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Apoyar a los desobedientes en los conflictos para desaprender la guerra y desenmascarar el colaboracionismo militarista de Europa

Lunes.21 de marzo de 2022 771 visitas - 1 comentario(s)
Juan Carlos Rois, Tortuga. #TITRE

Es conocido que la guerra no es un episodio, sino un continuo que tiene un antes en el que se prepara sistemáticamente con estrategias y tácticas que son la continuación de la política de los poderosos por otros medios; un durante en el que se desencadena la conflagración y un después, tras el armisticio, en el que se inicia un nuevo ciclo de reconstrucción y de nueva preparación para la próxima guerra.
En la preparación y desarrollo de la guerra, el mantenimiento de ejércitos permanentes y el sistema de reclutamiento de «efectivos» son esenciales a los fines militares y a la propia eficacia del sistema de defensa militar. Por medio del mismo, voluntario o forzoso según la coyuntura, se nutren los ejércitos de la carne de cañón con la que se amenaza y «disuade» al enemigo en tiempo «de paz» o se desarrolla la guerra, llegada el caso.

Todos los sistemas legales estatales incorporan previsiones discriminatorias y penas para quienes desacatan a esta lógica, ya sean desertores, objetores, desobedientes o insumisos.

Si hay testimonios dignos de admiración en la guerra, no es el de los sumisos a esta lógica ni el de las gestas guerreras, en general salvajadas despiadadas, sino el de las víctimas que soportan esta tragedia, el de las personas anónimas que se empeñan en proteger la vida y el de los hombres y mujeres que desacatan abiertamente la guerra, ya sea negándose a empuñar las armas, ya prestando auxilio a quienes anteponen los principios de la vida a los requerimientos de la muerte, o desobedeciendo de cualquier modo a la lógica de la guerra.

Y lo mismo pasa en tiempos «de paz».

Por desgracia los derechos de estos desobedientes suelen ser de los primeros en pisotearse desde cualquier discurso militarista y, desde luego, en las guerras.

Junto con las mujeres, los niños y los viejos, las principales y más vulnerables víctimas de la guerra y de su lógica patriarcal y violenta, también los objetores de conciencia son uno de los colectivos más reprimidos y denostados y su ejemplo ético y político ocultado y reprimido con saña para evitar el efeto contagio que provoca.

Es llamativo observar cómo, en tiempos de paz (si es que a esto que hay después de la guerra se le puede llamar así) se encuentran palabras laudatorias para los mismos objetores a quienes en tiempos de guerra se persiguió. No deja de sonrojar que el derecho, el gran logro para la «paz perpetua» del sueño europeo y occidental, dé con una mano reconocimientos y derechos que quita con la otra.

Lo digo porque las legislaciones estatales suelen ser bastante discriminatorias hacia estos objetores.

Y también porque, con arreglo al artículo 18 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP), aprobado bajo después de la Segunda Guerra Mundial con la idea de promover un mundo en paz y un orden internacional justo y respetuoso de los derechos humanos (o así lo proclama el preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos), toda persona tiene derecho a la libertad ideológica, entendida como derecho a mantener las propias creencias y ser coherente en su comportamiento con éstas y, como expresión intrínseca de esta libertad, el derecho a la objeción de conciencia a servir a lo militar.

Aunque hay quien dice que uno puede creer lo que quiera pero debe hacer lo que le impone el poder, no es este el parecer, respecto de lo militar, del PIDCP y así, en 1993, la Observación General 22 del Comité de Derechos Humanos del PIDCP, con funciones judiciales y de interpretación del pacto, afirmó que el derecho de objeción de conciencia se deriva del artículo 18 del pacto «en la medida en que la obligación de utilizar la fuerza mortífera puede entrar en grave conflicto con la libertad de conciencia y el derecho a manifestar y expresar creencias religiosas u otras creencias» exigiendo que no se produzcan discriminaciones hacia los objetores.

Y el Informe de la Relatora Especial sobre la libertad de religión o de creencias, de agosto de 2007, añadió que los objetores de conciencia pueden tener también la condición de refugiados, recomendando a los Estados «. . . la posibilidad de conceder asilo a los objetores de conciencia obligados a abandonar su país de origen por temor a ser perseguidos debido a su negativa a cumplir el servicio militar y no existir ninguna disposición adecuada sobre la objeción de conciencia al servicio militar».

También el Informe analítico sobre la objeción de conciencia al servicio militar del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos de 2013, recordando todo lo anterior, ha añadido que el derecho de objeción de conciencia no puede anularse ni siquiera en los estados de excepción.

¿Dónde queda el respeto y la protección a los objetores en las guerras actuales? ¿Dónde en la guerra que se padece en Ucrania? ¿Qué está pasando con los objetores rusos y ucranios que se niegan a servir a la lógica de la guerra? ¿Cómo es posible que se rechace su salida de Ucrania en las fronteras de la pulcra Europa por donde intentan desertar de la guerra todos los refugiados y refugiadas del conflicto?
También en el derecho internacional europeo el derecho de los objetores aparece reconocido.

