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Inundaciones en la Vega Baja del Segura

Lunes.13 de enero de 2020 101 visitas Sin comentarios
Literario, a la par que certero, artículo del profesor Gil Olcina en Diario Información. #TITRE

antonio gil olcina

La devastación sufrida el pasado septiembre en la comarca de la Vega Baja reclama, sin demora ni tardanza, una respuesta diligente y eficaz, acorde con las posibilidades actuales, que no escatime medios técnicos

Tramo nororiental de la Depresión Penibética, fosa tectónica prelitoral repleta de sedimentos fluviales, lecho mayor del Bajo Segura, territorio palustre bonificado y, a costa de un esfuerzo sobrehumano, convertido en feraz vega, Huerta de Orihuela famosa; llano de inundación al que el potente aluvionamiento, una subsidencia aún operativa y el multisecular trabajo de la tierra han deparado una planitud casi perfecta, sin apenas declive, una superficie semiendorreica, de avenamiento precario y proclive a la anegación, cuya extensión ronda 250 km2. Sobre la evolución de dicho espacio, baste recordar alguna referencia o hito muy destacable: así, el topónimo «daya» (Daya Nueva, Daya Vieja) significa literalmente, en árabe mogrebí, laguna; resaltemos también el doble sistema circulatorio de aguas (vivas, muertas y resucitadas), completado este gran edificio hidráulico por norias, aceñas o azacayas, accionadas por la propia corriente, mientras lo eran por el pedaleo del regante ceñiles, bombillos o azarbetas; y, en el campo jurídico, la habitual asociación de fuero Alfonsino y enfiteusis («fadiga» en el Bajo Segura) para el saneamiento y población del aguazal, enfitéuticos asimismo los establecimientos para la difícil colonización de las Villas Eximidas o Coto de las Pías Fundaciones.

Tras las riadas, alagamientos o enlagunamientos de la Vega Baja hay siempre, fruto de DANAs y vaguadas diversas, con vientos de componente este en capas bajas, colosales aguaceros de filiación mediterránea en sectores más o menos amplios de la cuenca (14.925 km2): a veces fuera de la comarca, con fabulosas llenas de las ramblas, exorbitantes crecidas relámpago de los ríos-rambla, reflejadas en hidrogramas de ascenso vertical, y descomunales avenidas del Alana, Benéfico o Segura; en otras ocasiones, formidables diluvios sobre aquella; sin que falten los que afectan conjuntamente al Bajo Segura y otras áreas de la cuenca que alimentan los citados cursos de funcionamiento intermitente y espasmódico. Esta diferenciación espacial permite tipificar tres modalidades de inundación: alóctona, autóctona e integral. Ejemplos prototípicos de inundaciones alóctonas, generadas fuera de la comarca, son la célebre Riada de Santa Teresa (15 de octubre de 1879) y la denominada «Bendita» (21 de abril de 1946). Aunque fama y responsabilidad recaigan en el Segura, el gran protagonista histórico, una mayoría de veces, ha sido el más temible de sus tributarios, el Guadalentín, monstruoso aparato torrencial, «el río más salvaje de Europa», en palabras del eminente potamólogo Maurice Pardé.

Las inundaciones autóctonas, con origen en la propia Vega Baja y espacio aledaño, resultan de la combinación de dicha planicie casi horizontal con fortísimas precipitaciones, cuando «se desgarra el firmamento» y «se abren las cataratas del cielo»: en unas pocas horas se excede con creces, incluso se duplica, la precipitación anual media. Paradigmas sobresalientes de este tipo son las anegaciones de 5 de noviembre de 1987 (Orihuela, 315 mm) y 12-13 de septiembre de 2019 (en puntos de la Vega Baja, 350-400 mm), que devolvieron temporalmente este espacio, «la llanura fantástica», a su antigua condición palustre, con prolongados estancamientos de las aguas llovedizas, hasta diecinueve días este último septiembre en algún paraje de Dolores. Hay, por último, una tercera categoría de inundación, que aúna en el referido lecho mayor lluvias torrenciales y una gran crecida del Segura y de las ramblas que afluyen aguas abajo de la Contraparada; se trata de una anegación completa, integral. Muestra excepcional e insuperable constituye la Riada de San Calixto, el 14 de octubre de 1651, la peor de que hay noticia histórica en la cuenca.

