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La crisis de nuestras vidas (IV). Un mundo virtual

Lunes.22 de junio de 2020 276 visitas Sin comentarios
Vicent Teulera, Tortuga. #TITRE

8. Hacia una sociedad cibernética

Como vengo diciendo en los anteriores epígrafes, la crisis del coronavirus ha abierto las puertas a un escenario de importantes cambios de tipo social y político. Quizá el que me parece más preocupante de todos es el serio avance de la virtualidad como forma de relacionalidad y como articulación de múltiples dimensiones sociales. La penetración de la tecnología comunicativa virtual, desde luego, no es algo propio y novedoso de la crisis del covid, pero ésta ha supuesto una situación en la que relacionarse a distancia ha pasado a ser necesidad, obligación en ciertos casos, lo que ha significado un formidable impulso a este tipo de dinámicas, las cuales son de una sola dirección. Es decir, en estas cosas solo hay avances, nunca retornos. Y ahora se ha dado un gran paso.

Podemos pensar, por ejemplo, en esas recomendaciones insistentes de trasladar el trabajo al propio domicilio. El teletrabajo ha llegado para quedarse. Se frotan las manos los empresarios imaginando enormes posibilidades de abaratar costes en su empresa. También más de un trabajador de la Administración, calculando cómo concentrar sus tareas en el menor espacio de tiempo posible. No hay ni qué decir, imagino, la mengua de calidad (y de humanidad) que, de esta forma, sufre cada servicio, cada prestación. Me parece muy triste, también por ejemplo, cómo se está normalizando que los niños y jóvenes reciban su educación reglada a través de teléfonos, ordenadores e impresoras; hologramas, no tardando demasiado. Si el proceso educativo legal es susceptible de recibir multitud de críticas, alguna cosa buena tenía, y entre ellas estaba lo bien que a los menores les venía socializarse y pasar mucho tiempo de su semana entre sus "iguales". En el plano puramente didáctico y pedagógico, además, resulta evidente la desventaja de perder el cara a cara entre persona educadora y educando. Puestos a recorrer este camino, ¿qué impide que sean inteligencias artificiales quienes diseñen los procesos curriculares, impartan por internet las materias, fijen las tareas a realizar y se hagan cargo de la evaluación?

Al tiempo que se desarrollan estrategias para trasladar puestos de trabajo al domicilio de los asalariados, se anima (1) a los usuarios de los servicios y a los compradores de los productos a no moverse de sus casas para atender sus necesidades y deseos. Grandes gigantes como Amazon y similares se acaban de encontrar, gracias a esta crisis, con una autopista perfectamente asfaltada para barrer toda competencia y hacerse los dueños de toda actividad comercial. Todo lo que tenga que ver con tienda de barrio, pequeño comercio o producto de proximidad (2) lo tiene crudo para poder subsistir en el nuevo escenario que se abre. Y no son solo las empresas del capitalismo neoliberal; los propios gobiernos de cada estado, y sus diversas administraciones subordinadas, también empujan para que sus administrados se relacionen exclusivamente "on line" con la maquinaria burocrática. Tal trasvase de prestación de servicios hacia la dimensión cibernética, como decía con respecto de la educación, abre aún más el camino a la sustitución del personal humano por automatismos informáticos. Puestos a hacer la gestión por teléfono o internet, ¿qué más da que quien presta el servicio sea un operario o un ordenador suficientemente capacitado para resolver la gestión? Para muestra un botón, los diseñadores de las grandes multinacionales informáticas no paran de crear nuevas "apps", que permiten resolver desde el móvil la cuestión más impensable hasta no hace tanto. Por no hablar de la irrupción de la comunicación 5G, la cual ofrece un inusitado soporte tecnológico a todos estos desarrollos y otros que están por venir.

