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«El gran problema del movimiento antiglobalización es que le falta anclaje social»

Viernes.26 de septiembre de 2008 3547 visitas Sin comentarios
Entrevista a Jaime Pastor Verdú, profesor de Ciencias Políticas de la UNED #TITRE

A diferencia de la antigua clase obrera, organizada en el modelo industrial fordista, los actuales movimientos de trabajadores permanecen en los márgenes de la explotación. Aunque han conseguido deslegitimar decisiones políticas y gobiernos, y hasta han planteado alternativas concretas a algunos problemas de nuestro tiempo, estos movimientos no han logrado frenar el neoliberalismo ni proponer políticas globales alternativas para sustituir el modelo existente. La transición hacia otro mundo posible se debe ir construyendo «desde abajo, desde el pueblo, y no desde las elites ilustradas».

Juan Pablo Palladino
juanpabloteina@yahoo.es

Revista Teína

Los movimientos sociales de este siglo, con los antiglobalización a la cabeza, representan la propuesta contracultural del mundo contemporáneo bajo la consigna: otro mundo es posible. Pero, ¿no se agotan estos movimientos en un no reiterativo sin propuestas factibles para reemplazar al modelo existente y en la mera deslegitimación de la política como espacio para solucionar los asuntos públicos?

Para Jaime Pastor Verdú, profesor titular de Ciencias Políticas y de la Administración en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), sí existen alternativas. Pero el problema es que a estos movimientos les falta arraigar más entre la gente. Lo cual se complica por el hecho de que su posición, en un mundo donde el trabajo es cada vez más precario, está en los márgenes del sistema de explotación laboral, en torno a reivindicaciones como la defensa de los bienes comunes. Por tanto, no tiene la misma fuerza que la antigua clase trabajadora, que encarnó el movimiento obrero, nucleada por el viejo modelo de producción fordista. Lo claro es que ésta es una etapa de transición, camino hacia un proyecto político y a una forma de hacer política diferentes respecto a los planteados por el modelo neoliberal y las tradicionales instituciones democráticas. Aunque aún el resultado no sea cercano.

¿Qué requisitos debe cumplir una acción colectiva para transformarse en movimiento social?

No se produciría un total consenso dentro del mundo que estudia los movimientos sociales. Por mi parte coincido con quienes ponen el acento en que se trata de un conjunto de redes que tienden a impulsar acciones colectivas en conflicto con las autoridades políticas y sociales.
Emplean un repertorio de acciones generalmente no convencionales, aunque no por ello puedan excluir las convencionales, y siempre lo hacen con vocación duradera, es decir, se diferencian de una movilización social o una huelga de hambre en que van más allá de una acción puntual y agrupan a una serie de personas en torno a la defensa de un objetivo. Todos estos rasgos permiten también diferenciar a un movimiento social de un partido político, que tiene un programa en conjunto y que participa en procesos electorales, o de un grupo de presión o de muchas ONG. Los sindicatos, por ejemplo, históricamente han sido movimientos sociales, aunque hoy muchos han pasado a ser grupos de presión. En el caso de las ONG, hay algunas que participan en movimientos sociales apoyando acciones colectivas conflictivas, mientras que otras renuncian a eso y se dedican a gestionar proyectos de desarrollo en colaboración con las instituciones. No obstante, hay que tener una visión dinámica de los movimientos sociales porque, como su nombre lo indica, son cambiantes y no tienen una frontera definida en relación tanto a los partidos como a los grupos de presión.

En los movimientos sociales se observa una gran diversidad de reivindicaciones. ¿Se puede encontrar algún punto en común que conecte a todos los movimientos sociales actuales o debe analizarse obligadamente a cada uno por separado?

Hay que hacer las dos cosas. Los grandes movimientos sociales en cierto modo han ido surgiendo en torno a los principales pilares de la modernidad capitalista: el movimiento obrero ha surgido en torno al industrialismo y la relación capital-trabajo; el ecologista ha ido surgiendo a medida que se fueron manifestando los efectos de ese industrialismo y de una ideología productivista y consumista; el movimiento feminista lo hizo en torno a la dominación patriarcal, que ha existido desde los primeros tiempos, pero que luego se fue manifestando de forma estrecha junto al capitalismo; el pacifista y antimilitarista también cuestionó otro pilar del capitalismo, la preparación para la guerra por parte de los estados; el antirracista apuntó contra esa jerarquía de culturas y presuntas civilizaciones alentada por la modernidad... Hay que tener una perspectiva histórica en cuanto a la conformación de todos estos movimientos, que han abordado gruesos pilares de la modernidad fundamentalmente capitalista, aunque también han surgido en países no capitalistas. Ahora, todos comparten algunos rasgos: la promoción de una serie de redes u organizaciones con vocación de durar, el desafío a las autoridades, a los poderes, y el planteamiento de demandas parciales y la denuncia de marcos de injusticia. Siempre han tratado de poner en primer plano una injusticia determinada y la lucha por erradicar sus causas.

