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"África, el Continente Maltratado: Guerra, Expolio e Intervención en el África Negra"

Lunes.6 de febrero de 2006 13486 visitas Sin comentarios
Cristianisme i Justicia - Óscar Mateos Martín #TITRE

ÁFRICA,
EL CONTINENTE MALTRATADO: Guerra, Expolio e Intervención
Internacional en el África Negra

Oscar Mateos Martín

1.- INTRODUCCIÓN
2.- LAS RAÍCES DEL CONTINENTE: ESCLAVITUD, COLONIALISMO E
INDEPENDENCIA
3.- LOS CONFLICTOS ARMADOS CONTEMPORÁNEOS EN ÁFRICA
SUBSAHARIANA
4.- NUEVO HUMANITARISMO E INTERVENCIÓN INTERNACIONAL EN
ÁFRICA
5.- CONCLUSIONES

Oscar Mateos, es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de
Barcelona y miembro del Centro Cristianismo y Justicia. En la actualidad es
investigador de la Escola de Cultura de Pau de la Universitat Autònoma de Barcelona
(UAB).

El autor quiere agradecer la ayuda del Centre Borja de Sant Cugat (Barcelona); de los
investigadores de la Escola de Cultura de Pau de la UAB Josep Mª Royo, Jordi Urgell y
María Villellas; y de Lucas Wainer, por la edición del mapa.

Nkosi, Sikelele Africa
(“Dios proteja a África”)
Himno negro sudafricano

"Podría haber hecho la misma película en Sierra Leona, sólo que en vez de pescado
tendríamos que hablar de diamantes; y en Libia, Nigeria o Angola el tema sería el
petróleo. La mayoría de nosotros conocemos los mecanismos de destrucción de nuestra
época pero no podemos fijar sus contornos. Somos incapaces de... creer lo que sabemos
a ciencia cierta. Es increíble, por ejemplo, que dondequiera que se encuentran materias
primas, los autóctonos mueren de inanición, sus hijos son reclutados para la milicia y
sus hijas con empleadas como sirvientas o prostitutas... Después de cientos de años de
esclavitud y colonización de África, la globalización de los mercados africanos supone
la más letal de las humillaciones para la población de este continente. La arrogancia
de los países ricos hacia el Tercer Mundo, está creando infinitos futuros peligros para
todo el planeta. Las personas que participan en un sistema mortal, tomadas una a una,
no parecen tener rostros malévolos ni, en su mayoría, malas intenciones. Aquí estamos
incluidos todos. Algunos sólo "hacemos nuestro trabajo" (como pilotar un Jumbo con
una carga de napalm) algunos no quieren saber, otros simplemente luchan
por sobrevivir...”
HUBERT SAUBER. Director de La pesadilla de Darwin, en declaraciones sobre la
película.

INTRODUCCIÓN

El presente cuaderno pretende abordar el fenómeno de los conflictos armados en África
Subsahariana 1, por desgracia, el asunto de mayor presencia en nuestra visión sobre este
continente. No obstante, lejos de la reincidente y moribunda fotografía del hambre, la
guerra y la miseria, así como del clásico estereotipo del africano salvaje, pasivo y
dependiente de la caridad internacional, África y las sociedades africanas son ante todo
un hervidero de vida, movimiento, capacidad de respuesta e iniciativas, que pasan
inadvertidas e invisibles a los ojos de la historia moderna.
Desde esta infame imagen parte hoy el análisis y comprensión de una tierra, además,
maltratada por siglos de esclavitud, colonización y rapiña, liderados por el mundo
occidental e igualmente aprovechados por una elite africana que, en algunos casos, ha
sabido convertir el expolio y la muerte en un auténtico modus vivendi.

Sea como fuere, estas páginas no desean tratar toda la realidad del continente africano,
extraordinaria e infinitamente compleja. Tenga el lector en claro que hablar de África
hoy es hablar de una multiplicidad de culturas, lenguas y etnias que nada tiene que ver
con la realidad del Estado-Nación dibujada por el fin del colonialismo a partir de los
años sesenta. Pretender esbozar una radiografía completa de esta África negra, además
de innumerables páginas, supondría una envalentonada por parte del autor. De este
modo, el cuaderno se centrará en el análisis de los conflictos armados
contemporáneos en África Subsahariana, sus causas y consecuencias, las diferentes
visiones que sobre éstos existen o el controvertido papel de la comunidad
internacional. Otros libros y artículos ya abordan mejor y en más profundidad la
realidad cultural, social, política o económica del continente, aspectos todos ellos que en
un futuro podrían ser motivo de un cuaderno de esta colección.

Sin embargo, hablar de guerra en África no tiene nada que ver con el análisis que a
menudo esbozan, ingenua o intencionadamente, los medios de comunicació n y las
instituciones políticas y económicas que hoy rigen el planeta. La violencia armada en el
continente africano no es una cuestión de luchas tribales, endémicas, anárquicas y sin
sentido, como así se han empeñado en mostrar incluso algunos académicos2, que
otorgan a esta violencia un carácter primitivo e irracional. Por el contrario, las guerras
africanas sólo se pueden entender desde el análisis de un entramado complejo de actores
- entre los que se encuentran, señores de la guerra, gobiernos africanos, potencias
regionales e internacionales, transnacionales del diamante o del petróleo u
organizaciones intergubernamentales, por citar algunos- con intereses políticos y
económicos determinados y con la capacidad suficiente para perpetuar situaciones de
violencia. La guerra en África, sobre todo tras el fin de la Guerra Fría, ha perdido
cualquier componente ideológico y se ha convertido en una forma de vida para los que
se saben ‘vencedores’ de este lance. Y digo vencedores, porque si existe un ‘perdedor’
en toda esta contienda es la población civil de los países en guerra, quien no sólo es la
principal damnificada por la violencia sino también el objetivo deliberado de las partes
que se enfrentan. Por lo tanto, salir de este enmarañado laberinto no será fácil cuando
algunos, incluyendo las empresas de las que nosotros tamb ién participamos con
nuestros hábitos de consumo, extraen rentables beneficios que no están dispuestos a
abandonar fácilmente.

Pese a todo, en la búsqueda del sendero de la construcción de la paz existen ya
numerosas organizaciones de todo tipo (local, regional e internacional) que contra
viento y marea tratan de enviar a esta violencia organizada al más recóndito de los
olvidos. Y ello a pesar del escaso apoyo de algunas potencias mundiales y del
defraudador papel de Naciones Unidas, que año tras año se ha empeñado en cosechar
fracasos respecto a su principal tarea de valedora de la paz y la seguridad mundiales.
Los tristes episodios de Somalia y el genocidio de Rwanda no hicieron sino abrir la
puerta a otros fiascos como el de la República Democrática del Congo (donde dicho sea
de paso, mueren diariamente mil personas como consecuencia de la guerra) o Darfur,
donde de nuevo la plantilla internacional ha llegado tarde y despistada.

A la luz de esta realidad, esperemos que este cuaderno contribuya, aunque sólo sea un
poco, a la ardua tarea de acabar con la “letanía de manoseados clisés”3 sobre el
continente, así como a configurar el comp lejo panorama de la cotidianeidad africana,
tan olvidada (insisto, ingenua o intencionadamente) como malversada por el así
llamado ‘mundo desarrollado’.

Hasta que los leones tengan sus propios historiadores,
las historias de caza siempre glorificarán al cazador
Proverbio africano (Yoruba, Nigeria)

2.- LAS RAÍCES DEL CONTINENTE: ESCLAVITUD,
COLONIALISMO E INDEPENDENCIA.

Orígenes y esclavitud

Casi nunca se recuerda que África es la cuna de la Humanidad. Los primeros fósiles
homínidos más antiguos fueron hallados en las hoy Tanzania y Etiopía, al este del
continente. Desde allí, el hombre emigró hacia el resto del planeta, evolucionando su ser
y su cultura de acuerdo con el entorno al que llegaba. Del mismo modo, suele obviarse
la compleja y rica historia política que los siglos previos a la colonización albergó esta
tierra con el surgimiento de los diferentes imperios, reinos y estados (Ghana, Malí,
Songhay, Mossi, Bunyoro, Buganda, Rwanda, estados Haussa, entre otros muchos) que
marcaron el esplendor de todo el continente. Un esplendor que inició su decadencia a
partir del siglo XVII, coincidiendo con la llegada de los primeros europeos.

Dicha presencia tuvo una doble vertiente. En África del Sur (en las actuales Sudáfrica o
Zimbabwe) tuvo un carácter de permanencia y colonización, mientras que en el resto del
continente, especialmente en África Occidental, los europeos llegaron de forma
circunstancial para dedicarse a la actividad comercial y, especialmente, a la salvaje
trata de esclavos, que durante los dos siguientes siglos conocería su ‘época de oro’. Se
estima que durante este tiempo, entre diez y quince millones de africanos fueron
sacados a la fuerza de África para ser transportados por barco al continente americano,
viaje durante el que otros cien millones de personas perecieron víctimas de las
enfermedades, el hambre y los infortunios. A este descalabro humano, cabe sumar
también una cantidad semejante, o incluso mayor, que los árabes extrajeron por las
costas orientales. El desarrollo de corrientes antiesclavistas, que adquirieron una gran
fuerza a principios del siglo XIX, fueron determinantes para que en 1815 se decidiera
abolir la trata y para que la esclavitud se suprimiera en Inglaterra (1834) y en Francia
(1848), así como en el resto de países europeos implicados. Como consecuencia de la
abolición, se inició en América el retorno a África de esclavos liberados, tras la que se
formaron colonias como la de Freetown (Sierra Leona) o Monrovia (Liberia).

No obstante, Europa no se olvidó de África fácilmente. Las independencias en el
continente americano, la crisis de superproducción provocada por la revolución
industrial, así como las fuertes rivalidades políticas y militares de la Europa de mitad
del XIX, llevaron a ésta a buscar en el continente negro parte del remedio a esa
problemática coyuntura. Así fue como a mediados de siglo se produjo una lenta pero
progresiva penetración europea hacia al interior mediante exploraciones que ya no
buscaban sólo quedarse en los enclaves costeros sino que pretendían ocupar
determinadas zonas del continente y que tenían una clara connotación política. En esta
“carrera por África” librada por algunas potencias europeas, algunos exploradores ya
lograron firmar tratados de protección en nombre de los países que representaban con
los reyes y jefes autóctonos en cuestión.

La colonización de África

Los conflictos surgidos por esta competición llevaron a la Conferencia de Berlín
(1884-1885), que aun convocada bajo pretextos humanitarios y antiesclavistas, supuso
el reparto de facto de casi todo el continente entre las naciones participantes. De este
modo, Francia se quedó en África occidental y ecuatorial; Inglaterra se asentó en
numerosas partes, excepto en la franja central; Alemania, que había llegado tarde a la
carrera colonial, trató de recuperar el tiempo perdido instalándose también en varias
zonas; Bélgica se quedó con el Congo (actualmente la República Democrática del
Congo); Portugal amplió sus tradicionales enclaves de Guinea-Bissau, Angola y
Mozambique con la obtención del archipiélago de Cabo Verde y las islas de Santo
Tomé y Príncipe; Italia se introdujo en Somalia y Eritrea; mientras que España se quedó
con la hoy Guinea Ecuatorial, tras la firma de un tratado con Portugal. En todo el
continente negro sólo se respetó la independencia de Liberia (que dependía de EEUU) y
de Etiopía.

