El conflicto entre libertad y obediencia en el estado de alarma sanitario - Tortuga
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El conflicto entre libertad y obediencia en el estado de alarma sanitario

Jueves.9 de abril de 2020 1442 visitas - 3 comentario(s)
Pablo San José Alonso, Tortuga. #TITRE

Leía el otro día en un artículo frases como esta: "Gente que hace no tanto iba a conseguir la independencia de todo un país ahora no se atreve ni a sacar la basura". Y es cierto que el acatamiento de la población española a las directrices gubernamentales que emanan del estado de alarma está siendo casi total. Casi, digo, porque hay algunas excepciones de personas que rompen el confinamiento más allá de las situaciones permitidas por los sucesivos decretos. Excepciones que, a pesar del esfuerzo de las autoridades y los medios de comunicación en hacernos un relato minucioso de ellas a diario, conjuntamente con la publicidad de su enorme aparato de vigilancia, persecución y castigo de los infractores, si las comparamos proporcionalmente con la población total, resultan una minoría muy pequeña. Además hay que valorar que lo normal es que estos pequeños actos de incumplimiento privado de algunas disposiciones se realicen de forma puntual, en general leve, y rarísima vez lleguen a suponer desmarque, oposición pública o desobediencia a la estrategia del confinamiento en su conjunto.

Pienso que, en su mayoría, la población está cumpliendo el confinamiento, convencida de que, a pesar de su excepcionalidad, es una medida necesaria para minimizar los efectos de la pandemia. Se está actuando, en general, bajo el imperativo del civismo y la responsabilidad. De hecho, considero que no serían pocas las personas que, desde dichos valores, seguirían cumpliendo las medidas vigentes incluso en el caso de que no hubiese ningún tipo de presión punitiva. Aunque también pienso que sería una parte menor quien actuaría así. En general, en dicho escenario de invitación a la autoprotección voluntaria, la mayoría tomaría algunos cuidados, como ponerse mascarillas, evitar algunos eventos sociales, etc., pero, en general, mantendría en vigor lo fundamental de su cotidianeidad vital.

¿Qué hace, pues, que el confinamiento se observe en todos sus términos de forma generalizada? Principalmente el miedo. En primer lugar el miedo a ser infectado y a infectar a otras personas cercanas, especialmente en el caso de encontrarse entre la población de riesgo. Tal afirmación parece contradecirse con lo que decía en el párrafo de arriba. Pero hay que pensar que el miedo es una emoción muy básica que a todas y todos nos afecta en unas maneras u otras, y que, si se desenfrena, puede llegar a ser tremendamente paralizante. Hay muchos trastornos psicológicos que tienen el miedo como base: aprensión, paranoia, neurosis, hipocondría... Piénsese en lo mucho que trabaja la autoridad gubernamental, junto con los medios de comunicación, estos días, para trasladar el mensaje de que está habiendo muchas muertes, que la sanidad está desbordada, los hospitales colapsados, etc. A este hay que unir un segundo miedo: a ser abordado y reprimido por la policía; temor de gran efecto, pienso, para la mayoría, incluso mucho más allá de la preocupación por la posibilidad de ser multados. También estos días, como decía, no hay parte diario de la epidemia en el que no se informe con todo lujo de detalles de la acción represiva de los cuerpos policiales y militares desplegados por el territorio, información que, por su carácter de suceso noticiable, recibe una gran atención por todo tipo de medios. Todavía podemos hablar de un tercer miedo: la sanción social. En una situación de shock colectivo ser "la oveja negra", ser el que se desmarca de lo que hacen todos, tiene un riesgo enorme, no solo de ser señalado para el público escarnio sino, incluso, de ser linchado. Entiéndase la metáfora. Metáfora que, por cierto, no lo es tanto. Baste ver a todas esas personas dispuestas al señalamiento, el insulto a gritos y la llamada telefónica a la policía, vigilantes en sus ventanas, balcones y portales de internet, en función de guardianes parapoliciales del estricto cumplimiento ciudadano de la cuarentena.

Ante tales circunstancias, disentir de las decisiones que la autoridad política viene adoptando se convierte en un ejercicio tremendamente difícil. Sólo la derecha organizada, desde su gran poder social, político y mediático, y con el fin bastardo de erosionar el vigente gobierno con la pretensión de ocupar su lugar en un futuro próximo, levanta alguna voz crítica. Voz que, no constituyendo defensa de libertades ningunas, cuestionando, además, solo aspectos accesorios de la situación, no es más que una estrategia demagógica y oportunista en procura de sus propios fines. Por lo demás, hacer cualquier tipo de crítica del estado de alarma y de sus medidas de excepción, supone una suerte de mear fuera de tiesto; algo completamente fuera de lugar.

