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El FMI, el Banco Mundial y la OMC atraviesan sus peores momentos

Domingo.18 de noviembre de 2007 2616 visitas Sin comentarios
No vean la pena que nos da... #TITRE

Diagonal

INSTITUCIONES FINANCIERAS: EL FMI, EL BANCO MUNDIAL Y LA OMC ATRAVIESAN SUS PEORES MOMENTOS

En crisis los iconos de la globalización

Emma Gascó / Redacción

El nacimiento del Banco del Sur, el 5 de diciembre, coincide con uno de los peores momentos de las grandes instituciones financieras que marcaron una época. Organizaciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, con una grave crisis de legitimidad y cada vez con menos ‘clientes’, y la Organización Mundial del Comercio, con las negociaciones paralizadas desde hace años, ya no son las de antes. Nuevos organismos de cooperación entre países empobrecidos pretenden llenar en parte este vacío. Mientras tanto, los países más ricos exploran nuevas vías para allanar el camino a sus empresas.

El Banco del Sur nacerá el 5 de diciembre con un capital inicial de 5.000 millones de euros. Colombia y Chile se han opuesto oficialmente al proyecto, pero los integrantes parecen tenerlo claro. “Venezuela tiene motivos políticos porque busca una integración latinoamericana de izquierdas, a los países pequeños les interesa un banco multilateral público para lograr autonomía respecto a los prestamistas actuales y Brasil no quiere perder parte del poder que actualmente tiene”, explica Eric Toussaint, presidente en Bélgica del Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo.

Hasta ahora la mayoría de los países empobrecidos recurrían a las instituciones financieras internacionales para realizar proyectos de desarrollo o conseguir créditos. Pero la concesión de los préstamos estaba supeditada a la aplicación de la conocida receta de ‘ajuste estructural’, caracterizada sobre todo por la privatización, la reducción de los aranceles y devaluación de la moneda local para atraer capital extranjero. “Los resultados fueron devastadores”, afirma Toussaint, quien culpa al Banco Mundial (BM) y al Fondo Monetario Internacional (FMI) de haber empujado a América Latina a endeudarse.

Según Naomi Klein, conocida activista antiglobalización, lo terrible del caso es que el Banco Mundial ha gozado de cierta legitimidad hasta el escándalo que protagonizó su presidente Paul Wolfowitz el pasado verano: “A los ecuatorianos les importa un higo la novia de Wolfowitz; más agobiante les resultó que en 2005 el Banco Mundial dejara de transferirles los cien millones de dólares que les tenía prometidos sólo porque el país osó gastar una porción de sus rentas petroleras en salud y educación”. Entonces Rafael Correa era ministro de Finanzas y, según denuncia, las presiones de Washington le forzaron a dimitir. El pasado abril, ya como presidente, Correa declaró persona non grata al representante permanente del BM en Quito.
El nuevo presidente, Robert Zoellick, hereda por tanto una institución quebradiza. “Las economías que se tomaron sus recomendaciones en serio ahora son más pobres y desiguales. (...) Sus grandes clientes acuden ahora a otras fuentes de financiación, como China, que no impone condiciones a sus créditos”, según afirma el profesor Walden Bello. Por lo pronto, Bolivia ya no reconoce la autoridad del CIADI (organismo del BM que regula las inversiones) y Venezuela dejaba de ser miembro del BM y del FMI en abril de este año.

El semanario liberal The Economist hace la misma radiografía del estado de salud del FMI: “Teniendo en cuenta que los ingresos del Fondo dependen de sus créditos, una pérdida de importancia en el ámbito financiero también genera una crisis presupuestaria”. De hecho, su cartera ha pasado de 81.000 millones de dólares en 2004 a 11.800 en la actualidad.

Desde hace tres años, los cambios políticos en América Latina y la subida del precio de algunos productos agrícolas y ciertas materias primas han permitido, según explica Toussaint, que “muchos gobiernos de los países en desarrollo aprovechan para rembolsar de manera anticipada sus deudas con el FMI, el Banco Mundial, el Club de París y con los bancos privados”. Es el caso de Ecuador, Argentina, México o Brasil.

Así que Dominique Strauss Kahn, que sustituye a Rato en el cargo, no se va a encontrar en mejor situación que su homólogo del BM. Por un lado, los países latinoamericanos prevén una fuente de financiación distinta. Por otro lado, tras la crisis asiática del ‘97 -que algunos achacan a las políticas del FMI- Tailandia, Filipinas, China e India no han contratado nuevos préstamos.

Sin embargo, frente a la anemia que parece afectar a las instituciones financieras (o precisamente gracias a ella), tanto EE UU como la UE han concentrado sus fuerzas en la firma de tratados bilaterales o con bloques regionales. Tras el fracaso del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), EE UU ha continuado con la firma del TLC con Colombia, Perú y Costa Rica. La UE, por su parte, ha profundizado en la liberalización de los servicios públicos y en la eliminación de aranceles en los países empobrecidos gracias a los acuerdos de asociación económica (EPA), que permiten a sus multinacionales seguir penetrando en los mercados del Tercer Mundo.


ANÁLISIS: PARALIZACIÓN EN LAS NEGOCIACIONES SOBRE LIBERALIZACIÓN COMERCIAL

La OMC en retirada

Walden Bello

Walden Bello, activista filipino, fundador de la organización Focus on the Global South, analiza el estado agónico de la Organización Mundial del Comercio, dentro de la crisis del multilateralismo y de las instituciones financieras globales.