Este panorama propició no sólo que la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se
librara también en África, sino que además fueran enviados a luchar a Europa
centenares de miles de africanos (se estima que ese número rozó los 200.000 sólo en
1918). Igualmente, tras el fin de la Gran Guerra, Alemania perdió todo su imperio
colonial africano, reconfigurándose así el mapa colonial del continente4. Durante la
época de entreguerras, el sistema colonial logró consolidarse, rompiendo los moldes
tradicionales y provocando un profundo cambio en las mentalidades africanas al
vaciarles de toda identidad y autoestima: “en el África colonial la palabra civilización
estaba reservada exclusivamente a los comportamientos de los blancos, por muy
crueles que fueran”5. Además, la colonización también marcó enormemente el
desarrollo posterior de las independencias, ya que los países fueron orientados al
monocultivo o la monoproducción, descuidando los productos alimentarios y
condenándoles a la dependencia tras la caída estrepitosa del precio de las materias
primas; se favoreció a la ciudad y se olvidó el campo; o se primó el carácter radial de las
comunicaciones, dejando a muchas zonas en la marginación más absoluta 6.

El paso de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, dejó tintes muy distintos. En
primer lugar, el continente africano albergó algunas campañas bélicas sólo de forma
efímera y ocasional. En segundo lugar, la guerra fue determinante en el cambio de
mentalidad con respecto al dominio colonial, con la gestación de una elite más formada,
reivindicativa y de base nacionalista que tomaba cuerpo con el llamado movimiento
panafricanista en el que destacaron algunas figuras que años después se convertirían en
líderes de la independencia: Nkrumah (Ghana), Kenyatta (Kenia), Awolowo y Azikiwe
(Nigeria), Abrahams (Sudáfrica), Wallace-Johnson (Sierra Leona), Banda (Malawi),
Touré (Guinea), Kaunda (Zambia) o Lumumba (RD Congo). En tercer lugar, el nuevo
orden mundial pasaba a ser liderado por dos potencias, la Unión Soviética y EEUU,
profundamente anticolonialistas. La primera porque consideraba que el colonialismo era
consecuencia del capitalismo; la segunda porque pretendía la emancipación del mundo
colonial para que las relaciones internacionales y los derechos al libre comercio se
extendieran por igual a todos los pueblos.

Descolonización e independencia

Con el caldo de cultivo forjado tras la Segunda Guerra Mundial, los años posteriores
sirvieron para apuntalar el proceso de las independencias que daría comienzo a finales
de los años cincuenta. Los principales canales de esta corriente liberadora fueron: 1)
Naciones Unidas y, sobre todo, su Asamblea General, que fue considerada por sus
miembros como un foro útil en el que exigir y proclamar la liquidación de los imperios
coloniales europeos mediante el famoso “principio de la libre de determinación de los
pueblos”, reconocido en varios artículos de la Carta de Naciones Unidas7; 2) los
movimientos anticoloniales o independentistas, liderados por unas elites
‘occidentalizadas’, que bebían de ideologías como el panafricanismo o la negritud y que
lograron una amplia coordinación y la unificación, a pesar de sus diferencias, de un
mismo mensaje; y 3) las conferencias afroasiáticas, especialmente la que tuvo lugar en
Bandung en abril de 1955, que congregó a 29 delegaciones de países de los dos
continentes, convirtiéndose en una plataforma para la toma de conciencia de los pueblos
que habían sido sometidos y que ahora exigían el fin de la dominación colonial.
Mientras, en Europa era cada vez más difícil ignorar las demandas de liberación
nacional que además de hacerse con “lenguaje occidental” se enmarcaban en un
contexto de creciente pérdida de legitimidad e incluso de hostilidad hacia la realidad
colonial. De este modo, la primera independencia subsahariana fue la de Ghana, en
1957, bajo el liderazgo de Kwame Nkrumah. A Ghana le siguió Guinea (1958),
mientras que 1960 se convertía en el año de la descolonización africana con la
independencia de una docena más de países. La retirada de los europeos se dio
habitualmente en un ambiente de compromiso, reflejado en la ceremonia formal de
traspaso de poderes, entre la antigua metrópoli y las nuevas elites gobernantes que, en
términos generales, representaban aquellos proyectos menos radicales y más
continuistas con la colonia. Este nacionalismo, sin embargo, aspiraba a hacerse con el
aparato administrativo colonial y africanizarlo para configurar un estado reconocido
internacionalmente. Sus intereses se fundamentaban en el mantenimiento de la
estructura social y económica creada durante las décadas coloniales, frustrándose así las
demandas de base popular que aspiraban a una mayor democratización de la política
africana8.

Sea como fuere, lo cierto es que la formación de estados en África padeció desde su
inicio una considerable falta de legitimidad, así como la ausencia de un consenso social
sobre sus fines y valores. Y lo que es más importante para poder entender las relaciones
de poder político y económico venideras: se vinculó a la población a través de redes
clientelares, en las que los intermediarios étnicos conectaban a las elites en el centro
político con el resto del sistema en un proceso continuo de intercambios políticos. Se
expulsó a los europeos, pero se asumió un modelo despótico de Gobierno y se mantuvo
la dependencia económica internacional9.

Aunque son legión los análisis que se han hecho del legado colonial en África y su
impacto en el desarrollo futuro, la mayoría de autores coinciden en destacar dos
aspectos. Por un lado, la colonización africana sirvió para el despegue económico del
Norte, a expensas de la desgracia ajena; por otro, la colonización introdujo pérfidamente
la división tribal, creando de hecho las identidades que hoy se confrontan en el marco de
Estados incapaces de absorber esas divergencias. Llevó al paroxismo las diferencias y
aprovechó la primacía del nuevo estado para marginar a unos grupos en beneficio
particular de quienes poseían el monopolio de la administración moderna y sus recursos.

En definitiva, y en palabras del académico nigeriano A. O. Ikelegbe, el colonialismo se
convirtió en “el hacha que desarraigó la tradición africana, dejando a la población a
la deriva, con escasas posibilidades de extraer experiencias del pasado” 10.

Cuando dos elefantes luchan es la hierba la que sufre
Proverbio africano (Uganda)

3.- LOS CONFLICTOS ARMADOS CONTEMPORÁNEOS EN
ÁFRICA SUBSAHARIANA.

3.1.- El “telón de seda”: la antesala de las guerras africanas de los
noventa

Lejos de lograr una emancipación real, África se convirtió durante la época de Guerra
Fría en uno de los principales escenarios en los que EEUU y la Unión Soviética se
disputaron la hegemonía del orden constituido tras la Segunda Guerra Mundial, eso sí,
“utilizando los cuerpos africanos como carne de cañón”11. Guerras cruentas como las
de Angola o Mozambique, por poner algunos ejemplos, cabe encuadrarlas en un
contexto de internacionalización de la violencia en el que los diferentes actores
africanos se convirtieron en meros (aunque también interesados) títeres de las ansias y
pretensiones de Washington y Moscú. Un informe gubernamental estadounidense,
donde se evaluaba el potencial que representaba África para EEUU en 1963, declaraba
lo siguiente: “Consideramos que África es probablemente el mayor campo de
maniobras abierto en la competencia mundial entre el bloque comunista y el mundo no
comunista. (...) proponemos encaminar nuestros esfuerzos a favorecer a los líderes
dinámicos y progresistas que sean razonablemente amistosos” 12. Aún siendo perentorio
cuestionarse lo que por “dinámicos y progresistas” entendía dicho informe, la lógica de
los años de Guerra Fría es más que evidente, sin desmerecer la importante
responsabilidad que también tuvieron las elites africanas.

Las “Guerras Calientes

Angola sufrió tras su independencia en 1975 (y después de catorce años de
enfrentamiento contra Portugal) el inicio de una guerra configurada por dos bandos: por
una parte, el gubernamental Movimiento Para la Liberación de Angola (MPLA), de José
Eduardo Dos Santos, obtuvo el apoyo incondicional de la Unión Soviética e incluso de
60.000 soldados cubanos; por otra parte, la Unión Nacional para la Independencia Total
de Angola (UNITA), liderado por Jonas Savimbi, fue respaldada directamente por
EEUU y por el régimen sudafricano del apartheid. En Mozambique, el también
socialista y en el poder Frente de Liberación Mozambiqueño (FRELIMO) estuvo
apadrinado por el bloque comunista, mientras que la guerrilla de la RENAMO
(Resistencia Nacional Mozambiqueña) recibía cuantiosas sumas de dinero y de apoyo
militar procedentes de EEUU y Sudáfrica. De igual modo, crueles dictaduras como las
del legendario Mobutu Sese Seko en el Zaire o el régimen del apartheid en Sudáfrica
fueron bendecidas y respaldadas desde su inicio por la Casa Blanca, mientras que otros
regímenes despóticos como el de la Etiopía de Mengistu fueron abrazados por el
Kremlin.

Algunos autores afirman que la Guerra Fría fomentó el clientelismo de los estados
africanos con respecto a las potencias occidentales, principalmente hacia EEUU, y en
menor medida hacia los países del bloque del Este. La contrapartida a la gran influencia
a la que estaban sometidas las elites africanas durante esta época fue “su importante
capacidad de negociación, de regateo, de hacer pagar muy caro, en términos de ayuda,
de apoyo o de cerrar los ojos ante la corrupción o violación sistemática de los
Derechos Humanos, su alineamiento con uno u otro bloque”13.
Este privilegiado papel concedido a las elites africanas consolidó tras el proceso de
independencias el desarrollo de un estado neopatrimonial, es decir, una realidad en la
que el derecho a gobernar descansa casi exclusivamente en una persona, y en la que las
posiciones en la administración del estado son utilizadas para conseguir beneficios
económicos de todo tipo para el dirigente y para sus redes de patronazgo: “la autoridad
se mantiene, no tanto gracias a concepciones ideológicas compartidas o al respeto de
la ley, sino por medio de esas redes clientelares que atraviesan toda la
administración”14.

3.2.- El colapso de los estados postcoloniales africanos

El final de la Guerra Fría tuvo fuertes repercusiones para los países africanos, que
iniciarán una fase de cambios profundos fundamentada en el fracaso de la consolidación
del estado poscolonial. A partir de este momento, más de una treintena de países
africanos se vieron inmersos en una auténtica ‘ola democratizadora’ que transcurrió de
forma pacífica en la mayoría de ellos. Países como Benín, Cabo Verde, la República
Centroafricana, Congo, Guinea-Bissau15, Lesotho, Madagascar, Malawi, Malí,
Mozambique, Namibia, Níger, Santo Tomé y Príncipe, las islas Seychelles, Sudáfrica o
Zambia se sumaban a los únicos regímenes democráticos que había en pie en 1989,
Botswana, las islas Mauricio y Gambia 16. Por el contrario, en otro grupo de países, la
respuesta al proceso de erosión estatal desembocó en el derrumbamiento del estado
poscolonial y el inicio de conflictos bélicos sangrientos. Así sucedió en Angola,
Burundi, Chad, Liberia, República Democrática del Congo (antes Zaire), Rwanda,
Sierra Leona, Somalia y Sudán17.

