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¿A qué sabe el chocolate? A injusticia, responden en Ghana

Jueves.1ro de junio de 2023 174 visitas Sin comentarios
El 90% de los agricultores del cacao en este país africano, segundo productor mundial, no tiene un salario que le permita cubrir necesidades básicas. #TITRE

Beatriz Lecumberri

En una visita a Berna en 2021, el presidente de Ghana, Nana Akufo-Addo, sembró el estupor entre sus interlocutores al anunciar que quería dejar de vender su cacao a Suiza, su gran comprador, y estimular la producción nacional de chocolate, ya que el actual sistema de exportaciones está privando a su país “de la prosperidad”. Ninguno de sus dos planes se ha concretado y probablemente se queden en un golpe sobre la mesa, pero el mensaje del mandatario quedó claro: mientras las grandes empresas chocolateras aumentan sus beneficios, los productores de cacao del Estado africano, segundo productor mundial, son cada día más pobres y no logran recibir un ingreso digno por su trabajo.

Un informe de la ONG Oxfam Intermón, publicado con motivo del Día Mundial del Comercio Justo que se celebra este sábado, concluye, tras entrevistar a 400 productores de Ghana, que el 90% de las 800.000 personas que subsisten gracias al cacao en el país no tienen ingresos que les permitan cubrir sus necesidades básicas. Según esta investigación, muchos sobreviven con un salario de poco más de un euro al día (es decir, lo que en España cuesta una barra de chocolate) y han visto sus ganancias reducirse un 16% desde 2020. Pero, paralelamente, en los últimos tres años, las cuatro principales empresas de la industria chocolatera que cotizan en bolsa (Hershey, Lindt, Mondelēz y Nestlé) han obtenido beneficios conjuntos de casi 15.000 millones de dólares (13.700 millones de euros), solo en sus ramas comerciales vinculadas al cacao.

“Hay muchos intermediarios, nosotros no controlamos nada”, dice a este diario desde Ghana Leticia Yankey, propietaria de una granja de 14 hectáreas. “Los productores necesitamos más educación y entrenamiento, tenemos que saber alzar nuestra voz, sobre todo porque vemos que el precio del cacao en el mercado sube y a nosotros cada vez nos queda menos dinero en el bolsillo. No podemos pagar alimentos de calidad, ni la escuela”.

Además, y pese a que en el primer trimestre de 2023, el precio de la tonelada de cacao ha subido y supera actualmente los 2.660 euros, en Ghana, la producción atraviesa dificultades esta temporada. La sequía ha hecho que las cosechas se reduzcan y esto puede ser solo el principio de un desastre mayor, ya que el cambio climático reduciría en un 40% la superficie para cultivo del cacao en este país africano de aquí a 2050. A ello se suma que todos los costes de producción se han encarecido: el transporte, los fertilizantes, la mano de obra contratada... “Cuando termino de pagar todo eso, ¿qué me queda? Apenas nada”, lamenta Yankey.

Según la Organización Internacional del Cacao (ICCO), Ghana (con una cosecha estimada de 750 millones de toneladas esta temporada 2022-23), es responsable del 15% de la producción mundial de cacao (un total de cinco millones de toneladas previstas este año), por detrás de Costa de Marfil. Sin embargo, el país solamente recibe aproximadamente un 1,5% de los 120.000 millones de euros que mueve anualmente la industria chocolatera.

“Detrás de la mayoría de tabletas de chocolate que compramos hay una alta probabilidad de injusticia y sobre todo mucho desconocimiento”, afirma Juanjo Martínez, responsable de Comercio Justo de Oxfam Intermón. El experto asegura que las grandes empresas apenas se esfuerzan para saber de dónde procede su cacao. “Compran a empresas exportadoras y lo que ha ocurrido antes de este momento con el grano no parece incumbirles demasiado”, resume.

Este periódico contactó a varias de estas empresas productoras de chocolates y recibió una respuesta del portavoz de Lindt & Sprüngli, asegurando que “apoyan los esfuerzos” de países como Ghana para mejorar los medios de subsistencia de los productores de cacao. La compañía suiza explicó que dedica 55 euros por cada tonelada comprada al desarrollo comunitario, a la trazabilidad del cacao y a su programa de sostenibilidad. “A través de nuestros proveedores, proporcionamos primas a los agricultores de este programa. Además, pagamos a los actores locales de la cadena de suministro (cooperativas, intermediarios locales...) una tasa de gestión para apoyar su desarrollo y para la trazabilidad del cacao”, detallan, subrayando que en 2021 invirtieron 19 millones de euros en programas de sostenibilidad. Según las últimas cifras publicadas por la compañía suiza, sus beneficios netos en 2022 llegaron a 573 millones de euros.

