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Crates y sus compis de la escuela cínica

Sábado.11 de febrero de 2006 7411 visitas - 3 comentario(s)
Tortuga Epicúrea #TITRE

La escuela cínica en la actualidad

Crates

Fue el discípulo más notable de Diógenes de Sínope. Y, por haber sido también maestro de Zenón de Citio, se lo considera el nexo entre la escuela cínica y el estoicismo, corriente filosófica iniciada por este último.
Nació en Tebas en el año 368 a.C. De muy joven se estableció en Atenas, donde conoció a Diógenes. Era un ciudadano pudiente de clase alta que renunció a todo (riquezas y posición social) para abrazar el cinismo. Su trato con la gente era muy distinto del de su maestro. Él era amable y respetuoso; lo llamaban "El Filántropo". Defendía los puntos de vista de la escuela cínica con un estilo menos agresivo que el de Diógenes. Según relata Diógenes Laercio, abría las puertas de las casas para exhortar a sus moradores. (Otros dicen que era la gente la que lo invitaba a sus casas para dialogar con él y recibir su consejo.) Con su palabra y con sus actos, predicaba la autarquía y la sencillez como único camino para alcanzar una vida feliz. La sencillez implicaba el quedarse sólo con lo mínimo, desprendiéndose de la familia, la propiedad, las costumbres sociales e incluso de las propias opiniones.

Crates tuvo un discípulo, Metrocles. Escribió numerosas obras literarias, la mayoría en verso. Mediante ellas -en un tono por momentos humorístico y por momentos serio- buscó difundir el cinismo.

Según la tradición, tuvo con Alejandro una actitud similar a la de Diógenes: cuando el emperador le preguntó si quería que reconstruyeran la ciudad, respondió: «¿Para qué reconstruirla?»

Murió en el año 288 a.C.

Crates
CÍNICO

por Marcel Schwob

Una de las Vidas imaginarias (1896)

Nació en Tebas. Fue discípulo de Diógenes y también conoció a Alejandro. Su padre, Ascondas, era rico y le dejó doscientos talentos. Un día fue a ver una tragedia de Eurípides y se sintió inspirado ante la aparición de Telefo, rey de Misia, vestido como un mendigo y con una canasta en la mano. Se levantó en medio del teatro y en voz alta anunció que distribuiría entre quienes los quisieran los doscientos talentos de su herencia, y que desde ese momento le bastarían las ropas de Telefo. Los tebanos comenzaron a reír y se amontonaron frente a su casa; pero él se reía más que ellos. Les arrojó su dinero y sus muebles por las ventanas, tomó un manto de tela y una alforja, y se fue.

Llegó a Atenas y anduvo vagando por las calles; para descansar apoyaba las espaldas contra las murallas, al lado de los excrementos. Puso en práctica todo lo que aconsejaba Diógenes. El tonel le pareció superfluo. Crates opinaba que de ninguna manera el hombre es un caracol ni un crustáceo. Vivía entre la basura, completamente desnudo, recogiendo cortezas de pan, aceitunas podridas y espinas de pescado para llenar su alforja. Solía decir que su alforja era una ciudad amplia y opulenta donde no había parásitos ni cortesanas, y que producía para su rey cantidad suficiente de tomillo, ajo, higos y pan. Así Crates llevaba su patria a cuestas y se alimentaba de ella.