Cabe preguntarse qué factores llevaron a la erosión y debilitamiento, y en algunos casos
al hundimiento, del recién constituido estado poscolonial, al que muchos bautizaron con
el apelativo de ‘Estado fallido’, ‘Cuasiestado’, ‘Estado sombra’ o ‘Estado ficticio’.
Itziar Ruiz-Giménez considera que fue la conjunción de una serie de factores de orden
tanto interno como externo los que llevaron a esta situación18. Por lo que respecta a los
factores internos cabe señalar cuatro.

a.- La existencia de unas instituciones estatales de origen exógeno, creadas por el
colonialismo europeo. Los líderes de la independencia prefirieron dar continuidad a las
estructuras político-administrativas y económicas que el colonialismo había impuesto,
en lugar de sustituirlas por estructuras políticas autóctonas. Para muchos, esta decisión
fue determinante ya que se conservaron unas instituciones políticas caracterizadas por:
i) unas fronteras artificiales, que agruparon dentro de los estados africanos a numerosos
grupos etnoculturales con trayectorias históricas diferentes y a veces enfrentadas.
Además, dividieron en dos o más países a una misma comunidad etnocultural19 y
propiciaron algunos movimientos secesionistas; ii) unas estructuras administrativas
diseñadas para “explotar las divisiones locales”, mediante el establecimiento de un
sistema político que se desdoblaba en dos formas de gobierno diferentes: un mundo
urbano regido por los ciudadanos-colonos que dominaban a los nativos (considerados
ciudadanos de segunda) y un mundo rural, dominado por una pluralidad de derechos
consuetudinarios y por una administración apoyada en las autoridades locales con base
étnica. La desigual incorporación de los distintos grupos étnicos a la administración por
parte de las metrópolis y la manipulación del concepto de etnicidad exacerbaron sin
duda el problema étnico hasta niveles sin precedentes; iii) unas estructuras económicoadministrativas
concebidas para satisfacer las necesidades de las metrópolis, basadas
en la exportación de productos agrícolas, minerales y materias primas, a través de redes
de transporte y comercio pensadas para ello, que a la vez dejaron una nimia inversión en
la formación de la población local, que en el momento de la independencia no estaba
preparada para trabajar en la estructura heredada.

b.- La naturaleza personalista y patrimonial de las elites africanas. Después de la
independencia, algunas elites políticas africanas (formadas en su mayoría en
universidades de las metrópolis) lideraron los procesos de construcción estatal mediante
la centralización del poder político-económico y la supresión del pluralismo político.
Aunque los motivos de fracaso de dichos proyectos podrían estar enraizados en una
multitud de factores, algunos autores consideran que la causa fundamental fue “el
rechazo y oposición de la población africana a unos procesos ajenos a sus propias
tradiciones socio-políticas”20. De este modo, la doctrina africanista considera que las
elites africanas decidieron adoptar formas personalistas o paternalistas de gobierno,
concentradas en un individuo concreto, y basadas en una lógica patrimonial en las que
la legitimidad política de los dirigentes derivaba del prestigio y el poder obtenido
mediante la creación y mantenimiento de redes clientelares.

c.- Una importante dependencia externa. Debido a la existencia de una economía
escasamente excedentaria, los líderes africanos buscaron otras fuentes de recursos
durante la época poscolonial para poder mantener tanto sus privilegios económicos
como sus redes clientelares. Por una parte, la explotación de sus recursos naturales, que
en algunos países dio importantes réditos que después fueron derrochados. Por otra, la
ayuda internacional dispensada bien por las superpotencias del contexto bipolar, bien
por organismos intergubernamentales.

d.- Unas políticas autoritarias que “tribalizaron” la heterogeneidad étnica. Como se
ha señalado anteriormente, los sistemas políticos africanos durante la Guerra fría se
caracterizaron por políticas neopatrimoniales que canalizaban la ayuda internacional de
forma selectiva a través de las redes clientelares. Estas redes, que seguían normalmente
líneas étnicas, regionales o religiosas, solían gozar de un grado considerable de
legitimidad. El problema se produjo tras la grave crisis económica de los ochenta que
supuso que pocos regímenes pudieran seguir nutriendo sus redes de forma amplia, que
hasta el momento habían facilitado la cohesión interétnica y habían ayudado a regular
los conflictos sociales. A partir de entonces, las elites africanas optaron por
concentrarlas en sus comunidades étnicas de origen, perdiendo así el apoyo y la
legitimidad otorgados por el resto de grupos étnicos. Esta “etnopatrimonialización” del
estado, como algunos autores la han etiquetado, incrementó la importancia de la
etnicidad dentro de la sociedad, exacerbó las relaciones interétnicas y aumentó todavía
más la dependencia de los dirigentes africanos de la ayuda internacional y de las dos
superpotencias.

Por otra parte, dos son los factores externos que contribuyeron a la crisis del estado
poscolonial.

a.- Los efectos de una década de Planes de Ajuste Estructural (PAE) combinados
con una creciente marginalidad en el proceso de globalización económica. Aunque
los primeros años de independencia lograron un cierto despegue económico, la crisis
económica de los setenta motivada por la caída de los precios de las materias primas, la
crisis energética de 1973 o el fracaso de los proyectos de desarrollo emprendidos llevó a
muchos países africanos a situarse en niveles económicos inferiores al momento de su
independencia. Ante este panorama, y no sólo en el continente africano, los principales
organismos financieros internacionales (el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial) decidieron emprender los llamados Planes de Ajuste Estructural, que
pretendían reducir la importancia del estado en el control de sus economías. El impacto
social de estos planes fue extraordinariamente negativo, como así reconocieron años
más tardes ambas organizaciones. El malestar social que generaron se tradujo en
revueltas populares que fueron violentamente reprimidas en algunos casos.

b.- El final de los contratos de mantenimiento de la Guerra Fría. Si bien la
contienda bipolar fue en algunos momentos un factor de contención para aquellos países
que recibían ayuda externa (permitiendo hacer frente a los movimientos y guerrillas de
oposición, así como seguir alimentando las redes clientelares), ésta también tuvo
importantes efectos desestabilizadores. Aunque algunos de los conflictos armados
durante la Guerra Fría tenían sus raíces en conflictos sociales diversos, la presencia de
los dos bloques en el continente contribuyó en ocasiones a prolongarlos o
reconfigurarlos. Durante esta época, una veintena de países se vieron inmersos en duros
conflictos armados (se estima que unos ocho millones de africanos murieron durante
esta etapa como consecuencia de la guerra), algunos de los cuales vieron su fin con la
caída del telón de acero. Para otros países como Somalia y Liberia, sin embargo, la
retirada del respaldo bipolar conllevó una grave crisis del estado neopatrimonial que
acabó desembocando en el colapso estatal. Con la desaparición de estos “contratos de
mantenimiento”, las elites africanas buscaron nuevas formas de legitimidad social que
en muchos casos derivaron en la exacerbación y manipulación de las identidades
étnicas, como fueron los casos de Rwanda y Burundi, y en otros en el inicio de una
carrera ilimitada por el control del poder y los recursos, como sucediera en Angola.

3.3.- Conflictos armados africanos en la Posguerra Fría

La década de los noventa presenció la reconfiguración de la tipología de los conflictos
armados. Contextos como los de la ex Yugoslavia, Somalia o Rwanda pusieron en
evidencia el hecho de que la población civil había pasado a convertirse en objetivo
intencionado de las partes enfrentadas y que la violación sistemática de los Derechos
Humanos se erigía como su principal arma de combate.

Los conflictos armados en África han sido un perfecto escaparate de las llamadas
“nuevas guerras”21, pero no el único. De hecho, en el año 2005, sólo aproximadamente
un tercio de los conflictos armados que azotan el planeta tienen lugar en el continente
africano. Según la Escola de Cultura de Pau de la Universitat Autònoma de Barcelona
(UAB) 22, ocho de los 23 conflictos que a finales de 2005 siguen abiertos deben situarse
en África Subsahariana 23, mientras que es el continente asiático el que alberga un mayor
número con un total de diez. Los conflictos en Colombia (América Latina), Chechenia
(Cáucaso), Iraq y el que enfrenta a Israel y Palestina (estos dos últimos encuadrados en
la región de Oriente Medio), completan el actual mapa de la conflictividad bélica
internacional. Subrayar, por lo tanto, que a diferencia de la visión falseada de que hoy
en día África es un “continente de gue rras”, la realidad mundial nos enseña un
panorama harto diferente, existiendo también otras zonas del planeta, especialmente
Asia, que sufren desde hace años, con igual o mayor intensidad, los perversos efectos de
la violencia.

3.3.1.- El mapa de la guerra

Conflictos armados

Esta importante apreciación no debe servir para menospreciar los escenarios de
violencia armada que bien entrado el siglo XXI todavía albergaba la región
Subsahariana, concentrados en tres zonas.

a.- La región de los Grandes Lagos, donde se disputan actualmente dos conflictos. Por
un lado, el que tiene lugar en Burundi entre el Gobierno Nacional de Transición
surgido de los Acuerdos de Arusha de 2000 y las Forces Nationales de Libération
(FNL) por el control del poder político. Por otro, el que afecta a la República
Democrática del Congo desde 1998 y que en este caso enfrenta al Gobierno de
transición presidido por Joseph Kabila (integrado por diversos grupos armados y por el
anterior Ejecutivo), contra diversas facciones armadas que no participaron en el proceso
de paz. La expoliación de los ricos recursos naturales se ha convertido en el motor que
alimenta la perpetuación de la violencia.

b.- Las regiones del Cuerno de África y África Central, en las que encontramos tres
situaciones de enfrentamiento armado. En primer lugar, Somalia, quizá el más
televisivo de los conflictos africanos tras el fiasco cosechado por EEUU en 1993, donde
diversos grupos armados, tras derrocar a la dictadura de Siad Barre en 1991, se
enfrentan por el control del poder y el territorio. Dichos grupos se han erigido como
autoridades legítimas en diferentes partes del país, lo que le ha valido a Somalia la
etiqueta de ‘reino de taifas’ y de ‘paradigma de Estado fallido’.

En segundo lugar, Uganda, país en el que desde mediados de los ochenta un grupo
armado de oposición, el Lord Resistance Army (LRA), de inspiración mesiá nica, trata
de expulsar al Presidente Yoweri Museveni del poder con el objetivo de implantar los
diez mandamientos de la ley cristiana en todo el país. El líder de este descabellado
grupo, Joseph Kony, se ha caracterizado por el reclutamiento forzado de menores para
el campo de batalla, así como por el secuestro de niñas para ser objeto de todo tipo de
abusos sexuales. Por su parte, el Gobierno ha forzado el desplazamiento de más de un
millón y medio de personas en la persecución del LRA, generando una crisis
humanitaria de graves proporciones.

Finalmente, la región de Darfur, al oeste de Sudán, donde desde febrero de 2003 dos
grupos armados de oposición -el Sudan Liberation Army (SLA) y el Justice Equality
Movement (JEM)- hacen frente a las llamadas milicias ‘Janjaweed’, grupos
paramilitares sustentados por el Gobierno de Omar al-Bashir, que mediante su estrategia
de ‘tierra quemada’ provocaron en pocos meses la peor crisis humanitaria de principios
del nuevo milenio, según Naciones Unidas, forzando el desplazamiento de más de dos
millones de personas. Tanto el SLA como el JEM reclaman el fin de la histórica
marginalización política, económica y social de la población negra por parte del
Gobierno árabe, y fuertemente centralista, de Jartum24.

c.- La tercera y última región con conflictos armados abiertos es la de África
Occidental, en la que existen dos focos de conflicto. Por una parte, Costa de Marfil, la
otrora conocida como ‘Suiza africana’ experimentó en el año 2002 el levantamiento de
tres grupos armados en el norte que han logrado prácticamente dividir el país con el
objetivo de reivindicar la exclusión política y social que sufren determinados sectores de
la población. Desde entonces, se libra una batalla irregular entre éstos y el Gobierno de
Laurent Gbagbo, que está respaldado por milicias armadas de jóvenes simpatizantes del
mandatario. De especial mención en este contexto es el papel de Francia, antigua
metrópolis, que ha enviado cinco mil efectivos militares al país, avalados por Naciones
Unidas, para hacer de fuerza de contención entre ambos bandos, protagonizando varios
enfrentamientos con las propias Fuerzas Armadas marfileñas.