No sé si cabe ser "alarmista" en un estado de alarma pero, sin dejar de atender a la gravedad de la emergencia sanitaria en la que nos encontramos, a mi lo que me alarma es el tipo de medidas de control social discrecional por parte del poder que se están adoptando estos días y, sobre todo, la falta de preocupación y crítica con que son recibidas por parte de la población, izquierda incluida. Se ha hablado más, por ejemplo, de los chanchullos de Juan Carlos de Borbón (o del bulo de la amante de Pablo Iglesias) que del decreto que permite al gobierno rastrear la trazabilidad de los teléfonos móviles. Con o sin epidemia, me parece advertir una inquietante disposición general a la obediencia. Sinceramente, considero que hoy estamos más cerca de una sociedad totalitaria permanente que hace un mes.

Un mes bajo arresto domiciliario y sin saber cuánto queda, controles policiales por doquier, el ejército desplegado por las calles, buena parte de los derechos políticos suspendidos sine die... ¿Cómo ha de sentirse alguien que siempre, siendo crítico con el sistema, se ha sabido insumiso y ha predicado la desobediencia civil al poder? ¿Qué le cabe hacer en esta situación?

En primer lugar hay que recordar que no se ha de desobedecer sistemáticamente, siempre, porque sí. Se desobedece cuando hay una injusticia, un poder abusivo y tiránico, una legislación que debe ser removida. ¿Estamos en ese caso?

Pocos dirán que sí. Las personas de izquierda más razonables y bienintencionadas afirmarán que el gobierno está haciendo lo que hace el resto de gobiernos en situación similar. Y que, además, no es una decisión de los cargos políticos, sino de los científicos expertos en epidemias que les asesoran. Que, en realidad, la estrategia que la autoridad gubernamental trata de seguir no es más que la plasmación a gran escala de las medidas profilácticas recomendadas por dichos expertos en beneficio saludable de todo el país.

Pero, por otra parte, como individuo de la sociedad objeto de la aplicación de todas estas medidas "sanitarias" cercenadoras de derechos y libertades, echo de menos, siquiera, conocer más sobre los procesos de información y evaluación político-científica que las alumbran. En general, tengo la impresión, de que el gobierno maneja todo este asunto con cierto secretismo llegando, incluso, a lanzar rumores y globos sonda con respecto a medidas que estudia implantar. Y pienso que el "conocimiento experto", en este como en cualquier tema, no puede ser un monopolio del poder, una especie de coartada para tomar decisiones de forma arbitraria. Cuando el poder político se apropia del conocimiento, al pueblo, despojado de la información precisa para valorar la oportunidad y conveniencia de cada medida, no le queda otra que obedecer a ciegas. Muy al contrario, han de ponerse todos los medios para que dichos saberes sean siempre accesibles a quien quiera conocerlos: el conocimiento científico ha de ser democrático. Por ello me gustaría saber, en la situación actual, quienes son esos expertos epidemiólogos que están asesorando a la autoridad política. Qué dicen cada uno de ellos y ellas y si se da unanimidad entre sus análisis y propuestas. También si hay más "expertos" de la misma categoría y consideración entre la comunidad científica que tienen puntos de vista diferentes. Porqué se eligen unas tácticas y se desechan otras. Si el gobierno, atendiendo a su función de gobernar, está empleando criterios exclusivamente médicos a la hora de tomar sus decisiones o también tiene en cuenta algunas variables de tipo económico, social (o sus propios intereses partidistas)... En realidad me gustaría que, sobre todo esto, hubiese luz y taquígrafos y que pudiese darse un debate social al respecto para consensuar qué es lo que más nos conviene y/o lo que más deseamos. Aquello por lo que optamos, en definitiva, luego de estar bien informados de todas las posibilidades.

Porque, en mi opinión, y ese es el gran problema, nos hemos acostumbrado a que la democracia sea esto: mucha gente acudiendo un día a las urnas y después la nada. Unos pocos gobiernan y el resto están en sus propias vidas. Los que gobiernan hacen y deshacen y el resto les vemos por la tele. Tenemos opiniones y opinamos, pero -ese ámbito es de ellos- no podemos decidir nada; apenas influir. Ni siquiera, como decía en el párrafo anterior, se molestan o esfuerzan demasiado en tenernos informados: basta con que confiemos en que saben, hacen lo correcto, están bien asesorados, se preocupan por nosotros, y, simplemente, les obedezcamos. Incluso en casos tan graves como este, más si cabe en casos tan graves como este, en el que la obediencia "de serie" se refuerza con el "extra" de la militarización de las calles.