No se inmiscuía en los asuntos públicos, ni siquiera para burlarse de ellos; tampoco le daba por insultar a los reyes. Desaprobaba la actitud de Diógenes, quien un día había gritado: «¡Hombres, acercaos!», y luego golpeó con su bastón a quienes habían acudido diciendo: «Llamé a hombres, no a excrementos.» Crates era tierno con la gente. Nada lo preocupaba. Se había acostumbrado a las llagas. Lamentaba no tener un cuerpo lo suficientemente flexible como para poder lamerlas, como hacen los perros. Deploraba también la necesidad de ingerir alimentos sólidos y de beber agua. Pensaba que el hombre debía bastarse a sí mismo, sin ninguna ayuda exterior. Por eso no iba en busca de agua para lavarse. Cuando la mugre lo incomodaba, se frotaba el cuerpo contra las murallas pues había observado que así proceden los asnos. Rara vez hablaba de los dioses: no le importaban; lo mismo le daba que los hubiera o no, pues sabía que nada podían hacerle. En todo caso, les reprochaba el haber hecho deliberadamente desdichado al hombre al ponerle la cara en dirección al cielo y privarlo de la facultad que poseen la mayor parte de los animales: la de caminar en cuatro patas. Dado que los dioses han decidido que para vivir hay que comer -pensaba Crates- tendrían que haber puesto la cara del hombre mirando al suelo, que es donde crecen las raíces: nadie puede alimentarse de aire o de estrellas.

La vida no fue generosa con él. A fuerza de exponer sus ojos al polvo acre del Ática, contrajo legañas. Una enfermedad desconocida de la piel lo cubrió de tumores. Se rascó con sus uñas, que no cortaba nunca, y observó que de ello sacaba un doble provecho pues, al mismo tiempo que las iba gastando, sentía alivio. Sus largos cabellos llegaron a parecerse a un felpudo, y los dispuso de manera que lo protegieran de la lluvia y del sol.

Cuando Alejandro fue a verlo, no le dirigió palabras mordaces, pero lo consideró un espectador más, sin hacer ninguna diferencia entre el rey y la muchedumbre. Crates no tenía opinión sobre los poderosos. Le importaban tan poco como los dioses. Sólo le preocupaban los hombres y la manera de pasar la vida con la mayor sencillez posible. Las recriminaciones de Diógenes le causaban risa, lo mismo que sus pretensiones de reformar las costumbres. Crates se consideraba muy por encima de cuestiones tan vulgares. Transformaba la máxima inscrita en el frontispicio del templo de Delfos, y decía: «Vive tú mismo.» La idea de cualquier conocimiento le parecía absurda. Sólo estudiaba las relaciones de su cuerpo con lo que éste necesitaba, tratando de reducirlas tanto como fuera posible. Diógenes mordía como los perros; Crates vivía como los perros.

Tuvo un discípulo llamado Metrocles. Era un joven rico de Maronea. Su hermana Hiparquia, bella y noble, se enamoró de Crates. Hay testimonios de que se sintió atraída por él y de que fue a buscarlo. Parece imposible, pero es cierto. Nada la desalentó: ni la suciedad del cínico, ni su pobreza absoluta, ni el horror de su vida pública. Él le previno que vivía como los perros, en las calles, y que buscaba huesos en los montones de basura. Le advirtió que nada de su vida en común sería ocultado y que la poseería públicamente cuando tuviera ganas, como los perros hacen con las perras. A Hiparquia eso no le extrañó. Cuando sus padres trataron de retenerla, ella amenazó con matarse. Le tuvieron piedad. Entonces abandonó el pueblo de Maronea, desnuda, con los cabellos sueltos, cubierta sólo con un viejo lienzo, y vivió con Crates, vestida igual que él. Se dice que tuvieron un hijo, Pasicles, pero no hay nada seguro al respecto.

Parece que esta Hiparquia fue buena y compasiva con los pobres. Acariciaba a los enfermos y lamía sin la menor repugnancia las heridas sangrantes de los que sufrían, covencida de que estas personas eran para ella lo que las ovejas son para las ovejas, lo que los perros son para los perros. Si hacía frío, Crates e Hiparquia se acurrucaban contra los pobres y trataban de trasmitirles el calor de sus cuerpos. Les prestaban la ayuda muda que los animales se prestan unos a otros. No tenían preferencia por ninguno de los que se acercaban a ellos. Les bastaba con que fueran seres humanos.