Un consumidor consciente

Oxfam advierte que tras la injusticia en la repartición de los beneficios, puede haber otras igualmente urgentes como el trabajo infantil y la deforestación. En abril, el Parlamento Europeo aprobó una nueva ley por la cual todos los distribuidores de cacao deben contar con un certificado confirmando que el producto no proviene de entornos deforestados ni ha contribuido a la deforestación para su venta. La Unión Europea es el principal importador de cacao del mundo, ya que absorbe un 60% de las exportaciones, pero según Martínez, de Oxfam, solo entre el 1% y el 2% del chocolate que se consume en el continente tiene la etiqueta de “comercio justo”, un porcentaje que en España es aún menor.

“Los consumidores son finalmente quienes van a elegir qué modelo de desarrollo quieren para estos países”, zanja Martínez. El cacao certificado de “comercio justo” asegura un precio mínimo que garantiza unos ingresos correctos y que se paga directamente a las cooperativas, y ofrece también la certeza de que no se usa mano de obra infantil. El precio se refuerza además con una prima social de 240 dólares (220 euros) por tonelada, muy superiores a las que pagan las grandes empresas, y que en algunos casos se vieron congeladas tras la pandemia de coronavirus.

En 2019, Ghana y Costa de Marfil, origen del 60% del cacao consumido en el planeta, se unieron para paliar la precariedad que inunda el sector y anunciaron la instauración de una prima de 400 dólares por tonelada para aliviar la pobreza de los productores. También se propusieron establecer un precio mínimo, pero Martínez advierte que estas medidas se centran sobre todo en la exportación y no repercuten directamente en lo que se paga a un productor.

Pese a todo, Oxfam admite que en los últimos 10 años, la situación ha mejorado. Al igual que Lindt & Sprüngli, otras grandes firmas de la industria chocolatera han lanzado programas de sostenibilidad para ayudar a los agricultores a producir más cacao y para aumentar sus ingresos. “Se presta más atención y ha habido campañas e información al respecto. El chocolate es un producto donde el consumidor está alerta y muchas empresas también han reaccionado. Todo esto es positivo, pero nuestra investigación muestra que es insuficiente”, opina Martínez, considerando que una de las grandes asignaturas pendientes es la trazabilidad del cacao que se compra. “No es una tarea fácil porque hablamos de minifundios y de zonas selváticas de difícil acceso. Pero si nosotros, que somos una ONG, sabemos de dónde viene el cacao de los chocolates que vendemos, las grandes empresas también lo pueden saber”, agrega.

Las mujeres y la tierra

Yankey es una de las pioneras en la producción de cacao en Ghana, donde las agricultoras desempeñan un papel fundamental en el sector. Dirigen, según Oxfam, alrededor del 25% de las explotaciones del país, y participan en la mayoría de las fases de la producción. Pero el camino no ha sido fácil y Yankey lamenta que la estructura del sector en su país sea esencialmente masculina: los hombres poseen la tierra, gestionan los ingresos y son los principales destinatarios de los procesos de formación y entrenamiento que llevan a cabo empresas y Gobierno. En su informe, Oxfam lamenta, por ejemplo, que la mayoría de las empresas chocolateras no dispongan de datos sobre empleo y beneficios por género. La ONG señala además que la reducción media del 16% de los beneficios netos de los productores ghaneses en los tres años estudiados afectó especialmente a las mujeres, que registraron una disminución del 21,44%, frente al 14,15% en los hombres.

“Si las mujeres recibieran más formación sería un valor añadido, podríamos realizar más tareas y habría recursos adicionales para pagar la escuela, la comida. Además, las madres compartirían ese conocimiento con sus hijos y otros miembros de la familia. Pero cuando hay una reunión llaman a los hombres. Nosotras tampoco gestionamos en muchos casos el dinero”, lamenta Yankey.

Esta emprendedora comenzó cultivando maíz, mandioca y plátanos, lo que le permitió comprar más tierras y lanzarse a la producción de cacao. Pasó de 2,5 hectáreas a más de 14 y después fundó y dirige la cooperativa Cocoa Mmaa, compuesta esencialmente por mujeres. “Empecé a sembrar en 2010, fui la primera en la región. Otras mujeres me vieron, me imitaron y fue el inicio de la cooperativa, que hoy tiene 600 miembros”, explica a este diario.

Actualmente, en su finca da trabajo a tres hombres y es una especie de mentora, que intenta que otras mujeres tomen las riendas y dirijan explotaciones como las suyas. “Pero solas no podremos hacerlo”, recalca, dirigiéndose a Gobierno, ONG y empresas del sector.

El País

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