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Masculinidad, violencia y ejército: ¿Pueden ser pacíficos los ejércitos pacificadores?

Lunes.22 de noviembre de 2004 8882 visitas - 1 comentario(s)
IDS #TITRE

¿PUEDEN SER PACÍFICOS LOS EJÉRCITOS PACIFICADORES?

Xavier Rambla, José Adelantado, Isaac González y Montserrat Mora.

A lo largo de 1999 la asociación de Informació per a la Defensa dels Soldats ha coordinado un estudio comparado sobre las formas de violencia en los ejércitos italiano y español. El estudio tenía por objetivo averiguar hasta qué punto el entrenamiento militar implicaba que la violencia oficial dirigida contra el "enemigo" se traducía en violencia paralela dirigida contra los propios soldados (1). De acuerdo con los resultados obtenidos, la dinámica de los grupos informales de soldados, la "carrera moral" que siguen los militares y la apelación guerrera a la virilidad provocan que en la organización militar se entrelacen las dos formas de violencia.

Durante los años noventa, las operaciones realizadas por los ejércitos de la OTAN han redefinido la violencia oficial, ya que se han otorgado el papel de pacificar varios conflictos regionales en vez de defender a Occidente contra el supuesto enemigo ruso. Esta nueva función supone que los soldados aprendan a moverse en situaciones aún mucho más inciertas que las de la guerra entre Estados. Por un lado, es muy difícil delimitar de antemano cuáles van a ser los objetivos de su intervención; y por otro, no van a luchar para defender su país, sino que van a mediar en conflictos donde se hayan implicado dos o más bandos por razones que les resultarán difíciles de comprender. Estas nuevas funciones requieren, por tanto, un nuevo perfil del soldado, que, además de las distintas artes guerreras, incluya las habilidades necesarias para la mediación.

En este nuevo contexto varios países de la Alianza han decidido profesionalizar sus fuerzas armadas, con la expectativa de que una tropa más reducida y motivada se adapte mejor a las nuevas circunstancias que los anteriores soldados de reemplazo. Este mismo proceso se inició en España hace unos pocos años y terminará en 2003. En estos momentos, pues, el reclutamiento experimenta una transición entre la universalidad del servicio obligatorio y la necesidad de captar a los nuevos profesionales. Además del cambio legal, la transición se observa también en otros hechos que repercuten mucho más directamente en la vida cotidiana castrense: los reclutas disponen de muchas posibilidades para objetar, en algunos cuerpos conviven soldados profesionales con soldados de reemplazo, y se ha abierto la posibilidad de que las mujeres también puedan ser soldados de tropa.

Estas transformaciones obligan a los ejércitos a modificar algunos aspectos de su relación con la violencia. Oficialmente, los anteriores ejércitos nacionales debían atacar a cualquier enemigo que amenazase a un país, mientras que ahora deben pacificar conflictos lejanos. Para conseguir aquel objetivo de la "defensa nacional", en los cuarteles los ciudadanos varones jóvenes sufrían varias formas de violencia paralela (castigos arbitrarios, novatadas, órdenes abusivas, etc.), con la intención de mostrarles la importancia del sacrificio común en la lucha para que el enemigo no llegara hasta su mismo hogar; además, esta violencia paralela se utilizó para adoctrinar a la tropa en los países donde el ejército se había hecho con el poder político. Hoy en día la violencia que deben ejercer oficialmente estos nuevos ejércitos profesionales y pacificadores ha pasado a ser preventiva más que defensiva, y en principio la violencia paralela no es necesaria para cohesionar una nación ni para legitimar una dictadura. ¿Debemos suponer, por tanto, que la violencia paralela va a desaparecer de los cuarteles?

