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Versión sobre la coyuntura sudamericana

Sábado.30 de mayo de 2015 87 visitas Sin comentarios
Ekintza Zuzena. #TITRE

Estados reguladores del modelo extractivista y garantes de la gobernabilidad de un continente pobre.

El papel de los Estados latinoamericanos: los progresistas o los no tanto
A fines del siglo XX pudimos vivenciar el estrepitoso fracaso de los proyectos estatistas de implantación del «socialismo» -de arriba hacia abajo- en Rusia, China, Vietnam, Cuba, Corea del Norte y la Europa del Este entre otros, deviniendo éstos en el establecimiento de nuevas clases dominantes, nuevas burocracias, reconociendo al capitalismo como único sistema viable y aportando al fracaso de diversos procesos revolucionarios que se intentaban dar en los años ´60 y ´70 en nuestra región. La izquierda estatista en una crisis sin precedentes se llamó a silencio durante una década. Es ahí cuando las clases dominantes arremetieron con políticas de corte neoliberal, anulando muchas de las conquistas populares conseguidas con la lucha a lo largo del siglo XX y revocando derechos sociales que habían sido arrancados desde abajo. Latinoamérica no sólo no fue la excepción a la áspera aplicación de estas políticas sino que de alguna forma fue modelo para el resto del mundo.

Privatizaciones en las telecomunicaciones, la energía y el transporte, ajustes y recortes en los sistemas de salud y educación pública, desempleo y subocupación, y un predominio del capital financiero fueron el común denominador en la nueva realidad latinoamericana. Sin embargo, el descontento de las clases oprimidas no se hizo esperar. Hechos como el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en México marcaron los albores de la respuesta organizada de la resistencia continental a lo que era una nueva sangría a los pueblos latinoamericanos. Levantamientos populares como los del Caracazo (1989), las guerras del agua y el gas en Bolivia (2000, 2003, 2005), los levantamientos de los pueblos originarios en Ecuador y Chile, las puebladas y piquetes que tuvieron como corolario al argentinazo (1996-2001), la lucha campesina de los Sin Tierras brasileños, entre otras fueron algunas de las expresiones organizadas de los sectores populares excluidos y expulsados por este sistema de dominación capitalista, que a esta altura, prescindía perfectamente de gran parte de la población del continente. No obstante, y a diferencia de la vieja práctica de la izquierda, estos eventos y procesos organizativos contendrían un mayor desarrollo de autonomía popular y una convocatoria de sectores de abajo no enmarcados en el tradicional planteo economicista de la izquierda clásica. Pueblos originarios, campesinos/as sin tierra, piqueteros/as desocupados/as, entre otros, a través de la práctica de la acción directa protagonizaron la re-composición de las organizaciones de las clases oprimidas. Algunas características novedosas para el momento, como el rechazo a la representatividad institucional y la búsqueda de mayor democracia directa en manos de las propias organizaciones populares, iban resaltando la nueva estrategia clasista.

Es así, como en gran parte del continente comenzó a impactar un proceso de deslegitimación de las instituciones estatales, una profundización de la crisis de gobernabilidad (recordemos las numerosas renuncias de presidentes en los casos de Argentina, Bolivia, Ecuador y Perú), una descomposición de la democracia representativa y del bipartidismo y un agotamiento de la aplicación de las recetas económicas de ajuste y privatizaciones.

A excepción de Chile y Colombia, como los más representativos en el cono sur en donde prevaleció sin titubeos la posición de mantener esas políticas de ajustes y sostener el control social principalmente a través de la represión y la militarización, algunos sectores de la clase dominante latinoamericana iniciaron una búsqueda de renovar estrategias de control y regulación social acorde a los tiempos que estaban viniendo. En tal sentido, los Estados Sudamericanos no podían seguir implementando recetas de ajuste y aplicar al mismo tiempo la política del garrote. Es ahí donde el Estado debió convertirse en un actor político de relevancia para tales intereses, instalando una nueva representación política para neutralizar el antagonismo de clases visibilizado a fines del siglo XX y primeros años del XXI.

