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La utopía de las normas. Leyendo el último libro de David Graeber

Lunes.14 de marzo de 2016 482 visitas Sin comentarios
Alasbarricadas. #TITRE

La burocracia. Ya casi nadie habla de la burocracia. Sin embargo es omnipresente y todopoderosa: ¿hasta qué punto llegamos a toparnos con ella a lo largo del día sin pensar en el sinsentido absoluto que hay detrás? ¿Por qué todo el mundo asume su falsa formalidad y pretensión uniformizadora, cuando en el fondo todos sabemos de las arbitrariedades absurdas que supone? ¿Por qué la izquierda ha abandonado el discurso anti-burocracia? ¿Por qué la izquierda ha dejado el monopolio del discurso antiburocracia a unos neoliberales que claman contra ella de boquilla mientras que duplican o triplican las regulaciones y los formularios en nombre de un “libre mercado” que, para mayor descojone del personal, supuestamente iba a reducirla?

Los cuatro ensayos que compila David Graeber en La Utopía de las normas (de la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia) abordan de manera clara y amena cómo hemos llegado históricamente a éste punto de burocratización kafkiana. El prestigioso antropólogo anarquista, expulsado de Yale por su movilización, implicado directamente en Occupy Wall Street y movimientos antiglobalización, diserta sobre cómo el mundo moderno ha construido, de hipertrofia normativa, de adicción por los procesos y formularios, sostenida en última instancia por la amenaza permanente de la violencia. Ahora bien, de cara a deshacer éste mundo kafkiano, lejos de ofrecer soluciones mesiánicas, es un simple y humilde intento de abrir el debate sobre la burocracia. Porque a día de hoy la burocracia estará criticada de manera trasnochada e interesada por la derecha, pero al menos la derecha se ha molestado en tener una crítica.

Como ya hiciera en su anterior libro (En Deuda: una historia alternativa de la economía), Graeber comienza en su introducción por desmontar muy pedagógicamente unos cuantos pilares de la mitología político-económica e histórica que arrastramos hasta nuestros días. Uno de ellos, por supuesto, son las supuestas ventajas del liberalismo económico para “reducir la burocracia”, que se han mostrado falsas. Empíricamente falsas desde hace demasiado tiempo como para tomárselo en serio. La mitología histórica liberal heredada del siglo XVIII nos dice que, caídos los estados absolutistas y el dominio de la religión, la libertad, la ciencia y el comercio traerían una era sin burocracia, ni mercantilismo o militarismo. Pero eso, simplemente, no pasó, y a finales del siglo XIX, la fiebre por el funcionariado y la organización burocrática, tanto pública como privada, no era tan diferente en Gran Bretaña, Alemania o Estados Unidos que en la tradicionalista y anticuada Rusia durante la misma época, si lo comparamos con las profecías incumplidas. A lo largo del siglo XIX, los estados liberales introdujeron una creciente cantidad de secretarios, inspectores, notarías y oficiales de policía; por no hablar de las expansiones colonialistas. Pero fueron sobre todo los estados alemán y norteamericano los que desarrollarían, en paralelo, mayor devoción por las prácticas burocráticas, afectando tanto a la organización pública como a la privada e industrial. Comenzaría un imparable fervor por la organización burocrática y la regulación que acabaría afectando a todas las esferas de la vida. Y acabarían derivando en la disputa por la hegemonía mundial más de medio siglo después.

