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Amar radicalmente

Martes.24 de marzo de 2020 87 visitas Sin comentarios
Quebrantando el silencio. #TITRE

Hace unos días compartía por redes sociales un breve fragmento de La palabra como arma escrito por Emma Goldman y que decía lo siguiente:

“El hombre ha podido someter los cuerpos, pero ni todo el poder
en la Tierra ha sido capaz de someter al amor.”

Este fragmento está inscrito en el capítulo sobre Matrimonio y Amor. Sin embargo, creo que tiene una carga de profundidad demoledora que va mucho más allá de cualquier temática concreta. En mi opinión, es la razón última por la que a lo largo de la historia de la humanidad, ningún jefe, cabecilla, rey, gobierno o el cargo que sea que haya detentado el poder, por inmenso que haya sido, ha podido jamás extinguir las ansias de libertad, la extrema necesidad de poner el amor, en el más amplio de los sentidos, por encima de los intereses de cualquier minoría por muy privilegiada que ésta sea.

Ese sentido amplio del amor que abarca la fraternidad, la solidaridad, el deseo de bienestar, en definitiva, la libertad. Esa libertad que sólo puede ser real cuando es colectiva, cuando traspasa lo individual y abarca lo común. Es un espejismo sentirse libre en una sociedad oprimida, sometida al imperio del salario y el capital. Es en este amor radical en el creo como base de cualquier posibilidad revolucionaria.

Pero no creo que debamos confundirnos.

En estos tiempos de confinamiento y miedo inoculado, se suceden pequeñas muestras de ese amor radical entre iguales, pero quedan siempre sumergidas en la maraña de un individualismo egoísta, de un sálvese quien pueda fruto de una desconexión propiciada e inducida durante décadas por un sistema que necesita del aislamiento social para mantener su hegemonía. De un modelo que requiere de la desaparición por todos los medios de ese amor radical sustituyéndolo por ese otro, hijo bastardo de los tiempos que vivimos, basado en la necesidad de ser reconocidos, de sentirnos aceptados, incluidos en lo que sea. Un amor carente de compromiso y de esfuerzo que es precisamente lo que confiere esa radicalidad que de verdad permitiría dar un vuelco a este absurdo modo de vivir.

Mucha gente está ansiosa por creer, necesitan creer en esas pequeñas muestras de humanidad que se suceden fruto de las actuales circunstancias. Llenos de buenas intenciones están convencidos de que cuando todo esto termine, nada será igual. Yo también lo creo, aunque dudo que tengamos la misma visión sobre el futuro. La mía no es nada idílica, más bien todo lo contrario.

Más allá de las cuestiones de salud (sobre las que nada tengo que decir, sólo que os cuidéis y hagáis lo que creáis conveniente) los Estados están utilizando este momento para ir perfilando el futuro, para ir ensayando las diferentes versiones de lo que está por venir. Tal vez ahora mismo no esté en primer plano pero la insostenibilidad del modelo capitalista sigue estando ahí y lo saben. Saben que el estado de alarma o como quieran llamarlo será cada vez más habitual. De hecho, los gobiernos han adoptado como su forma habitual de funcionamiento la gestión de la crisis permanente, sometiéndonos a la excepcionalidad constante, convirtiéndola así en la norma. De esta forma, la crisis es continua y su gestión imprescindible. En nombre de esta constante urgencia el poder encuentra mil y una oportunidades para reestructurarse y poder modificar sus mecanismos de control una y otra vez mientras la mayoría espera la llegada de mejores tiempos. Tiempos que nunca van a llegar.

Militarización de las calles, estado policial donde unos denuncian a otros adjudicándose el papel de policías y reclusión forzosa mientras dictan leyes por el bien de la nación (que como siempre son unos pocos) y todos a batir palmas hacia el Gobierno. Y cada vez el Estado sintiéndose más imprescindible en el corazón de la gente y cada vez la posibilidad de sentir y vivir el amor radicalmente más lejos.

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