Por un lado, se buscaba poner tope a la seguidilla de alzamientos populares que estimulaban la capacidad de participación real de la mayoría de la población. En este sentido, debía asegurarse la dominación a través de la recuperación de la legitimidad institucional perdida, y evitar así retornar a la utilización de la fuerza como en tiempos de las dictaduras del cono sur. Una forma de hacerlo era la de canalizar superficialmente las demandas populares que dieron origen a las resistencias –léase disminuir un poco los ajustes y la privatización- combinada con una retórica nacionalista e izquierdista al mismo tiempo.

Por otro lado, existía la necesidad de consolidar a la región en su lugar dentro de la división del trabajo global como proveedor de materias primas, recursos minerales y energéticos sin demasiados sobresaltos. Dichos recursos requerían ser destinados a su transformación en los centros industriales de los países desarrollados, para dar respuesta a la creciente demanda de consumo desenfrenado e irracional de los países más ricos.

A través de una batería de políticas públicas y un rotundo cambio de imagen y discurso de lo que antecedía, los Estados latinoamericanos representados en el Socialismo del Siglo XXI –eufemismo con el que se intenta enmarcar un modelo de «capitalismo humano» contrapuesto al «capitalismo salvaje»- asumieron esta nueva etapa de gobernabilidad en el continente. Se comenzó a utilizar una retórica nacionalista, izquierdista y antiimperialista, evocando viejos próceres de la independencia latinoamericana como Bolívar, San Martín, Eloy Alfaro y el mismo Artigas, para lograr resignificar y reinsertar la figura del caudillo como referencia de gobernabilidad. En tal sentido, se enarbolaron procesos declamativos como la «Revolución Ciudadana», «Revolución Bolivariana», «Estado Plurinacional» o «Proyecto Nacional y Popular», entre otros. En consonancia, se continuó desde arriba con una ínfima redistribución de ingresos a través de políticas focalizadas –muchas veces disfrazadas de políticas sociales universales– que respondían nada menos que a viejas recetas del Banco Mundial para frenar el descontento de sectores excluidos en América Latina y que operaban a su vez como herramientas de control social. De esta forma el Estado en cada país comenzó a promover la desarticulación y fragmentación de muchas de las organizaciones populares que estaban en resistencia desde hacía años y de las cuales algunos dirigentes estaban esperando nuevamente una posibilidad de colarse en un proyecto estatista, relegando, de esa manera, el interés real de las bases organizadas.

En esta nueva secuencia de modelos de gobernabilidad estatal todos los estados del cono sur adhirieron a un nucleamiento de los mismos denominado Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), constituyendo el correlato político-jurídico del sistema de dominio regional. En esta instancia se logró la convivencia plena y armoniosa de los llamados gobiernos de izquierda –quienes sólo en el discurso estaban cuestionando al neoliberalismo–, y los otros modelos conservadores como los países adherentes al TLC (Tratado de Libre Comercio) que siguieron aplicando abiertamente dichas políticas. La finalidad última de este conglomerado de Estados fue siempre el mantenimiento del status quo y una eventual neutralización de enfrentamiento de clases en la región.

De más está decir que los resultados expresados, luego de una década, no reflejan progreso en dirección a una transformación social en la región: en la mayoría de los países no se ha tocado siquiera la matriz de la estructura económica y productiva (la concentración del latifundio es cada vez mayor; los monopolios económicos se han mantenido o renovado), de manera insoslayable importantes sectores de la clase dominante favorecidos han financiado las políticas públicas; en ningún caso se ha otorgado a los pueblos originarios derecho definitivo al territorio ni ha cesado la represión y discriminación a los mismos de parte de las élites gobernantes (a pesar de que numerosos gobiernos del cono sur han hecho bandera de la «concesión» de derechos e inclusión a dichas comunidades); los altos índices de pobreza, indigencia y desempleo no se han modificado a pesar del maquillaje brindado por la continuidad de las políticas focalizadas y manipulación de la información estadística [1]; salvo Brasil –una potencia económica emergente con una burguesía industrial férrea– en ningún otro país se ha dado un proceso de reindustrialización; el número de bases militares norteamericanas ha aumentado exponencialmente, así como también la militarización de las barriadas periféricas y una creciente criminalización de la pobreza; aumentó el nivel de permisividad a las concesiones a las trasnacionales, el aumento en el endeudamiento con los organismos de crédito internacional han generado mayor dependencia hacia los mismos, el cumplimiento de los mandatos de potencias como China y Estados Unidos siguen incólumes. Pero entre los aspectos más delicados de la situación política, social y económica se encuentra el nivel de sujeción y dependencia de la región. La misma se encuentra comprometida en un proyecto de rapiña capitalista de especulación de alcances catastróficos, donde el territorio y sus recursos –otrora considerados improductivos- son el elemento de disputa.