Violencia ofícial y violencia paralela

Las entrevistas mantenidas con treinta y tres soldados de reemplazo españoles muestran claramente que ambas formas de violencia militar continúan siendo una realidad en los cuarteles, a pesar de los muchos cambios que han experimentado. A finales de los años ochenta, Zulaika (1989) y Rambla (1994) analizaron cómo el ejército español había generado una serie de ritos iniciáticos que mortificaban a los mozos para convertirles en soldados. Los contenidos de aquella simbología han cambiado una década más tarde, como revela el hecho de que los mandos vigilen y sancionen algunas novatadas, pero la violencia militar sigue rebasando los límites oficiales.

En las experiencias de los entrevistados tanto la violencia contra el supuesto enemigo (oficial) como la violencia contra los mismos soldados (paralela) se manifiestan de muchas maneras. Así, la organización y los mandos militares aplican una serie de normas que deben mortificar a la tropa para inculcarle un sentido de grupo unido que puede entrar en lucha: las sanciones y premios, los controles de vestimenta e higiene, o la persecución de novatadas, ejercen esta fuerza centrípeta. Al mismo tiempo, los mandos disponen de un cierto margen de transigencia en la aplicación de las normas, lo cual les permite establecer distinciones entre varios tipos de soldados o bien graduar la intensidad disciplinaria según la circunstancia. Esta cohesión se expresa sobre todo en los ejercicios bélicos, en los que los soldados simulan enfrentarse colectivamente contra un adversario (en forma de diana, del equipo contrario en una competición, o de¡ peligro de amenaza en una guardia) o conseguir colectivamente un resultado (mantener el orden cerrado o finalizar una marcha). De este modo la violencia oficial inflige a la tropa varios grados de mortificación (de la transigencia a la dureza de unas maniobras) que la preparan ante las eventualidades de un posible combate, donde el espíritu de grupo es un arma estratégica (Battistelli, 1990).

Sin embargo, las arbitrariedades castrenses o los excesos entre soldados, que son expresiones de violencia paralela, constituyen el nivel máximo de esta misma escala de los grados de mortificación oficial. Las sanciones injustificadas, las humillaciones y agresiones (como el puñetazo en el pecho para sancionar un error), los ejercicios excesivos que pueden poner en peligro la integridad física de los soldados, o bien las irregularidades burocráticas que les perjudican (como la manipulación de las pagas o del presupuesto para las comidas), agravan la sensación de que la tropa debe sufrir para estar a la altura de las circunstancias. Algunas de ellas merecen la crítica de los entrevistados más cercanos a los valores militaristas, quienes en cambio a menudo justifican otras de estas arbitrariedades, pero todas ellas sobrepasan los límites reglamentarios para perjudicar a los mismos soldados. Los excesos de los veteranos sobre los novatos transmiten esta misma sensación, mediante agresiones o la obligación de concederles privilegios, y vulneran los códigos de la justicia militar

Otras formas de la violencia paralela ni siquiera contienen esta referencia a la unidad del grupo. Los privilegios de veteranía, las novatadas, las peleas entre cuerpos operativos y cuerpos de apoyo, el sexismo insultante contra las mujeres militares, o los conflictos jerárquicos entre soldados veteranos y cabos de reemplazos posteriores, dividen claramente a la tropa en grupos enfrentados, e incluso llegan a bloquear el mismo funcionamiento burocrático de la institución.

Factores de la intersección de las dos violencias

La sociología ha sugerido algunas hipótesis que permiten identificar los posibles factores por los cuales la violencia militar oficial se encabalga con la violencia paralela. Estos factores radican en el hecho de que la organización militar se estructure como una jerarquía de grupos primarios, de que el soldado siga una "carrera moral" en el ejército, y de que los valores militares apelen directamente a la masculinidad de la tropa.