Hace ya más de una década que nació la Organización Mundial del Comercio (OMC). Esta institución se convirtió entonces en el tercer pilar del sistema de gobernanza económica internacional, junto con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Los responsables de las tres organizaciones, que se reunieron por primera vez en diciembre de 1996 en Singapur, anunciaron con aire triunfante que su labor en la “gobernanza global” significaba haber alcanzado la “coherencia”; es decir, la coordinación de las políticas neoliberales de las tres instituciones para asegurar la integración progresiva y tecnocrática de la economía mundial.

Sin embargo, hoy es quizás la OMC la institución que más sufre la crisis del multilateralismo. En julio de 2006, la Ronda de Doha, que estaba destinada a las negociaciones mundiales para una mayor liberalización del comercio, se desbarató de forma abrupta cuando el llamado G-6 (Estados Unidos, la UE, Brasil, Japón, India y Australia) se rompió ante la negativa de EE UU a reducir sus enormes subsidios agrícolas. La ronda está prácticamente muerta y la OMC está gravemente herida. El economista liberal estadounidense Fred Bergsten comparó la liberación del comercio y la OMC con una bicicleta: se cae cuando no avanza. La “joya de la corona del multilateralismo”, como la describió uno de sus directores generales, puede ver su final antes de lo que parece. En los próximos meses, la disyuntiva que se les presenta a los negociadores en Ginebra será si aplicarle la eutanasia a la OMC o mantenerla clínicamente viva, pero con una muerte cerebral, como ocurre con la antigua Liga de Naciones.

Globalización estancada

¿Por qué se estanca la globalización? Para empezar, la globalización está sobrevalorada. El grueso de la producción y de las ventas de la mayoría de las empresas transnacionales sigue generándose en el país o en la región de origen. Sólo un puñado de corporaciones realmente globales tiene una producción y unas ventas extendidas más o menos homogéneamente en varias regiones.

En segundo lugar, las élites capitalistas nacionales, en vez de hacer frente común ante la crisis mundial de sobreproducción, estancamiento y desastre medioambiental, han competido unas con otras para trasladar la carga del ajuste. La Administración Bush, por ejemplo, ha mantenido el dólar débil para impulsar la recuperación económica de EE UU a expensas de la UE y Japón.

También se ha negado a firmar el Protocolo de Kyoto, con lo que obliga a la UE y a Japón a asumir un mayor coste en el ajuste medioambiental y sitúa a la industria estadounidense en una posición relativamente más competitiva. El tercer factor ha sido el corrosivo efecto del doble rasero mantenido sin vergüenza alguna por el poder hegemónico, Estados Unidos. Al contrario que la Administración Clinton, que intentó aplicar una política real de libre comercio, la Administración Bush ha predicado de manera hipócrita a favor del libre comercio mientras mantenía prácticas proteccionistas.

Ha habido además demasiada diferencia entre la promesa de la globalización, y el libre comercio, y los resultados reales de las políticas neoliberales, que han sido más pobreza, más desigualdad y más estancamiento. Hay más gente pobre en el mundo hoy que en 1990 y hay también más desigualdad, tanto entre los países como dentro de los Estados. Éste es un dato que el Banco Mundial ya no puede seguir manipulando. Más aún, los defensores de la eliminación de los controles financieros han tenido que presenciar el colapso de las economías que han llevado al pie de la letra esta política.

La globalización financiera ha sido mucho más rápida que la globalización de la producción. Pero ha demostrado no ser el cenit de la prosperidad, sino del caos. Dos momentos decisivos en los que la realidad se ha rebelado contra la teoría han sido la crisis financiera asiática y el colapso de la economía argentina, que era una de las practicantes más ortodoxas de la doctrina de la liberalización de las cuentas de capital.

Otro factor que menoscaba el proyecto globalizador es su obsesión con el crecimiento económico. De hecho, el crecimiento eterno es la piedra angular de la globalización, la fuente de su legitimidad. Un reciente informe del Banco Mundial continúa asegurando -sorprendentemente- que el rápido crecimiento es la clave para aumentar la clase media mundial. Sin embargo, el cambio climático, el precio del petróleo y otras crisis medioambientales están dejando claro que los índices y patrones de crecimiento que acompañan la globalización son una receta infalible para un cataclismo ecológico. El cambio hacia economías de crecimiento nulo o bajo, que es la única respuesta viable al cambio climático, significa adoptar economías locales, menos globalizadas.

Por último, no conviene infravalorar la resistencia popular hacia la globalización: las luchas de Seattle en 1999, Praga en 2000, Génova en 2001, la enorme movilización en contra de la guerra el 15 de febrero de 2003 (cuando el movimiento antiglobalización se convirtió en un movimiento global antiguerra), los fracasos de las cumbre ministeriales de la OMC en Cancún en 2003 y en Hong Kong en 2005, la negativa holandesa y francesa a la Constitución Europea en 2005... Todos estos momentos constituyen puntos de inflexión en más de una década de lucha que ha hecho retroceder al proyecto neoliberal. Pero estas grandes citas fueron tan sólo la punta del iceberg, la suma de miles de resistencias antineoliberales y antiglobalizadoras de miles de comunidades en todo el mundo, que integraron a la ciudadanía, a los trabajadores, a los estudiantes, a los pueblos indígenas y a muchos sectores de la clase media. En este sentido, el trabajo, organizado o no, tanto en el Norte como en el Sur no debe ser infravalorado.