Basándonos en nuestro marco analítico indicado brevemente al principio, es imprescindible volver a observar que no vemos una determinación exclusiva de las relaciones de dominación económicas en los proyectos políticos instaurados en la región ni viceversa. Al contrario, podemos inferir que dentro de la clase dominante existen diferentes proyectos en pugna o en coordinación. En este caso los llamados Gobiernos del Socialismo del Siglo XXI, o los Gobiernos “Populares” o de izquierda representan un proyecto político en sí mismo de un sector de la clase dominante que poco o nada intenta confrontar con el proceso extractivista que vienen llevando grupos económicos poderosos en la región y del mundo. Contrariamente, parece existir un intercambio de favores que quizás, por un lado, les habilita a los gobiernos denominados populares un modo de financiación de la política pública y, por el otro, les permite a los capitales transnacionales la estabilidad necesaria en la región y bajos costos para la explotación y exportación de los recursos locales.

Función de la economía regional: Plan IIRSA y extractivismo

Todas estas señales de continuidad de un capitalismo depredador –el único que existe- son síntoma de un proceso que se viene llevando a cabo en Latinoamérica desde hace ya más de una década. La función del Estado latinoamericano (sea conservador o «progresista») ya no es meramente la de ajustar y privatizar sino que su rol fundamental en esta nueva etapa del neoliberalismo es la de flexibilizar las condiciones de explotación desmedida de los suelos y la extracción y expoliación lasciva de cuanto recurso energético y mineral exista en Latinoamérica, obviamente garantizando los bajos costos y la eficiencia en el traslado.

Sin embargo, la regulación estatal para tales fines no podía esta vez dar movimientos bruscos y retornar un clima de conflictividad social a priori. Como hemos indicado en documentos anteriores, podemos caracterizar al Estado en estos tiempos como generador de un consenso necesario en la sociedad y creador de condiciones tales para que sus intereses (y los de su clase) aparezcan como los intereses de todos.

En este sentido, levantando las banderas de la Soberanía Nacional, la –incomprobable- Reindustrialización y el Desarrollismo, y la «Soberanía Energética», los Estados del llamado Socialismo del Siglo XXI se propusieron meterse de lleno a este juego mundial determinado y dirigido por proyectos imperialistas. Ese rol requirió la intervención estatal para garantizar -cueste lo que cueste- la explotación y exportación de bienes primarios a gran escala solicitados por el mercado internacional. Hidrocarburos como el gas y el petróleo, metales y minerales como el cobre, el oro y la plata y productos alimenticios como el maíz, la soja y el trigo, además de biocombustibles, son algunos de los recursos y productos que evidencian una reorientación de las economías de la región hacia las actividades primarias. En Sudamérica estos impulsos de reordenamiento de las actividades de la región, en función de cubrir las demandas de la economía global, responden en gran parte al proyecto denominado IIRSA presentado por primera vez en una cumbre de presidentes en el año 2000. Este megaproyecto continental de implementación silenciosa -con su símil Plan Puebla Panamá en Caribe y América Central-, es dirigido por el gobierno estadounidense y cuenta entre sus socios a Paul Wolfowitz (Banco Mundial), Donald Rumsfeld (secretario de Defensa de EEUU), David Rockefeller, Henry A. Kissinger, Alan Greenspan (Banco de la Reserva Federal de EEUU), Rodrigo Rato (director del FMI), George Soros, el clan Rothschild y el magnate de la Microsoft Bill Gates, entre otros.

