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El occitano o la inducida vergüenza de hablar tu propia lengua

Martes.26 de diciembre de 2017 394 visitas Sin comentarios
Vergüenza inducida institucionalmente. #TITRE

Año 2050. China ha eliminado la política del hijo único y se han reproducido como conejos, por lo que, como no cabían, se han venido para España en masa, haciendo que la población de origen chino haya superado en número a los habitantes autóctonos. Ello ha provocado que hayan copado la mayoría de puestos de poder, desplazando el español como lengua de la administración en beneficio del chino, el cual se ha convertido en la “lingua franca” mundial. Por su parte, el gobierno, dado el estatus de lengua de prestigio y de élite del chino, ha aplicado una dura política de uniformización a fin de imponer esta lengua y eliminar las lenguas del territorio diferentes del chino. Las medidas, que afectan a toda la vida social y educativa, desprestigiando en público el español e incluso castigando físicamente a los niños que hablan en castellano públicamente, han tenido un éxito sin parangón: los niños no quieren hablar español y los adultos que lo aprendieron y usaron de jóvenes se avergüenzan de él, hasta el punto de no querer ni utilizarlo, ni transmitirlo, haciendo que haya desaparecido totalmente de gran parte del territorio. ¿Considera que es exagerado? Pues no lo crea tanto. Una cosa muy similar a éste relato de ficción, en que los propios hablantes de una lengua importante reniegan de ella hasta el punto de avergonzarse de su lengua materna, ha ocurrido muy cerca de nosotros, en el sur de Francia y es el punto más denigrante al que puede llegar una cultura. Estoy hablando de lo que se ha dado a llamar la “Vergonha” (Vergüenza) Occitana.

Extensión del occitano

Hacer una visita al sur de Francia, si lo que buscas es naturaleza, patrimonio e historia, es una auténtica maravilla para los sentidos. Pueblos medievales, bosques espesos, ríos caudalosos, grutas excepcionales, vida tradicional, antigua cultura, buen yantar... y un auténtico reto para un buscador compulsivo de relictos como soy yo. Y es que, tal ha sido el celo puesto por el estado francés en el proceso de erradicación del occitano que encontrar el más mínimo vestigio que haga referencia a esta lengua es una auténtica lotería. Ni tan siquiera en los museos locales, en que el tema folclórico es el anzuelo del turismo, se pueden hallar menciones destacadas de una lengua que hasta la década de 1960 era mayoritaria desde Burdeos a la frontera italiana y desde Limoges hasta los Pirineos. Todo es francés. ¿Cómo ha sido posible semejante "lingüicidio"? La participación activa de los propios hablantes de occitano en su propia muerte se ha demostrado capital.

Esquizoglosia. Este es el término científico para determinar el odio o fobia a hablar tu propia lengua materna y algo que los -a estas alturas, pocos- habitantes indígenas del sur de Francia que no tienen el francés como lengua materna conocen a la perfección. Y lo saben de primera mano ya que durante muchos años han sufrido una auténtica programación neurolingüística institucional para que ellos mismos dejasen de hablar una lengua que, de hecho, al único que molestaba era al poder establecido.

La historia de la aniquilación del occitano arranca en el siglo XVI, con el edicto de Villers-Cotterêts (1539), en que se obligaba a que toda la administración de Francia se escribiera en francés, pero sufrió un acelerón estratosférico a raíz de la Revolución francesa que fue mantenido a toda mecha durante el siglo XIX.

El mapa lingüístico de Francia, al contrario de lo que puede parecer a simple vista para el profano, es de una riqueza bestial. Francés, bretón, vasco, catalán, occitano, alsaciano, corso, picardo, valón, flamenco, galó, normando... todas ellas -cada una de un padre diferente- hasta 1789 eran lenguas muy activas en una Francia eminentemente rural que tenía en París el gran centro urbano del país, el cual -no olvidemos- tenía su propio idioma, el francés.

Conforme que la monarquía francesa (léase parisina) iba consiguiendo territorios, iba adquiriendo con ellos a unos pobladores que no conocían la lengua de las élites del poder, dándose el caso de que los que mandaban utilizaban una lengua (el francés) mientras que los súbditos hablaban otra cosa de mucha menor entidad -desde el punto de vista de la aristocracia, claro- que se dio a llamar despectivamente "patois".

