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¿Para qué sirve el nacionalismo?

Domingo.18 de marzo de 2018 781 visitas Sin comentarios
Portal Oaca. #TITRE

En las Facultades de Ciencias Políticas se estudiará como modélica la deriva independentista de Convergència i Unió (CiU), durante el período 2012-2013. Artur Mas, presidente de la Generalidad de Cataluña, ha traspasado todas las líneas rojas de la prudencia, la manipulación y el “buen gobierno”, si es que eso existe o ha existido alguna vez.

Un gobierno autonómico, caracterizado por sus feroces recortes a la sanidad pública, a la educación pública y a los servicios sociales, que había rebajado los salarios de los funcionarios y las ayudas por dependencia, que se vanagloriaba de hacer esos ajustes con anterioridad y mayor profundidad que el gobierno de Madrid, y que convertía tales ataques contra los trabajadores y el pueblo catalán en una política orientada a la privatización de la enseñanza y de la sanidad, con el objetivo preciso de convertir en negocio privado lo que hasta entonces habían sido servicios públicos fundamentales, estaba destinado a obtener un profundo rechazo popular y un gran batacazo electoral.

Un gobierno autonómico, marcado por diversos procesos judiciales, sempiternamente pendientes, todo el mundo sospecha por qué, omertà mediante y mafia operante. Como el del cuatro por ciento, repartido por Millet en un uno y medio para su bolsillo y un dos y medio para sus protectores. Como el de la corrupción y atraco sistemático a los hospitales de Lloret y otros de Gerona, que ha acabado con el procesamiento de los redactores de la revista que denunció tales desmanes. Como el escándalo de las concesiones de las licencias de ITV al mejor postor, fuera de concurso público, por el que está encausado Oriol Pujol. Se trata de un largo etcétera de casos judiciales, a cual más grave, que han tenido la virtud de desvelar la existencia de una corrupción sistemática de ese gobierno autonómico, tan grave como la generalizada e impune corrupción existente en toda España. Y, salvo decisión a favor de la partitocracia catalana, por parte de las autoridades judiciales, que hay que suponer ajenas a cualquier presión de los poderes ejecutivo y legislativo, ese gobierno autonómico catalán estaba destinado a obtener un multitudinario rechazo popular y un gran desastre electoral.

Ese gobierno autonómico, incapaz de afrontar los problemas reales de la economía y la sociedad, que además apuntaba hacia una pronunciada deriva fascista en la brutal represión del malestar ciudadano en la calle, con la puesta en juego de grupos policiales de provocadores entre los manifestantes pacíficos, estaba destinado a ser derrotado en las urnas, por su manifiesta incompetencia.

Pero millón y medio de personas, sabiamente dirigidas y encauzadas, se manifestaron el 11 de septiembre de 2012 en Barcelona, a favor de que Cataluña “tenga un Estado propio dentro de Europa”. Este acontecimiento ha sido enfocado desde muy diferentes lecturas, todas ellas falsas: ¿Es viable la independencia de Cataluña? ¿Por qué Cataluña pretende “divorciarse” de España? ¿Vivirán mejor los catalanes con la independencia? ¿Es cierto que Cataluña aporta más a España de lo que recibe de ésta? ¿Habría que pasar a un Estado federal?

El día 11-9-2012 vimos a Felip Puig, conseller de Interior de la Generalitat catalana, impulsor de una violenta represión contra las manifestaciones masivas del año anterior, urdidor de turbias provocaciones policiales contra los manifestantes, desfilar rodeado amistosamente de sus víctimas, jóvenes parados o precarios. Vimos a 9 de los 11 consellers de un gobierno, que ha sido pionero en aplicar crueles recortes en sanidad y educación, rebajas en los sueldos de los funcionarios de la Generalidad y brutal supresión o disminución de las ayudas por dependencia, andar codo con codo con sus víctimas: los despreciados y maltratados maestros y estudiantes; los funcionarios sin paga extra; las enfermeras o médicos que han perdido más del treinta por ciento de sus salarios, o los usuarios que tenían que pagar un euro cada vez que iban a la consulta (tasa que no se aplicaba en el resto del Estado español, salvo Madrid). Vimos a patronos, policías, curas, políticos, líderes sindicales, y otros vampiros, compartir calle con sus víctimas: parados, trabajadores, jubilados, dependientes, emigrantes… Una atmósfera de UNIÓN NACIONAL presidió la concentración. El Capital se hizo acompañar por sus víctimas, convirtiéndolas en tontos útiles de sus objetivos egoístas, elitistas y nacionalistas.

