Cicerón y los límites éticos de los negocios - Tortuga
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Cicerón y los límites éticos de los negocios

Lunes.22 de septiembre de 2008 1264 visitas Sin comentarios
Una controversia filosófica de la antigüedad #TITRE


Del proceso a través del cual los maestros estoicos purgaron su doctrina de elementos sospechosos, tenemos una prueba evidente en Cicerón. Cito un pasaje del “De Officiis”, que demuestra cómo en la ciudad comercial de Rodas la Stoa (institución de los filósofos estoicos), adaptó sus enseñanzas a la vida:

“Como he dicho antes, se presentan a menudo casos en que la conveniencia parece oponerse a la justicia, de forma que es necesario considerar si hay una verdadera incompatibilidad o si las dos cosas pueden conciliarse. Téngase en cuenta el siguiente caso: supongamos, por ejemplo, que un hombre honesto importa de Alejandría a Rodas un gran cargamento de grano en un momento en que los rodenses se encuentran en estrecheces y están reducidos al hambre y el precio del mercado es alto; supongamos también que ese hombre sabe que algunos mercaderes han partido de Alejandría, que él había visto sus naves pasar cargadas de grano y dirigirse a Rodas; ¿deberá decir esto a los rodenses o no hablarles y obtener el precio más alto posible por su mercancía? Recordad que estamos suponiendo que nuestro hombre es honesto y honrado. ¿Qué género de argumentos y qué tipo de persuasión usará para sí mismo?”

“En casos de este género, Diógenes de Babilonia, grande y famoso estoico, solía sostener un punto de vista; su discípulo Antípatro, hombre de inteligencia agudísima, otro. Antípatro en efecto, sostenía que se debía decir todo de forma que el comprador no tuviese dudas de cuanto conocía el vendedor. Diógenes decía que el vendedor, en la media en que la ley civil lo imponía, estaba obligado a declarar todos los defectos de su mercancía, y por lo demás, podía actuar sin deliberados engaños, intentando, sin embargo, como vendedor, realizar la mayor ganancia posible. `he importado el grano’, podría decir el mercader; `lo he puesto en el mercado, vendo cosas de mi propiedad a un precio no más caro que los demás, incluso tal vez más barato, si tengo una compra mayor, ¿Quién podrá acusarme?’

Por otra parte, Antípatro exponía así su punto de vista: `¿Puedo cerrar mis oídos? ¿Es posible que tú, que debiste pensar antes que nada en tus semejantes y ser un servidor de la sociedad humana, tú que has nacido bajo el dominio de la ley de la naturaleza y has adoptado como regla y guía de tu vida los principios de la naturaleza, que te enseña que tu bien es el bien común y el bien común es el tuyo, es posible que quieras ocultar a los hombres la abundancia y la cantidad de mercancía que podría estar a su disposición?’

A ello Diógenes podría responder: `Callar no es lo mismo que ocultar las cosas. Yo no puedo ser acusado de ocultarte algo si ahora no te informo de cuál es la naturaleza de los dioses y cuál es la divinidad más elevada, y sería mucho más importante para ti saber esto que saber que el grano está a buen precio. Pero no tengo ninguna obligación de decirte todo lo que te sería útil saber.’

`En esto estás completamente equivocado -responderá Antípatro-; esto es necesario, a menos que tú hayas negado que la sociedad humana es un vínculo establecido por la naturaleza.’

`Lo recuerdo muy bien -dirá Diógenes-, ¿pero la sociedad es de tal forma que nadie puede tener algo propio? Pues, si es así, no se debería hablar de vender: todo debería ser distribuido entre todos’.”