.
Así, cualquier gobierno que alardee de demócrata y que diga defender los intereses de los más débiles de la población, debería revisar regularmente todas las políticas públicas de los organismos en que interviene y de encontrar muestras de ineficiencia debería revisarlas y corregirlas.

Esto viene a propósito de las fuerzas armadas (FAS a partir de aquí) de España que, al igual que en otros muchos países, desempeñan un papel que ha dejado de tener escaso, por no decir ningún interés desde un punto de vista social. Me explico. Los ejércitos en Europa, en su concepción actual, fueron creados para preservar la soberanía del estado-nación frente a posibles agresiones externas o internas, y así garantizar la seguridad de sus fronteras, sus infraestructuras y población. Eso ha sido así desde la paz de Westfalia (1648), donde se reconocía el principio de soberanía nacional de los estados. Y hoy, a pesar del tiempo transcurrido, los ejércitos siguen jugando ese mismo papel. Pero la geopolítica y las estrategias de seguridad del Siglo XXI han cambiado tanto desde entonces, que las FAS deberían adaptarse a esos cambios que, por otro lado, sí describen las directivas de seguridad de España y de la Unión Europea, donde se relacionan las amenazas a las que deben hacer frente los estados y ante las cuales las FAS nada o muy poco pueden hacer.

De todas las amenazas que se enumeran en el documento Estrategia Europea de Seguridad de la UE y en la Estrategia Española de Seguridad (EES), ambas muy similares, se enumeran a las que se debe hacer frente: preservar el medio ambiente frente al cambio climático, prevenir pandemias, desastres naturales, crisis humanitarias, ataques cibernéticos, migraciones masivas, crimen organizado, vulnerabilidad energética, inseguridad económica, terrorismo, proliferación de armas nucleares y hacer frente a posibles conflictos armados. Estos son los peligros que amenazan a la seguridad de los estados, y con excepción de los conflictos armados, del resto nada pueden hacer las FAS para evitarlos. Aunque haya dos, la proliferación de armas nucleares y el terrorismo, donde quizás haya quien pueda pensar que las FAS algo podrían hacer. En el caso del terrorismo ya se ha demostrado que la guerra que se le declaró ha sido un subterfugio criminal para continuar con el dominio y control de aquellas regiones donde Estados Unidos y sus aliados tenían intereses estratégicos, y que solo han traído más sufrimiento e inseguridad en todo el planeta, en especial a los países de religión musulmana que son los que más han sufrido una guerra inútil contra un yihadismo que, en lugar de reducirlo lo ha hecho aumentar. Y si se enumera en la EES, es por ese motivo y no para poderlo prevenir, pues las FAS no pudieron hacer nada en los ataques perpetrados en diversos lugares de Europa, ni tampoco en Barcelona y Cambrils en agosto de 2017.

Con respecto a la proliferación de armas de destrucción masiva, la comunidad internacional ya decidió que solo se pueden combatir con medidas jurídicas, el Tratado de No Proliferación Nuclear, y políticas, el reciente Tratado de Prohibición de Armas Nucleares de Naciones Unidas que ha entrado en vigor en enero pasado, que a pesar de que los estados nucleares y sus estados amigos (OTAN) no lo piensan ratificar, sigue avanzando entre el resto.

Por último, queda la amenaza que representan los conflictos armados que pueden desestabilizar la paz regional o mundial. Conflictos que, en la mayoría de los casos están implicados estados europeos y del primer mundo por tener intereses en favor de alguno de los bandos enfrentados. Entonces, se explica el por qué de su presencia en las estrategias de seguridad, para intervenir en favor de sus intereses geoestratégicos. Cuando, por el contrario, antes de utilizar la fuerza militar, se deberían arbitrar todas las medidas políticas y diplomáticas bien descritas en los manuales de las relaciones internacionales para evitar el uso de la fuerza militar. Y, aunque igualmente se necesitara el uso de una fuerza disuasoria para pacificar y mediar en un conflicto, antes se debería recurrir a Naciones Unidas, pues para ello fueron creadas. Pero, como cierto es que la ONU no dispone de unos cuerpos de seguridad propios, que sería lo deseable, ésta debe recurrir a fuerzas cedidas por los estados para pacificar un conflicto. Empero, considerando que, lamentablemente, ello en ocasiones no es posible porque el Consejo de Seguridad con sus determinaciones sectarias lo impide, los estados continúan manteniendo sus ejércitos nacionales e interviniendo, como se ha indicado, solo cuando sus intereses en política exterior así lo consideren oportuno. Una demostración palpable del cinismo en que se mueven las relaciones internacionales de los estados lo demuestran los 32 conflictos hoy presentes en el mundo, por cierto, el mismo número que había al finalizar la Guerra Fría en 1989.

Este es el motivo determinante que mueve a los estados que continúan con ansías de control regional o mundial y los empuja a ser potencias, algo que buscan manu military manteniendo unas FAS fuertemente equipadas y así defender sus intereses neocoloniales. En Europa occidental lo son de manera muy descarada Reino Unido y Francia con sus intervenciones en aquellas regiones donde tienen fuertes intereses. Como también lo hacen Estados Unidos, Rusia, Turquía, Israel, Irán y Arabia Saudí.