El hecho es que la burocracia, lejos de reducirse, fue aumentando a lo largo del siglo XIX, y eso suponía un problema muy grave de cara a la mitología liberal. A principios del siglo XX, llegaría Von Mises con una “segunda fase de la argumentación”, un “segundo intento” de purgar el mal de la burocracia del el liberalismo económico y su mitología histórica. El problema, según Mises era la democracia que al velar por proyectos universalistas y asistencialistas, plasmados irremediablemente a través de la ineficiente burocracia que, sostenida por una mayoría social a la que sirve, al final perpetuaba la intervención gubernamental hasta un inevitable autoritarismo que ahogaría la espontaneidad de los mercados y la eficiencia de los sistemas de precios. Como Graeber indica, hasta el propio Mises reconocía también la burocracia como “un problema necesario” para sostener algunas partes fundamentales del capitalismo, con lo que al final el discurso se quedaba en que la burocracia estaba mal si los beneficiados eran los pobres. El problema de estos disparates economicistas que arrastramos desde Adam Smith (que Graeber ya desarrollaba en su anterior libro) es que, históricamente, los mercados nunca han surgido de manera autónoma y espontánea sino a través de la autoridad estatal. Casi como efectos colaterales de operaciones militares; los modernos sistemas bancarios se crearon para financiar guerras. Así que la historia convencional que vende el liberalismo tiene un agujero muy serio, una profunda paradoja, a la hora de abordar la burocracia. David Graeber propone transformar esta paradoja en una ley. Y propone llamarla la “Ley de hierro del liberalismo”.

Toda reforma del mercado, toda iniciativa del gobierno dirigida a reducir trámites burocráticos e impulsar las fuerzas del mercado tendrá, como efecto final, el aumento del número total de regulaciones, la cantidad total de papeleo y la cantidad total de burócratas que emplea el gobierno.

Con ésta característica acerca del sistema capitalista bien presente, es importante entender (y el autor lo describe de manera muy didáctica) el cambio de paradigma económico y social de los años setenta, en la que se abandonó toda relación financiera con el oro, para dar lugar a un proceso de transformación de la empresa capitalista que se volvería imparable en la era de Reagan y Tatcher unos años después, y así hasta llegar a nuestros días. En este proceso de financiarización de la economía capitalista, la empresa y su organización y estructura interna deja de mirar tanto a los trabajadores y la producción y comienza a mirar y a trabajar para los accionistas. Este cambio supuso una retroalimentación: el mundo corporativo se volvió más financiero, con mayor burocracia dedicada a temas financieros y menos recursos dedicados a la propia producción; pero a la vez, también el mundo financiero se volvió “corporativo”, pasando del banquero avaro y las cajas de ahorros regionales al casino actual de bancos de inversiones, fondos financieros, fondos especulativos. Esta retroalimentación ha seguido imparable hasta dejar a la clase financiera y la clase ejecutiva como indistinguibles a día de hoy. Lo cual "ha producido resultados sorprendentemente similares a los peores excesos de burocratización de la Unión Soviética". Por no olvidar que las trampas y triquiñuelas sobre absurdos constructos burocráticos mercantiles y financieros y judiciales, provocan crisis financieras globales de consecuencias bíblicas sin aparentes responsables legales, mientras que a los ciudadanos les cobran multas exageradas por un descubierto en la cuenta de unos céntimos.

Graeber remonta hasta su experiencia con el Movimiento por la Justicia Global los tres puntos clave que él considera fundamentales para abordar una crítica a la burocracia desde la izquierda. En el fondo, entiende, el movimiento “antiglobalización” de la pasada década era el primer movimiento antiburocratización, solo que no lo decían alto y claro. Graeber señala, y es algo obvio, que la “Globalización de libre mercado” significa en realidad la creación de estructuras administrativas y burocráticas a escala global; instituciones burocráticas globales. Lo mismo así es como debería haberse abordado desde un principio. Lo que es evidente es que, en el fondo, llevamos luchando contra toda esta burocrácia global siempre, pero nunca lo habíamos visto de esta manera, arrastrados por un marco de pensamiento en el que la crítica a la burocracia se había esfumado por completo en la izquierda.

¿Cómo recuperar el discurso contra la burocracia desde la izquierda? Graeber propone tres temas complejos para abrir el debate que él considera clave:

1. No subestimar la importancia de la violencia física.

Si hoy las unidades mejor equipadas de antidisturbios van a contener las manifestaciones en las reuniones del G8 no es por ningún "efecto colateral de la globalización", sino porque venimos arrastrando un “liberalismo” que en el siglo XIX parió las agencias de detectives y la noción de la policía, esos individuos con jurisdicción para inmiscuirse en todo aspecto de la vida del individuo. "Siempre que alguien comienza hablar del libre mercado es buena idea buscar alrededor al tipo con la pistola. Nunca está lejos". Aquí añade un inciso, un corolario a la “ley de hierro del liberalismo”:

Las políticas que favorecen el “mercado” han implicado siempre más gente en despachos para administrar cosas, pero también que hay un incremento en la amplitud e intensidad de las relaciones sociales que acaban siendo reguladas, en última instancia, por la amenaza de la violencia.

