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La huelga de La Canadiense. Parece que fue ayer

Martes.27 de noviembre de 2012 493 visitas Sin comentarios
Pepe Gutiérrez Álvarez, en Kaosenlared #TITRE

La memoria obrera es como una almena asediada por el opirtunismo y por el olvido que hay que conquistar una y otra vez...

En una de sus recientes declaraciones, Pere Navarro, el candidato que dice hablar en nombre de los socialistas (y, ¿dónde está el socialismo?), evocaba las conquistas sociales que estaban perdiendo (ahora, con el PP), añadiendo que eran conquistas que se habían logrado “en las urnas”, con lo que uno –sobre todo después de escuchar a Marcelino Iglesias cargar sobre los “hipernacionalismos” todas las culpas) no puede por menos que pensar, ¿en donde aprende esta gente la historia?

Cualquier estudio riguroso (1), dan por supuesto que las conquistas sociales aquí y en cualquier parte, han sido el fruto de una larga lucha del movimiento obrero. En el caso que nos ocupa, de un combate repleto de luchas en las empresas y en las calles contra el franquismo, sus “grises” y unos empresarios que sentían “felices” según sus propias palabras, con la Dictadura. El mismo estudio se puede encontrar otro dato complementario: dichas conquistas no han hecho más que retroceder desde los tristemente célebres Pactos de la Moncloa, o sea que desde las urnas lo que nos han llegado ha sido todas esas “reformas” (¡como pueden corromper el lenguaje¡) laborales que, gradualmente primero y de forma acelerada en los últimos tiempos, están acaban con todas y cada una de las conquistas que en las condiciones de trabajo y de vida se habían logrado.

Sin embargo, que declaraciones como estas se puedan hacer en nombre de las izquierdas, y sobre todo, que a nadie parezca llamarle la atención, nos enseñan algo que no deberíamos de olvidar. A saber: que la memoria obrera y social es como una almena por la que hay que pelear sin desmayo, y hacerlo por todos los medios posibles. En esa memoria por la que miles de trabajadores y trabajadoras se jugaron la vida, la libertad, se cuentan verdaderos como lo fue la huelga de La Canadiense, parte de una batalla que sigue viva, y de la que convendría que las nuevas generaciones tomaran buena nota…

Es una historia que comenzó desde muy atrás. Desde 1909, Barcelona, con todas sus irradiaciones, se había convertido en el epicentro de un movimiento anarquista internacional que estaba perdiendo fuelle en otros rincones del mundo (Francia, Estados Unidos, Rusia)…Semejante salto cualitativo fue producto de un impulso especial de la CNT que supo poner en marcha una nuevas estructuras organizativas. Aparte del sindicato, ahora era también “el barri”, el que trabajaba en un proyecto social emancipador. Esto significó la puesta en marcha de numerosos comités locales que fueron los “ojos y los oídos del sindicato de cada barrio”. La complicidad activa de los trabajadores se haces generalizada. Ya no es ya la empresa la que hace la huelga, es el ramo, el sindicato, y las barriadas, es una huelga del pueblo. Se crea de esta manera una amplia comunidad que representa la “ciudad proletaria” frente a la ciudad de los burgueses. A esto contribuyen el crecimiento de la industria, la extensión de los transportes públicos, la aparición de medios asequibles como la bicicleta.

Esta nueva fase quedará plasmada en el congreso de 1918 de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña, celebrado en uno de los feudos del anarquismo con sus ateneos, escuelas racionales, en “el barri de Sants”, totalmente marcado los problemas organizativos Los 164 delegados que representaban a 198 organizaciones y 73.860 afiliados, optan por dejar atrás la estructura de los pequeños sindicatos profesionales para hacerlo por grandes ramas, respondiendo mejor al nuevo contexto industrial, y a las exigencias de la misma lucha. Las palabras "sindicato único estarán desde entonces en la boca de los sindicalistas. No se habla apenas de teorías, no se menciona la revolución rusa que, empero, está bien presente.