¿Está de acuerdo con la diferenciación entre antiguos y nuevos movimientos sociales?

Desde el punto de vista histórico sí podemos hacer esa clasificación. Incluso ahora mismo, a partir de lo que significó (la movilización ante la cumbre de la Organización Mundial del Comercio de 1999 en la ciudad estadounidense de) Seattle, se habla de los novísimos movimientos sociales, fundamentalmente de los antiglobalización. Lo importante es que aunque hagamos esa clasificación de movimientos antiguos o clásicos, nuevos, a partir del ’68, y novísimos, a partir de la globalización, y a pesar de los rasgos de discontinuidad, hay elementos de continuidad, es decir, no son radicalmente nuevos los del ’68 con respecto a los anteriores, como tampoco los antiglobalización respecto al ecologismo. El movimiento del siglo XIX por excelencia fue el movimiento obrero. Cuando surgen a partir del ’68 el movimiento ecologista o el feminista no lo hacen de la nada: hay pioneros, hay lo que se conoce como redes madrugadoras de esos movimientos. La novedad es que se conforman con estructuras que conocen fases de mayor visibilidad y fases de latencia, y que se constituyen como actores sociales, políticos y culturales de primer plano, cosa que no eran antes del ’68. Lo mismo ocurre con el movimiento antiglobalización: hay redes internacionalistas que denuncian la forma de dominación a escala internacional antes de (levantamiento indígena de los pueblos de) Chiapas, en el ’94, o Seattle, pero su conformación como actores políticos, sociales y culturales se da a partir de esas irrupciones públicas. Y la gran novedad de estos últimos movimientos es el uso de Internet. Cada uno de los movimientos se ha ido apropiando de las nuevas tecnologías, ha ido ampliando su repertorio de acciones, sus formas de organización y se han ido renovando e innovando. Obviamente, también encontramos elementos de continuidad con los anteriores.

¿Se puede establecer una relación entre la pérdida de legitimidad política y el crecimiento de movimientos sociales y, concretamente, de los antiglobalización?

Asistimos a una profunda crisis de la democracia realmente existente, a una crisis de representatividad política de los partidos y de las instituciones. Hay un fenómeno de deslegitimación de las autoridades y de los poderes políticos y mediáticos por parte de los movimientos sociales. Están demostrando una enorme capacidad para deslegitimar determinadas decisiones de los poderes políticos, de echar gobiernos, derrocar presidentes. Pero luego se comprueba su límite, porque a la hora de las alternativas, de reemplazar a esas autoridades, sufren divisiones y aparecen distintas opciones. Se dan, por ejemplo, situaciones de dualidad de poderes, como vemos en Bolivia. Y cuando se buscan salidas políticas, si ese movimiento no llega a sustituir a las autoridades legales, se retorna a las salidas electorales.

¿Y cuál es el punto de conexión entre estos movimientos de protesta y la actividad política?

Nos encontramos con situaciones muy diferentes. En Europa, por ejemplo, en el caso de Francia hemos asistido a una profunda deslegitimación del Tratado Constitucional europeo y de las autoridades políticas y mediáticas. Pero a la hora de buscar respuestas, lo que se ve es que las fuerzas políticas que están con el movimiento del no tienen una débil representatividad parlamentaria e institucional, favorecida además por los actuales sistemas electorales. Entonces hay una distancia entre lo que puede expresar una mayoría de ciudadanos en torno a preguntas concretas y su opción de voto en unas elecciones. En países como Brasil se pudo reflejar, en Bolivia también, pero se refleja de forma muy deformada porque la tendencia al voto útil predomina en las elecciones parlamentarias. Además, cuando un partido gana las elecciones, aunque sea de izquierda y quiera ser fiel a las demandas del movimiento, se encuentra atrapado en una red de poderes fácticos a escala global que no es fácil desafiar, no es fácil plantear una dinámica de ruptura, una transición a otra forma de sociedad.