El propio dinero en metálico tiende a desaparecer, merced al impulso de las entidades financieras y los propios gobiernos, siendo sustituido por transacciones cibernéticas, las cuales tiene toda la pinta que serán obligatorias (ya lo son a partir de ciertas cantidades) más pronto que tarde. Ambos agentes se benefician con este cambio: los poderes políticos, merced a ello, ven mejoradas sus herramientas de cibervigilancia de la población (la trazabilidad, lo llaman) y control fiscalizador de la pequeña economía, mientras que los bancos se aseguran de que toda transacción pase por ellos, al tiempo que crean un espacio virtual para sus negocios, una suerte de alcabala ineludible, en forma de posibles comisiones a imponer a cada movimiento. Obviamente, esta evolución, además de, como digo, profundizar en un mayor control social, también, por múltiples razones, constituye una carga de profundidad contra la microempresa, el pequeño comercio, quienes trabajan por su cuenta, los pequeños productores, etc., dejando despejado el camino a los grandes gigantes monopolistas.

En la parte más interpersonal, el confinamiento de esta pandemia ha supuesto la irrupción de otro hábito masivo que también ha venido para quedarse: la videoconferencia. En realidad, el traslado de la dimensión relacional social e interpersonal hacia internet, mediante las llamadas redes sociales y diferentes aplicaciones de los teléfonos móviles, era un proceso iniciado hace ya bastante tiempo, que avanzaba en todas partes a velocidad elevada y siempre creciente. De hecho, más allá de lo que se conoce como "adicción a internet", se diagnostica ya entre personas jóvenes (y no tan jóvenes) de diferentes países un trastorno psicológico consistente en la fobia a la relación personal fuera de la virtualidad; la incapacidad, en definitiva (o pereza), tras un largo aprendizaje y ejercicio de comunicación cibernética, de enfrentarse al mundo real. El confinamiento, como digo, ha acentuado notablemente la tendencia y ha sido herramienta pedagógica para la proliferación de la comunicación mediante pantallas, incluso entre capas sociales (niños, ancianos, personas sin estudios...) que hace unos meses ni se imaginaban que llegarían a emplear este medio a la hora de comunicarse con sus seres queridos. La videoconferencia, además, viene como anillo al dedo a la tendencia a trasladar las actividades comerciales, burocráticas y laborales al propio domicilio de la que hablábamos arriba. No solo eso: grupos de amigos, asociaciones y hasta grupos políticos se van animando crecientemente al reemplazo de sus reuniones físicas por (cómodos) encuentros virtuales.

Sustituir el encuentro físico por la relación mediatizada por pantallas es una acción que merece todo tipo de reflexiones de tipo psicológico y sociológico y yo opino que apunta a un futuro distópico. No cabe olvidar que, si bien, la dimensión virtual, cuando es empleada como espacio comunicativo por seres humanos concretos y reales, a causa de ello, no está completamente despojada de "realidad", tampoco constituye una realidad plena. En no pocas ocasiones es el escenario perfecto para la impostura, la ocultación, la falsedad, la apariencia; es decir, la no realidad. En este tipo de relacionalidad en la que el cuerpo no está presente, los sentimientos y emociones tampoco pueden discurrir por un cauce natural y verdadero. Hago un llamamiento a no "normalizar", a no acostumbrarnos a lo que deberíamos tener claro que es una anomalía, un empobrecimiento, una minusvalía social. No nos sustituyamos a nosotras mismas, con nuestra piel, el timbre de nuestra voz, la humedad de nuestras pupilas, la relación con el espacio que ocupamos... por una suerte de avatar parlante.

Y, más allá de esta cuestión interpersonal, en el ámbito social y político, cabe interpretar que, si tal como venían las cosas, recuperar formas populares y asamblearias -autogestionarias- de articular la vida en sociedad, aspirar a un tipo de convivencialidad que pudiera recibir la etiqueta de "comunitaria", era tarea harto difícil, en estas nuevas circunstancias se vuelve poco menos que imposible.

Continuará (aunque ya estamos acabando).

Notas

1-Se anima es un decir. Durante el periodo de confinamiento buena parte de estas acciones, más que recomendadas han sido de carácter obligatorio. Ello, es obvio, desarrolla costumbres, nuevos hábitos y patrones de conducta en la sociedad.

2-Hecho que, también es obvio, va a profundizar en la generación de una huella ecológica considerable. Sin hablar de otras variables de tipo psicológico, sociológico o político.

Ver también:

La crisis de nuestras vidas (I)

La crisis de nuestras vidas (II). Vivir y morir

La crisis de nuestras vidas (III). Todos a la cárcel

La crisis de nuestras vidas (V y final). Con la boca tapada

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