El primer ensayo, titulado “Zonas muertas de la imaginación, un ensayo sobre la estupidez estructural” es tremendamente lúcido. Partiendo de la realidad más absoluta y empírica (el calvario surrealista de papeleos y reuniones con burócratas que supuso para él hacerse cargo legal de su madre, muy enferma, de cara a las administraciones y los bancos), Graeber comienza por resaltar verdades como puños: la burocracia es un proceso estúpido, es sencillamente kafkiana. Ya era kafkiana en tiempos de El proceso, hace un siglo. O hace medio, cuando Gosciny escribió la Casa de los Locos en las 12 pruebas de Asterix. Todos la hemos sufrido, todos estamos atrapados por ella, todos nos chocamos con su inhumanidad, su arbitrariedad, su complejidad absurda. Ahora bien ¿por qué?

La clave, obviamente está en la violencia. La violencia estructural. La policía, producto del estado-nación liberal, se ha establecido a través de la ficción como una figura mítica de acción cuyo monopolio de la violencia es necesario en cuanto mantiene la paz y el orden. Figuras como James Bond o Sherlock Holmes representan los arquetipos de burócrata heroico, pese a aparentes opuestos en sus personalidades (mujeriego el uno y drogadicto el otro, profesional y amateur, agente del gobierno o detective privado).

Pero en realidad la policía raramente se dedica a resolver crímenes escabrosos o a detener la violencia, sino que son en realidad funcionarios con pistola que se dedican a poner multas, realizar inspecciones, dar partes de accidentes. Ejecutar desahucios. Burocracia. Armada, pero burocracia. En realidad (y esto vale también para despachar rápidamente las cuestiones acerca de cómo se trataría la violencia en una sociedad sin policía) cuando la violencia estalla a niveles de película de TV, la policía raramente actúa. La mera “amenaza de violencia”, la razón que da tener en el fondo la preferencia en el lado del monopolio de la violencia, es lo que sostiene toda la aplicación burocrática:

El término crucial aquí es fuerza, como en “el monopolio estatal del uso de la fuerza coactiva”. Siempre que oímos esta palabra nos hallaremos ante el empleo de una ontología política en la que el poder de destruir, hacer daño a otros o amenazar con romper, dañar o machacar los cuerpos de otros (o encerrarlos en una diminuta celda durante el resto de sus días) se trata como el equivalente social a la energía que impulsa el cosmos. Contemple, por ejemplo las metáforas y sublimaciones que hacen posible la construcción de las dos siguientes frases:

“Los científicos investigan la naturaleza de las leyes naturales a fin de comprender las fuerzas que rigen el universo.”

“Los policías son expertos en la aplicación científica de la fuerza física a fin de hacer cumplir las leyes que rigen la sociedad”.

Esta es en mi opinión, la naturaleza misma del pensamiento de derechas: una ontología política que a través de medios tan sutiles como estos permite que la violencia defina los propios parámetros de la existencia social y del sentido común. Por eso que digo que la izquierda ha sido siempre, en aquello que la inspiraba en esencia, antiburocrática, Porque siempre se ha basado en un conjunto diferente de asunciones acerca de lo que es real en última instancia.