Este modelo barcelonés sería la universidad militante para nuevas generaciones que se organizan en rechazo de esa enfermedad moral llamada burguesía. El contexto es bien conocido: final de la “Gran Guerra” y de los grandes negocios que vende armas y avituallamiento al mejor postor, deterioro del régimen bipartidista y caciquil de la Restauración (el modelo de Fraga), huelga general de agosto, y claro está, la revolución rusa, tan lejos y tan cerca. Este “nacimiento” que hablaba Victor Serge tiene unas fechas, ocurre entre 1918 y 1919.
Culminará con la legendaria huelga llamada de “La Canadiense”, que se inició en solidaridad de ocho despedidos del personal de oficinas de la compañía eléctrica La Canadiense que habían sido miembros de un sindicato no aceptado por la gerencia de la empresa. Cuando 117 trabajadores de la sección de facturación de la empresa —cinco de los ocho despedidos pertenecían a esa sección— volvieron de entrevistarse con el gobernador civil en un intento de que éste intercediera por sus compañeros ante la empresa, fueron despedidos. La huelga paralizó durante febrero y marzo de 1919 el abastecimiento de gas y electricidad. Contando la huelga con un amplio apoyo popular —se formaron cajas de resistencia que recaudaron 50.000 pesetas en una semana— el gerente de la empresa propuso una negociación cuya fecha fue fijada para el 17 de febrero en el edificio de la compañía y a la que acudieron cinco delegados en representación de los trabajadores. Cuando el gerente se enteró que entre los delegados había un afiliado a la CNT no quiso negociar.

Aunque el gobierno volvió a detuvo a miles de obreros, militarizó al sector en huelga, e incluso decretó el “Estado de guerra”, al final, tras dos meses de huelga total, se firma el aumento de salarios, la jornada de ocho horas. También la readmisión de los despedidos y la promesa de liberar a los más de mil proletarios detenidos en Montjuic. El acuerdo se ratificó en una asamblea en la plaza de toros de Las Arenas al menos por 20.000 obreros, aunque Salvador Seguí se tuvo que emplear a fondo para convencerlos. Representaba un éxito rotundo de la clase obrera organizada contra el gobierno y la patronal….

Pero la burguesía catalana no tarda en reaccionar, responden con el cierre de empresas enviando al paro y al hambre a miles de trabajadores y con el fomento de sindicatos amarillos ("libres") como los Sindicatos Libres. Por otro lado presionan al gobierno para que frene como sea el auge del anarcosindicalismo. El Gobierno nombra al general Severino Martínez Anido como Gobernador Civil de Barcelona. Éste protege las actividades terroristas empresariales y reprime duramente a los sindicalistas aplicando la Ley de fugas con su talón de hierro. Los patronos fuerzan la dimisión del gobierno de Romanotes que ya había incumplido el acuerdo de liberación de la multitud de detenidos. Acaban provocando un nuevo estallido de la movilización social. El paso siguiente para la patronal fue armar a los somatenes, y convertirlos en los tristemente célebre “sindicatos libres”. Los huelguistas han de volver al trabajo en las condiciones previas al acuerdo firmado. A continuación, las autoridades clausuren sindicatos, encarcelen más militantes y comienzan a aplican la trágica “ley de fugas”, una forma de asesinato legal inmortalizado por la pluma de Valle-Inclán en su obra cumbre, Luces de bohemia. Los pistoleros asesinan entre otros a Salvador Seguí en la calle Carretas, una de las vías principales del “Barrio Chino”, en un lugar donde las prostitutas a las que le habla de liberación rendirán homenaje durante años y años, y al abogado laborista Francés Layret, socialista catalanista cuyo pequeño partido se había manifestado dispuesto a ingresar en la III Internacional...

La respuesta del área más aguerrida de la Confederación no se hizo esperar. Surgen los “dueños de la pistola obrera de Barcelona” (García Oliver), “Los Solidarios” que practican la contraviolencia con una veintena de activistas como Durruti, García Oliver, los hermanos Ascaso, Ricardo Sanz, entre otros. Realizan atracos para suplir las cuotas sindicales que había prohibido el siniestro Martínez Anido, Martínez Anido que recomendaba a sus sicarios que “por cada uno que cayera de ellos, deberían matar a diez sindicalistas” cenetistas. En el curso de los enfrentamientos hubo más de 200 muertos por parte de la clase obrera y sólo 20 por la parte de matones y de los patrones. Sin embargo, la guerra prosiguió, y “Los Solidarios” antelaron sin éxito contra Martínez Anido, mataron al conde Salvatierra que el 26 de enero de 1920acabó con el lock-out a petición de la patronal, y hicieron lo mismo con Eduardo Dato (que atribuyeron falsamente a Andreu Nin que había escapado casi por milagro de un atentado) y al cardenal Soldevila de Zaragoza sobre el que se cernían acusaciones terribles el 26 de enero de 1920.