El otro escenario de conflicto en esta región es el de Nigeria, que alberga dos contextos
diferenciados de enfrentamiento armado: el que se desarrolla en la región del Delta del
Níger (sur) y el que tiene lugar en el norte del país. En el Delta del Níger, región que
concentra el 60% de la producción de petróleo del que es primer productor de crudo de
la región subsahariana, varias milicias armadas pertenecientes a diferentes grupos
étnicos se enfrentan entre ellas y contra las fuerzas de seguridad estatales por el control
del poder y los beneficios del petróleo. En esta contienda también participan ejércitos
privados contratados por las transnacionales del petróleo (TotalFinalElf y Shell, son las
más importantes) que tratan de defender sus intereses. En el norte del país, por el
contrario, el enfrentamiento está protagonizado también por milicias de la mayoría
musulmana y la minoría cristiana, en disputa por el control de los recursos naturales y
que se ha exacerbado tras la proclamación en el año 2001 de la llamada ley islámica en
los doce estados que conforman esta región.

Conflictos armados en África Subsahariana en 2005
Conflictos armados
(inicio)
Actores armados
Causas de fondo
Número total de
víctimas mortales

Burundi
(1993)
Gobierno Nacional de Transición, Forces Nationales de Libération de A.Rwasa
Control político de una minoría
étnica y dificultades para la
alternancia en el poder
300.000 personas

RD Congo
(1998)
Gobierno Nacional de Transición (GNT), facciones de grupos armados
incluidos en el GNT, milicias Mayi-
Mayi, grupos armados de Ituri, Forces
Démocratiques de Libération de
Rwanda
Control del poder político,
dificultades para la alternancia en el
poder y control de los recursos
naturales
3,5 millones de
personas

Somalia
(1988)
Varios Ausencia de práctica democrática,
lucha por el poder político regional,
confederación vs. Federación
400.000 personas

Uganda
(1986)
Gobierno, Lord Resistance Army (LRA)
Mesianismo religioso y marginación
regional
150.000 personas

Sudán (Darfur)
(2003)
Gobierno, milicias progubernamentales,
Sudan Liberation Army (SLA), Justice
Equality Movement (JEM), National
Movement for Reform and Development
(NMRD)
_Marginación regional y política
180.000 personas

Costa de Marfil
(2002)
Gobierno, milicias progubernamentales,
Forces Nouvelles (MPCI, MJP, MPIGO)
Marginación de algunas regiones,
fragilidad democrática, exclusión
política, instrumentalización
religiosa

Nigeria (Delta del
Níger)

Gobierno, milicias de las comunidades
Ijaw, Itsereki y Urhobo
Control del poder político y de los
recursos naturales, exclusión social y

Nigeria (Norte)
(2003)
Gobierno, milicias de las comunidades
cristianas y musulmanas
Control de los recursos naturales e
instrumentalización religiosa
10.000 personas

Fuente: Escuela de Cultura de Paz, Barómetro 9, en: http://www.escolapau.org/programas/...

Situaciones de tensión

A diferencia de los conflictos armados, cabe señalar también la existencia de una
treintena de contextos de tensión en África. Estos ‘puntos calientes’ se caracterizan por
ser escenarios en los que se producen graves episodios de polarización social o política,
con enfrentamientos entre grupos políticos, étnicos o religiosos o entre éstos y el
Estado, con alteraciones del funcionamiento ordinario de las instituciones del Estado
(golpes de Estado, toques de queda y Estados de excepción o emergencia) y con índices
significativos de destrucción, muertos o desplazamientos forzados de población, bajo
riesgo de que dichos contextos puedan derivar en una situación de conflicto armado25.
Por su volatilidad y por el peligro real que desemboquen en una situación de violencia
extrema, merece la pena llamar la atención sobre tres de estos contextos.

En primer lugar, Zimbabwe, presidido por el controvertido líder de la independencia
Robert Mugabe, quien desde los años noventa ha venido sometiendo al país a un grave
recorte de las libertades políticas, hecho que ha provocado el exaltado enfrentamiento
con el principal partido de la oposición, el Movement for Democracy Consolidation
(MDC) de Morgan Tsvangirai, así como el enfado y aislamiento de buena parte de la
comunidad internacional. A esta grave crisis política, que se ha traducido en esporádicas
olas de violencia entre los simpatizantes de ambas partes, cabe sumar la fuerte recesión
económica, agudizada por la frustrada reforma agraria de Mugabe, y los efectos de una
crisis humanitaria como consecuencia del impacto de la sequía y del sida (casi el 40%
de la población adulta se encuentra afectada por la pandemia), factores que han situado
a Zimbabwe al borde de un conflicto civil.
En segundo lugar, es reseñable la escalada de tensión que sufre toda la llamada región
del Río Mano, que engloba a Guinea, Liberia, Sierra Leona y también, aunque no
geográficamente, Costa de Marfil. La volatilidad y permeabilidad de la fronteras, el
constante flujo de armas y de mercenarios, los intereses económicos y geoestratégicos
de sus mandatarios, la interrelación entre los distintos gobiernos y grupos armados y el
éxodo masivo que experimentan millones de personas de forma cíclica como
consecuencia de la violencia, ha sumergido a estos cuatro países en un peligroso
conflicto regional que podría tener consecuencias extremas. De este modo, el
sanguinario ex Presidente liberiano, Charles Taylor, actualmente exiliado en Nigeria26,
financió la actividad de la guerrilla del Revolutionary United Front (RUF) que se
enfrentó al Gobierno sierraleonés, ha apoyado a varios grupos armados que luchan en
Costa de Marfil, y podría estar detrás del intento de asesinato del enfermo Presidente
guineano, Lansana Conté. Igualmente, Conté ofreció apoyo a alguno de los grupos
armados que derrocaron a Taylor en el 2003. Esta ‘pseudoguerra civil’, que está
provocando el sufrimiento diario de millones de personas, ha supuesto el desembarco en
esta región de más de 40.000 cascos azules durante los últimos años.

En tercer lugar, cabe también destacar lo que algunos ya han etiquetado en ocasiones
como la “primera guerra civil africana”. Tras la firma de un acuerdo de paz, diversos
países de la región de los Grandes Lagos y varios grupos armados se retiraron entre
2002 y 2003 de territorio congolés, en el que protagonizaron un enfrentamiento entre
ellos y contra el Gobierno congolés. Sin embargo, la relación entre el régimen de
Kinshasa y la vecina Rwanda (uno de los países invasores) no ha mejorado
significativamente, debido a la presencia en territorio congolés del grupo armado de
oposición rwandés responsable del genocidio de Rwanda de 1994. Esta situación hace
temer el reinicio de los enfrentamientos a gran escala que se desarrollaron a finales de
los noventa y en los que participaron hasta un total de ocho países africanos.

Conflictos armados finalizados desde el final de la Guerra Fría

Esta escueta radiografía de la conflictividad en África Subsahariana no debe olvidar
algunos de los conflictos armados finalizados desde el final de la Guerra Fría. En este
punto se encuentra, por ejemplo, Sierra Leona (1991-2002), que sufrió una de las
guerras más cruentas de la década de los noventa, con más de 70.000 muertos, miles de
personas que sufrieron alguna amputación y millones de desplazados. Tras casi una
década de enfrentamientos entre el Gobierno y el RUF; la participación de mercenarios,
milicias, grupos paramilitares e incluso de las fuerzas de pacificación del organismo
regional ECOWAS (el ECOMOG); y con el dramático telón de fondo de la
comercializació n de los diamantes, esta antigua colonia británica lograba alcanzar un
acuerdo de paz en 2002.

Conflictos armados finalizados en la Posguerra fría
Conflicto
Actores
Duración

Angola
Gobierno del MPLA, UNITA
1975-2002

Chad
Gobierno, Mouvement pour la Démocracie et la Justice au
Tchad (MDJT)
1998-2002

Congo-Brazzaville
FFAA y milicias Cobras del actual Presidente D. Sassou-
Nguesso, milicias Cocoyes del ex Presidente P. Lissouba,
las milicias Ninjas del ex Primer Ministro B. Kolelas, y las
milicias Ninjas disidentes del reverendo Ntoumi
1997-1999, 2002-2003

Eritrea - Etiopía
FFAA de ambos países
1998-2000

Liberia
FFAA, Gobierno de Charles Taylor, LURD, MODEL,
ULIMO-K, ULIMO-J, ECOMOG
1989-2003

Malí_ Gobierno, milicias tuareg norte país
1991-1996

Mozambique
Gobierno controlado por el partido FRELIMO, RENAMO
1975-1992

Níger
Gobierno, milicias tuareg norte país
1990-1995

RCA
Gobierno de A. F. Patassé, mercenarios del general
golpista F. Bozizé
2002-2003

Rwanda
Gobierno, milicias Interahamwe, Frente Patriótico
Rwandés
1990-1993, 1994
Sáhara Occidental -
Marruecos
Marruecos, Frente POLISARIO
1975-1991 (declaración de alto
el fuego del FP)

Senegal
Gobierno, MFDC
1982-2003

Sierra Leona
Gobierno, RUF, AFRC, CDF, ECOMOG
1991-2002

Sudán (SPLA)
Gobierno, SPLA 1983-2005

De igual modo, cabe destacar Angola (1975-2002), país en el que la muerte del líder
guerrillero de UNITA, Jonas Savimbi, en febrero de 2002, precipitó la consecución de
un acuerdo dos meses después, dejando un reguero de un millón de muertos y una
décima parte de la población mutilada por las minas. Los casi treinta años de guerra
experimentaron una feroz etapa final en el que el sustento del conflicto se fundamentó
en la venta del petróleo, por parte del Gobierno de Dos Santos, y en el de los diamantes,
por lo que respecta a UNITA.

Un último ejemplo es el conflicto en el sur de Sudán (1983-2002), donde el grupo
armado de oposición Sudan People Liberation Army (SPLA) se enfrentó durante casi 22
años al Gobierno islamista sudanés por la independencia del sur del país, de mayoría
cristiana y animista. Esta histórica disputa, que se saldó con unos dos millones de
muertos, logró un esperanzador compromiso de paz en enero de 2005, a pesar de la
guerra en Darfur y de la volatilidad existente en el este del país. No obstante, la
inesperada y accidentada muerte del carismático líder del SPLA, John Garang, abría a
mediados de ese mismo año serias incertidumbres respecto al devenir del proceso de
paz.

Conflictos armados y tensiones en África Subsahariana

Hacer un balance humano de los efectos de todas estas guerras resultaría de gran
complejidad, teniendo en cuenta que gran parte de las víctimas de un conflicto suele
serlo de manera indirecta, es decir, que perecen como consecuencia de la crisis
humanitaria que genera la violencia. Sea como fuere, la cifra de muertos, mutilados por
las minas antipersona, amputados, víctimas de la violencia sexual y desplazados por el
impacto de la guerra debe elevarse a varias decenas de millones de personas, máxime si
tenemos en cuenta que sólo contextos como el de Sudán o Angola, suman
conjuntamente más de tres millones de víctimas mortales y ocho millones de personas
desplazadas. Además, en esta cábala no pueden omitirse todas aquellas personas que
posteriormente sufrirán durante toda su vida el impacto psicosocial de la violencia, los
secuestros, el reclutamiento forzado, las torturas, la muerte de un familiar, y un largo
etcétera.