Así, de esta manera, las sociedades rurales no parisinas que tenían su propia cultura empezaron a ver sus lenguas particulares como carrinclonas y pasadas de moda, por lo que si querían acercarse al "estándar" noble, la condición sine-qua-non era dejar atrás el "garrulerío" que significaba hablar de forma habitual en "paleto" (valga como ejemplo literario que, en Los 3 Mosqueteros, D’Artagnan tiene que sufrir las burlas de sus compañeros por su origen gascón). Por su parte, la monarquía, aprovechando la circunstancia, arrimó el ascua a su sardina e impuso el francés como única lengua del estado -curiosamente, la suya- desarrollando la idea de "una lengua, un país" como forma de mantener su particular cuota de poder.

La Revolución Francesa significó romper con el Antiguo Régimen y, con él, los molestos "patois" que se hablaban en todo el país. Que de 28 millones de franceses, tan solo 3 dominasen la lengua de la capital, era algo que para la nueva y poderosa intelectualidad parisina era muy difícil de digerir, por lo que entre ese orgullo de lengua dominante y el hecho que traducir las nuevas leyes a todos los idiomas del país daba mucha pereza, el implantar una única lengua se convirtió en prioritario. La "Égalité" se tradujo, en cuestión de idiomas, en la imposición a machacamartillo de una única lengua en común, y no solo eso, sino el desmembramiento efectivo de cualquier rastro de nacionalidades diferentes a la francesa: los departamentos, por ejemplo, fueron elementos artificiosos que en ningún caso respondían a los límites tradicionales; nombrar "Occitania", "Provenza", "Cataluña" o "Gascuña" fuera de un contexto meramente folclórico causaba poco menos que herpes.

Durante el siglo XIX la represión del occitano y cualquiera de sus variantes (provenzal, gascón, lemosín...) fue simplemente brutal. El afrancesamiento de toda la vida social y pública llegó hasta lo más íntimo, con castigos físicos a los críos que osaban hablar en "patois" en el colegio (se les obligaba a colgarse los zuecos del cuello o se les pegaba con una regla en las manos) y en las escuelas se leía el intimidante cartel de "Parlez français, soyez propres" (Hablad francés, sed limpios) como forma de inculcar el monolingüismo más absoluto. Francia era francesa. Punto.

Los resultados fueron desastrosos para el occitano, ya que los propios hablantes tenían vergüenza de expresarse en un "dialecto inferior" dejándose de transmitir y usar de forma habitual incluso en el ámbito familiar. Esta situación de esquizoglosia indigna, las dos guerras mundiales -que obligaron al campesinado a salir en masa de sus lugares de origen- y la llegada, a partir de 1950, de grandes oleadas de inmigrantes no occitanoparlantes, hicieron que de un uso generalizado a principios del siglo XX se haya pasado a menos del 5% de la población en la actualidad (el número de hablantes es incierto, oscilando entre 500.000 y 2 millones). De nada ha servido el estatus de lengua de cultura por antonomasia que adquirió durante el medievo de manos de los trovadores o que un premio Nobel (Frederic Mistral) fuese nativo de lengua occitana y escribiera su obra en occitano, que el declive de la antigua "Lengua d’Oc" ha sido prácticamente irreversible.

A día de hoy, los pocos restos visibles del occitano para el turista se reducen a unos pocos letreros bilingües de nombres de calles y de ciudades, siendo prácticamente inexistentes en todo el resto de ámbitos sociales. Con todo, la guerra no está perdida, y a pesar de los inconvenientes existe una pequeña -pero testaruda- cantidad de hablantes nativos de occitano que están luchando por recuperar su antigua dignidad, promocionando su enseñanza y su difusión en los medios de comunicación, con la esperanza puesta en los exitosos ejemplos de revitalización de otros idiomas desaparecidos (ver El cornuallés, la resurrección milagrosa de una lengua perdida).

Por desgracia, la obstinada posición centralista del gobierno francés a negar el pan y la sal a cualquier lengua que no sea exclusivamente el francés -incluso negándose a ratificar la Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias- no les pone las cosas nada fáciles a los tenaces occitanistas. Sin embargo, el hecho de que el occitano hablado en el Valle de Arán (el aranés) sea considerado oficial y la fuerza del catalán -la lengua más cercana al occitano- proporciona una tenue luz en el fondo del más negro túnel a una lengua y una cultura honorable como pocas que, en ningún caso, se mereció el indigno e inhumano destino de llegar a sentir vergüenza de ser quien era.

Fuente: http://ireneu.blogspot.com.es/2015/...