Graeber se ve bastante influenciado por posturas feministas a la hora de hablar y acotar la violencia estructural. Una consecuencia evidente de la violencia estructural según el autor es que los que están en el escalón más bajo de una relación de poder se preocupan de imaginar, porque no les queda otra, de cómo piensan los de arriba. Pero raramente pasa al revés. Esto se puede observar entre las mujeres y los hombres “nadie sabe como piensan las mujeres” (pero a ellas no les queda más cojones que imaginar como piensan los hombres en muchas situaciones). Se puede observan entre las personas de raza negra y los blancos privilegiados; y en general, cualquier relación de poder a lo largo de la historia: Una de las argumentaciones de este ensayo es que la violencia estructural crea estructuras asimétricas en la “imaginación”. La clave de esta violencia estructural y esta asimetría en “la imaginación”, esa falta de empatía, es la que justifica la ideología que dice que “otro mundo no es posible”. El que se encuentra en el lado favorable en una situación de poder es completamente incapaz de imaginar cómo sería de otra manera.

La “asímetría” en la cantidad de esfuerzo dedicado a imaginar como piensa el otro en una relación de poder se da siempre a lo largo de la historia. Ahora bien, el sistema burocrático, según Graeber, introduce un elemento extra y es que es independiente de sus buenas intenciones porque fundamentalmente, en esencia, consiste en usar la violencia estructural para combatir relaciones que ya de por sí son violencia estructural, con lo que las burocracias no deben verse tanto como formas de estupidez sino como formas estúpidas de gestionar la estupidez. La burocracia no es estúpida, es la meta-estupidez.

2. No sobreestimar la importancia de la tecnología como factor casual.

La burocratización omnipresente en nuestras vidas no es consecuencia del desarrollo tecnológico, sino al revés. La tecnología no es una “variable independiente”, sino que depende de factores sociales. No es casualidad el hecho de que las máquinas de escrutinio tengan un margen de error de un 2,5% mientras que los cajeros raramente fallan, especialmente en una nación que se vanagloria de ser la guardiana de la democracia. Un tema recurrente en el autor, que trata de nuevo en el segundo ensayo titulado "De coches voladores y el índice en declive de ganancias", es cómo el sueño de la carrera espacial se ha enterrado. Y cómo los futuros con coches voladores y trabajos físicos realizados por robots de la ciencia-ficción con el que creció su generación ha derivado en un desarrollo tecnológico orientado principalmente a la disciplina y el control social.

Graeber pone cordura histórica sobre la carrera espacial. Hoy día los neoliberales se vuelven locos pensando en el capitalismo como el sistema del “fin de la historia”, el “único sistema posible”, pero Graeber recuerda que hasta los años setenta los estados unidos dudaban realmente si no serían los soviéticos los que estaban ganando la carrera del desarrollo industrial. Recuerda que el estado asistencialista y el corporativismo entre estado y empresa de las políticas keynesianas y socialdemocrátas, eran también una carrera compitiendo por la URSS por ser el “sistema definitivo”, un sistema mejor para la población que el de los soviéticos. Para la idea de que en los 60 todavía no existía el triunfalismo capitalista que impera tras la caída del muro, Graeber recuerda y analiza cómo la serie de Star Trek era tachada de comunista por idear un futuro donde la mercadería no parecía existir; y estas acusaciones recurrentes no dejarían de salir hasta que introdujeran décadas despúes a a los Borg -una raza marcadamente antiindividualista- en la Nueva Generación. En este contexto antes del gran cambio del capitalismo que se daría en los 70, la carrera espacial era lo que el denomina un “proyecto poético”, la última tecnología capaz de seguir la estela triunfal del industrialismo (tanto capitalista como comunista) en el que las revoluciones científicas traen grandes avances sociales.

Sin embargo a partir del cambio de paradigma capitalista de los setenta también aparece un tema peliagudo: la gangrena burocrática entra en escena. La tecnología, de un modo similar a la investigación científica, se encuentra cada vez más castrada por los procesos burocráticos y las jerarquías, que arrastran la investigación hacia un pozo sin fondo “sin imaginación”. Con los criterios y hábitos actuales de la investigación científica, dice, la teoría de la relatividad de Einstein jamás se hubiera publicado y personajes excéntricos como Jack Parsons, ingeniero de la NASA en los primeros tiempos de la investigación espacial, que era mago telemita de la tradición de Alester Crowley, jamás hubieran tenido sitio como investigadores en un laboratorio burocratizado e industrializado de hoy en día. A esto se le une el hecho de que la privatización de la investigación cambia el concepto de la carrera científica, pasando de “competición amable”, compartiendo resultados y cooperando a “competir sin compartir resultados”, lo cual frena avances y duplica esfuerzos.