Esto es todo lo que llegó a nosotros de la mujer de Crates; no sabemos cuándo ni cómo murió. Su hermano Metrocles admiraba a Crates y lo imitaba. Pero nunca tuvo tranquilidad: su salud estaba perturbada por flatulencias continuas, que no podía retener. Se desesperó y resolvió matarse. Crates se enteró de su desgracia y quiso consolarlo. Comió una buena cantidad de lupines y se fue a ver a Metrocles. Le preguntó si era la vergüenza de su enfermedad lo que lo afligía tanto. Metrocles confesó que no podía soportar su desgracia. Entonces Crates, inflado por los lupines, soltó unos cuantos gases en presencia de su discípulo y le hizo ver que la naturaleza sometía a todos los hombres al mismo mal. Luego le reprochó que hubiese sentido vergüenza y le puso su propio ejemplo. Soltó después unos cuantos gases más, tomó a Metrocles de la mano y se lo llevó.

Los dos anduvieron mucho tiempo juntos por las calles de Atenas, seguramente con Hiparquia. Hablaban muy poco entre ellos. No sentían vergüenza por nada. Aunque revolvían los mismos montones de basura que los perros, éstos parecían respetarlos. Cabe pensar que, de haber estado muy hambrientos, se habrían peleado con ellos a dentelladas. Pero los biógrafos no mencionan nada por el estilo. Sabemos que Crates murió viejo; que terminó por quedarse en un mismo sitio, recostado bajo el alero de un galpón del Pireo donde los marineros guardaban los bultos del puerto; que dejó de vagar en busca de algo que roer; que no quería siquiera extender el brazo; y que un día lo encontraron desecado por el hambre.


Diógenes

Es el sabio cínico más cautivante, al punto que su figura se ha convertido en una leyenda. Vivía en un tonel. Su aspecto era descuidado y su estilo burlón. Era en extremo transgresor. Platón llegó a decir de él que era "un Sócrates que se había vuelto loco".

Nació en Sínope, en la actual Turquía, en el año 413 a.C. Por cuestiones económicas fue desterrado de su ciudad natal, hecho que tomó con cierta ironía: «Ellos me condenan a irme y yo los condeno a quedarse.» Fue así que anduvo por Esparta, Corinto y Atenas. En esta última ciudad, frecuentando el gimnasio Cinosargo, se hizo discípulo de Antístenes.

A partir de entonces adoptó la indumentaria, las ideas y el estilo de vida de los cínicos. Vivió en la más absoluta austeridad y criticó sin piedad las instituciones sociales. Su comida era sencilla. Dormía en la calle o bajo algún pórtico. Mostraba su desprecio por las normas sociales comiendo carne cruda, haciendo sus necesidades fisiológicas, manteniendo relaciones sexuales en la vía pública, y escribiendo a favor del incesto y el canibalismo. Se burlaba de los hombres cultos -que leían los sufrimientos de Ulises en la Odisea mientras desatendían los suyos propios- y de los sofistas y los teóricos -que se ocupaban de hacer valer la verdad y no de practicarla-. También menospreciaba las Ciencias (la Geometría, la Astronomía y la Música) que no conducían a la verdadera felicidad, a la autosuficiencia.

Sólo admitía tener lo indispensable. Cuentan que un día, viendo que un muchacho tomaba agua con las manos, comprendió que no necesitaba su jarro y lo arrojó lejos. En otra ocasión, cuando estaba en Corinto, el mismísimo Alejandro Magno se le acercó y le preguntó: «¿Hay algo que pueda hacer por ti?», a lo cual Diógenes le respondió: «Sí, correrte. Me estás tapando el sol.»

En una oportunidad salió a una plaza de Atenas en pleno día portando una lámpara. Mientras caminaba decía: «Busco a un hombre.» «La ciudad está llena de hombres», le dijeron. A lo que él respondió: «Busco a un hombre de verdad, uno que viva por sí mismo [no un indiferenciado miembro del rebaño].»