¡El capital!: ése si que no tiene patria, y es internacional e internacionalista.

Crisis, recortes y ataque a las condiciones de vida de los trabajadores desaparecen del panorama político y electoral catalán, engullidos por vacías y estúpidas discusiones entre el novísimo independentismo catalán y el rancio centralismo meseteño, impregnado hasta el tuétano del obsoleto ideario de la asignatura franquista de la FEN (Formación del Espíritu Nacional), que produce urticaria en la periferia de las Españas.

Es posible que una parte importante de los asistentes a la manifestación del 11 de septiembre de 2012 no compartiera el objetivo de la independencia; quizás estuviera allí porque están hartos de recortes, de paro, de no tener ningún futuro. Pero, por arte de birlibirloque, magia tramposa de trilero y, manipulación mediante, ese malestar contra el actual gobierno de la Generalidad ha sido canalizado a su favor. Obras maestra del más implacable vendedor de humo e ilusiones. Les ha bastado con envolverse en la senyera y dar consignas en defensa de la Patria catalana. La rabia popular contra los recortes, contra la corrupción, contra la privatización de la escuela y sanidad públicas, contra la precarización del trabajo, contra las prácticas fascistas de la represión policial, han desaparecido como hace un mago con los ases de la baraja. Ya se sabe que para no caerse de la bicicleta lo único que puede hacerse es seguir pedaleando, cada vez más rápido. Y si además, enfrente, los catalanistas se encuentran con un gobierno centralista y centralizador, más rancio, inútil y autoritario que la fenecida Falange, llueve sobre mojado. El nacionalismo catalán multiplica su audiencia gracias al nacionalismo españolista y al inmovilismo de don Tancredo, aunque ambos ganan en ese ficticio enfrentamiento nacionalista e ideológico, que desvía al proletariado (parado, precario, jubilado o aterrorizado trabajador) de sus problemas reales. La venta de humo e ilusiones, como hace la lotería, demuestra ser un buen negocio político.

El gobierno de CiU se ha sacado el conejo independentista de la chistera y, con ello, ha conseguido transformar los recortes presupuestarios, la corrupción generalizada, EL ATAQUE GENERALIZADO CONTRA LAS CONDICIONES DE VIDA DE LA CLASE OBRERA, los despidos masivos, el paro con su desesperación (que conduce a muchos al suicidio), o el asalto privatizador contra la sanidad y enseñanza públicas, en la defensa de la NACIÓN catalana. ¡Independencia ya!

La venta de quimeras, espejismos, engaños, delirios, sueños y, en suma, de esperanza, consiguió que al año siguiente, el 11 de septiembre de 2013, una imponente cadena humana uniese la Cataluña-norte, o Cataluña francesa, con la Cataluña-sur, o Valencia, de la que se salvó la Cataluña-este, o Baleares, mar mediante. Un sentimiento independentista generalizado, ilusionado y utópico, había sacado a la calle a una inmensa multitud de catalanes, desencantados y enfrentados a la estúpida arrogancia e inmovilismo de un gobierno central y centralista, obsoleto, caduco, rancio, frustrante, fascistoide y carcamal.

Y Rajoy, desde el gobierno central, apostaba tozudamente por la suerte de don Tancredo, que dada la nula afición y cultura taurina de los catalanes, no ha sido bien apreciada en lo que vale.