El IIRSA, promovido desde sus orígenes por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y coordinado por la Corporación Andina de Fomento (CAF) y el Fondo Financiero para el Desarrollo del Cuenca de Plata (FONPLATA), fomenta y organiza la inversión en infraestructura y logística para interconectar la región al comercio internacional que llevan adelante las grandes transnacionales. La implementación principal del proyecto requiere el desarrollo de una infraestructura tal para transporte terrestre, aéreo y fluvial; oleoductos, gasoductos, puertos marítimos y fluviales, tendidos eléctricos y de fibra óptica, centrales hidroeléctricas, megaminería, soja y transgénicos. No obstante, el proyecto tiene diferentes etapas de implementación para las diferentes regiones y sobre todo teniendo en cuenta el recurso a explotar.

Como ya señalábamos más arriba los Estados latinoamericanos vendieron este proceso en marcha como una ventana hacia el desarrollo del continente, es decir una oportunidad única aprovechada por los distintos gobiernos con el único fin de la integración de la región y el desarrollo industrial y productivo de la misma. En la etapa actual la promesa de mayor mano de obra a raíz de la demanda de la construcción de infraestructura ha funcionado como golpe de efecto. La socióloga Maristela Svampa señala, por el contrario, que “…por cada millón de dólares invertido, se crean apenas entre 0,5 y 2 empleos directos…” [2] En este sentido, otros estudios indican que a medida que vaya finalizando el IIRSA en toda la región habrá una disminución significativa del empleo con derivaciones negativas en la economía regional y las sociedades locales.

En consonancia con lo que venimos resaltando acerca de los alcances del impacto del extractivismo llevado a cabo en la región, están empezando a aflorar un sinfín de consecuencias sociales-medioambientales negativas del proceso: desmonte y destrucción de zonas ricas en biodiversidad para promover monocultivos de soja o plantaciones de pinos para celulosa, agotamiento acelerado de los recursos no renovables como son el gas, el petróleo y los minerales -aumentando a la larga el coste de vida de la población local-, migración forzosa de la población rural hacia centros urbanos, entre otras.

Los métodos utilizados para el saqueo continental merecen un párrafo aparte. La fracturación hidráulica o fracking, utilizada para hacer salir el petróleo a grandes profundidades no sólo utiliza miles de litros de agua mezclados con químicos y arena sino que deja el lastre de altas cantidades de plomo y metano en la poca agua que queda por utilizar en la zona afectada.

Numerosos grupos científicos y ambientalistas advierten además sobre la explotación minera a cielo abierto. La misma afecta a grandes proporciones de superficie terrestre abriendo un cráter -para extraer una pequeña cantidad de mineral- utilizando importantes proporciones de cianuro dejando el agua del lugar envenenada, generando inevitablemente el colapso de la agricultura local (pérdida de cosecha y animales muertos) y por ende, como mencionamos anteriormente, un éxodo obligado de la población local.

Cabe aquí mencionar también el impacto de la instalación de las represas hidroeléctricas (destrucción del ecosistema y -nuevamente- desplazamiento forzoso de la población) o el modelo agrícola de producción (semillas transgénicas, fumigaciones aéreas masivas, siembra directa, cáncer y enfermedades respiratorias) dependiente de la multinacional Monsanto.

Desafortunadamente, dentro de la gravedad del saqueo transnacional contamos con la sistemática violación de los derechos humanos en la región: desde la irrupción en territorios de pueblos originarios y campesinos hasta la persecución, criminalización y muerte de la resistencia al avasallamiento sobre la tierra, los recursos y la sociedad en su conjunto.

Resistencia Latinoamericana frente al saqueo y farsa de socialismo de los de arriba