Los soldados viven su entrenamiento y su situación inmersos en el grupo de compañeros, el cual suele incluir a personas que han entrado juntas en el ejército y acabarán juntas su servicio. Estos grupos, que generan una de las principales fuerzas de un ejército en el combate (Battistelli, 1990), son primarios en la medida en que se consolidan a partir de las relaciones cotidianas. Además, entre ellos se establecen posiciones desiguales en cuanto al mando formal, a la veteranía o al cuerpo militar. Estas jerarquías acaban estructurando la violencia oficial y paralela entre mandos y soldados, y también entre soldados, tanto en el cumplimiento de las obligaciones burocráticas como en la simulación simbólica de la lucha y la imposición. Con sus órdenes los mandos violentan a los soldados aplicando las normas dentro de unos márgenes de discrecionalidad (violencia oficial), pero pueden excederse hasta ser arbitrarios (violencia paralela); igualmente, les dirigen en los ejercicios simulados obligándoles a pasar por las pruebas y, sanciones que consideran oportunas (violencia oficial). Pero también unos grupos de soldados pueden ordenar a otros que realicen una tarea, y pueden hacerlo con mayor facilidad si la orden se corresponde con los privilegios de veteranía (violencia paralela), o bien unos soldados pueden infligir humillaciones simbólicas a otros en forma de abusos, novatadas, peleas y burlas sexistas (violencia paralela).

Por otro lado, el tiempo también contribuye a generar los grupos primarios, ya que todos los soldados siguen simultáneamente su carrera moral (Goffman, 1961) dentro de la institución. La carrera moral castrense atraviesa una fase de instrucción, una fase de adaptación y una fase de veteranía. En la primera se extrema la violencia oficial de los ejercicios bélicos y la aplicación más rigurosa de las normas, hasta el momento en que el rito de la Jura de Bandera marca su final y la entrada de los mozos en el estatus militar pleno. La fase de adaptación a un destino determina el momento de mayor riesgo de sufrir novatadas e imposiciones de privilegios por parte de los veteranos. En la tercera, sin embargo, el mismo grupo que ha sufrido conjuntamente los pasos anteriores adquiere el derecho a ejercer sus novatadas e imponer sus privilegios. Así, la distinta dosificación de las violencias oficial (instrucción) y paralela (adaptación y veteranía) distingue los momentos a lo largo de los cuales el soldado puede definir su identidad dentro de la institución.

Según los entrevistados, con todo, en la vida militar hay algo que quizá es tanto o más importante que el grupo de conmilitones. Aunque no consideren que la vida militar les "haga hombres" en el sentido tradicional de la palabra, suelen indicar que han experimentado un cambio personal, bien porque el servicio militar les ha atemperado el carácter, les ha hecho madurar, ser más sensibles o responsables y pensarse dos veces las cosas, o bien porque les ha despabilado o les ha inculcado mayor autoestima y autoconocimiento. En este sentido, asumen buena parte de las apelaciones que la institución militar dirige a su identidad masculina para que se identifiquen con sus valores. En sociología y en antropología se define la masculinidad como aquella interpretación sociocultural de las diferencias sexuales que inventa y reinventa continuamente unas separaciones entre unos espacios centrales imaginarios habitados por los hombres y el resto de los espacios sociales posibles (Connell et al., 1997; Bourdieu, 1999). Ésta es precisamente la connotación que induce a muchos soldados a hacer suyos los valores militares, es decir, a identificarse con ellos.

Por un lado, los soldados siguen considerando que la mili es un rito de iniciación, aunque ya no sea un punto de paso obligado para todos los hombres. Tanto si lo rechazan explícitamente, si se limitan a considerarlo como un hecho que les afecta, o si lo entienden como una experiencia personal, todos los entrevistados coinciden en que al cumplir el servicio se atraviesa un umbral, se aprende algo, se descubre lo que es la vida o se anticipan los comportamientos laborales futuros. El sentido práctico del servicio militar depende, pues, de su capacidad para reeditar el rito de paso que todos los hombres debían atravesar en otro tiempo, y que ahora en todo caso sirve a algunos para ponerse a prueba. Por otro lado, para la mayoría de los entrevistados el compañerismo es el principal beneficio que proporciona la milicia. Convivir y sufrir con alguien durante nueve meses genera unos lazos que se recuerdan "siempre", aunque luego no se mantengan. Dejan entender que han dado este paso al unísono con otros hombres, aceptan eso sí que no tiene porqué ser diferente si los soldados fuesen mujeres, pero acaban contando cómo esto provocaba tensiones en sus cuarteles.