Los estudiantes de Ciencias Políticas del futuro estudiarán la actual política del gobierno del PP como ejemplo clásico de lo qué no debe hacer un gobierno central frente a las peticiones independentistas de una autonomía. Y ejemplificarán su nefasta táctica como tancredismo. Hacer de don Tancredo consiste en pintarse totalmente de blanco y esperar el toro a la salida de chiqueros, en la más completa inmovilidad, con la esperanza de que el toro le confunda con una estatua de mármol y no le embista. Don Tancredo suele vestir cómicas ropas de épocas caducas, y su mérito radica en quedarse quieto para que el toro crea que está delante de una estatua y tema romperse los cuernos con la dureza del mármol. Pero don Tancredo no se da cuenta que ha dejado la totalidad del ruedo (ibérico) para que el toro corra, por todas partes, a su placer. Y aunque no embista, el toro catalán se ha adueñado de la zona del ruedo que le interesa. Pero don Tancredo sigue impertérrito en lo alto del pedestal, el toro escarba amenazante en la arena, y el público, aburrido, se duerme o empieza a marcharse. Los estudiantes de Ciencias Políticas le ponen un sobresaliente a Artur y un cero patatero a Mariano. Pero a la escenificación conjunta de ambos, poniendo en primer plano de la actualidad la artificiosa cuestión nacional catalana, anulando las preocupaciones reales sobre recortes en educación, sanidad, salarios y pensiones, ayuda a la dependencia, despidos masivos y a un paro masivo, que nos arroja a todos a la precarización y la miseria… a esa escenificación conjunta los estudiantes le dan un doctorado “cum laude”.

Pretendientes golosos a la presidencia de la República plantan sus credenciales, por si acaso. Uno se afeita el hitleriano bigotito, se mima la melena, y promete tanques, dictaduras, hambre, miseria y cañones. Otro, zumbón, zalamero, dicharachero, embustero y guasón, matemático de ecuaciones sin x, vende federalismos unitarios e irrompibles, pan con mucho chorizo, y más ilusiones y humo que el que más/Mas dé. Ante tales candidatos, la nonata República se desvanece en la náusea de la nada.

Futuros héroes y criminales de guerra de todas las patrias se alzan ya en un horizonte en el que se dibujan masacres como la del sitio de Sarajevo, el bombardeo de Belgrado o los cien mil muertos de la guerra serbocroata. Y, como en la extinta Yugoslavia, todo empieza en los medios de comunicación y en las teles y radios de unos y otros. La auténtica pregunta, la única cuestión real es: ¿Clase o nación?

Si el proletariado lucha bajo banderas que no son suyas, ya sea la coreana, la china, la francesa, la japonesa o la de El Corte Inglés, será derrotado, porque el nacionalismo, ya sea serbio, croata, escocés, flamenco, quebequés, europeo, o de “la Caixa,” es ajeno a sus necesidades e intereses, porque REFUERZA al Capital y a todas y cada una de sus fracciones. Es posible que avive las contradicciones entre ellos, pero estas contradicciones se canalizan dentro de sus crisis, sus guerras, sus conflictos mafiosos, sus peleas de familia, banda o secta, es decir, pasan a formar parte del engranaje de barbarie y destrucción con el que el sistema capitalista atrapa a la humanidad.

La nación no es la comunidad de todos los nacidos en la misma tierra, sino la finca privada del conjunto de capitalistas a través de la cual organizan la explotación y la opresión de sus “amados conciudadanos”. No es ninguna casualidad que el lema de las manifestaciones independentistas haya sido que “Cataluña tenga un Estado propio”. La nación, esa palabra “entrañable”, es inseparable de ese monstruo, nada entrañable, frío e impersonal, que es el Estado, con sus cárceles, sus tribunales, sus ejércitos, sus policías, su burocracia. Artur le está diciendo a Mariano: “en mi finca sólo mando yo”.

¡Que se vayan todos! Si nadie nos representa, sólo nosotros podemos decidir.

El señor Mas ha prometido un referéndum, y ya tiene hecha la pregunta, pero no sabemos si le dejarán que se vote; pero lo que si sabemos es lo que pretenden, tanto él como sus colegas españolistas: hacernos elegir entre tres opciones, a cual peor: ¿Quiere que los ajustes y recortes se los aplique el Estado español? ¿Quiere que le sean impuestos en el marco de la “construcción nacional de Cataluña”? o ¿Quiere que se los aticen conjuntamente y federalmente el Estado español y el aspirante catalán?