Podemos observar hasta aquí cómo el sistema capitalista ha operado en esta región durante la última década mediante el despliegue de relaciones de dominación económico-productivas y político-jurídico-ideológicas en torno a la continuidad del modelo neoliberal y su instancia extractivista. El trabajo cumplido hasta el momento por los Estados de la UNASUR durante la actual aplicación del IIRSA ha permitido resguardar con creces los intereses de la clase dominante. Sin embargo, este despliegue ha generado nuevas resistencias y –por ende- conflictividad social por parte de las clases oprimidas de América Latina y una lucha abierta por el territorio, expresada en la movilización organizada de la población directamente afectada por el saqueo y las consecuencias del mismo. Aquí brevemente vamos a mencionar algunos actores en este proceso de resistencia como lo son asambleas ambientalistas de Argentina (Esquel, Gualeguaychú, Famatina, Tinogasta, entre otras), los campesinos/as sin tierra paraguayos y brasileros que enfrentan el latifundio sojero, los pueblos originarios del TIPNIS (Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure) boliviano, los del Parque Yasuní-ITT ecuatoriano, los de la reserva Vaca Muerta argentina, los de la Patagonia o los de la Amazonía sudamericana, y podríamos mencionar muchos más. Párrafo aparte merecen algunos procesos de resistencia antisistémica que se vinieron dando en algunos lugares en paralelo y que, particularmente, no han tenido quizás relación directa con el proceso extractivista, pero sí con el avance de los Estados latinoamericanos frente a las clases populares, como lo son las luchas de los estudiantes y pueblos originarios chilenos, así como también las movilizaciones populares por la gratuidad del transporte público y contra la carestía de la vida en Brasil, todas con gran trascendencia mundial.

Con respecto al modelo extractivista, numerosas puebladas han llegado a frenar parcialmente algunos tramos del Plan IIRSA y boicotear el avance de las obras. Pero esta resistencia al desguace generó inmediatamente una respuesta represiva por parte de los Estados latinoamericanos, aquellos denominados de izquierda y también de los conservadores. En este sentido, el aspecto militar-policial en las relaciones de dominación y el control social requería estar resuelto en los albores de un nuevo siglo. En Chile, Colombia y Paraguay –hoy Estados de corte conservador- el asunto se va resolviendo como de costumbre, con represión explícita y miles de presos políticos, procesados y asesinados. En los Estados «progresistas» a los efectos tales de solapar un conflicto de clases e intereses, la persecución a los nuevos agitadores contra el modelo extractivista y la ficción de la Patria Grande, debió traer aparejada acusaciones políticas e ideológicas a los mismos. Durante la última Cumbre de Jefes de Estado del ALBA –a fines del pasado Julio-, los mandatarios acusan a la resistencia antiextractivista de «extremistas», «conspiradores», «desestabilizadores», «golpistas», «pro-imperialistas» y «asalariados de la CIA». El relato de los gobiernos acerca de este tipo de resistencias concluye habitualmente en que la posición de las organizaciones rebeldes le hacen el «juego a la derecha».
Bajo esas acusaciones los Estados del cono sur vienen perpetrando persecuciones, procesamientos y asesinatos a miembros de organizaciones populares. Los pueblos originarios en Bolivia que defienden el TIPNIS periódicamente son reprimidos por la policía del Gobierno de Evo Morales y tienen centenares de procesados y detenidos por dicha causa.

En Venezuela durante el gobierno de Chávez, además de la detención y extradición a Colombia de una decena de luchadores de ese país cuando Maduro era Ministro de Relaciones Exteriores, se produjo el asesinato del cacique yukpa Sabino Romero, uno de los tantos referentes indígenas enfrentados a los terratenientes ganaderos. La responsabilidad del gobierno en el asesinato quedó al descubierto en investigaciones posteriores. En Ecuador, donde Correa es presidente, desde hace ya tiempo se arman causas bajo la figura de “sabotaje y terrorismo”, estando ya procesadas más de 200 personas, en su mayoría militantes contra la megaminería. En Brasil en el marco de los desalojos y la represión contra los campesinos sin tierra, el Gobierno asesina a Eltom Brum da Silva, militante del MST. Recientemente se llevó a cabo, no sólo la represión de las últimas movilizaciones masivas antigubernamentales, sino que además se le sumó la persecución política y hostigamiento a organizaciones anarquistas y antisistémicas (sospechosas de haber impulsado las protestas). En Perú hubieron más de una treintena de originarios asesinados en la región de Bagua (Amazonía peruana) durante el gobierno de Alan García, y desde el 2011 -cuando asume Ollanta Humala- se produjeron al menos 25 asesinatos durante la resistencia al proyecto Conga en Cajamarca [3]. En Argentina –donde el Kirchnerismo maneja mayoritariamente un modelo de represión tercerizada [4]- podemos mencionar la violencia contra los ambientalistas de Famatina, Tinogasta y recientemente a los originarios mapuches que rechazan el fracking en Vaca Muerta (Neuquén), los asesinatos selectivos de dos campesinos sin tierra en Santiago del Estero y de mas de 10 originarios Qom de Formosa y Chaco –comunidades que resisten hace años al avance del latifundio y el modelo sojero-. Vale agregar la situación en Uruguay de un gobierno que no sólo garantizó la impunidad de la dictadura, sino que recientemente avanzó en la infiltración policial de las manifestaciones por derechos humanos y la detención ilegal de 12 manifestantes.

