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Anarquismo y bolchevismo en Rusia (1)

Sábado.4 de octubre de 2008 538 visitas Sin comentarios
Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaos en la Red #TITRE

Parece que los noventa años [...] y todavía no hay manera de que marxistas y anarquistas puedan regresar al punto en todavía era evidente que había más cosas que les unía que la que los separaba.

Parece que los noventa años transcurrido desde que tuvo lugar Octubre, y unos pocos menos desde la guerra civil (1919-1921), y todavía no hay manera de que marxistas y anarquista puedan regresar al punto en todavía era evidente que había más cosas que les unía que la que los separaba. Porque antes y también después, a la hora de la verdad, la represión siguió siendo la misma, trágicamente “unitaria”. Claro que esto se ve si se quiere ver, otra cosa es sí se utiliza el marxismo o el anarquismo como reafirmación sectaria, o como una “gracia” individual que te permite estar por encima de la razón, de los fines conjunto del movimiento obrero y social que existe como una realidad comunitaria que tiene que ser lo más abierta posible, eso por más que antes en otros momentos no lo haya sido para desastre de unos y otros.

Conviene dejar claro que el rechazo libertario al “comunismo” no proviene -ni mucho menos- de la revolución de Octubre, que fue saludada con entusiasmo por todos ellos. Proviene de unos acontecimientos y unas medidas que no se pueden comprender fuera del análisis de lo que significó la guerra civil. Esto queda claro repasando algunos de los trabajos publicados sobre lo que podemos llamar la “cuestión anarquista en la revolución rusa”, todo parece indicar que entre éstos y la corriente derivada del bolchevismo (los comunistas) no exista más posibilidad que el diálogo de sordos. Cierto es que sí por “comunistas” se entiende la historia oficial estaliniana, no hay mucho que hablar.

En ella, los anarquistas suelen ser olvidados, o catalogados -en el mejor de los casos- como una variante menor del populismo o del izquierdismo, y como tales fueron triturados por la marcha triunfal de una historia que, como finalmente se ha visto, caminaba hacia la descomposición y la destrucción, y no solamente del estalinismo ya que en su caída ha comprometido la propia idea de socialismo y de la revolución. La consecuencia de esta caída no ha beneficiado las alternativas democráticas del socialismo, sino que ha dado lugar a una hegemonía neoconservadora tan apabullante que la historia social ha llegado a semejar un túnel sin salida. Una anécdota que encuentro significativa me la brindó un viejo amigo libertario al que, casualmente, me encontré que salía de una tertulia de radio, allá por la mitad de los años noventa. Cuando me explicó algo de la discusión, me confesó bastante turbado: “Chico, al final he tenido hasta que defender que no todo en Stalin había sido malo...

No pude por menos que decirle aquello de “Quién te ha visto, y quién te ve”, pero el asunto era serio. La prepotencia neoliberal ha acabado situando a toda la izquierda radical en el banquillo de la historia. Baste anotar a título de ejemplo los comentarios de Hugh Thomas, comparando a Durruti con Ben Laden. Se ha creado una historia oficial neoconservadora en la que el comunismo es el Gulag, y punto. Así lo certifican en el Babelia (04-06-05) que reseña el libro de Anna Applebaum, Gulag, y otros. A lo largo de un amplio “dossier” con este pretexto, no hay la menor referencia antecedente zarista, ni a la “Gran Guerra”, tampoco a la guerra civil, ni al cerco internacional. Ni media palabra sobre el esquema de Octubre justificado como prólogo de una revolución europea...Con el Gulag se ha querido condenar la revolución francesa de 1789, y hasta el insigne Vargas Llosa lo utilizó como admonición en un acto internacional sobre el “apartheid”, advirtiendo a los líderes nacionalistas que no fueran a crear un Gulag, ¿y qué dientres era lo que había existido antes?.

La conversación con mi amigo fue o más o menos por el siguiente cauce. Después de casi un siglo de historia, hay que constatar que el triunfo de la revolución social no se ha mostrado precisamente como un camino tan fácil y lineal, tal como pudieron llegar a la creer los clásicos. Por lo tanto, el proceso histórico que le acompaña, lejos de resultar breve. Tal como se puede comprender desde la actual situación reaccionaria, puede abarcar un tiempo histórico muy dilatado. Desde este punto de vista, la impaciencia revolucionaria puede haber sido en muchos casos una manera de confundir los sueños con la realidad, todo un peligro al decir certero de Rosa Luxemburgo. Nos ha tocado un momento en el que, si bien sigue siendo meridiano que el capitalismo conlleva la barbarie y pone en peligro la propia supervivencia de la especie humana (de la animal, no hablemos), sin embargo, no existe ninguna alternativa que aparezca tan evidente como la combinación de socialismo y libertad, que para aplicarse tendría que hacerse sobre el cadáver del egoísmo propietario.

Resulta justo y necesario recuperar las tradiciones y la memoria, pero el pasado no puede tapar el presente y el futuro. No creo que la negación total de las otras escuelas políticas ayude para abordar los problemas de un nuevo desafío social y revolucionario para el que estamos todavía en pañales. Creo también que hay una lección que debíamos aprender: la guerra entre nosotros no es más que un obstáculo añadido. Este ya fue uno de los mayores factores en la historia de tantas derrotas. Cualquier repaso de una historia -compartida, nos guste o no- nos enseña que los avances por abajo ido con una amplia convergencia por abajo, en tanto que los desastres lo han hecho con divisiones en la que los factores objetivos han pesado menos que los sectarismos. Podemos tomar nuestra propia historia, y evocar momentos de avances de la unidad (huelga general de 1917, proclamación de la República, Alianza Obrera, revolución y antifascismo entre 1936 y 1937...Y así llegar hasta los grandes movimientos de ahora en los que las diferencias no han sido obstáculos para dar pasos importantes.

