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La guerra del billón de dólares... y las empresas que se hicieron de oro con ella

Miércoles.21 de abril de 2021 343 visitas Sin comentarios
Lockheed Martin, Boeing, BAE y ’El Dorado’ de Afganistán. #TITRE

Diego Crescente

Con la solemnidad propia de los grandes acontecimientos nacionales, Joe Biden anunció esta semana a los estadounidenses su intención de retirar definitivamente las tropas desplegadas en Afganistán. Los 2.500 soldados que aun quedan en el país volverán a casa el próximo 11-S. Una fecha que se ha convertido en icónica para la sociedad americana, que dejará atrás "la guerra más larga librada por los Estados Unidos" en su historia.

Las cifras de pérdidas humanas no son ni mucho menos apabullantes, al menos para los norteamericanos. Tras más de 20 años de guerra, las víctimas nacionales apenas ascienden a 2.300 frente a las más de 65.000 que supuso la guerra de Vietnam. Los heridos en combate, los auténticos mensajeros del horror a su vuelta a casa, alcanzan los 20.000. Pocos teniendo en cuenta que casi dos millones de soldados americanos han sido desplegados desde 2001 en turnos superiores a 30 días. Por su parte, las víctimas afganas, fundamentalmente población civil, se estiman en 50.000 personas. Todas atrapadas en un conflicto complejo, que alberga más de 60 grupos étnicos y otras tantas facciones políticas y terroristas.

Junto a los datos humanos destacan los económicos. El coste de la guerra para los Estados Unidos ha fluctuado según aumentaba el despliegue de sus fuerzas armadas. Según el departamento de defensa, el coste de la guerra en Afganistán, desde octubre de 2001, asciende a 978.000 millones de dólares. El 80% del PIB español prepandemia. El récord de gasto anual llegó en 2012, momento en el que la mayor potencia militar del mundo destinó 113.000 millones de dólares a la lucha contra varios miles de talibanes escondidos en los valles de Helmand o Uzbin. Algunos expertos llegaron a afirmar que por cada talibán capturado o eliminado EEUU tenía que empeñar 110.000 dólares, el coste de disparar un misil AGM-114 Hellfire desde un avión no tripulado Reaper.

Este presupuesto dedicado íntegramente a la guerra ha tenido también grandes beneficiados. El mantenimiento de centenares de miles de soldados en un territorio a varios miles de kilómetros de distancia de Washington ha proporcionado importantes retornos a la industria logística y las dedicadas al avituallamiento, suministros militares, atención médica y seguridad privada, los sectores que con más evidencia han encontrado en Afganistán su particular ’El Dorado’ en Asia.

Ineludiblemente, junto al coste, la financiación ha sido el gran talón de Aquiles de la estrategia americana. La Universidad de Brown ha desarrollado un proyecto para dilucidar cuál ha sido el gasto exacto destinado a esta guerra. Sus conclusiones señalan que la presencia norteamericana en el país "se ha pagado casi en su totalidad con préstamos. Este endeudamiento ha elevado el déficit presupuestario de Estados Unidos, ha aumentado la deuda nacional y ha tenido otros efectos macroeconómicos, como el aumento de los tipos de interés para el consumidor (estadounidense)". Y es que los gobiernos federales de Bush, Clinton, Obama y Trump optaron por un modelo de financiación de la deuda privado que ahora Biden tendrá que afrontar. En caso de que la nueva Administración opte por posponer estos pagos, el coste podría ascender a más de 800.000 millones de dólares para 2050, según afirma el grupo de estudios ’ad hoc’ de la prestigiosa universidad americana.

El precio de la guerra ha implicado también costes de oportunidad para la economía norteamericana. "Aunque el gasto militar genera empleos, el gasto en otras áreas como la atención médica podría generar aun más empleos". Los investigadores se muestran muy críticos con el reparto de la financiación militar. Así, "si bien la inversión en infraestructura militar creció, la inversión en infraestructura pública en Afganistán, como carreteras y escuelas, no creció al mismo ritmo".

Y es cierto. Los datos oficiales muestran que tan solo 140.000 millones de dólares se destinaron a la reconstrucción física e institucional de Afganistán, apenas el 14% del total del dinero gastado en 20 años de guerra eterna. Desglosando este dato se observa que más de la mitad se destinó a la formación, preparación y mantenimiento de las fuerzas de policía y del ejército afgano, que serán los que ahora tendrán que lidiar en primera línea con la retirada estadounidense. Biden fue muy claro a este respecto ya que limitó la colaboración futura a “nuestro trabajo diplomático y humanitario”.

El esfuerzo militar en Afganistán ha dado salida tanto al remanente armamentístico como al desarrollo de tecnología aplicada a la complicada guerra de operaciones especiales en un teatro estratégico complejo como el afgano. Según datos del prestigioso Sipri, el Instituto de Investigaciones para la Paz de Estocolmo, el 57% de las ventas totales de armas en el mundo tienen su origen en diez empresas norteamericanas.