El Capital en España cuenta con varias patrias para imponer la misma miseria.

¿Por qué quieren darnos por el Estado?

El nacionalismo no es el patrimonio exclusivo de la Derecha y la extrema derecha, es el terreno común que comparte el arco político que va desde la extrema derecha a la extrema izquierda, y que incluye además a las llamadas “organizaciones sociales” (Patronal y Sindicatos).

El nacionalismo de derechas, atado a símbolos rancios y a una repelente agresividad frente a lo extranjero (xenofobia), resulta poco convincente para la mayoría de trabajadores (salvo sectores muy atrasados). El nacionalismo de Izquierda y Sindicatos tiene más gancho, pues aparece como más “abierto” y más cercano a los asuntos cotidianos. Así, el discurso nacionalista de la izquierda nos propone una “salida nacional” a la crisis, para lo que piden una “distribución justa” de los sacrificios. Esto, aparte de que justifica los sacrificios con el señuelo de “hacer pagar a los ricos”, nos inocula la visión nacionalista, pues nos presenta una “comunidad nacional” de trabajadores y patronos, de explotadores y explotados, todos unidos por la “marca España”.

A esa comunidad nacional los trabajadores sólo pueden oponer la comunidad de lucha mundial de todos los proletarios contra la barbarie y la miseria capitalistas.

Otro de los discursos preferidos de Izquierda y Sindicatos es que “Rajoy impone los recortes porque no defiende España y es un criado de Merkel”. El mensaje que se desprende es que la lucha contra los recortes sería un movimiento nacional contra la opresión alemana, y no como lo que es: un movimiento por nuestras necesidades humanas contra la explotación capitalista. Además, Rajoy es tan españolista como lo fue Zapatero, o como lo sería un hipotético gobierno de Cayo Lara. Ellos defienden España imponiendo sangre, sudor y lágrimas a los trabajadores y a la gran mayoría de la población.

Las movilizaciones sindicales del 15 de septiembre de 2012 han sido convocadas porque los empresarios “quieren hundir el país”, lo que significa que los trabajadores debemos luchar no por nuestros intereses, sino para “salvar el país”. Esto nos coloca en el terreno del Capital, el mismo que Rajoy, quien pretende salvar España a costa del sangriento sacrificio de los trabajadores en el altar de la austeridad.

Los grupos que se han quedado con “la marca 15 M” defienden cosas “más radicales”, pero no menos nacionalistas. Dicen que hemos de luchar por la “soberanía alimentaria”, lo que quiere decir que hemos de producir español y consumir español. Del mismo modo, hablan de hacer “auditorias a la deuda”, para rechazar aquellas deudas que “se habrían impuesto ilegítimamente a España”. Una vez más, educación nacionalista pura y dura. Izquierda, Sindicatos/Estado UGT/CCOO, y los restos pútridos del 15 M realizan una metódica labor de “formación del espíritu nacional”. En tiempos de Franco la asignatura de Formación del Espíritu Nacional era obligatoria, hoy desde todas las tribunas nos la imparten democráticamente, haciéndonosla tragar lo queramos o no.

La matraca nacionalista tiene como fin enfrentar unos trabajadores contra otros. A los trabajadores alemanes, que están sufriendo sueldos de 400 € y pensiones de 800, se les dice que los sacrificios son culpa de los trabajadores de Europa del Sur: “unos vagos que han vivido por encima de sus posibilidades”. Pero a los trabajadores de Grecia se les dice que su miseria es causada “por el mantenimiento de los privilegios y lujos de los trabajadores alemanes”. En París les dicen que es mejor que haya despidos en las sucursales de Madrid, para no imponerlos en Francia.