A partir de la victoria con el alunizaje en la carrera espacial (que se vendería como un triunfo del “mercado” pese a ser un esfuerzo enorme de planificación estatal) y el posterior declive del desarrollo soviético en la década posterior, la tecnología se volvería progresivamente “conservadora” y se controlaría bastante desde la derecha los posibles efectos “revolucionarios” de tecnologías que pudieran amenazar el status-quo. Pero los resultados cada vez más decepcionantes de la revolución científica no serían tanto el producto exclusivo de una conspiración conservadora omnipotente sino del final de una transición de “tecnologías poéticas” a “tecnologías burocráticas” en las que toda la espontaneidad de la investigación científica de las épocas anteriores del capitalismo se ha terminado ahogando en el mar de la burocracia capitalista.

3. Recuerde siempre que todo gira, en definitiva, alrededor del valor (O: siempre que oiga a alguien decir que su valor más importante es la racionalidad, es que no quiere admitir cual es su verdadero valor)

El tema más complejo que aborda Graeber para explicar la afición de la sociedad actual por la burocracia, es sin duda alguna el del “valor”, pero en realidad Graeber apunta a un tema más amplio como son los fundamentos filosóficos de la ideología dominante, y su evolución a lo largo del tiempo. La importancia del supeditar “el capital” y anteponerlo al trabajo ha contribuido enormemente a apuntalar la burocracia y su imparable camino hasta llegar hasta hoy, pero no se trata tanto de un debate economicista acerca de la teoría del valor-trabajo o del marginalismo sino de la concepción del universo y la sociedad. Tras las revoluciones del siglo XVIII se quitó a Dios justificando el chiringuito para poner a la Nada; porque intentar casar “soberanía” con la “representación parlamentaria” es bastante risible. Bajo este marco más amplio de historia del pensamiento y lugares comunes de la sociedad actual, es la “ciencia” lo que se supone que ha desplazado a Dios; pero es realmente el afán por el industrialismo organizado a gran escala lo que introduce la noción de un progreso continuo que traerá mejor vidas a todos y eliminaría en última instancia el trabajo físico. Ese ideal industrialist del crecimiento tecnológico infinito, que colateralmente separa cada vez más las ideas de valor y trabajo, es lo que consigue unir la justificación por el orden legal burocrático (estructurada en torno a la falacia de autoridad) con la ciencia (basada en la razón); entrando de lleno en ingeniería social bajo excusas como el utilitarismo, el imperialismo o el industrialismo forzado, así como por supuesto, nacionalismos imperialistas y colonialismos varios, desvaríos raciales exterminadores y demás campañas estatales burocráticas de los últimos dos siglos.

En el ensayo final llamado “La utopía de las normas, o por qué en realidad, después de todo amamos la burocracia” Graeber aborda un tema obligatorio a la hora de hablar de la burocracia, que no es tanto una teoría del valor sino por qué al final aceptamos la burocracia y sus absurdos. En éste último ensayo Graeber plantea que en el Estado moderno que parió la Ilustración, confluyen tres elementos históricamente independientes: soberanía, burocracia y política. Graeber recorre el siglo XIX para equiparar las dos potencias emergentes; Alemania y EEUU, y cómo el eficiente servicio de correos ayudaría a apuntalar la nación y a su vez plantar la principal semilla de un amor por la burocracia que crecería exponencialmente. Desde una lenta evolución en el XVIII como servicios de mensajería militar, se ampliarían para los comerciantes y finalmente por todo el mundo; y en muchos estados liberales podía llegar a utiliza la mitad del presupuesto nacional y más de la mitad de la totalidad de funcionarios. En Alemania, dice, se podría decir que la nación fue fundada por el servicio postal; y en la expansión hacia el Oeste de los Estados Unidos también cobra una importancia significativa el Orient Express. Graeber hasta cita a Lenin poco antes de la revolución como un entusiasta del servicio postal alemán, como su ideal de monopolio estatal, "con los funcionarios cobrando lo mismo que los obreros y todo ello vigilado por el pueblo en armas. "