3.3.2.- Características de los conflictos armados africanos de la Posguerra Fría.

Aunque cada escenario de conflictividad suele tener unas particularidades determinadas,
existen una serie de características comunes en este mapa de la conflictividad africana,
que a menudo también confluyen con los conflictos que se desarrollan en el resto del
planeta:

a.- La totalidad de los conflictos que tienen lugar en África son de carácter interno, es
decir, que transcurren en el interior de las fronteras de un mismo país. Aunque los años
noventa vieron el fin del histórico enfrentamiento entre Eritrea y Etiopía 27 y todavía
persisten algunas disputas fronterizas y relaciones de tensión entre diferentes países
(Sudán-Uganda, Burkina Faso-Costa de Marfil, Camerún-Nigeria, por poner algunos
ejemplos), no existe en la actualidad ningún conflicto armado interestatal. Además, otra
peculiaridad en este sentido, es que dichos conflictos están en ocasiones localizados, es
decir, que en un mismo país confluye más de una disputa en la que participan actores
diferentes con objetivos también diferenciados, como son los casos ya analizados de
Nigeria y Sudán. En relación con esta localización también es reseñable la reciente
ausencia y desintegración del Estado de algunos países en conflicto, hecho que
permite la creación en el seno de un mismo país de estructuras político-administrativas
y económicas prácticamente paralelas. Un ejemplo, aparte del ‘reino de taifas’ somalí,
podría ser el de Costa de Marfil, donde los grupos armados de oposición controlan el
norte del país, sin que las fuerzas de seguridad del estado puedan tener acceso a esa
zona.

b.- Participación de una variedad y multiplicidad de actores extraordinaria, que
comprende desde gobiernos, Fuerzas Armadas y grupos armados de oposición hasta
paramilitares, milicias, señores de la guerra, bandas criminales organizadas, fuerzas
policiales, mercenarios, ejércitos privados de segur idad o sicarios. Igualmente, y en una
segunda esfera, también es determinante el papel de las transnacionales con intereses en
un determinado contexto, los traficantes de armas, las diásporas, las fuerzas de
mantenimiento de la paz de organizaciones regionales o internacionales, las
organizaciones humanitarias (integradas principalmente por las famosas ONG y las
agencias de Naciones Unidas), los medios de comunicación, los diplomáticos y
mediadores internacionales, los medios de comunicación o los países donantes. Esta
procesión de actores es lo que ha llevado a algunos autores a destacar la importancia de
visualizar las actuales guerras no como un mero enfrentamiento entre oponentes sino
como una auténtica “telaraña o red de actores”28 en la que se entretejen multiplicidad
de intereses y responsabilidades, y desde la que es posible, sin necesidad de estar en el
“campo de batalla”, alimentar el ciclo de la violencia.

c.- La población civil se ha convertido en el principal objetivo a destruir y
controlar por parte de los actores enfrentados, bien sea porque es concebida como
base social del adversario o bien porque la idea final es causar la mayor destrucción
posible 29. De este modo, el respeto al Derecho Internacional Humanitario, que desde
finales del siglo XIX ha tratado de regular -valga la paradoja- las dinámicas de la
guerra, ha quedado relegado a un último plano. En directa relación con este hecho, cabe
subrayar también que la violación sistemática de los Derechos Humanos se ha
erigido como una auténtica arma de guerra. Las amputaciones, la colocación de
minas antipersona, el saqueo y la quema de poblados, la creación deliberada de
hambrunas para forzar el desplazamiento de una población o para provocar
directamente su inanición, los abusos y violaciones sexuales de niñas, el secuestro y la
tortura de menores, entre otras muchas, suelen ser prácticas habituales de los
beligerantes30. Otro aspecto importante es la utilización de las llamadas armas ligeras
como nuevas y frecuentes herramientas para el combate. Estas armas, que van desde
pistolas y fusiles a granadas y minas, son las causantes actualmente del 90% de las
víctimas en un conflicto armado. Su tamaño y fácil utilización posibilitan no sólo que
puedan circular de un contexto a otro sin demasiadas dificultades y bajo ningún tipo de
control (en la citada región del Río Mano, los fusiles utilizados en Sierra Leona han
pasado luego a los de Liberia y Costa de Marfil, y así sucesivamente), sino que además
sean manejadas sin complicaciones por los menores reclutados para el combate.

Privatización de la seguridad y proliferación de armas

En algunos países africanos las Fuerzas Armadas convencionales se han visto eclipsadas
por la emergencia del fenó meno de la privatización de la seguridad. La participación en
la dinámica de los conflictos armados actuales de mercenarios extranjeros, grupos
ciudadanos de autodefensa, fuerzas leales a señores de la guerra o bandas criminales se
ha convertido en algo natural y creciente. Este hecho se enraíza en el recorte de recursos
militares dispensados por la lógica de la Guerra Fría que llevó a muchos gobiernos a no
poder mantener sus tropas, lo que precipitó que buena parte de los efectivos militares
buscaran una salida en los ejércitos privados. Así, durante los noventa proliferaron un
número considerable de compañías militares privadas, como la sudafricana Executive
Outcomes31 o las británicas Sandline International, Defense Systems Ltd. y Ghurka
Security Guards, que ofrecían una serie de servicios, incluyendo entrenamiento,
consultoría y el suministro de actividades mercenarias o herramientas para el combate.
Algunas de estas empresas fueron incluso contratadas por Gobiernos soberanos para que
les ayudaran a combatir a las fuerzas rebeldes del país en cuestión, como fueron los
casos de Angola o Sierra Leona. Las transnacionales de la minería o el petróleo también
han requerido los servicios de estos ‘ejércitos’ en aras de proteger sus operaciones,
como son los casos de Shell en Nigeria o Talisman Energy en Sudán.

La masiva proliferación de armas ligeras también ha jugado un papel indispensable en
todo este entramado. Se estima que anualmente se fabrican más de ocho millones de
pistolas, revólveres o rifles y unos 16.000 millones de balas, y que existen un total de
683 millones de armas pequeñas y ligeras a escala mundial. El tráfico de dichas armas
está vinculado también a las redes ilegales que comercializan los recursos naturales,
conformando el llamado ‘triángulo violencia-armas-recursos naturales’32 que nutre la
dinámica de numerosas guerras africanas.

d.- Provocan un importante impacto regional, que debe medirse en diferentes
términos: político, por los efectos desestabilizadores que tiene una guerra en el país
vecino, por las frecuentes interrelaciones entre actores y grupos armados de diferentes
países y por las decisiones que de forma creciente se ven obligadas a tomar las
organizaciones regionales en las que se integra el país en cuestión; humanitario, por la
consiguiente entrada de decenas de miles de personas refugiadas que huyen de la
violencia en su país, lo que a menudo también origina conflictos con las poblaciones de
los lugares a los que llegan por la disputa por los recursos; económico, debido a las
repercusiones directas generadas por los desplazamientos, e indirectas, por la caída de la
economía regional y de las inversiones; y militar, por la entrada de miembros de los
grupos armados de oposición que buscan cobijo o por el constante flujo de mercenarios
y armas ligeras. Del mismo modo, cabe señalar también el impacto internacional, si se
tiene en cuenta el debate que estos conflictos a veces generan en el seno del Consejo de
Seguridad de la ONU, las resoluciones que se adoptan o las misiones de mantenimiento
o imposición de la paz, formadas por efectivos multinacionales, que deciden enviarse.

e.- Tienen graves consecuencias humanitarias, ya que provocan el desplazamiento de
millones de personas, la aparición o agudización de crisis alimentarias, la expansión de
epidemias y enfermedades, y una movilización importante de recursos internacionales
en términos de ayuda. Estas crisis humanitarias fueron rebautizadas a finales de los
ochenta -coincidiendo con el fin de la Guerra Fría y el alumbramiento de un nuevo tipo
de conflictos-, con la etiqueta de “Emergencias Políticas Complejas”, consideradas
como aquellas situaciones provocadas particularmente por el ser humano, en las que se
producen víctimas por efecto de un conflicto armado, los desplazamientos y las
hambrunas, combinado con un debilitamiento o colapso total de las estructuras
económicas y estatales, y con la presencia eventual de una catástrofe natural. Estas
“emergencias”, que pretenden poner el énfasis en la presencia de la “mano interesada
del hombre” en muchas de estas situaciones que a veces se presentan como fruto de la
fatalidad o la desdicha, han conllevado consigo un incremento espectacular de la
llamada ayuda humanitaria internacional y han concedido a las organizaciones
humanitarias un papel protagonista en el teatro de los conflictos de la posguerra fría.
Este asunto, que se analiza de forma más detallada en el siguiente apartado, ha sumido
al actor humanitario en un espeso océano de dilemas y debates, obligándole a
replantearse sus principios fundadores y su función a cumplir en estos nuevos contextos.

3.3.3.- Raíces y causas de las guerras africanas

Llegados a este punto, es necesario preguntarse: ¿Qué se esconde detrás de esta
violencia? ¿Cuáles son las causas profundas de estas guerras? ¿Qué factores explican
que conflictos armados como el de Angola, Sudán o Somalia se hayan prolongado
durante décadas? Aunque ocasionalmente recibimos información sobre las causas de la
violencia armada en África Subsahariana, el análisis ofrecido desde los medios de
comunicación suele estar sesgado y extraordinariamente simplificado.

Al abordar las causas de los conflictos armados contemporáneos en África Subsahariana
es preciso partir de dos importantes aspectos. En primer lugar, cabe diferenciar entre el
tipo de causas, comprendiendo: causas profundas, que suelen tener un carácter menos
visible y que tienen que ver con la violencia estructural que sufre el contexto en
cuestión (desigualdades sociales e injusticias socioeconómicas, dominio de un
determinado sector social sobre otro, fracturas existentes entre estructuras estatales y
grupos sociales agudizadas por el sistema colonial, la incompleta formación de los
Estado-Nación, etc.); causas próximas, más perceptibles y relacionadas normalmente
con el motivo de la disputa (lucha por el control del poder político y económico del país
o la región, control de los recursos naturales, demanda de independencia o de mayor
autonomía para una región concreta, instrumentalización de la pertenencia religiosa o
étnica, etc.); y detonantes, determinados episodios, discursos o acciones que provocan
el estallido de la violencia en un contexto de conflictividad. Un segundo aspecto que,
por lo tanto, cabría señalar sería el de la multicausalidad que encierran todos estos
conflictos, es decir, la necesidad de explicarlos a partir de la confluencia, interrelación y
comprensión de determinados factores, huyendo de argumentaciones simplistas y a
menudo basadas en el enfrentamiento religioso o tribal.

Precisamente, a la luz de esta complejidad, uno de los más prodigados investigadores
sobre el fenómeno de las “Nuevas Guerras”, Mark Duffield, profesor de la Universidad
de Leeds (Reino Unido), propone tres narrativas o visiones diferenciadas para explicar
las guerras civiles africanas y sus causas: el nuevo barbarismo, el subdesarrollo como
causa del conflicto y la “economía política de la guerra”33.

a.- El nuevo barbarismo define los conflictos armados africanos como anárquicos,
salvajes e irracionales. En éstos, las diferentes facciones, “tribus” o clanes, movidos por
odios étnicos y ancestrales -mantenidos en hibernación durante la Guerra Fría-
intentarían sembrar el pánico de forma irracional, sin más objetivo que exterminar a
pueblos y ciudades enteras. Esta caricatura es la visión predominante no sólo en los
medios de comunicación, sino por desgracia también en muchas instancias políticas,
militares e incluso académicas, tal y como versan los trabajos de los polémicos Samuel
Huntington con su tesis sobre el “choque de civilizaciones” o de Robert Kaplan con su
artículo “La anarquía que viene”34, en el que interpreta la violencia y los disturbios en
África occidental como algo descontrolado, instintivo y pseudo apocalíptico.