Una vez, al ver cómo unos sacerdotes llevaban detenido a un sacristán que había robado un copón, exclamó: «Los grandes ladrones han apresado al pequeño.» Cuando necesitaba dinero para comprar comida, se lo reclamaba a alguno de sus amigos y, si éste se demoraba, le decía: «Te pido para mi comida, no para mi entierro.»

Durante un viaje en barco fue secuestrado por piratas y vendido como esclavo en Creta. Los vendedores le preguntaron para qué era hábil y él contestó: «Para mandar.» Lo compró Xeniades de Corinto y le devolvió la libertad convirtiéndolo en tutor de sus hijos.
Como vivía en la vía pública, algunos jóvenes solían acercársele para molestarlo. En más de una oportunidad tuvieron que alejarse corriendo porque Diógenes los atacaba a mordiscones, como un perro.

Al igual que su maestro Antístenes, Diógenes reconocía que era necesario entrenarse para adquirir la virtud, la impasibilidad y la autarquía. Y, como su maestro, tomaba como modelo a Hércules, quien vivió según sus propios valores. Se consideraba ciudadano del mundo y sostenía que un cínico se encuentra en cualquier parte como en casa.
Diógenes escribió varias obras, probablemente en forma de aforismos, que se han perdido.

Murió en Corinto en el año 327 a.C. Algunos afirman que se suicidó conteniendo el aliento; otros que falleció por las mordeduras de un perro; y otros que murió como consecuencia de una intoxicación por comer carne de pulpo cruda.


Antístenes

Nació en Atenas en el año 444 a.C. Si bien su padre había nacido también en Atenas, se vio impedido de obtener la ciudadanía ateniense porque su madre era una esclava tracia. A los veinte años participó de la batalla de Tanagra. Fue alumno del sofista Gorgias y se inició en los misterios órficos. Luego de conocer a Sócrates, se convirtió en su discípulo. Según relata Platón en el diálogo Fedón, fue uno de los que acompañaron a Sócrates en la celda en el momento de su muerte. Enseñaba en el Gimnasio Cinosargo ("Perro Blanco"), en las afueras de Atenas, donde acostumbraban reunirse los habitantes de Atenas que no eran de ascendencia ateniense pura. De allí proviene el nombre de su escuela: Cínica (= "de Los Perros"). Sus enseñanzas eran las de un sofista, con la diferencia de que no consideraba a la disputa una preparación para la formación intelectual sino una preparación para la vida virtuosa. De hecho, la única enseñanza que se debía dar al hombre -según Antístenes- era la de la virtud, para que pudiera saber lo que le convenía. En su escuela se comentaban las obras de Homero y los mitos griegos, y se tenía a Hércules como modelo de sabio.

Admiraba de Sócrates la independencia de criterio y el desinterés por la riqueza y las posesiones materiales. Se consideraba un fiel seguidor del maestro e interpretaba algunas de sus afirmaciones de un modo muy diferente al de Platón, especialmente en lo que se refiere a la objetividad de los conceptos. Afirmaba que sólo existe lo individual, oponiéndose explícitamente a la Teoría de las Ideas de Platón. Una vez dijo: «Mi querido Platón, yo veo bien un caballo, pero no veo una caballeidad.», a lo que Platón respondió: «Claro, porque tú tienes ojos, pero no entendimiento.» Su postura puede denominarse nominalista ya que -según él- el conocimiento sólo puede llegar a nombrar lo individual pero no debe adentrarse en el terreno del juicio.

Quizá el haber presenciado los últimos momentos de Sócrates y el haber sido testigo de su tranquilidad y entereza frente a la muerte le hayan inspirado el concepto de ataraxia (imperturbabilidad, indiferencia ante las pasiones).