Desde el entusiasmo por el servicio de correos alemán de hace más de un siglo al entusiasmo hacia Internet, han surgido también ciertos paralelismos que el antropólogo estadounidense destaca con lucidez. En este contexto de “tecnología conservadora” del que hablaba en el otro ensayo, en la línea del pensamiento dominante; los beneficios de un sistema de comunicaciones son obvios para la mayoría de la población, pero detrás de sueños tecnológicos truncados siempre viene una dura realidad de burocratización. Y es cierto que tras el entusiasmo de hace unas décadas estamos viendo como Internet lejos de expandir la eficiencia del sistema expande también la burocracia; o incluso como las redes sociales son en cierta medida una burocratización de las relaciones entre las personas.

Siguiendo la línea de los demás ensayos (los detectives y espías de la ficción con los que analiza la mitificación de la figura policial en el primer ensayo y tras el análisis del comunismo de Star Trek en el segundo) ésta vez es el género de la fantasía épica el que analiza el autor para reflexionar acerca de este cambio de mentalidad de los últimos siglos. Así, estas fantasías sirven para idear un mundo inspirado en la era pre-burocrática (la Edad Media) en la que se invierten los valores de la sociedad. De esta manera, el lector se evade a mundos sin burocracia que, al margen de las gestas de los protagonistas, en el fondo plantean los mundos sin burocracia como hostiles y llenos de peligros. No es casual la cita de Tolkien que saca Graeber acerca de sus propias visiones políticas y su relación con El Señor de los Anillos, en las que no se termina de definir entre "anarquista o monárquico no constitucional", dos posiciones profundamente antiburocráticas. Uno podría enumerar las características clave de la fantasía, punto por punto, y verlas como las negaciones precisas de algún aspecto de la burocracia.

Desde la fantasía épica, a través de los juegos de rol como Dungeons & Dragons que nutren el género, salta a unas breves reflexiones sobre los juegos. Resaltando la doble naturaleza (reglada o espontánea) de jugar (to play en inglés todavía tiene más significado en torno a esta doble naturaleza), analiza la relación entre las normas sociales con las normas del juego. Las burocracias, en cierto sentido metafórico crean "juegos" para nada divertidos que dejan cada vez menos lugar al juego espontáneo. En cualquier situación habrá normas aplicables escritas en algun lado, pero tanto su existencia como su aplicación como el desconocimiento generalizado crean conflictos y violencia. Pero los juegos, por el contrario, son una "utopía de las normas" porque todo el mundo sabe cuales son las reglas, las respeta y además puede ganar haciéndolo. En el mundo real, el juego de la burocracia es, por supuesto, muy distinto.

A modo de apéndice (para profundizar en el concepto de “soberanía”, que junto con el de la política y el de la propia burocracia, es el que forma el concepto de Estado moderno según Graeber) se incluye también una genial crítica sobre la lamentable tercera película de Batman de Cristopher Nolan “The Dark Knight Rises”. En "De Batman y el problema del poder constituyente", comienza explicando como las referencias a Occupy Wall Street metidas con calzador en el guión hacen de éste último film algo infumable, increíble, un sinsentido absurdo y vergonzoso. En éste artículo acaba haciendo un análisis político y sociológico del género de superhéroes bastante reflexivo: Así, los superhéroes y sus idas y venidas izquierdistas o derechistas, su defensa de la ley, al margen de ella o no, "no son fascistas. Son gente normal, decente, superpoderosa, que vivie en un mundo en el que el fascismo es la única posibilidad política". Sin embargo los conceptos de soberanía, el soberano como agente por encima de la ley, el mantenimiento del status-quo, son temas recurrentes en el mundo de los superhéroes. "Los héroes con traje luchan contra criminales, en definitiva, en nombre de la ley, incluso si ellos mismos operan más allá de un marco legal. Pero en el Estado moderno, el propio estatus de la ley es un problema. Esto es debido a una paradoja lógica básica; ningun sistema se puede generar a sí mismo. Todo poder capaz de crear un sistema de leyes no puede estar, él mismo, sometido a ellas. " Partiendo de que que toda revolución (como la americana) empezara como un acto ilegal, hace que la ley oficial emane siempre y en todo momento de una situación de ilegalidad, "Cromwell, Jefferson y Danton, eran, en realidad, culpables de traición".