El Convenio Europeo de Derechos Humanos consagra el derecho de libertad de conciencia en su artículo 9 y el Consejo de Europa ha vinculado la objeción de conciencia a este derecho. Incluso el Tribunal Europeo de Derechos Humanos sostiene que la oposición a servir en el ejército sobre la base de las propias convicciones, sean o no religiosas, puede dar lugar a una violación de la libertad de conciencia.

En la sentencia dictada el 07/07/2011 (caso Bayatyan vs. Armenia; solicitud 2349/03) exige que se garantice ante la injerencia arbitraria del Estado y se afirma su valor como contenido esencial del derecho de libertad ideológica. Y en los casos , en los casos Erçep vs. Turquía ( de 22 de noviembre de 2011; solicitud número 43965/04), Savda vs. Turquía (de 12/6/2012, soliciutyd 43730/05), Tarhan vs. Turquía (de 17/7/2012, solicitud 9078/06), Feti Demitras vs. Turquía 38 (17/1/2012, solicitud 5260/07) o Buldu vs. Turquía 39 (de 3/9/2014, solicitud 14017/08), ratificó esta posición.

Se supone que el derecho europeo alcanza también a Rusia y a Ucrania, así como a los países europeos que asisten al drama de la represión a los desobedientes a las guerras en éste conflicto sin hacer nada al respecto.

Pero también en el ámbito propio de la UE se reconoce el derecho de los objetores en el artículo 10 de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, aunque, si me apuran, el artículo 5 también prohíbe los trabajos forzados y obligatorios.

Ya sé que el derecho de los desobedientes a oponerse a la guerra no depende de un mejor o peor reconocimiento legal del mismo y que va más allá de la cicatería con que se regula, pero ya que se declara, al menos deberían tener los que cacarean la superioridad moral de los estados de derecho europeos un poco de coherencia con su propio discurso.

¿Han oído decir a alguno de los exaltados partidarios de incorporar a Ucrania a la UE cualquier tipo de exigencia de respeto a los derechos de los disidentes a la guerra?
¿Han oído algún tipo de petición desde los «esfuerzos diplomáticos» de occidente a favor de los objetores rusos o ucranios?

¿No les parece sospechoso el silencio y el mirar para otro lado de Europa y de la OTAN? ¿Es que el derecho que se supone como razón de ser de su propio constructo no vale a la hora de la verdad?

¿Por qué?

Se lo voy a decir de forma muy simple.

Porque el respeto del derecho de la gente a desobedecer a las guerras supondría una prueba de fuego para desmentir la unanimidad retórica que los señores de la guerra afirman representar.

¿Qué pasaría si los señores de la guerra convocan a sus pueblos a la carnicería y la gente, sencillamente, decidiera no acudir? Que desenmascararía a la guerra y a sus factores.

Recuerden la paradoja que plantea Saramago en Elogio de la Ceguera respecto a las elecciones y aplíquenlo, con un poco e imaginación, a la guerra y su horror. ¡Menudo desmentido del tinglado con el que nos atormentan!

Si se permitiera y respetara este derecho estaríamos ante una verdadera prueba de fuego del militarismo y ante el inicio del derrumbe de su argumentario violento y coactivo.

La desobediencia no sólo es dignidad y coherencia. Es también ejemplar y contagiosa. Y, por qué no decirlo, anticipa una metodología precisa para desaperender las guerras y luchar contra la violencia sistémica y rectora de nuestro orden mundial.

Y más extensa de lo que nos dicen. ¿O no desertan de la guerra los millones de refugiados y desplazados que causan las guerras?

Es por eso por lo que se reprime en todas partes.

Es por lo que la Europa retórica e hipócrita la admite con la boca pequeña y la dificulta con todas sus fuerzas.

De ahí la importancia, en esta y en todas las guerras, de incentivar la protección a los y las desobedientes a las guerras, de difundir su lucha y ejemplo, de desenmascarar el trato que se les aplica.

De ahí la importancia, también, de la desobediencia antimilitarista antes de las guerras: desobediencia al reclutamiento; desobediencia a los valores militares; negativa a una educación sexista y violenta que ensalza la guerra y los discursos que la legitiman; desobediencia al gasto militar; desobediencia a la venta de armas o al intervencionismos militar y tantas propuestas más que aspiran a quitar poder a lo militar y dotarnos de una alternativa real de apuesta por la seguridad humana y la conquista de los derechos humanos en serio. Lo que viene siendo una lucha por la desmilitarización social como uno de los puntos urgentes para construir una sociedad mejor.

Dado el alto nivel que en el estado español tuvo la insumisión al ejército, más nos valdría escuchar en tiempos de halcones el discurso de los insumisos y de la protesta social que desencadenó el antimilitarismo.

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