La defensa de las avenidas del Segura es un proceso multisecular, baste recordar, al respecto, que la cirugía fluvial para lograr, mediante la corta de meandros, el destorcimiento del río ha durado más de cuatrocientos años. En el último siglo y medio, las respuestas a determinadas calamidades fluviales y enlagunamientos han resultado particularmente fecundas: Riada de Santa Teresa (Congreso contra las inundaciones de la Región de Levante, 1885; Proyecto de Obras de Defensa contra las inundaciones del Valle del Segura, 1886); anegación llamada la «Bendita» (contraembalses de Cenajo y Camarillas); llena de San Wenceslao, 19 de octubre de 1973 (Plan General de Defensa contra Avenidas en la cuenca del Segura, 1977) y alagamiento de la Vega Baja, 5 de noviembre de 1987 (Real Decreto-Ley 4/1987 de 13 de noviembre y Plan General de Defensa de Defensa de Avenidas de la cuenca del Segura, 1987). Las intervenciones hidráulicas en el Segura y su red han conjurado, salvo cataclismo imprevisible, el riesgo de las tradicionales avenidas fluviales. Subsiste, en cambio, el de anegaciones como la del pasado mes de septiembre, incluso mayores; en especial, si la inundación, esencialmente autóctona, resulta agravada por descuidos, omisiones perjudiciales y decisiones erróneas: brechas en el cauce actual, que recuerdan los esjargamientos en las motas tradicionales; imponentes y clamorosas bardomeras, que hacen patente un estado del cauce manifiestamente mejorable; olvido que las pérdidas de capacidad de dispersión y detracción de aguas de avenida derivadas del abandono de riego de turbias y del laboreo de los secanos, han de ser compensadas mediante las oportunas correcciones hidráulicas de las ramblas afectadas; disposiciones urbanísticas o implantación de estructuras lineales inadecuadas en un llano de inundación de las características señaladas; ubicación peligrosa de instalaciones estratégicas (hospital, servicios de auxilio y emergencia), etcétera.

Por último, es de encarecer que el cálculo de probabilidades sobre intervalos de retorno de una catástrofe similar y el análisis de riesgos subsiguiente topan y se dan de bruces con un régimen pluviométrico cuyo rasgo esencial es la irregularidad. No es necesario remontarse a un dato centenario ni salir de la cuenca del Segura para encontrar un aviso o, si se quiere, alarma, que no se debería echar en saco roto ni caer en el olvido; es el que proporciona la rambla de Nogalte (139 km2 de superficie vertiente): tras la mortífera avenida de San Pedro de Alcántara (19 de octubre de 1973), con punta de 1.974 m3/s, ochenta y siete víctimas en la localidad de Puerto Lumbreras y, por la enormidad del aluvión, período de retorno teórico de 500 años; ello no fue óbice para que la rambla registrara, el 28 de septiembre de 2012, una llena aún mayor, la de San Wenceslao, con cima de 2.489 m3/s y volumen de 19,89 hm3 circulado en tres horas. Afortunadamente, los deberes estaban hechos en buena medida y se evitó la repetición del desastre, aunque no daños muy cuantiosos. La más elemental prudencia aconseja recordar episodios de esta naturaleza.

En efecto, la devastación sufrida el pasado septiembre en la Vega Baja reclama, sin demora ni tardanza, una respuesta diligente y eficaz, acorde con las posibilidades actuales, que no escatime medios técnicos, desde la teledetección activa (PNOT, PNOA) para la gestión y ordenación del territorio, al recuerdo indispensable, a la hora de desviar y retener aguas eventuales, que en la comarca radica el segundo regulador de la cuenca (La Pedrera, 250 hm3), sin olvidar conservación irreprochable del cauce fluvial y limpia acabada del mismo, revisión y modificación, en su caso, de vías de comunicación y transporte peligrosas, evitación de que por el álveo del Segura circulen caudales superiores a los que admite el estrechamiento menos capaz, corrección de ramblas y barrancos, mejora de la red de avenamiento, para obviar que propague la crecida, hasta recomendaciones constructivas... En suma, un plan de defensa global para este espacio de alto riesgo, muy vulnerable e intensamente humanizado. Esta es, como mínimo, la perspectiva de actuación que, hoy, requiere la Vega Baja del Segura.

Diario Información

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