Junto con los incidentes contados en las entrevistas, ha sido también posible contrastar esta última observación gracias al análisis de varias páginas web donde se presentan los atractivos de los ejércitos. Estas páginas son producto de "espontáneos" que cuentan los atractivos de su vida militar, entre los cuales suele figurar el recuerdo de las canciones de las unidades operativas como los legionarios, paracaidistas o cuerpos de operaciones especiales. Una somera lectura de estas letras indica claramente que carecen de sentido si se feminiza su sujeto masculino.

Soy un hombre a quien la suerte, / hirió con zarpa de fiera, / soy un novio de la muerte / que va a unirse en lazo fuerte / con tan leal compañera (Credo Legionario,
http://www.arrakis.es/romarsa/legio...).

Con el frío del 8 de diciembre se calienta nuestro corazón al pensar, como a una novia que quisiésemos, en la Infantería. Resuenan pífanos marciales y aun nupciales en la última revuelta de nuestros oídos, y aún se estremece, gracias a Dios, ese último nervio que en los cuerpos de los bien nacidos se guarda, como oro en paño, para que vibre en las ocasiones solemnes
(Camilo José Cela, "A pie y sin dinero",
http://personal.redestb.es/txus/bri...).

Guerrilleros de montaña / lo forman unos chavales / que no le temen al Tercio / ni tampoco a Regulares. // Ni tampoco a Regulares / le temen los guerrilleros / porque tienen más cojones / que el caballo de Espartero. // (...) Las chicas de la Cruz Roja / se han quejado al coronel / si se van los guerrilleros / con quién vamos a joder / (...) Callaros hijas de puta / si se van los guerrilleros ahí os quedan los pistolos / (...) Pistolos no los queremos / que son unos maricones / queremos los guerrilleros / que follan como leones
(Canciones de la COE 82 de Lugo, http://www.ctv.es).

La milicia y las relaciones de género

La estrecha relación que mantienen la violencia militar oficial dirigida contra eventuales enemigos y la violencia militar paralela dirigida contra los propios soldados suscita serias dudas sobre la posibilidad de que el ejército se convierta en una verdadera institución mediadora en conflictos remotos. Sin duda, un análisis de un cambio social no permite aventurar pronósticos automáticos sobre el futuro, pero es cierto que difícilmente los soldados van a aprender las habilidades de comprensión intercultural y de negociación si continúan las tensiones latentes entre los varios grupos primarios, y mucho menos si la institución militar apela a estas formas de la masculinidad.

Tampoco cabe ninguna duda de que los factores sociales pueden recombinarse. En pura teoría, existen muchas posibilidades de que una organización se reconstituya sobre bases sociales muy diferentes, tal y como demuestran la historia del Estado burocrático, de la iglesia, de la empresa o de la escuela. Sin embargo, es muy difícil imaginar que un ejército compuesto por grupos primarios cooperativos, que atraiga la identificación de otras identidades masculinas y femeninas, llegue a ser una realidad. Cuando menos, implicaría una modificación tan sustancial de las estructuras militares actuales que probablemente sería conveniente designarlo con otro nombre.

Esta conexión entre ambas violencias forma parte de la realidad estructural del ejército. De hecho, éste es la institución que debe monopolizar legalmente la violencia en los Estados burocráticos, como interpretó lúcidamente Weber a principios del siglo XX. Tal monopolio requiere la formación de una "comunidad de guerreros", apartada de la vida común, donde se permitan los contactos rituales con unas armas que no deben ser moneda corriente en esa vida común (Weber, 1985). Pero parece difícil encontrar en nuestra tradición cultura] otras formas de ritualizar estos contactos que no aludan a la solidaridad dentro de grupos masculinos.