"Una crítica de la burocracia adaptado a los tiempos actuales debería mostrar todos estos hilos (violencia estructural, tecnología, la financiarización y la fusión de lo público con lo privado) como una tela de araña que se perpetua y expande"

Estos son los elementos que él compila y desarrolla en este libro para una crítica de la burocracia Sin duda alguna. Graeber toca bastantes elementos clave para entender la realidad actual sin caer en falacias de autoridad y el enrocamiento en torno a pensadores centenarios, convertidos en profetas. La importancia de Graeber y el entusiasmo con el que recomendaré sus libros viene precisamente de ahí: la visión que aporta desde su visión antropológica y libertaria del mundo está tan lejos de los dogmas político-económicos occidentales como para aportar una visión mucho más completa y realista de los engranajes de la sociedad actual. Es necesario comprender, y el insiste en ello, el cambio social y la transformación del capitalismo que supuso la financiarización de los 70. Hay que salir de los falsos dilemas heredados de la propaganda de la guerra fría y más atrás, ancladas antes de este gran cambio, para poder empezar a deshacer esta tela de araña burocrática y violenta que se expande como un cáncer. David Graeber es a día de hoy una de las mentes más lúcidas y didácticas que se dedican a ésta titánica labor. Porque para analizar el capitalismo actual, con sus procesadores y redes de información, es insuficiente con economicismos de autores con un siglo o dos de edad. Hay que abandonar las profecías de los, llamemosles, M’n’Ms (Marx y Mises) y empezar a ser conscientes de la evolución exponencial del capitalismo y la burocracia y los profundos cambios sociales que supone la hiperregulación de nuestras vidas y la tremenda violencia que ello esconde. Los marcos de pensamiento economicistas, que siguen negando la relación total entre estado, mercados y burocracia; y que son amantes de la ingeniería social, sólo pueden traer más violencia y más situaciones kafkianas.

Como decía Henry David Thoreau, “Hay mil podando las ramas del mal por uno que golpea en la raíz". Y la raíz no son tanto las "leyes del mercado" sino la amenaza de la violencia, omnipresente, de la que emanan las estructuras de poder burocrático. Incluidas las que sustentan los "mercados" del mundo real, porque esos mercados que eliminan la burocracia de la mitología liberal forman parte de un maravilloso mundo de unicornios, elfos y hadas. En ésta sugerente e inteligente reflexión acerca de la burocracia, el prestigioso antropólogo anarquista no se aleja de liberalismos o marxismos forzando el discurso, sino simplemente hilando una serie de agujeros gordos en los lugares comunes del pensamiento oficial que todos vemos o intuimos pero que nadie se había molestado en juntar y usarlos para cuestionar frontalmente la(s) ideología(s) dominante(s) y la dictadura del pensamiento economicista.

Ahora bien, no ofrece soluciones mesiánicas: simplemente se molesta en abrir el debate para una izquierda completamente perdida desde hace décadas en una serie de temas. Si en su anterior obra ya plantaba firmemente los pies en la tierra acerca de la naturaleza del dinero y los mercados (otro tema cuya crítica también se ha dejado abandonada a la derecha individualista), en La Utopía de las normas Graeber ha abierto la caja de pandora acerca de la burocracia de una manera excepcionalmente inteligente y clara. Si no trae recetas definitivas es porque nos sigue tocando a todos empezar a construir alternativas si queremos dejarla atrás.

Fuente> http://www.alasbarricadas.org/notic...