Como se ve, nos atan con un nudo gordiano de mentiras que hay que romper, comprendiendo que la crisis es mundial, el desempleo es mundial, los recortes se dan en todos los países. Pero el planteamiento nacional con el que nos machacan provoca que solo veamos los ochocientos mil parados de Cataluña, o a lo sumo los seis millones en España, en lugar de ver los más de 200 millones en el mundo. Que solo veamos los recortes en Cataluña y en España y no veamos los dos enormes paquetes de recortes que se ha impuesto, por ejemplo, a los trabajadores “privilegiados” de Holanda. Que solo veamos “nuestra miseria” y no la miseria mundial. Cuando todo se ve según la estrecha, mezquina y excluyente óptica nacional, se tiene la mente preparada para creer en cuentos de la lechera como el que propaga el presidente Mas de “si pagaran los 10.000 millones que se deben a Cataluña no haría falta hacer recortes”, versión regional del “si España no estuviera tan atornillada por Alemania habría dinero para sanidad y educación”.

Pero la burguesía catalana ha encontrado su solución a la crisis: un Estado propio. Si Cataluña se convierte en un Estado independiente, esto será el paraíso en la tierra. Y como mínimo lo será para Millet y los propietarios de la finca Cataluña.

Todos mienten, porque nadie tiene solución a la actual crisis de un capitalismo que hoy ha entrado en su fase terminal, que es obsoleto, y que sólo puede ofrecer miseria y barbarie. Una crisis que no es sólo económica, social y política, sino también ecológica, climática y energética. Por ejemplo: en 150 años se han agotado casi en su totalidad recursos energéticos que necesitaron 150 millones de años para generarse. Esos son los auténticos problemas que se nos plantean, y no esas absurdas preguntas de identidad, propias de la adolescencia, sobre si somos o no somos murcianos o marcianos. Quieren darnos por el… Estado.

La actual obsolescencia del capitalismo

El modelo keynesiano-fordista de los Treinta años Gloriosos, de 1945 a 1975, se basaban en un crecimiento constante del pastel, entre patronal, asalariados e impuestos gubernamentales, fundamentados en un crecimiento continuo de la productividad.

Ese modelo hizo aguas, y dio paso al modelo neoliberal, de 1976 a 2008, que fomentó el crédito, el endeudamiento de estados y particulares y la desregulación bancaria, como motor de la economía capitalista. El pastel se mantenía igual o incluso disminuía, por lo que los salarios chocaban directamente con el beneficio empresarial y los impuestos. Fueron los años de la derrota internacional del movimiento sindical y su integración como un aparato de Estado (ejerciendo las funciones propias de la CNS en la época franquista).

Con la crisis iniciada en 2008, el capitalismo ha entrado en otra fase, que no tiene nada que ver con el modelo keynesiano-fordista, ni con el neoliberal. Nos hallamos ante un modelo obsoleto. No es que el pastel aumente poco o que disminuya, resulta que es una costra enorme, pero vacía en su interior.

El hecho que ya no sólo se evoquen las quiebras probables de empresas, sino directamente la de los Estados, es muy significativo de esa naturaleza de degradación, propia de un capitalismo obsoleto.

La historia de la sucesión de los modelos productivos en el capitalismo nos enseña que son necesarias cuatro condiciones para que una nueva fase suceda a la anterior, ya agotada:

1) Una desvalorización masiva del capital, ya sea mediante una crisis económica como la de 1929, o con una guerra (como la Segunda guerra mundial).

2) La emergencia de un nuevo régimen de acumulación, portador de unos aumentos de productividad importantes.

3) Una regulación, fundamentalmente financiera, que asegure una producción rentable, a la vez que las condiciones de su realización.

4) Unas relaciones de fuerza entre las clases (tanto entre las fracciones de la clase dominante, como entre éstas y el proletariado) que permitan la instauración y la expansión de un nuevo modelo productivo.

Cada una de estas condiciones es necesaria, pero no suficiente. Así, las desvalorizaciones masivas mediante la destrucción del capital fijo durante la primera guerra mundial no bastaron para producir una fase de prosperidad, comparable a la que existió después de la segunda guerra mundial, pues faltaban las demás condiciones.

