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Del malestar social y la transformación política

Domingo.5 de octubre de 2008 598 visitas Sin comentarios
Aportación al debate de Periódico Diagonal sobre el nuevo escenario en que se hallan los movimientos sociales #TITRE

Fuente

JOSE ANTONIO LANGARITA, participa en la asamblea del CSOA La Teixidora (Barcelona)

TEMA A DEBATE : LOS MOVIMIENTOS SOCIALES ANTE EL PANORAMA POLÍTICO

El contexto de crisis económica y sistémica abre un escenario nuevo para los movimientos sociales justo cuando éstos parecen pasar un bache. ¿Desde qué espacios, territorios, prácticas o líneas avanzar hacia una transformación social ? Publicamos una respuesta a la propuesta aparecida en el DIAGONAL nº 83.


Es sorprendente pensar cómo desde los movimientos sociales nos echamos las manos a la cabeza cuando las grandes constructoras caen en suspensión de pagos. ¿Cuántas veces hemos deseado que esto sucediera ? Y resulta que no sabemos qué hacer. Yo me moría de la risa cuando cerraron una inmobiliaria cerca de nuestra casa. Solo podía decir “¡que se jodan !”, y eso calmaba mi rabia, pero nada más.

Las contribuciones anteriores en este debate planteaban la cuestión de las movilizaciones de masas en situaciones de crisis. Tomaban en consideración la necesidad de hacer de esta situación una oportunidad para la obtención de más derechos sociales, y evitar que la crisis se convierta en una situación encallada de pérdida de derechos (que hoy por hoy serían de difícil recuperación). Para contribuir a este debate creo que tenemos que aclarar algunos puntos a la hora de centrarnos en la construcción de esa política de masas, y en el análisis de los contextos variables y de lecturas múltiples.

Composición de una masa crítica

Para poder construir esa masa social necesaria para el cambio político, cabe preguntarnos cómo se compone la población de a pie que siente ese malestar social frente a una crisis económica. Podemos recurrir a unos análisis propios del marxismo clásico, pero la identidad de clase plantea grandes límites para el estudio de nuestra realidad occidental. Los estilos de vida, las situaciones económicas y los contextos culturales son muy diferentes en una población que no se puede mirar como unidad social. No podemos hacer política de uniformidad en un contexto tan fragmentado económicamente, culturalmente y socialmente.

No es lo mismo ser un técnico profesional que una latinoamericana sin papeles que limpia oficinas en turno de noche para no ser vista por la clientela. Aunque en ambos casos la crisis les ha podido dejar sin trabajo. Y la cuestión está en cómo construir y promover esa masa crítica, en una población con diferentes intereses y necesidades. ¿Qué queremos defender ?, ¿qué queremos construir ? y ¿con quién ? Si tomamos como ejemplo el movimiento por una vivienda digna, como han hecho otros participantes en este debate, podemos analizar la complejidad y la dificultad de construir alternativas políticas de masas. El movimiento por la vivienda digna, con sus manifestaciones multitudinarias, nos dejó boquiabiertos a más de uno por su fuerza y por la movilización que se produjo a lo largo de los dos últimos años. Sin embargo, es un movimiento que inevitablemente se tenía que enfrentar a la disyuntiva entre identidad y cambio. Si entramos en la discusión sobre la dignidad de lo material, nos encontramos con la dificultad de determinar cuáles son los parámetros definitorios que hacen de un elemento material un símbolo identitario. ¿Una vivienda digna es una casa con televisión de plasma, muebles de diseño y piscina comunitaria ? ¿Más hormigón para nuestras ciudades ? ¿Queremos viviendas dignas para que la gente forme sus familias felices ? ¿Un lugar donde los inmigrantes puedan vivir sin tener que hacinarse para pagar el alquiler ?

Sin duda las lecturas sobre la dignidad de la vivienda pueden ser muy variadas, pero siempre asociadas a los contextos y orígenes culturales diversos que componen nuestro escenario político y social. En el caso de este movimiento, la unificación de intereses se dirigió hacia una nueva clase, la de los mileuristas, resolviendo así los problemas de agrupación política que nuestra heterogeneidad social plantea, y excluyendo por defecto a otras minorías incapaces de formar una movilización amplia y aunadora.

Velocidad imparable

Por otro lado, la sobremodernidad de los nuevos contextos nos obliga a hacer una revisión y evaluación de las estrategias de intervención en la escena social. Esta reflexión puede ofrecer grandes aportaciones al movimiento en forma de construcción de nuevas ideologías y detección de otras necesidades y/o luchas contemporáneas. Sin embargo, la velocidad de los cambios limita la capacidad de acción de los movimientos sociales. Acelerar nuestro discurso radical para adaptarnos a las necesidades políticas exige un cambio no sólo en las estrategias y tácticas, sino también en la metodología. Bien es cierto que las metodologías ya son muy diversas dentro de nuestro movimiento de movimientos. Sin embargo entiendo que hay valores como el de la horizontalidad y el trabajo asambleario que forman parte de nuestro know how. Un cambio metodológico puede ofrecer grandes oportunidades para una nueva forma de hacer política desde los movimientos sociales, incluso podemos pensar que es necesario e higieniza el pensamiento estanco tan común entre nosotros. Pero también puede tener riesgos como el de la jerarquización del movimiento, o la contribución a un darwinismo político.

Desde algunas posturas, con el objetivo de superar estos problemas de adaptación a un contexto en continuo cambio y en un intento de unificar necesidades para obtener resultados a corto plazo, se diseñan discursos que a mi modo de ver pueden anular el romanticismo revolucionario bajo el amparo de cuestiones estratégicas. Pero yo no estoy dispuesto a perder la esencia de nuestro quehacer político. No podemos dejar de pintar “abajo los muros de las prisiones”, aunque sabemos de sobra que no por hacerlo van a caer las cárceles.

No debemos abandonar, dejar de lado algunas de nuestras luchas por el hecho de que no son objeto de interés de esa “masa crítica”, que hoy sólo puede pensarse en forma de ficción. Y es que en esta rueda de priorización estratégica por una política de masas, las reivindicaciones contra las cárceles, libertades sexuales, derechos de los animales o la liberación de espacios, entre otras, quedan excluidas por las prisas de un cambio inmediato en parcelas concretas. Entraría así el propio movimiento en el círculo acelerado de cambios que la velocidad de este modelo social impone. Sin embargo, tampoco podemos hacer del movimiento una muestra folclórica de ideologías trasnochadas : ya no podemos esperar los grandes cambios revolucionarios de la misma manera que se esperaban en el siglo pasado. Debemos saber conciliar esa esencia romántica con nuevas (y viejas) perspectivas de lucha política que abran brecha en un sistema capitalista que se sabe vencedor.
Debemos hacer un esfuerzo por entender la complejidad de la realidad que nos rodea con dinámicas orientadas más hacia una inclusión política que hacia un diseño estratégico que esconde procesos de homogeneización ideológica y busca resultados inmediatos que tampoco garantizan el impacto político planteado. Sabemos que no es fácil recoger toda nuestra riqueza materializada en diversidad, pero la empatía, la solidaridad y el apoyo con el resto de las luchas es una pieza clave para esa transformación social deseada y necesaria.