En el tema que nos ocupa, el dilema planteado, a mi modo de ver, tiene difícil solución. Ante el desconocimiento y la falta de datos para comprender las circunstancias de la epidemia, por simple prudencia, tratando de contribuir a su no propagación, cabe sumarse a las medidas profilácticas gubernamentales. Ante el secretismo y la más que preocupante deriva militarista y de control social, creo que cabe movilizarse llegando, en algunos casos, a extremos de desobediencia. Más allá del grave problema sanitario que enfrentamos en el momento presente, hay un futuro en el que pensar que se está construyendo hoy. No es fácil, desde luego, saber qué hacer en cada momento ya que los dos términos de la ecuación son francamente excluyentes. Lo que sí está claro es que el proceso de transición hacia otro modelo social que, llegue o no a lograrse, cada vez se hace más imperioso, habrá de abordar en profundidad la cuestión de la libertad, la obediencia, la información, la gestión política... en claves inclusivas y democráticas. De no hacerse así nuestra soberanía seguirá disminuyendo y seremos una sociedad cada vez más desvertebrada y atomizada. No hay ninguna razón para no empezar a recorrer ya ese camino.


Pablo San José Alonso es autor del ensayo "El ladrillo de cristal. Estudio crítico de la sociedad occidental y de los esfuerzos para transformarla"

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  • Estamos en un algún momento autosecuestrados? Diría que sí, y es doloroso...
    Me gustó tu artículo, saludos

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  • Muy de acuerdo en la crítica a la coartada del supuesto conocimiento experto que monopolizan en secreto.
    En El Salto hay un artículo de un medico que baraja alternativas, la réplica y la contrarréplica:

    ¿Hay alternativas al estado de alarma y al confinamiento?
    https://www.elsaltodiario.com/coron...
    José R. Loayssa. Médico de familia. Trabaja en urgencias del Servicio Navarro de Salud. Ha tenido amplias actividades y responsabilidades docentes e investigadoras.
    27 mar 2020 09:26

    El confinamiento como mal menor, contingente y revocable
    https://www.elsaltodiario.com/coron...
    Luce Prignano, Emanuele Cozzo, Investigadores en sistemas complejos en el UBICS (Universitat de Barcelona) y miembros de Heurística
    1 abr 2020 16:00

    Confinamiento total: un golpe brutal e injustificado
    https://www.elsaltodiario.com/coron...
    José R. Loayssa. Médico de familia. Trabaja en urgencias del Servicio Navarro de Salud. Ha tenido amplias actividades y responsabilidades docentes e investigadoras.
    6 abr 2020 18:17

    Sobre esta duda que planteas creo que todos percibimos la respuesta:
    "Si el gobierno, atendiendo a su función de gobernar, está empleando criterios exclusivamente médicos a la hora de tomar sus decisiones o también tiene en cuenta algunas variables de tipo económico, social (o sus propios intereses partidistas)..."
    Y a veces se vislumbra claramente, cuando diversos gobiernos autonómicos proponen distintas decisiones. ¿Acaso esos gobiernos autonómicos no tienen suficiente asesoramiento experto? No es eso, es que dan distinto peso a cada variable.

    Alguien dirá, "esta bién que el Presidente tome las riendas frente a otras autoridades, ya que no conviene mostrar discrepancias frente a la estrategia del confinamiento, para que todo el mundo lo cumpla con más convenciminto y efectividad".

    Recuerdo un análisis sobre la catástrofe de Chernobyl: El gobierno soviético conocía la magnitud del desastre, pero apenas había nada que hacer para paliarlo, evacuar cuanto antes a la población del pueblo y de la región era la única opción, y para evitar el caos del pánico sirve la dosificación de la difusión de información y las duchas y pastillas de iodo con función principal de placebo.

    En una situación en que las medidas sanitarias (medicinas, respiradores) tienen efectividad limitada para curar, en que no se sabía cuanta gente estaba ya contagiada ni cuanta más enfermaría la actuación del gobierno podía tener más de gestión de la alarma social que de gestión sanitaria.

    En la cuestión de las nucleares es la decisión de su construcción la que nos aboca a escenarios en que el mejor gobierno es totalmente centralizado, pero con la epidemia el gobierno (y la sociedad) tiene margen para elegir un camino más autoritario o más descentralizado.
    El caso de Suecia que menciona el tercer artículo que he enlazado parece un buen modelo
    https://www.aier.org/article/what-s...
    donde estan informando debidamente, confían en la sensatez de la población, no hay medidas indiscriminadas, etc.

    Aqui tampoco han sido del todo indiscriminadas, les ha faltado exigir que los perros se queden en casa, con pañal o como sea.
    Es ironía. Ayer sabado desde mi ventana en la calle despoblada que los patos han colonizado vi como dos vehículos policiales con luces hacían parar a un ciclista y tras alguna pregunta (¿serían de la Stassi?) mostraba un salvoconducto y le dejaban marchar. ¿Acaso si en lugar de venir del curro pedaleaba por placer era un riesgo sanitario?

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