Pero, ¿existe es otro modelo de sociedad? Cuando uno observa las protestas antiglobalización queda claro qué es lo que no se quiere. Incluso al mirar hacia el Foro Social Mundial la consigna es elocuente: otro mundo es posible. Ahora, ¿no se agota el reclamo en el mero rechazo, en el no a un modelo sin que se alcance un programa político alternativo concreto que proponga una alternativa?

Es cierto, lo que hay es un gran rechazo frente al neoliberalismo global actual. Pero, bueno... sí hay unas alternativas. Sería absurdo, por otra parte, exigir a un foro tan global que apruebe un programa político acabado. Hay una serie de elementos básicos, como el cuestionamiento de los poderes multinacionales, las instituciones financieras internacionales, la necesidad de un programa de defensa de los bienes comunes que refleje el rechazo de la acumulación por despojo de esos bienes mediante las privatizaciones masivas... Además, si un partido con esas intenciones llega a gobernar un país como Bolivia, por ejemplo, debe plantearse primero la necesidad de una política económica de transición. Tampoco es lo mismo que eso se de en un país periférico o en un país semiperiférico o en un país capitalista maduro. Las alternativas no se pueden pensar en el marco de un solo país, hay que concretar qué políticas económicas serían posibles. En ese sentido, algunos sectores antiglobalización sienten la necesidad de ir al terreno propositivo y sugieren políticas de re-nacionalización de determinadas fuentes de recursos básicos, de garantías de los servicios públicos, de una política económica distinta y monetaria respecto al euro... Sí hay alternativas, pero ahora lo más urgente es parar las políticas neoliberales y sentar las bases de una transición hacia un proyecto distinto, el cual habrá que construirlo con la gente y los pueblos, desde abajo y no desde las elites ilustradas.

¿DESLEGITIMACIÓN DE POLÍTICOS O DE LA POLÍTICA?

Ahora, quienes al fin y al cabo llevan a la práctica estas políticas son los gobernantes. ¿Esa deslegitimación de las autoridades políticas y mediáticas no puede trasladarse a la actividad política en sí?

El gran desafío de muchos movimientos sociales hoy es la necesidad de luchar por otra política. Se cuestiona la política realmente existente como gestión del pensamiento único, es decir, que sea la única política posible. El gran problema es que los movimientos han demostrado ser suficientemente fuertes para deslegitimar esa política, la convencional, pero todavía no son los suficientemente fuertes para oponer una política alternativa. Por eso, los partidos que tratan de estar más vinculados a los movimientos desempeñan un papel importante. El problema es que esos partidos se debaten también entre lo viejo y lo nuevo, se debaten entre la presión por adaptarse a las políticas convencionales, y por lo tanto terminar traicionando los ideales de los movimientos, y la voluntad de ser fieles a ellos. Estamos en esa transición. Lo ideal sería que esos movimientos siguieran reforzándose y generando un grado de autoorganización y de contrapoder que pudiera sentar las bases para una ruptura con los sistemas políticos existentes y construir otro tipo de democracia, una democracia participativa que se base en órganos populares, que no signifique terminar con determinadas instituciones de representación política, pero que por encima de éstas estén esas instituciones de contrapoder controladas por el pueblo. Claro, eso implica un cambio substancial de las relaciones de fuerzas actuales y sobre todo que se plantee al menos a escala regional, y no estamos en esa etapa todavía. En ese mientras tanto es evidente que sí sigue habiendo una desconfianza frente a la política por parte de muchos movimientos sociales. Ahora, se puede dar la espalda al Estado pero el Estado no nos da la espalda a nosotros.
Aunque no tenga la centralidad que tuvo en el pasado, éste sigue tomando decisiones que nos afectan. Estamos en una etapa en que sabemos que las viejas estrategias políticas han fracasado y habrá que ir diseñando otras estrategias y aprendiendo para ello de los errores del pasado. Afortunadamente, hay distintos laboratorios en el mundo que podemos mirar, como el zapatista, el boliviano, el venezolano, la experiencia reciente de Francia, sin idealizar ninguno pero aprendiendo, analizando y preguntándonos.

Lo que parece claro es que las instituciones públicas tradicionales van a cambiar y habrá que replantearse su función en el mundo globalizado...

