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En la cabaña de Thoreau

Viernes.24 de diciembre de 2021 168 visitas Sin comentarios
#TITRE

LUIS SÁNCHEZ PAREJO

Pasó a la historia como el defensor de la vuelta a la vida natural. Pero el suyo no fue un viaje inocente. Así lo muestra Robert D.Richardson.

Había una vieja broma sobre el Partenón: todo el mundo que va a Atenas encuentra en la Acrópolis lo que está buscando. Los fascistas vieron fascismo; los liberales, democracia; y los nacionalistas griegos, Grecia. Los poetas románticos vieron ruinas y Le Corbusier, geometría. Con Henry David Thoreau, el escritor que puso el marco intelectual y sentimental a la idea de Estados Unidos, pasa un poco lo mismo: igual le ha valido a los defensores del individualismo que a los partidarios de la insumisión, a los escritores ecologistas; a los contraculturales o a los místicos...

"Thoreau dijo eso mismo: sólo podemos ver aquello que estamos buscando, aquello que ya tenemos en nuestras mentes", explica Robert D. Richardson, biógrafo del escritor estadounidense (Thoreau se llama su libro y está recién publicado por Errata Naturae, coincidiendo con el segundo centenario de su nacimiento). "La primera vez que leí a Thoreau tenía 19 años y buscaba una dirección para la vida. Teniendo en cuenta lo que le interesa de la vida a un muchacho de 19 años, no me sirvió de mucho, la verdad".

Si un lector de la biografía de Thoreau también quiere ver su propia realidad de 2017, no lo tiene difícil: la vida del escritor de Walden suena casi contemporánea, como si dialogara con todos los jóvenes prematuramente desencantados de nuestro tiempo.

Richardson empieza el relato el día en el que el escritor termina la carrera en Harvard, que en la década de 1840 no era una universidad de élite sino una especie de internado autoritario y chapucero. El recién licenciado volvió a su pueblo, Concord, en Massachusetts, y se encontró con que la economía de Estados Unidos estaba en crisis y que la realidad no estaba a la altura de sus expectativas.

No supo bien qué hacer. Probó con la enseñanza pero no le fue bien. Quiso escribir pero había mucha competencia. Pensó en marcharse al otro lado del mundo a buscarse la vida, pero no encontró el momento. Tuvo algún trabajo deprimente en Nueva York y lo dejó. Leyó mucho y se hizo amigo de su vecino Ralph Waldo Emerson. Murió su hermano, tuvo angustia y, entonces, se hizo su famosa cabaña en el bosque... Fue lo que en inglés llaman huckleberry, un chaval un poco perdido, en busca de su rumbo. Como Thoreau sabía que tenía algo especial pero no era capaz de demostrarlo, desarrolló un carácter melancólico, a veces caprichoso y soberbio. Nada que ver con la bondad machadiana del hombre del bosque en la que solemos pensar.

"Thoreau era difícil al trato, podía ser frío y ensimismado, parecía desconectado de las personas. Darle la mano debía de ser como darle la mano a un árbol. Su vida romántica había sido un desencanto...", explica Richardson, en alusión a Ellen Sewall, el amor frustrado y eterno de Thoreau y de su hermano, que también la cortejó. Sewall se decantaba por Henry David pero su padre no dio su autorización. "Entre sus íntimos, sin embargo, Thoreau transmitía alegría y belleza de vivir. Dejó escrito una vez: ’Probablemente, la alegría sea la condición de la vida’".

¿Qué leía Thoreau en esos años de artist as a young man? Mucha poesía alemana, clásicos grecolatinos, algo de filosofía oriental... De Virgilio le gustaban más las Geórgicas que la Eneida... ¿Lecturas convencionales para un joven culto de 1847? "Bueno, había algo más que las lecturas normales. Era capaz de leer en francés, alemán, italiano y latín y se defendía en español y griego. Leyó toneladas de papel de literatura de viajes, de botánica y química, leyó a Humboldt, a Liebig y a Lyell y defendió a Darwin muy pronto. Se interesó por el budismo, el hinduismo y el zoroastrismo y por la poesía persa. Sobre todo, se interesó por Sa’di".