Balance y perspectiva libertaria

En función de poder pasar a limpio el proceso que se dio en la última década en nuestro continente solo podemos agregar breves conclusiones del mismo. Por un lado, sectores de la clase dominante resolvieron temporalmente el problema de la inestabilidad institucional de la región provocado por las recetas de ajuste neoliberales de la década de los 90´. La clase dominante logró reconstruir la representación -mítica en nuestro continente- del Estado interventor y regulador y de un proyecto de izquierda nacional que evadiera cualquier antagonismo de clase heredado de la década anterior. A su vez, comenzó a delinear y facilitar un proceso de mejoramiento infraestructural para que las transnacionales y los Estados más poderosos terminaran de llevarse los recursos que quedan en un continente plagado de biodiversidad

En otro orden, quedó al descubierto la política de derechos humanos de los gobiernos de izquierda (los de derecha ya habían tomado posición hace rato), donde el negocio y la razón de Estado valen más que la salud y el bienestar de toda la sociedad. Un sinnúmero de organizaciones sociales sucumbieron o fueron divididas ante la propuesta de construcción desde arriba y por dentro del Estado. La clase dominante de la región apostó como era de prever por la inclusión de la región dentro del capitalismo mundial en un proyecto de ganancia y especulación a corto plazo. Los grandes perjudicados fueron los pueblos de la región, que no vacilaron en salir a dar las primeras batallas contra el modelo de saqueo y dominación. La defensa de los recursos y de la vida frente a los proyectos imperialistas, no sólo no es impulsada por los autodenominados «antiimperialistas» sino que han sido los pueblos originarios, campesinos, vecinos, asambleistas, piqueteros y estudiantes quienes han puesto el cuerpo frente a tanta impunidad en tan poco tiempo. Si algo esta quedando nuevamente claro (a pesar del olvido del fracaso de los proyectos estatistas de la izquierda) es que los proyectos emancipatorios de la sociedad no pueden ni deben depender del Estado si realmente quieren ser emancipatorios. En Latinoamérica nuevamente la coyuntura nos está invitando a pensar la importancia de la autonomía en las organizaciones populares y la independencia de clase a la hora de llevar a cabo la lucha revolucionaria. Está claro que no es lo mismo organizarse en tiempos de un gobierno abiertamente represor como el chileno o el colombiano -o una dictadura- que un gobierno que se adjudica la defensa de los derechos humanos y la representación de un proyecto socialista. Esos períodos determinados por la institucionalidad progresista son especiales para potenciar y desarrollar organizaciones de base. En tiempos de ajuste y represión seguro se hace siempre más difícil y peligroso. Sin embargo, la posibilidad de ocupar lugares, grietas o trincheras en las instituciones es siempre una trampa que ofrece el mismo sistema de dominación. En un continente donde la figura del caudillo viene para intervenir en la historia en momentos excepcionales cuando la institución del sistema de dominio está en peligro, la administración de la sociedad por parte del pueblo y el protagonismo colectivo de los de abajo en esa búsqueda aparecen siempre como una alternativa seria de transformación social. La construcción paulatina de un pueblo fuerte y un poder autogestivo es el camino que elegimos los y las de abajo en esta ambigua coyuntura latinoamericana.

Columna Libertaria Joaquín Penina
Argentina - Septiembre de 2013

NOTA DE LA REDACCION:

Acceso al documento completo en; http://columnalibertaria.blogspot.c...