Para otros autores35, sin embargo, los análisis de las guerras africanas centrados en la
etnicidad son sumamente discutibles al estar construidos desde un discurso racial y de
determinismo biocultural, en el que las diferencias culturales son consideradas como la
causa del conflicto, el antagonismo y la violencia. De este modo, la adopción de esta
visión tiende, en primer lugar, a naturalizar las identidades étnicas entendiéndolas como
primarias e irracionales, obviando que pueden haber sido construidas social e
históricamente. En segundo lugar, explica la violencia por la mera existencia de
diferentes identidades étnicas, religiosas o culturales, ignorando así el carácter
dinámico, multifacético e interactivo de las identidades étnicas, así como la capacidad
de muchos grupos de convivir pacíficamente en gran parte de África y del mundo. En
tercer lugar, esconde la actuación y la responsabilidad de diferentes actores y grupos
sociales (africanos e internacionales) que, en su lucha por el poder y los recursos,
manipulan e instrumentalizan las identidades etnoculturales para movilizar a la
población. Esta narrativa, por lo tanto, refuerza el tópico del “África salvaje y violenta”
y legitima políticas como el cierre de fronteras a la inmigración, la crisis del asilo o la
reducción de la ayuda al desarrollo.

b.- Una segunda visión sitúa al subdesarrollo como causa de los conflictos armados
africanos. Si bien una corriente pone el acento en los factores internos (incremento de la
pobreza, deterioro medioambiental, aumento de la exclusión social y de la marginalidad,
la corrupción de las elites o la militarización de las sociedades), la otra se centra más en
factores de índole externa (el legado del colonialismo, la dependencia exterior, el
impacto de los Planes de Ajuste Estructural, la deuda externa o la creciente
marginalidad del continente africano en la economía mundial). Ambas corrientes, sin
embargo, comparten la idea de que la modernización, la alfabetización o la inversión en
servicios básicos son elementos que contribuyen decisivamente a aminorar el riesgo de
que estalle de forma violenta un conflicto. Este punto de vista, incorporado por el
discurso de los sectores responsables de la cooperación al desarrollo, aún conteniendo
una importante parte de verdad, ofrece también un enfoque limitado que esconde
algunos de los factores que en ocasiones provocan la violencia: ¿por qué países
considerados como pobres en el propio continente africano nunca han enfrentado un
conflicto bélico, mientras que países más ricos y desarrollados, como sería el caso de la
región de los Balcanes, sí lo han hecho?.

c.- Una tercera y última narrativa que ha ido adquiriendo fuerza en los últimos años es
la que nos remonta al análisis anteriormente realizado sobre el estado poscolonial y que
Duffield llama “la economía política de la guerra”, la cual sostiene que los conflictos
bélicos africanos son la respuesta de ciertas elites políticas y económicas a su desigual
integración en la economía mundial. Esta visión considera que la crisis de legitimidad
del estado postcolonial africano a finales de los ochenta redujo las principales fuentes de
financiación del estado neopatrimonial con las que las elites africanas lograban
alimentar sus redes clientelares y mantener el estatus quo y la represión. Tras el fin de la
Guerra Fría, el estado poscolo nial perdió su utilidad por lo que las elites empezaron a
buscar nuevas fuentes de autoridad, privilegios y beneficios materiales a través de
procesos de democratización o bien mediante la economía de la guerra, es decir, el
control de los recursos naturales, el tráfico de armas o la manipulación de la ayuda
humanitaria, entre otras prácticas.

Esta literatura ha estudiado los flujos económicos que se producen en las llamadas
“guerras por recursos”36. Según Michael Renner37, una cuarta parte de los conflictos
armados africanos que permanecían activos en 2001 podían insertarse en esta categoría,
en la que la explotación legal o ilegal de recursos por parte de determinados actores
contribuía a la exacerbación de la violencia o bien a financiar su continuación. La
iniciativa promovida por dicho s sectores no está encaminada explícitamente a derrocar
un Gobierno, si no simplemente a ganar y mantener el control sobre la explotación de
un determinado recurso (petróleo, madera, diamantes, coltán, etc.), los cuales
casualmente suelen ser la principal fuente de ingreso y poder en sociedades
fundamentalmente empobrecidas. Es a partir de este análisis desde el que numerosos
autores aseveran el hecho de que la guerra, en sí misma, ha adquirido una lógica, una
función y una racionalidad clara para determinados grupos, convirtiéndose en una forma
de integración y producción social, es decir: la guerra es un fin en sí misma y la
perpetuación de la violencia se convierte en un objetivo económico y político.

Guerras y recursos naturales

Uno de los ejemplos más flagrantes de esta dinámica ha sido el de los diamantes en los
conflictos armados de Sierra Leona, República Democrática del Congo y Angola. En la
guerra de Sierra Leona (1991-2002) jugaron, sin duda, un papel central. El grupo
armado de oposición enfrentado al Gobierno de Kabbah durante los noventa, el RUF,
lograba obtener armas y sostenerse mediante el control de los campos de diamantes, que
otorgaban unos réditos anuales de entre 25 y 125 millones de dólares al año. Las gemas,
extraídas por menores exp lotados y forzados a trabajar, viajaban a Bélgica camufladas
como piedras preciosas a través de la Liberia de Charles Taylor, de Guinea o de
Gambia.

El pillaje de este mineral también ha sido capital en los conflictos que han azotado a la
República Democrática del Congo (antes Zaire) durante los noventa. Entre 1996 y
1997, el ADFL de Laurent Kabila, verdugo del histórico Mobutu Sese Seko, concedió la
explotación de extensas minas a cambio de apoyo militar a determinadas compañías.
Las multinacionales De Beers, Anglo-American Corporation, Barrica Gold
Corporation, Banro American Resources, American Mineral Fields o Bechtel
Corporation, fueron las más importantes. La segunda guerra, iniciada en 1998, ha
presenciado un incremento de este expolio, así como del sufrimiento humano. En ese
mismo año, las tropas rwandesas y ugandesas invadieron el país en apoyo de los grupos
que trataban de derrocar a Kabila, mientras que Angola, Zimbabwe, Namibia y Chad
proporcionaron tropas en apoyo al entonces mandatario congolés. Según estimaciones,
más de 100.000 efectivos militares extranjeros llegaron a entrar en este país. Aunque el
motivo inicial de todas estos actores era principalmente geoestratégico y de seguridad,
la oportunidad de saquear los ingentes recursos del país (diamantes, oro, coltan,
niobioum, casiterita, cobalto, zinc o manganeso) en un contexto de descontrol y falta de
autoridad incentivaron esta dinámica. Pero la responsabilidad en el proceso de saqueo
no sólo debe recaer en los países de la región. Naciones Unidas ha certificado la
implicación de empresas belgas, holandesas, alemanas y suizas en el comercio ilegal del
coltan, mientras que 34 compañías ancladas en Europa occidental, Canadá, Malasia,
India, Pakistán y Rusia, han sido acusadas de comercializar también con numerosos
recursos.

Por último, es también reseñable la importancia de los diamantes en el conflicto de
Angola (1975-2002), en el que el grupo armado de oposición UNITA logró más de
3.700 millones de dólares sólo entre 1992 y 1998 procedentes de la comercialización de
los diamantes, con los que compraba armas y enriquecía el bolsillo de los principales
cuadros militares del grupo. De este modo, a principio de la década de los noventa
UNITA controlaba en torno al 90% de los campos diamantíferos, principalmente
situados en el este del país. Hasta 1999, año en que la empresa sudafricana De Beers
cedió a las presiones internacionales, UNITA tenía escasas dificultades a la hora de
comercializar sus diamantes. Para la salida de las piedras, el grupo armado utilizó varias
rutas que le ayudaron a esquivar el embargo impuesto por Naciones Unidas, siendo
Burkina Faso, el ex Zaire de Mobutu, Togo y Rwanda los principales paraísos para sus
transacciones ilegales. Mientras, las armas procedían principalmente de Bulgaria y otros
países de la Europa del Este.

De Beers, los diamantes y el Proceso de Kimberley

En 1999, el 4% de los 6.600 millones de dólares facturados por esta empresa
sudafricana, que controla el 70% de la producción del diamante, procedía directamente
de contextos en conflicto armado, mientras que un grupo de expertos de Naciones
Unidas determinó en el año 2000 que el 20% del comercio total de diamantes era de
carácter ilícito. Los llamados “diamantes sangrientos” (“Blood diamonds”), apelativo
que se le otorgó a las piedras que tenían su origen en este tipo de contextos, llamaron la
atención de la comunidad internacional a finales de los noventa, al certificarse el papel
decisivo que estaban teniendo en la alimentación de muchos conflictos armados. De este
modo, algunos Estados, representantes de la industria diamantífera y varias ONG
iniciaron el llamado Proceso de Kimberley, un conjunto de reuniones que desembocó en
el establecimiento de un “Sistema Internacional de Certificación de Diamantes” que
tenía como objetivo controlar la procedencia de las gemas, para así evitar la
comercialización de aquellas que tenían su origen en países en conflicto. No obstante,
organizaciones como Global Witness han denunciado que a pesar de la aparente buena
voluntad, no existen por el momento mecanismos que verifiquen la rigurosidad y la
efectividad de la iniciativa.

Lo que para UNITA eran los diamantes, para el Gobierno de José Eduardo Dos Santos
lo significó el petróleo, quien tambié n lograba unos réditos de entre 2.000 y 3.000
millones de dólares por año gracias a la implicación de empresas como Chevron, Elf
Aquitaine, BP o ExxonMobile. Según la organización Global Witness38, las
transnacionales del petróleo se convirtieron en cómplices directos de la perpetuación de
la guerra en Angola mediante la financiación de las necesidades del Ejecutivo angoleño.
Fuente: Renner, Michael.

La literatura de la economía política de la guerra ha destapado el lugar que ocupa el
continente africano en la otra cara de la economía mundial, aquella que remite a las
redes internacionales criminales: “redes que vinculan a los señores de la guerra
africanos con los "narcos" colombianos, las mafias rusas, los talibanes de Afganistán o
las bandas criminales de las ciudades estadounidenses. Y en la cual, no sólo operan
"los malos" del mundo, sino también importantes compañías internacionales
aparentemente respetables”39. Además, y lejos de caer en un ejercicio de demagogia,
este análisis también nos remite a la responsabilidad e implicación implícitas que como
consumidores del Primer Mundo podemos llegar a tener con un determinado contexto

de conflicto armado, ampliando la visión de esta compleja red de actores desde la que
puede interpretarse la violencia armada en África.

Aunque existen críticas hacia esta visión, relacionadas con la percepción negativa de las
elites africanas como criminales que saquean el país o su fundamentación en las
dinámicas económicas, la “economía política de la guerra” insta a comprender las
nuevas guerras como una red en la que se entretejen factores internacionales e internos
de todo tipo que sostienen la violencia. Desde los flujos de dinero ilícito, el tráfico de
armas o de personas, hasta el flujo de información e influencia política, por poner sólo
algunos ejemplos. Estas redes dan a las nuevas guerras una racio nalidad política que
muchas veces no es aparente y que ha hecho que muchos perciban las nuevas guerras
como caóticas y como simples frutos de la violencia elemental, cuando, en realidad, se
trata de expresiones de intereses de muy diversos actores40.