El neoliberalismo está provocando un desgaste de la legitimación que relativamente había logrado el capitalismo con su promesa de ir extendiendo gradualmente los estados del bienestar a otras partes. Esa tendencia del neoliberalismo de desmantelar las bases de la conciliación entre la lógica de la acumulación capitalista y la legitimación social es la que está provocando una crisis del propio proyecto neoliberal. El reflejo más claro ha sido el «No» francés, no porque todos los franceses fueran de izquierda, sino porque lo central fue la cuestión social, lo que implicó una fractura no tanto entre derecha e izquierda sino entre los de arriba y los de abajo. Ningún sistema puede funcionar sin cierto grado de legitimidad y el gran problema hoy del neoliberalismo es ése: cómo buscar cierta legitimación. Puede haber una legitimación electoral de los gobiernos pero al mismo tiempo esos gobiernos pueden conocer un proceso de deslegitimación relativamente rápido. Estamos en una etapa de crisis, que no significa un cambio radical cercano, desgraciadamente. Pero lo que sí está claro es que asistimos a ese desgaste y a un mundo en movimiento y en convulsión en el cual los movimientos sociales son actores político-sociales estables. Y, además, cuentan con esa ventaja que supone Internet: la capacidad contrainformativa frente a los poderes. Antes, los poderes reconocían falsedades a destiempo. Ahora, hay una capacidad de dar otra versión de los hechos. No olvidemos que vivimos en un mundo en el que los medios desempeñan un papel clave: los discursos construyen socialmente las identidades, las preguntas y las respuestas. Hay una crisis de representatividad política que no garantiza la gobernanza que necesita el capitalismo para salir de la fase de relativa crisis económica, ya que la fase de la globalización feliz pertenece al pasado. Hoy asistimos a contradicciones significativas incluso entre los distintos polos de la tríada global.

Entonces, ¿es posible sostener que el accionar de los movimientos sociales haya sacudido los cimientos del modelo neoliberal?

Los movimientos sociales, y el movimiento antiglobalización entendido como movimiento de movimientos, han conseguido una autolegitimación pública significativa. De hecho, hay temor (en los neoliberales) a que se desarrolle un credo antiglobalización, que no es del mismo signo que el comunismo pero que sustituye el movimiento obrero socialista y comunista histórico. El gran problema, y aquí no hay que engañarse, es que este movimiento no ha logrado frenar el neoliberalismo global. Todavía hay un fuerte autismo de las elites globales y mediáticas para cambiar de rumbo, todavía no se ha logrado ni siquiera la Tasa Tobin (un impuesto sobre las transacciones financieras propuesto por el movimiento ATTAC para frenar la presente volatilidad en los movimientos de inversiones, que desestabiliza los países) ni la abolición de los paraísos fiscales, es decir, medidas modestas que implicarían cambios significativos. En esa transición histórica hay una autolegitimación pública de este movimiento y una deslegitimación simbólica del neoliberalismo, pero todavía no hay una deslegitimación fáctica del proyecto neoliberal.

¿Esto tiene que ver con la falta de herramientas políticas concretas de los movimientos, es decir, con el hecho de que son marginales a las instituciones establecidas y que, por lo tanto, no cuentan con mecanismos de acción directa dentro de ellas?

Creo que tiene más que ver con que se desarrollan fuera de los lugares de producción. El gran movimiento obrero desafió al capitalismo porque desarrolló sus luchas en el centro de la explotación capitalista. En cambio, el movimiento antiglobalización se ha desarrollado más en torno a la defensa de bienes comunes (la educación, la sanidad, el agua, los recursos naturales) y en el lugar de la explotación no tiene arraigo suficiente. Se plantea la necesidad de una mejor combinación entre lo que son luchas en defensa de los bienes comunes con luchas contra la explotación. El caso francés mostró que la denuncia de las deslocalizaciones de las multinacionales y de la flexibilización del mercado laboral y ambiental han tenido arraigo. El problema no es de partidos o del sistema político, sino de que se logre mayor arraigo social, en los barrios, en el territorio, porque en los países capitalistas no existe el modelo fordista de la gran concentración obrera industrial.
El gran problema del movimiento actual es que le falta mayor anclaje social, ya que el fenómeno de la precarización de la fuerza de trabajo está provocando desgarros enormes. El modelo de trabajo estable pertenece al pasado, lo cual se agrava porque los grandes sindicatos se han concentrado en ese trabajador estable ocupado sin atender prioritariamente a la mayoría de trabajadores precarios que se está desarrollando en las grandes ciudades, por no hablar del proletariado informal, como el caso de los inmigrantes en el norte. Hay que plantear la solución en términos de una reconstrucción de un bloque social plural, aunque sea mucho más difícil que en el pasado por la pérdida de centralidad de la vieja clase obrera.