FUENTES

- «Sobre la Declaración de Guayaquil: ALBA y extractivismo» - José Javier Franco - LaGuarura.net (2/6/2013)
- «IIRSA: Integración de A. Latina para mercados y privatizaciones» - Fernando Arellano Ortiz publicado el 3/8/2006 en ALAI, América Latina en Movimiento.
- «UNASUR y la IIRSA reunidos en Brasil para fortalecer el saqueo a los pueblos» - LaGuarura.net 25/4/2011
- «IIRSA: ¿Plan de infraestructura o saqueo organizado?» - Mauro Restifo publicado el 19/3/2013 en SURsuelo
- «La Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional en Sudamérica (Iirsa) Neoliberalismo de Izquierda, la Nueva Era del Capital» - Coordinadora por la Autodeterminación de los Pueblos publicado el 30/5/2011 en patriainsurgente.nuevaradio.com
- «Anarquismo y extractivismo» - Uzcátegui Rafael publicado el 18/11/2011 en El Libertario
- «Los de Abajo viviremos en Crisis mientras exista el Estado y el capitalismo» Documento anarquista de análisis y coyuntura – Columna Libertaria Joaquín Penina - Argentina, Marzo 2012
- «Proyecto IIRSA, El mega proyecto para el saqueo en América del Sur» - Cooperación en red EuroAmericana para el Desarrollo Sostenible
- «Extractivismo en América Latina. El Consenso de los Commodities» - Maristella Svampa publicado en Le Monde Diplomatique 9/7/2013.
- «Declaración de Principios FACA-Columnas» - publicado en http://columnalibertaria.blogspot.c...

[1] «En América Latina continúan en marcha procesos económicos, políticos y culturales que reproducen o incrementan la pobreza, la desigualdad y la exclusión social. Sin embargo, en el ámbito de las políticas sociales, la mayoría de los gobiernos de la región mantienen un enfoque minimalista. Cada vez es más evidente que la ecuación liberalización de la economía + crecimiento económico promovido exclusivamente por actores privados + políticas sociales fundamentalmente residuales no sólo no han disminuido significativamente los rezagos sociales heredados del pasado, sino que ha generado nuevas formas de pobreza, desigualdad, descalificación y exclusión». Extraído de «Retos para la integración social de los pobres en América Latina» - Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales: http://biblioteca.clacso.edu.ar/ (NdR)

[2] «Extractivismo en América Latina. El Consenso de los Commodities». Le Monde Diplomatique 9/7/2013.

[3] El Proyecto Conga/Yanacocha es un intento de explotación de oro a cargo de la minera Yanacocha, cuyo principal accionista es la estadounidense Newmont. Está previsto en la provincia de Cajamarca y tiene como principales afectados a las zonas mas pobres de esa provincia, que no solo no verá los réditos económicos del mineral extraído sino que el agua de la región llegará a desaparecer casi por completo, quedando los últimos reservorios completamente contaminados.

[4] 4. Aquí es necesario indicar cómo el proyecto Kirchnerista en su década en el poder ha venido delegando la mayoría de las intervenciones represivas a aliados del mismo gobierno para no pagar un costo político: patotas de la UOCRA en Chubut arremeten contra asambleas ambientalistas, patotas de la Unión Ferroviaria asesinan a Mariano Ferreyra por un conflicto con mercerizados, la Policía de Catamarca y La Rioja también reprime asambleas ambientalistas, la Policía de Chaco, Formosa y Neuquén avanza contra Pueblos Originarios, la Policía de Río Negro reprime y asesina durante puebladas en Bariloche y encarcela a piqueteros de la misma localidad.
En estos últimos meses candidatos electorales de la derecha le empezaron a disputar el voto, por lo que el gobierno decidió salir a jugar esa ficha poniéndose al frente de la represión a través del envío de centenares de gendarmes al conurbano bonaerense, miles de policías a las calles de las provincias aliadas, proyectos para bajar la edad de imputabilidad, y ascensos de conocidos represores al sistema carcelario y al Ejército inclusive.

Tomado de: http://www.nodo50.org/ekintza/spip....