Pero en el resto de los países, las funciones principales que mantienen en activo a las FAS corren parejos: la inercia del pasado y el principio de la disuasión. El primero, por aquello de que un estado no será respetado sino tiene ejército; el segundo, la disuasión, porque impide ataques exteriores que pongan en peligro la soberanía nacional.

Todo este preámbulo viene al caso para abordar el papel que juegan las FAS en España, algo que se puede hacer extensible al resto de países europeos donde la posibilidad de una guerra entre estados ha desaparecido y donde los ejércitos ya no juegan otra función que no sea la disuasoria ante amenazas exteriores. Entonces, por qué mantener 120.000 militares en España y 1.270.000 en la Unión Europea cuando no existen amenazas que requieran de unas FAS equipadas con un armamento de una capacidad letal muy superior a los peligros que deben afrontar. Por ejemplo, a lo sumo, fuera de las fronteras españolas las FAS despliegan no más de 3.000 militares y normalmente siempre equipadas con un armamento de escaso potencial, pues como argumentan los políticos que gobiernan, se trata de misiones de paz, donde se despliegan muy escasos armamentos pesados. Entonces, por qué no abordar en España una profunda revisión de las FAS, que rebaje su número y sus capacidades para ponerlas en sintonía con la realidad geopolítica del entorno mediterráneo y europeo.

En España, el gasto en 2021 del Ministerio de Defensa es de 10.863 millones de euros y añadiendo todos los otros gastos militares repartidos por otros ministerios (seguridad social, mutuas, I+D militar, Guardia Civil e intereses de la deuda) se dobla hasta los 21.623 millones. Si se redujeran ostensiblemente las FAS en número de efectivos y sus equipos de armamentos podríamos ahorrar unos abundantes recursos monetarios que, destinados al desarrollo social y a la economía productiva, que la militar no lo es, crearían más puestos de trabajo y producirían mucho más bienestar para la población.

Observemos los dos grandes problemas que amenazan en este momento a toda la humanidad, el posible colapso de la biosfera, entre otras razones por el avance apresurado del cambio climático y la pandemia del Covid19. ¿Tienen estas dos grandes amenazas remedio a través de la intervención de las FAS? Indudablemente que no, a pesar de que están enumeradas en la EES y en la Directiva de defensa de España. Así, aunque las FAS españolas dispongan de una Unidad Militar de Emergencias (UME) que actúa como bomberos frente a incendios, presta ayuda frente a desastres naturales, monten hospitales de campaña, desinfecten infraestructuras o hagan de rastreadores del Covid19 ¿es esa su función? No, fueron formadas y adiestradas para hacer frente a conflictos armados y no para prestar servicios civiles, los cuales serían mucho más eficaces y eficientes en manos de cuerpos de protección civil.

Es el momento de abordar un replanteamiento de las FAS en España, también en la UE. La crisis medio ambiental y la sobrevenida por la pandemia del Covid19 exigen relanzar la economía productiva por otros derroteros más sostenibles que no en el ámbito de la economía militar. Las amenazas reales no provienen del peligro de una guerra entre estados, eso ha desaparecido de las Directivas de Defensa de los estados de la UE, entonces, ¿qué se espera para empezar la conversión de las FAS?

Claro que reducir el número de militares y las capacidades de las FAS no es suficiente, pues pasar de un ejército extensivo a uno más intensivo podría significar que el ejército resultante fuera mucho más intervencionista y agresivo en política exterior. Por lo tanto, además de reducir su tamaño, habrá, en primer lugar, que cambiar las políticas militares para adecuarlas a la realidad de la geopolítica ya indicada. Y, en segundo lugar, adecuarlas al estricto respeto de los derechos humanos que nunca se debe olvidar tienen un carácter universal. Eso obligaría, en el caso español, a abandonar la OTAN y a su líder, Estados Unidos, ambos al servicio de la defensa de los intereses de las corporaciones del neoliberalismo global que tanto sufrimiento mediante guerras y expolio de recursos comportan para la humanidad. Y, por el contrario, promover políticas de neutralidad respecto a las potencias; practicar la distensión y la mediación en los conflictos; promover la seguridad compartida a nivel regional y mundial; potenciar la presencia en la OSCE (Organismo para Seguridad y la Cooperación Europea); en la ONU para promover la paz; revitalizar la moribunda Conferencia Mediterránea para que se convierta en un organismo de paz regional. Organismos todos ellos que, a pesar de sus enormes deficiencias, trabajan por la paz.

Ese es el camino, nada fácil, pero necesario para la construcción de una paz en positivo, a la que, por qué no, también podrían contribuir unas FAS españolas reformadas, reconduciendo sus estrategias, reduciendo su tamaño y capacidades, y abandonando la disuasión para substituirla por la mediación.

Público

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