Entre todas esas amistades literarias, destacaban Goethe y la tradición romántica alemana, que es de donde Thoreau toma la idea central de su obra: la individualidad como una responsabilidad, como una construcción ética muy exigente y solitaria. Por eso lo de la cabaña en el bosque.

Noticia: el primer escritor que presagió la contracultura desconfiaba de cualquier forma de colectivismo o socialismo, utópico o no. "Thoreau desconfiaba de cualquiera que quisiera reformar el mundo antes que reformarse a sí mismo. Como los filósofos estoicos de Roma, creía en el autocontrol, en la autarquía del individuo", explica Richardson.

Y continúa: "Thoreau no era partidario del capitalismo pero tampoco era socialista. Todo su interés por la economía se dirigía a la manera en la que el individuo gobernaba su casa y su vida. Para él, la cuestión no era en qué sistema deberíamos vivir. La cuestión era cómo sacar adelante nuestras pequeñas vidas". Un ejemplo: "Thoreau decía que el coste de las cosas debería calcularse en función de la cantidad de vida que sacrificamos por ella".

Emerson era el guía en muchas de esas ideas y lecturas de Thoreau. Juntos construyeron en Concord una versión americana de la Weimar de Goethe, una pequeña Atenas americana. ¿Compitieron, en el fondo? "Deberíamos superar la idea de que fueron amigos y, a la vez, rivales. Emerson era 15 años mayor, era más un hermano mayor que un igual. Sin Emerson no habría habido Thoreau. Es verdad que, durante una época, se alejaron. Thoreau reprochaba a Emerson que no le hubiera advertido a tiempo de que su primer libro, A week on the Concord and Merrimack Rivers, no era muy bueno. Pero es que Emerson no se dio cuenta de que Thoreau era algo más que el líder de una fiesta de huckleberries, que estaba construyendo algo importante". Al final, los dos escritores se reconciliaron "y Emerson escribió las líneas más bonitas sobre Thoreau que se puedan leer".

Thoreau era único, eso está claro. Poeta, diarista, moralista, agricultor, filósofo... Piensen en algún escritor en lengua española con quien pudiera ser comparado... Difícil, ¿verdad? "Pues yo pienso en Thoreau como en Don Quijote; un poco loco, bastante enfrentado a la normalidad, a menudo divertido, siempre con altura de miras y, a la larga, más cuerdo y más verdadero que ninguno de nosotros. Su cabaña era Baratatia y hasta tuvo una Dulcinea, Ellen Sewell... Ticknor, el profesor de español de Thoreau, escribió la primera gran historia de la literatura española en inglés".

Al final de su vida, Thoreau encontró por fin un trabajo: agrimensor, como el personaje de Kafka. No era un mal empleo, podría pasar el día en el campo. En una de esas excursiones, enfermó y el bacilo de la tuberculosis que había incubado en la adolescencia se lo llevó a los 44 años, igual que el río se llevaba la piragua de la canción Moon river: "Mi amigo huckleberry / allá dónde vayas yo iré también".

QUÉ Y CUÁNDO LEER DE THOREAU

«¿Por dónde empezar con Thoreau? Hay un ensayo corto de Emerson, el Elogio de Thoreau, que puede ser un buen comienzo. También podría servir su ensayo Walking [disponible en español dentro del volumen Un paseo invernal]. Walden podría esperar a un segundo momento porque lo veo más como una estación de llegada». Robert D. Richardson propone un itinerario para los lectores que descubran a Thoreau a través de su trabajo. No tendrán que buscar muy lejos: Errata Naturae, el sello de Richardson, ha puesto al día la obra de Thoreau durante los últimos años. El colofón de ese trabajo ha sido la nueva edición de Walden. Fuera de su catálogo, el Diario de Thoreau vuelve a estar disponible con el sello de Capitan Swing. A su escala, es un éxito: el primer volumen lleva tres ediciones y el segundo llega ahora a las librerías. Es, además, el núcleo duro de su obra y el complemento perfecto para la biografía de Richardson. / LUIS ALEMANY

El Mundo