Lockheed Martin vio cómo durante 20 años, y gracias a la guerra de Afganistán, sus productos ganaban valor tanto en bolsa como sobre el campo de batalla. Sus programas de apoyo y desarrollo aeronáutico para el US Army, la Navy y la USAF le han situado como el mayor proveedor de programas y productos armamentísticos para las operaciones de EEUU en Afganistán. Sólo en 2013 obtuvo contratos con el Gobierno de los Estados Unidos por valor de 44.100 millones de dólares, situándose por encima del otro gran beneficiado, Boeing.

La especialización sobre el terreno afgano de esta compañía, que la mayor parte de la sociedad situaría en el sector aeronáutico civil, se basa en la construcción y desarrollo de aviones no tripulados, así como en telecomunicaciones, sistemas de defensa, inteligencia y seguridad. Solo su división bélica está valorada en más de 50.000 millones de dólares, una revalorización que coincide con el esfuerzo presupuestario destinado durante 20 años por los EEUU a Afganistán.

BAE, británica en su origen pero que opera en Estados Unidos a través de su filial BAE Systems Inc., con ventas estimadas en más de 20.000 millones de dólares, ha estado ligada tanto al ejército estadounidense como al de su Graciosa Majestad. Todos sus productos han sido probados en Afganistán, como el Typhoon, la versión británica del Eurofighter, el F35, el Tornado o el obús autopropulsado M109A7.

En otros casos, la guerra ha sido testigo del nacimiento y esplendor de otras compañías como Raytheon. De nacionalidad estadounidense, ha llegado a cerrar contratos por valor de casi 25.000 millones de dólares, fundamentalmente en sistemas de mando y control, comunicaciones e inteligencia para operaciones especiales, el auténtico pilar de la lucha occidental en Afganistán. Estos sistemas hacen posible equipar a los misiles guiados que, realmente, han reducido considerablemente las víctimas colaterales en un escenario tan complejo como el afgano y en el que la precisión ha sido también una condición exigida por parte de las fuerzas armadas norteamericanas.

No solo ha habido triunfadores militares. Las contratas civiles han conseguido un buen pellizco de la tarta afgana. En 2018 aparecieron revelaciones sobre el gasto inútil de más de 675 millones de dólares por parte de la TaskForce, creada en el seno del departamento de Defensa norteamericano para la Reconstrucción de Afganistán. La mayor parte de este presupuesto se gastó de manera ineficaz en obligaciones contractuales o costes indirectos que nada tenían que ver con la construcción de nuevas infraestructuras en un país castigado por más de 50 años de guerras interminables con soviéticos, talibanes y estadounidenses. El comité de Defensa del Senado criticó fuertemente a un organismo "sin control alguno y que parecía estar favoreciendo una y otra vez a los mismos proveedores".
Críticas a Biden

Las críticas a la retirada estadounidense no se han hecho esperar. Su contenido se centra más en el calendario propuesto por Biden que en lo acertado o no de su decisión. Los republicanos en el Congreso ya se han manifestado en contra, calificando la acción de un “grave y precipitado error”. Lindsey Graham, senador republicano por Carolina del Sur, dio a entender que la medida podría conducir a un nuevo 11-S. La referencia de Graham a 2001 pone voz a aquellos que vinculan la retirada americana con el probable resurgimiento de Al Qaeda en la zona y, con ello, las probabilidades de un nuevo ataque en territorio americano.

El famoso relato también se aplica a las decisiones en materia diplomática y de defensa. Una retirada precipitada puede dar la sensación de que Estados Unidos, la mayor potencia militar del mundo, se puede ir de Afganistán sin haber conseguido ningún objetivo concreto. Por esta razón, Biden, en su alocución al pueblo estadounidense, recalcó que "nuestra presencia en Afganistán debe centrarse en la razón por la que fuimos en primer lugar: asegurarnos de que Afganistán no sea utilizado como base desde la cual atacar nuestra patria nuevamente".

Sin embargo, para toda una generación de afganos, la retirada militar de EEUU podría poner en peligro más de dos décadas de avances, lentos, pero avances al fin y al cabo, en valores tan esenciales como la democracia y la economía, especialmente para las mujeres y en la transición de un sistema tribal a otro al menos un poco más democrático.

La retirada dejará en manos de la policía y las fuerzas armadas afganas la responsabilidad en la lucha contraterrorista en el país. Durante estos 20 años siempre han contado con la asistencia militar americana y con un grifo económico que también se cerrará el 11-S de 2021. Al menos Biden ha llevado a cabo aquello que prometió Donald Trump en 2016: acabar con las guerras interminables de Estados Unidos en Oriente Próximo… pero ¿a qué coste? Por lo menos un billón, casi lo que vale España en un año.

Fuente: https://www.lainformacion.com/mundo...

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