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El Estudiantes, los Lakers y los Celtics

Sábado.7 de junio de 2008 1125 visitas Sin comentarios
Estoy Descentrado #TITRE

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Como mucha gente, cuando yo era pequeño hacía Judo, y me daban en el tatami unas tundas impresionantes... Intuyo que debe de ser ingente la cantidad de cinturones blanco-amarillo y kimonos casi sin usar, olvidados en las profundidades de los roperos de infinidad de familias españolas, hibernados hasta que algún sobrino y/o nieto vea Karate Kid y le entre el interés por las artes marciales y las Tortugas Ninja. Recuerdo también que mis padres tenían unos horarios laborales malísimos, y siempre tenía que quedarme un tiempo extra en el patio del colegio, esperando que pasaran a buscarme con ese Ford Escort azul marino, con el que todavía sueño de vez en cuando.

Eso hizo que empezara a observar muchas tardes como entrenaba el equipo de baloncesto del colegio, y al final me entró el gusanillo. Al año siguiente, harto de ser aplastado, abandoné el Judo y me apunté raudo y veloz al equipo, y empezó mi inmersión en el mundo del baloncesto... Nunca agradeceré lo suficiente a mi padre el que me llevara una noche a esa olla a presión que era el Magariños, el Fort Apache del Estudiantes, para mí y pase lo que pase el mejor equipo del mundo (y punto). Me pilló, de pura chiripa, la época gloriosa del Estu: Vicente Gil, Montes, García-Coll, David Russell, Jon Rementería, John Pinone, Pedro Rodríguez... entrenados por Paco Garrido. Me marcaron muchas cosas de ese gran equipo, y encima tenían (y tienen) a la mejor afición posible, La Demencia... aunque nunca les perdonaré que fueran en parte responsables de Los Inhumanos, puaj.

Además de que David Russsell parecía desafiar con sus mates la ley de la gravedad, John Pinone aclaraba con su zarpazo del oso que la zona no es el lugar más adecuado para mariconear con el balón, si no quieres quedarte sin brazos. Pero a mí lo que me impresionó más fué el espíritu combativo de un jugador en concreto, Pedro Perico Rodríguez, un fajador con una manera de jugar que, sinceramente, marcó en gran medida mi vida. No era alto, no era guapo, no era un buen tirador... pero se dejaba la piel en cada partido, y le hubiese hundido el codo hasta el bazo incluso a su madre, por un rebote ofensivo. Yo tampoco era alto, ni guapo, y además jugaba con unas gafas sujetas por una goma elástica -sí, ahora hablaremos de Kurt Rambis, joder-, cosa que unida a lo extremadamente delgado que era, me daba un aspecto bastante ridículo, pero claro, sólo hasta que empezaba el partido... Al quinto codazo y/o pisotón en las inmediaciones de la zona, los chavales del equipo contrario se daban cuenta rápido de que tenían en frente a un verdadero hijoputa, sucio, marrullero y encima provocador (verbo libre, que diría Gallardón). Que tiempos.

Y esto me lleva -por fin- a los Lakers y a los Celtics. Un día descubrí por casualidad lo que era la NBA, quienes eran Los Ángeles Lakers, y me quedé absolutamente embobado a ver a un jugador igual de guerrero que mi admirado Pedro Rodríguez, que también chupaba bastante banquillo -como un servidor de ustedes, ejem- y que sobretodo... ¡¡¡llevaba gafas sujetas con una goma, como yo!!! Era el único e inigualable Kurt Rambis, un jugador de baloncesto que perfectamente podría haber salido en El Castañazo. Recuerdo que un primo mío era más rarito que yo: siendo de Madrid era del Barça, y cuando todos admirábamos a los Lakers, él apoyaba a los Celtics, ese equipo que tenía demasiados blancos. Ahora con el tiempo, redescubro y reconozco lo grandes que eran esos los Celtics, con los blancos como Larry Bird, Danny Ainge, Kevin McHale... y los negros como Robert Parish.

Me apasionaban los Lakers, a pesar de tener que aguantar en las retransmisiones a pelmas como Ramón Trecet -que pesadilla, también atacaba vía Radio 3, parecía ubicuo el muy cabrón-, y nunca acabé de entender que mi primo fuera con el equipo de Boston. Recuerdo que, obsesionado con el tema, conseguí una camiseta de los Lakers, con el 32 de Magic Johnson. Años después, cuando se descubrió que era seropositivo, lucí esa camiseta años y años con mucho orgullo, reafirmándome en que, en su momento, elegí bien a mi equipo de la NBA. Terminó hecha harapos, de tanto uso. Ahora, con más perspectiva, me doy cuenta que echo de menos por igual a Kurt Rambis y a Larry Bird, ese gran jugador y filósofo, que sentenció una vez que esta noche Dios se ha disfrazado de Michael Jordan, cuando ese extraterrestre nacido en Brooklyn le calzó 63 puntos a los Celtics en una sola noche, aunque al final los Bulls perdieran el partido.

Y acabo ya, porque con Gasol vuelve un duelo clásico de la NBA, Lakers versus Celtics. Todo esto me ha puesto un poco melancólico, mientras giro mecánicamente mi pié izquierdo por enésima vez -para que no se me entumezca ese tobillo, con un ligamento roto por dos partes después de un partido de infausto recuerdo-, y recordando unos cuantos sueños como baloncestista que nunca se cumplieron, como tantos otros. Otra vez voy con los Lakers, al igual que apoyaba a los Portland Trail Blazers de Fernando Martín (en esos breves minutos de la basura que le dejaban de vez en cuando), pero seguro que dentro de unos años me vuelvo a arrepentir...

Este texto se lo dedico a esa madraza que es mi amiga Reyes, que debe de estar dando saltos de alegría. Aupa Baskonia