Antístenes tenía como modelo a Sócrates, pero -como se señaló más arriba- también se inspiraba en Hércules, a quien estaba dedicado el Gimnasio Cinosargo. Entendía por "virtud" a la conformidad con la Naturaleza. La virtud era entonces un saber, pero un saber vivir, no un conocimiento puramente teórico. La virtud, que permite alcanzar la felicidad, consiste en la autarquía, el dominio de sí, el desapego por todo bien material y por toda necesidad superflua o artificial. Teniendo a Hércules por modelo, alababa el trabajo duro y despreciaba el Arte, la Literatura, el lujo, la comodidad y todo refinamiento. También despreciaba el placer, al que consideraba causa de la infelicidad en cuanto perturbador de la quietud del sabio. Sostenía que para alcanzar la felicidad, el sabio debía dejar atrás el dinero, la familia y la fama.

Rechazaba toda convención social, en la convicción de que las instituciones y las costumbres no hacían sino atar al hombre. Confiaba en el ser humano individual, no en las instituciones. Por ello predicaba la vuelta a la Naturaleza, en oposición a la domesticación social.
Vestía un manto, un zurrón y un bastón, como lo harían después todos los cínicos. Para liberarse de toda atadura, no tomaba nada que no pudiese llevar consigo.

Al igual que Platón -y antes que él-, Antístenes escribió una serie de diálogos en los que Sócrates era el protagonista, pero ninguno ha llegado hasta nosotros.
Diógenes Laercio agrupó sus escritos en diez volúmenes, de todo lo cual se conservan tan sólo dos fragmentos, uno sobre Ayax y otro sobre Ulises. Aristóteles, al tratar temas de Lógica, nombra a sus discípulos como los "antisténicos", lo que nos lleva a pensar que también se ocupó de esas cuestiones.

Antístenes, cuyo discípulo más famoso fue Diógenes de Sínope, murió en el año 365 antes de nuestra era.

  • > Crates y sus compis de la escuela cínica

    11 de febrero de 2006 07:46, por El pato Crates

    Un par de aportaciones a esta bienhallada y excelente presentación de la escuela cínica:

    - La mejor versión de la entrevista de Crates con Alejandro es, para mi gusto, ésta: "Al llamarle Alejandro de Macedonia y anunciarle que reedificaría Tebas, la patria de Crates, le replicó: -No quiero una patria semejante, que otro Alejandro puede destruir".

    - Sobre la patria predilecta de Crates, cedo la palabra a Carlos García Gual, autor de "La secta del perro" (Alianza [Libro de Bolsillo], 1988): "Según Crates, el afán de riqueza, el lujo y la carestía producen conflictos civiles y guerras, mientras que la frugal dieta del cínico lleva consigo la paz y la independencia. También Crates, como Diógenes, pensó en una ciudad ideal adecuada a los preceptos de la secta. Hemos conservado unos pocos versos en los que describe la idílica isla de Pera –’La alforja’-, anárquica y feliz:

    La ciudad de Pera está en medio de un vaho vinoso, /hermosa y opulenta, rodeada de mugre, sin propiedad ninguna,/ hacia ella no navega ningún insensato parásito,/no el relamido que goza con las nalgas de puta./ Pero produce tomillo y ajos, e higos y panes,/cosas que no incitan a guerras reciprocas./Y no se tienen armas para lograr riquezas y honores.

    Late aquí una ligera parodia (los primeros versos imitan la descripción de Creta en la ’Odisea’), pero la utopía es lo esencial. En esta comunidad frugal viven las gentes que no se dejan esclavizar por el oro, ni tampoco por las pasiones ni por el afán de comercio, que estimula la violencia y la trampa, sino que habita en paz y

    no esclavizados por el placer tiránico o inflexibles/ aman sobre todo la inmortal y soberana libertad".

    No recuerdo cuando empecé a dar la barrila con Crates, aunque no fue en esta página; me parece interesante recordar a un pionero de la noviolencia (368-288 a.C.) que no forma parte de una tradición religiosa.

    Ni pretendo equipararme con Crates ni estoy de acuerdo con todas sus opiniones ni creo que la letra de sus enseñanzas se deba aplicar a nuestros tiempos –aunque sí su espíritu-. En realidad, la única figura literaria con la que me equiparo es con el pato Donald.