En ningún momento se trata de escamotear preferencias por escuelas y tradiciones, cada cual es muy libre, pero esto no puede ser un obstáculo para el ejercicio abierto del respeto y la pluralidad...Desde este punto de vista, el reconocimiento incluso de Stalin contra los “libros negros” que quieren tiznar toda la historia social hasta Savonarola o Thomas Münzer pasando por Lenin, Macknó, Nin o Durruti, nombres que en definitiva no serían nada sin la militancia de millares y millares de hombres y mujeres que en realidad cuentan con más acuerdos que desacuerdos.

Mi amigo anarquista que “defendió” a Stalin, coincidía conmigo en que tanto el uno como el otro habíamos conocido en diversos momentos de nuestra vida más coincidencia con personas de misa que con “compañeros” y “camaradas” que se habían erigido en guardianes de las esencias, mientras que muchas veces los creyentes, ya de vuelta de ortodoxias, se mostraba combativo y abierto facilitando los acuerdos asamblearios. Está claro que cuando me decía lo de Stalin, es que ya tenía claro desde hacía mucho tiempo que amalgamando escuelas y situaciones no había manera de entender que gente creyente pudiera estar en la otra barricada que “su” Iglesia, que por lo mismo había que distinguir “comunistas” y “comunistas”. Entre la gente “compañera” del PCE y líderes tan corruptos como -por ejemplo- Santiago Carrillo, o intelectuales tan prepotentes y cínicos como Antonio Elorza.

Hasta ahí, la controversia resultó por decirlo así, transitable, pero llegados a lo que llamamos la “cuestión anarquista” en la revolución rusa, mi amigo Se lo tuve que decir. Resulta raro encontrar en las evocaciones aparecidas en la prensa libertaria, alguna tentativa de matización o simplemente de análisis pormenorizado sobre dicha “cuestión”. Se habla de una revolución -la auténtica-, se concede a los anarquistas un protagonismo de primer orden -como lo pudo tener la CNT aquí-, y se le sitúa como mártires agredidos por igual por capitalistas y leninistas, concepto que de ningún modo desligan del estalinismo...Para ellos pues, la revolución rusa (de verdad) fue enterrada en 1921 sino antes, y lo que hubo después no se diferencia de cualquier otra dictadura...

Limitados unilateralmente a las aportaciones polémicas de los teóricos anarquistas (Goldman, Berkman, Archinoff, Rocker, etc), los partidarios de este esquema maniqueo y simplista pasan por alto toda la historiografía producida a lo largo del siglo XX, títulos y autores que abordan la cuestión desde una perspectiva más amplia, y que no conceden a la cuestión anarquista la misma trascendencia. Los hechos muestran que la posición de los bolcheviques no fue nunca monolítica, y pesar de que el final de la guerra civil provocó una ruptura drástica y en la que a los anarquistas les tocó sufrir. Aquí no podían darse medias tintas, aquello se puede “comprender” pero jamás justificar...Sin embargo y a pesar de todo, la condenación no puede pasar por encima de los hechos históricos para establecer una división entre malos y buenos. El papel de víctimas no ofrece por sí mismo ninguna garantía de que en las actuaciones de los diversos representantes del anarquismo (o habría que decir los anarquismo), no existieran contradicciones y graves errores, por ejemplo en el último Kropotkin (que no hay que olvidarlo, ofreció su apoyo a los aliados durante la “Gran Guerra”, y apoyó al gobierno de Kerensky aunque no quiso servirlo como ministro), o en la guerrilla de Macknó o en la célebre insurrección de Kronstadt...

Creo que estamos en un momento histórico con la suficiente experiencia y perspectiva para poder debatir y contrastar pareceres. Al menos en este sentido han sido escritas las notas que siguen que no son otra cosa un intento de “explicación” más amplia. También puede entenderse como una introducción a un aporte bolchevique heterodoxo que, al tiempo que criticaba los posicionamientos anarquistas, trataba de abrir las vías a una línea de acuerdos bajo los esquemas (tan sugestivos) del frente único...Son pues eso, una aportación en la línea que muchos antiguos sindicalistas y anarquistas como Víctor Serge, Alfred Rosmer, Pierre Monatte, Joaquín Maurín o Andreu Nin, trataron de desarrollar en los años veinte y treinta y que muchas veces fueron tachados de “tránsfugas” desde el anarquismo, una visión que, primero, no reconoce el derecho a cambiar de posiciones, y segundo, nunca se habría dicho de haber sido al revés...

En muchas ocasiones se tiende a disociar lo que fue la revolución de Octubre -los soviets, la toma del Palacio de Invierno, el gobierno de los “comisarios”, etc- de una guerra civil cuyas consecuencias en todos los terrenos, pero sobre todo en el orden económico, acondicionaría estrictamente el curso de la historia “soviética”, llamada así por la historiografía cuando, paradójicamente, los soviets dejaron de existir prácticamente durante la guerra. Esta guerra comenzó con la insurrección de la Legión polaca el 25 de mayo de 1918, y alcanzó el carácter de una guerra total en agosto de 1918 con el desembarco aliado en Arkanguelsk y el avance general de todos los ejército blancos, y concluyó en diciembre de 1920, con la derrota de los restos del ejército blanco, recompuesto gracias a la intervención de una auténtica coalición internacional en la que se puede contar hasta 21 Estado empezando por los más poderosos…

El brutal atraso del país, agravado por la “Gran Guerra”, más la suma de desastres provocados por esta primera batalla de lo que Enzo Traverso llama “la guerra civil europea”, será el gran factor desencadenante de lo que vendrá después, y no tanto los errores o los aciertos de los bolcheviques.