Beneficios estimados en algunas de las “guerras por recursos”
Actor
Recurso
Período
Beneficio estimado

UNITA (Angola) Diamantes 1992-2001 4.000-4.200 millones
de dólares en total

Dos Santos (Angola) Petróleo Década de los noventa 2.000-3.000 millones de
dólares/año

RUF (Sierra Leona) Diamantes Década de los
noventa
25-125 millones de
dólares/año

Charles Taylor
(Liberia)

Madera Finales de los
noventa
100-187 millones de
dólares/año

Gobierno de Sudán Petróleo Desde 1999 400 millones/año

Gobierno de Rwanda Coltan (desde RD
Congo)
1999-2000 250 millones de
dólares en total

En suma, estas tres narrativas intentan ofrecer elementos para la comprensión y el
análisis de las causas de los conflictos armados africanos contemporáneos. Siendo
totalmente rechazable la visión esbozada por el llamado “nuevo barbarismo”, tanto las
teorías relacionadas con el “subdesarrollo” como las de “la economía política de la
guerra” presentan aspectos no excluyentes y que cabe tener en cuenta en el difícil
ejercicio de entender las raíces del fenómeno de la violencia organizada en África
Subsahariana.

El puente sólo se repara cuando alguien se cae al agua
Proverbio africano (Somalia)

4.- NUEVO HUMANITARISMO E INTERVENCIÓN
INTERNACIONAL EN ÁFRICA

En esta enmarañada y compleja red de actores en la que debe situarse la comprensión,
estudio y análisis de los conflictos armados africanos, uno de los aspectos de mayor
interés y trascendencia es la controvertida presencia y actuación de la comunidad
internacional, y en particular, de las organizaciones humanitarias. Si hasta mediados de
los ochenta, las cuestiones humanitarias estaban casi íntegramente gestionadas a través
de los Estados -quienes utilizaban la ayuda con una clara intencionalidad política-, el
fin de la contienda bipolar alumbrará la llegada de un “nuevo humanitarismo”, una
nueva manera de hacer frente a la pobreza, el hambre y las guerras que tendrá en las
famosas ONG su principal estandarte y que se traducirá en un formidable incremento de
los presupuestos y las actividades sobre el terreno. Este apogeo humanitarista se explica
en parte por la creciente influencia de los medios de comunicación en las opiniones
públicas y los gobiernos; el interés de los Estados en buscar un “mínimo común
denominador” para sus respuestas; la dejación de estos últimos en sus responsabilidades
respecto del Derecho Internacional Humanitario; la mayor visibilidad de la acción
humanitaria frente a otras acciones como la cooperación para el desarrollo; las nuevas
definiciones de seguridad global; o la puesta en marcha de nuevos mecanismos de
gestión de crisis41.

El dilema humanitario en África

África, junto con los Balcanes, representa, sin duda, uno de los principales escaparates
de la acción humanitaria de la posguerra Fría. El extraordinario desembarco de
organizaciones humanitarias (incluido las llamadas agencias de Naciones Unidas -
ACNUR, UNICEF o PMA, son algunas-) en países como Sierra Leona, Liberia,
Angola, Somalia, Uganda o Sudán, ha intentado mitigar los efectos provocados por la
violencia de la guerra, mediante la asistencia a las poblaciones desplazadas o el
suministro de ayuda alimentaria y de medicamentos.

Esta importante tarea no ha estado exenta de numerosas dificultades y riesgos, máxime
si se tiene en cuenta que tanto la población civil como el personal humanitario se han
convertido en objetivos intencionados de los actores enfrentados. Además, este nuevo
marco ha conllevado cuantiosos fracasos (Rwanda o Somalia son los más sonados), la
aparición de innumerables dilemas en el seno de las organizaciones humanitarias y la
formulación de contundentes críticas hacia la labor humanitaria en África.

a.- Humanitarismo y guerra. Algunas voces han insistido en el hecho de que la ayuda
humanitaria incluso ha entrado a formar parte de la dinámica del conflicto, y en
ocasiones, ha contribuido a prolongar la violencia ya que muchos actores inmersos en la
contienda han manipulado la ayuda en función de sus intereses. De este modo, la
actuación humanitaria ha llegado a convertirse, casi siempre de forma involuntaria, en
un apoyo económico y político, directo o indirecto, de los grupos dominantes que salen
favorecidos con estas guerras, erigiéndose incluso en un elemento fundamental para la
llamada economía política de guerra. La manoseada ‘neutralidad’ de la que las
organizaciones humanitarias suelen hacer bandera, no es más que un fetiche en un
contexto, el de las “nuevas guerras”, en el que ONG y agencias de Naciones Unidas han
pasado a ser un actor más de la contienda.

b.- Humanitarismo y política. Otro de los aspectos más criticados de este “nuevo
humanitarismo” ha sido la paulatina politización que los países donantes suelen hacer
de la ayuda. En este sentido, los años noventa han presenciado un tipo de ayuda que,
lejos de estar vinculada a criterios estrictamente de necesidad, ha pasado a ser el brazo
político y económico de muchos Estados y la fuente indispensable de ingresos de la
llamada “industria de la solidaridad”. Aunque existe un núcleo importante de ONG que
desarrollan una labor independiente e indispensable en estos contextos, el
humanitarismo ha creado una raza de organizaciones que poco tienen de “no
gubernamentales” al depender casi exclusivamente de los fondos dispensados por los
países del Primer Mundo. Además, la llegada de este caudal a las poblaciones que
sufren las embestidas de la violencia viene a menudo filtrada por la existencia de una
serie de intereses políticos, económicos e incluso geoestratégicos, que aunque en
ocasiones puede estar relacionado con el respeto de los derechos humanos o el fin de las
hostilidades entre las partes enfrentadas, otras veces tiene que ver con la presencia de
beneficios económicos.

c.- Humanitarismo y militarización. El humanitarismo del ‘nuevo orden’ en el
continente africano se ha caracterizado también por la paulatina militarización de la
ayuda. En este sentido, algunos países como Liberia, Somalia o Ruanda presenciaron la
llegada de tropas bajo el paraguas de Naciones Unidas que abanderaban ‘misiones
humanitarias’ y que tenían como principal objetivo la defensa militar de la ayuda y la
protección del personal humanitario, pero que por el contrario tuvieron una
participación militar activa e incluso de confrontación directa con los actores en guerra.
De este modo, la clara divisoria entre el ámbito humanitario y militar ha ido
difuminándose, sobre todo a ojos de los beligerantes, provocando serios perjuicios para
las organizaciones humanitarias que han pasado a ser objeto de ataques y agresiones.
El complejo y extenso mundo del humanitarismo en África es, por tanto, un serio
motivo de debate en el seno de la comunidad internacional. Aun siendo de vital
importancia para la población civil, principal damnificada de los conflictos armados y
de las catástrofes naturales, el desarrollo de la acción humanitaria también ha supuesto
importantes perjuicios que a menudo han quedado disimulados por la imagen
benevolente que de per se es otorgada a la ayuda internacional. Tal es así, que muchas
voces críticas señalan la aparición de un nuevo colonialismo en el continente africano
ejemplificado en la llamada “imagen de las 3 M”, que integra las figuras del mercader,
el militar y el misionero. Tres elementos del pasado colonial que hoy día quedan
suplantados por la presencia de las empresas transnacionales, las tropas
multinacionales y las ONG.

Pero si en algo se caracteriza la actuación de la comunidad internacional en el
continente africano desde el final de la Guerra Fría es en la sucesión de fracasos
cosechados. Si bien el genocidio rwandés es el más flagrante -recordemos, entre
800.000 y un millón de personas fueron masacradas en tan sólo cien días, mientras
Naciones Unidas se retiraba del país; el papel estadounidense en Somalia; la
participación directa (con violaciones masivas de los Derechos Humanos incluidas) de
las fuerzas de contención del ECOMOG en Sierra Leona y Liberia; o la parsimoniosa
reacción de Naciones Unidas en Darfur (Sudán); también dan buena cuenta de las
dinámicas internacionales. Lejos de fortalecerse con el paso de los años y de los errores,
la actuación internacional en África se ha caracterizado en estos últimos tiempos por su
imperante falta de recursos y medios, su lentitud (fruto de la malformación genética que
sufre Naciones Unidas) y su reiterada torpeza.

¿Una nueva “Guerra Fría”?

Pero aparte del controvertido papel desempeñado en África por el conjunto de la
comunidad internacional, no puede para nada obviarse la pugna encarnizada que
mantienen hoy día Francia y EEUU por el control económico y político del continente.
Si bien Washington trata de afianzarse con la complicidad de muchos regímenes locales
y de convertir a África en una futura fuente de petróleo que le permita diversificar su
dependencia del crudo procedente de la región de Oriente Medio (se estima que en
pocos años África suministrará el 25% del petróleo a EEUU), Francia todavía intenta
hacer prevalecer su influencia en muchos de los países de los que fue metrópoli, como
es el caso de Costa de Marfil, donde actualmente tiene desplegados más de 5.000
efectivos militares supervisando el acuerdo de paz existente en el país -los cuales
protagonizaron en 2004 un enfrentamiento directo con miembros de las FFAA
marfileñas- y en cuya capital, Abiyán (sirva como dato para la desmitificación de
algunos discursos), habitan más franceses que marfileños en París. En este sentido,
ambos países no sólo defienden a ultranza una penetración económica sin
contraprestaciones en muchos contextos africanos, sino que, en ocasiones, han
respaldado y legitimado dictaduras o regímenes despóticos en función de sus intereses,
como el ex Zaire de Mobutu o la Guinea Ecuatorial de Teodoro Obiang por parte de
EEUU o Gabón, Chad, República Centroafricana y Djibouti por parte de Francia. A
parte de la presencia en el continente africano de estos dos países, cabe destacar el
determinante y crecientemente relevante papel que China está desempeñando no sólo
en África, sino en el conjunto del planeta.

En definitiva, aunque no puede desmerecerse la importante labor humanitaria que
muchas organizaciones e individuos han desempeñado en las últimas décadas en el
continente africano, el balance de la actuación internacional en África no es para nada
alentador, por lo que merece ser sometido a una profunda revisión y debate que tenga en
cuenta los efectos perniciosos de una ayuda que responde más a intereses occidentales
que al originario imperativo humanitarista de ‘salvar vidas’.