Tras la guerra de 1914-18, y a pesar de la presencia de elementos del modelo de regulación keynesiano-fordista, la clase dominante tenía la ilusión de poder volver a lo que había provocado el éxito de la Belle Époque: el liberalismo colonialista. Y aunque los movimientos sociales, tras el crack de 1929, dieron origen a un New-Deal que instauró el keynesiano-fordismo, el impacto más limitado de la crisis económica en Europa, y las importantes divisiones entre las capas dominantes en el continente, impidieron la aceptación y la instauración de una nueva fase productiva como en los Estados Unidos. Hicieron falta los horrores de la segunda guerra mundial para convencer a todos los actores sociales que adoptaran el nuevo modelo de regulación.

Es pues la conjunción de las cuatro condiciones, en un todo coherente, lo que posibilita el desarrollo de un nuevo modelo productivo durante un tiempo determinado.

Nada, absolutamente nada, en la situación presente, indica que estemos en vísperas de que algo semejante sea posible. El capital excedente todavía no ha sido “saneado” a través de un proceso de desvalorización masiva, es más, se ha incrementado a consecuencia de las políticas anticíclicas de los poderes públicos. No ha aparecido régimen alguno de acumulación que aporte unos aumentos sustanciales de la productividad, ni tampoco un nuevo modelo de regulación. En fin, incluso si existieran estas condiciones, la configuración actual de las relaciones de fuerza entre las clases no permitiría su adopción, dada la debilidad e inoperancia actuales del proletariado.

Todo indica que, más allá de las fluctuaciones coyunturales que se presenten ante nosotros, se abre la perspectiva de un descenso inexorable a los infiernos. Esta perspectiva es la más probable en la situación actual, tanto más que no está presente ninguna de las condiciones gracias a las que el capitalismo podría pasar a una nueva fase o modelo de prosperidad económica y social. Harán su aparición todas las ideologías burguesas, capaces de desviar al proletariado de su único y auténtico objetivo realista, que no es otro que el fin del capitalismo. Y esas ideologías han sido en el pasado: el nacionalismo, las guerras comerciales hasta desembocar en guerras militares, el fascismo, el racismo, mesianismos y milenarismos de todo pelaje, y un largo etcétera de degradación y barbarie.

Las democracias parlamentarias, más o menos efectivas, tienen sus días contados: esas políticas de austeridad, esos brutales recortes, esas privatizaciones del sector público… están pidiendo a gritos regímenes autoritarios y un fascismo que imponga abiertamente sacrificios inauditos en el altar de las patrias y de la guerra contra los incontrolados de siempre.

Nada augura, en las presentes condiciones económicas y en el estado actual de las relaciones entre las fuerzas sociales, la recuperación de la prosperidad de antaño. Las resistencias, los movimientos sociales y las alternativas revolucionarias al sistema capitalista surgirán de la intensificación de las contradicciones del capitalismo.

Las contradicciones capitalistas provocarán explosiones sociales, cataclismos y crisis, que no aseguran el fin catastrófico del capitalismo por si sólo. Sin una intervención revolucionaria del proletariado, masiva, anónima y decidida, que lo destruya, el capitalismo permanecerá e incrementará la posibilidad del fin definitivo de la Humanidad.

Y en todo caso, sólo la lucha de clases puede impedir que esas políticas de recortes sociales, rebajas de salarios y pensiones, precarización del trabajo, paro masivo y pauperización generalizada de la población, incluyendo capas cada vez más amplias de la clase media, sigan adelante y sean cada vez más agudas y profundas. La explotación del capital no tiene otro límite que los obstáculos y la oposición que le plantea la lucha de los explotados.

La única alternativa real, en todo el mundo, incluidas Cataluña y España, es la de revolución o barbarie. En resumen, y como ya se ha dicho más arriba: A la comunidad nacional, los trabajadores sólo pueden oponer la comunidad de lucha mundial de todos los proletarios contra la barbarie y la miseria capitalistas.

Agustín Guillamón

Publicado en catalán en Catalunya número 158 (febrero 2014)

Catalunya es una revista mensual de la CGT

Fuente: Portal Oaca.