El ejército es una especie de contenedor de la violencia legal, por tanto. El apartamiento del soldado, su mortificación, o su identificación con una vida ajena a lo ordinario, delimitan esa violencia. Ahora bien, la misma violencia se filtra a través de este contenedor, que está compuesto por materiales culturales altamente agresivos. En otros países, sobre todo Estados Unidos, se ha estudiado que el entrenamiento militar induce a comportamientos violentos en la vida civil posterior, hasta el punto de que las mujeres de los soldados de Vietnam fueron denominadas "las segundas víctimas" de la guerra. Aunque la simbología de la milicia no sea el único factor de la violencia doméstica o del acoso sexual en la sociedad norteamericana, figura repetidamente entre ellos. No sabemos gran cosa de las repercusiones civiles del entrenamiento militar en España, en particular M entrenamiento en los cuerpos operativos, pero es muy probable que se reproduzcan los mismos efectos. En este mismo sentido debería apuntar la preocupación por el reclutamiento de futuros soldados profesionales con cocientes de inteligencia límites, habida cuenta de que las dificultades para lograr un reconocimiento social inculca una considerable agresividad en este colectivo.

En suma, son tan próximas la violencia militar y las vinculaciones masculinas menos democráticas que van a estar muy unidas en el futuro de los ejércitos profesionales. Esta constatación sugiere dos reflexiones políticas con las que concluiremos. En primer lugar, es tan complicado el empeño de que el ejército pacificador pueda ser verdaderamente pacífico como el "utópico" (?) empeño por buscar formas menos militares de seguridad colectiva. En segundo lugar, va a ser tan complicado el acceso igualitario de las mujeres a estos ejércitos pacificadores que quizá sea mucho más eficaz buscar la democratización de las relaciones de género en otras facetas menos guerreras de los derechos de ciudadanía (2).

1. La investigación recibió el apoyo financiero del Programa Daphne de la Comisión Europea. En España fue realizada mediante un convenio entre la Informació per a la Defensa dels Soldats y el Departament de Sociologia de la Universitat Autónoma de Barcelona. En Italia el convenio se f con el Archivio Disarmo de Roma. Se llevaron a cabo un estudio sociológico y un estudio jurídico de los cambios de la organización militar en ambos países. El artículo presenta los resultados del estudio sociológico sobre el caso español. El trabajo de campo de este estudio consistió en 33 entrevistas con reclutas procedentes de Cataluña, Castilla-La Mancha y la Comunidad Valenciana, que habían cumplido su servicio militar entre 1997 y 1999 en cuarteles de Cataluña, Aragón, Castilla y Leon, Madrid, Extremadura, Andalucía, la Comunidad Valenciana, Baleares, Ceuta, Melilla y Canarias.

2. Jar (1992) y Yuval-Davies (1997) demuestran que la entrada de las mujeres en los ejércitos de varios países ha reproducido la division sexual del trabajo en tanto que los hombres han continuado monopolizando los puestos de combate y las mujeres se han concentrado en las tareas de apoyo.

Bibliografía

Battistelli, F. (1990): Marte e Mercurio. Sociología dell’ organizzazíone militare, Milán, Franco Angeli.

Bourdieu, P. (1999): La domination masculine, Parfs, Éditions du Seuil.

Connell, R.W., et al. (eds.) (1997): Masculinidad, poder y crisis, Santiago de Chile, lsis Internacional.

Goffman, E. (1961): Internados, Buenos Aires, Amorrortu.

Jar, G. (11992): "La mujer en la Guardia Civil: una perspectiva sociológica", Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 59/92, pp. 223 241.

Rambla, X. (1994): "Valuvas, quintos, abuelos i bisas. La representació de la disciplina al servei militar", Papers. Revista de Sociologia, 44, p p. 111 13 3.

Weber, M. (1985): "La disciplina y la objetivación del carisma", en Economía y Sociedad, México, Fondo de Cultura Económica.

Yuval Davies, N. (1997): "Gender, the Military and the Nation", en Gender and Nation, Londres, Sage.

Zulaika, J. (1989): Chivos y soldados, La mili como ritual de iniciación, Bilbao, La primitiva casa Baroja.