El dueño de la casa sabe donde gotea su tejado
Proverbio africano (Bornu, Nigeria)

5.- CONCLUSIONES

Estas páginas han pretendido mostrar sólo uno de los aspectos que atañen al continente
africano: el de los conflictos armados, sus dinámicas, sus protagonistas y sus causas. Un
fenómeno que acostumbra a ser la única visión que desde los medios de comunicación
se nos ofrece de esta parte del planeta. Pero qué duda cabe que África es mucho más
que las situaciones de violencia, que las catástrofes naturales o que la corrupción de
algunos de sus líderes. Existe una extensa literatura que aborda la riqueza cultural de las
sociedades africanas, sus costumbres, su manera de reaccionar ante las adversidades, su
pluralidad y su sabiduría, que confirman su carácter de cuna del mundo, de origen de la
historia humana. Sin embargo, África está condenada a otra lacra igual de perniciosa
que la colonización, que la violencia de las guerras o que el expolio de su riqueza
natural: la invisibilidad a ojos del mundo de un continente vivo, que se mueve y que
reacciona ante los colosales obstáculos interpuestos por la historia. Una invisibilidad
que también está presente al abordar los escenarios de conflicto armado en el
continente.

a.- La sociedad invisible. El análisis de las guerras africanas suele presentarnos a las
sociedades africanas afectadas por las guerras como entes pasivos, incapaces de
rebelarse ante las adversidades, dependientes de la mano caritativa de Occidente,
sedientas de la presencia internacional que ayudará a restituir la situación. Lejos de esta
falseada realidad, la población civil africana suele reaccionar con contundencia ante una
crisis, creando redes de solidaridad y apoyo, recurriendo a estrategias de supervivencia
alternativas, estableciendo sistemas de organización paralelos, e incluso posicionándose
y tomando parte activa del conflicto armado. La nula difusión de esta fotografía
contribuye, sin duda, a la imposibilidad de convertir a África y sus gentes en sujetos
activos y protagonistas directos de su historia.

b.- Las responsabilidades invisibles. El papel de las empresas transnacionales, de las
potencias occidentales, de los medios de comunicación, de las organizaciones
intergubernamentales o de los gr upos criminales internacionales queda a menudo oculto
a la hora de establecer responsabilidades en el análisis de los conflictos armados
africanos. Aunque no puede obviarse la función determinante que desempeñan
determinadas elites políticas y económicas, que como se ha analizado a lo largo del
cuaderno pretenden convertir la guerra y el desorden político en un modus vivendi, suele
establecerse un régimen de impunidad en torno a la figura de los actores externos. No
obstante, muchos de los conflictos actuales que se desarrollan en el África negra, así
como algunas situaciones de injusticia y sufrimiento, son alentadas por sectores ajenos a
la contienda, pero que tienen mucho a ganar con la perpetuación de la violencia.

c.- La paz invisible. La perenne visión de este continente como lugar fatalmente
entregado a la violencia y al drama humanitario hasegadode cuajo la existencia de otra
realidad: África es igualmente una tierra donde brotan de forma constante iniciativas
de paz, de conciliación y de diálogo. La prueba certera de este hecho es que en 2005
existían más de una decena de procesos de paz abiertos en el continente, algunos de los
cuales correspondían a conflictos considerados como no resueltos42. En Costa de Marfil,
Sudán, Burundi, Congo-Brazzaville, RD Congo, Somalia, Angola o Nigeria, la
diplomacia de Naciones Unidas junto con la cada vez más activa diplomacia de los
organismos regionales o subregionales (SADC, IGAD o ECOWAS) y, en algunas
ocasiones, las organizaciones de la sociedad civil, tratan diariamente de echar leña a “la
locomotora de la paz”. La marginalidad en la que sobreviven todos estos procesos no
sólo diluye el esfuerzo de numerosos organismos y personas, sino que además evita que
se destinen más recursos para el sustento de tan primordiales iniciativas.

d.- Las “otras guerras” invisibles. Si en el año 2004 unos 300.000 africanos murieron
como consecuencia directa de la guerra, en ese mismo año, la pandemia del VIH/SIDA
y la malaria, dejaron un reguero de tres millones de víctimas mortales, una cifra diez
veces superior. Y es que más de 25 millones de personas están infectadas por el virus
del sida en el continente (un 60% sobre el total de los casos, a pesar de representar sólo
el 10% de la población mundial), de las que casi dos millones y medio fallecen
anualmente. Países como Zimbabwe, Swazilandia, Zambia, Botswana, Malawi o
Mozambique también lidian una guerra diaria contra esta peste, que en la mayoría de
estos países ha reducido drástica y espectacula rmente la esperanza de vida -situándose
en algunos casos por debajo de los 40 años- y ha convertido a millones de menores en
huérfanos. En este sentido, ONUSIDA estima que más de 25 millones de personas, en
su mayoría africanos, morirán en los próximos años como consecuencia de esta
enfermedad. La escasa voluntad política, los intereses comerciales y económicos de las
grandes farmacéuticas y la inexistencia de una política de prevención y sensibilización
contundente son los factores que están posibilitando este genocidio silencioso que
diariamente, y según Naciones Unidas, acaba con la vida de más de 6.000 africanos.

África desde África

Muchos han sido los aspectos abordados a lo largo de estas páginas en relación con los
conflictos armados en África Subsahariana. Muchas son igualmente las preguntas e
interrogantes que se despiertan tras el análisis de este fenómeno, especialmente los que
tienen que ver con las iniciativas de paz o bien con el controvertido trabajo de la
comunidad internacional e incluso de los medios de comunicación, aspectos todos ellos
que pueden ser tratados con mayor profundidad en futuras publicaciones de esta
colección.

Así las cosas, el presente cuaderno ha pretendido subrayar varios elementos que a
continuación se destacan a modo de conclusión: 1) Los conflictos armados africanos
son extraordinariamente complejos y multicausales, por lo que cualquier análisis debe
huir de simplificaciones o estereotipadas visiones; 2) Las guerras africanas
contemporáneas deben entenderse a partir de la existencia de una “red o telaraña de
actores” con intereses determinados en la lógica del conflicto; 3) Cualquier
planteamiento de resolución pasa por un análisis y comprensión profundo y detallado
que tenga en cuenta la importancia de esta dinámica interna-global; y 4) Es
imprescindible en todo este ejercicio la escucha activa de las voces y opiniones
procedentes del propio continente, que aún siendo frecuentemente obviadas, también
tratan de dar respuesta a los interrogantes de su Historia. Tener en cuenta estas premisas
puede a ayudar, por lo tanto, a aproximarnos a un continente tan extraordinario y
desbordante como diezmado y maltratado por la Historia.

NOTAS

1 Nótese que al referirnos a África Subsahariana se hablará del África negra, es decir, de las naciones al
sur del desierto del Sáhara.

2 Véase Kaplan, R., The Coming Anarchy, en The Atlantic Monthly, febrero 1994; o Huntington, Samuel,
The Clash of Civilizations and the Remaking of the World Order, Simon&Schuster, 1998.

3 Chabal, Patrick y Daloz, Jean-Pascal, África Camina, El desorden como instrumento político, Edicions
Bellaterra, 2000.

4 Cortés López, José Luís, Historia contemporánea de África. Desde 1940 hasta nuestros días. De
Nkrumah a Mandela, Editorial Mundo Negro, Madrid, 2001.

5 Ndongo-Bidyogo, Donato, “Conflictos en África”, en VV.AA, El África que viene, Intermón,
Barcelona, 1999

6 Cortés López, José Luís, Íbidem.

7 Artículos 1 y 5. Versión completa de la Carta de las Naciones Unidas en:
http://www.un.org/spanish/aboutun/c...

8 Campos Serrano, Alicia, “La aparición de los estados africanos en el sistema internacional: la
descolonización de África”, en Peñas, Francisco Javier (ed.), África en el sistema internacional, La
Catarata, Madrid, 2000, págs.: 12-50

9 Íbidem.

10 En Huband, Mark, África después de la Guerra Fría. Las promesas de un continente roto, Paidós,
Barcelona, 2001.

11 Íbidem.

12 Íbidem.

13 Peñas Esteban, Francisco Javier, “Diplomacia humanitaria, protectorados y política de cañoneras:
África Subsahariana, estatalidad, soberanía y tutela internacional”, en Peñas, Francisco Javier (ed.),
África en el sistema internacional, La Catarata, Madrid, 2000, págs.: 51-83.

14 Íbidem.

15 Cabe señalar que aunque en un inicio algunos de estos países lograron iniciar procesos democráticos e
incluso poner fin a algunas situaciones de conflicto armado, como fueron los casos de Mozambique y
Sudáfrica, los años posteriores también verían detonar escenarios de enfrentamiento bélico en contextos
que inicialmente habían iniciado un proceso democrático, como la República Centroafricana (2002-2004),
Congo (1993-2003) o Guinea-Bissau (1999-2002).

16 Rodríguez-Piñero Royo, Luís, “Del partido único al ‘buen gobierno’: el contexto internacional de los
procesos de democratización en el África Subsahariana después de la Guerra Fría”, en Peñas, Francisco
Javier (ed.), África en el sistema internacional, La Catarata, Madrid, 2000, págs.: 209-264.

17 Ruiz-Giménez Arrieta, Itziar, “El colapso del Estado postcolonial en la década de los noventa, La
participación internacional” en Peñas, Francisco Javier (ed.), África en el sistema internacional, La
Catarata, Madrid, 2000, págs.: 165-207.

18 Íbidem.

19 Como en el caso de hutus y tutsis en la región de los Grandes Lagos o en Somalia.

20 Iniesta, Ferran, citado en Ruiz-Giménez Arrieta, Itziar, Íbidem.

21 Kaldor, Mary, Las nuevas guerras. Violencia organizada en la era global, Tusquets, Barcelona, 2001.

22 Escola de Cultura de Pau, Barómetro 9 sobre conflictos, derechos humanos y construcción de paz,
Barcelona, octubre 2005.

23 Excluyendo, por lo tanto, el que tiene lugar en Argelia, perteneciente a la llamada región del Magreb o
Norte de África.

24 Sudán se compone de población negroafricana y árabe.

25 Escola de Cultura de Pau, Alerta 2005! Informe sobre conflictos, derechos humanos y construcción de
paz, Icaria, Barcelona, 2005.

26 Charles Taylor también está actualmente imputado por el Tribunal Especial de Sierra Leona por
cometer crímenes de guerra.

27 La resolución definitiva de este conflicto continúa estancada, al igual que la de otros contextos de
conflictividad africana que por motivos de extensión no es posible abordar.

28 Duffield, Mark, Las nuevas guerras en el mundo global. La convergencia entre desarrollo y seguridad,
La Catarata, 2004.

29 Sirva como dato a tener en cuenta: si en la Primera Guerra Mundial se estimaba que nueve de cada diez
muertos en un conflicto eran miembros de las fuerzas militares que se enfrentaban, esa cifra se ha
invertido totalmente tras el fin de la Guerra Fría, ya que actualmente, el 90% de las víctimas de una
guerra son población civil.

30 Véase Castel, Antoni, “Les noves guerres a l’Àfrica: interessos i ingerències” en Universitat
Internacional de la Pau, Àfrica: camins de pau, XIX edició de la UIP, Sant Cugat del Vallès, julio, 2004,
págs.: 109-112.

31 Autores como Henfrid Münkler han llegado incluso a afirmar que “en el África negra está extendida la
opinión de que un solo mercenario de Executive Outcomes vale tanto como toda una compañía de
soldados autóctonos”, en Münkler, Herfried, Viejas y nuevas guerras. Asimetría y privatización de la
violencia, Siglo XXI, 2005.

32 Fisas, Vicenç, Cultura de Paz y gestión de conflictos, Icaria, Barcelona, 1999.

33 Duffield, Mark, Íbidem.

34 Huntington, Samuel, Íbidem.

35 Ruíz-Giménez Arrieta, Itziar, “Los conflictos armados contemporáneos del África Subsahariana”, en
Universitat Internacional de la Pau, Àfrica: camins de pau, XIX edició de la UIP, Sant Cugat del Vallès,
julio, 2004, págs.: 103-107.

36 Véase también Collier, Paul, Economic causes of civil conflict and their implications for policy, World
Bank, 2000.

37 Renner, Michael, The Anatomy of Resource War, Worldwatch Paper 162, Worldwatch Institute, 2002.

38 En Renner, Michael, Íbidem.

39 Ruíz-Giménez Arrieta Itziar, Íbidem.

40 Duffie ld, Mark, Íbidem.

41 Roberts, Adam, “El papel de las cuestiones humanitarias en la política internacional en los años
noventa”, en UEH Los desafíos de la acción humanitaria, Icaria, 1999, Barcelona, pp. 31-70.

42 Escuela de Cultura de Paz, Barómetro 9, Íbidem.

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Diciembre 2005