En palabras del historiador José Luís Gutiérrez Molina, la huelga de La Canadiense significó el triunfo del sindicalismo único. Lo que había sido teoría, lo que los delegados más o menos teóricos habían acordado en un local de Sans se convierte en algo real y efectivo. Cuando despiden a ocho electricistas de la compañía conocida como La Canadiense, el sindicato de Luz y Fuerza de Barcelona que se acababa de crear dice: "si esos ocho electricistas no son readmitidos a continuación se van a poner en huelga el resto de los electricistas; si no se les hace caso al resto de los electricistas se van a poner el huelga el resto de los trabajadores de los oficios que están en Eléctrica; y si al sindicato de Luz y Fuerza tampoco le hacen caso, se van a poner en huelga todos los sindicatos y se va a paralizar toda Barcelona". Y se hace. Y funciona. Entonces claro, todo el mundo a la CNT. Y no se apuntan porque sean unos catetos, sino porque es lo que funciona”.

Sin embargo, esta magnífica lucha tiene unas limitaciones, comenzando por su focalidad: transcurre en tiempos diferentes en Andalucía y Cataluña, y en algunos lugares aislados más. Se hace desde la única perspectiva anarcosindicalistas, pero la UGT, con toda su prudencia, también tenía algo que decir, así por ejemplo, el gobierno decide intervenir en la mediación cuando Largo Caballero amenaza con extender la huelga a Madrid. Demuestra que la patronal está dispuesta a neutralizar a sus representantes más dialogantes, y a imponer su talón de hierro, a financiar grupos de pistoleros a la manera de Chicago, en un ambiente muy parecido al descrito en algunas novelas de Dashiel Hammett. La represión será terrible, y nos será por casualidad que Martínez anido llegara a ser el primer ministro del interior de la Junta de Burgos, con Franco. En agosto de 1921 tiene lugar el desastre de Anual que costó la vida murió un total aproximado de 2.500 españoles, en su casi totalidad solados, o sea trabajadores que no podido pagar el precio fijado para no tener que “servir” en un ejército colonial brutal y corrupto. Pero la CNT no tiene una política anticolonialista desarrollada, quien la tienen son, el PSOE que denuncia en las Cortes pero al que puede la prudencia, y el primer PCE que nada más nacer se encontrará de bruces con la dictadura de Primo de Rivera que los castiga, aunque su enemigo de verdad era la CNT….

Esta impresionante epopeya del anarcosindicalismo se puede conocer entre otras, obras como la de Joaquín Romero Maura La Rosa de fuego. El obrerismo barcelonés de 1899 a 1909 (Alianza Editorial, Madrid, 1989; reedición reciente en RBA, Barcelona) o la obra colectiva La Barcelona rebelde. Guía de una ciudad silenciada (Octaedro, Barcelona, 2003)…

Esto sin olvidar testimonios literarios tan vibrantes como El nacimiento de nuestra fuerza (en trance de reedición), la primera en la que Víctor Kibalchich firma como Víctor Serie, segunda novela del ciclo titulado los revolucionarios, y cuyo principal protagonista es el nosotros, el yo colectivo como movimiento obrero consciente que lucha por la ciudad proletaria: “camaradas, es decir más que hermanos de sangre y de ley; hermanos de comunidad de pensamiento, de condición, de idioma y de apoyo mutuo. Ninguna profesión nos era ajena. Teníamos todos los orígenes. Juntos conocíamos casi todos los países del globo, empezando por las ciudades miseria, empezando por las prisiones.
Algunos ya no creían más que en sí mismos. Una fe ardiente nos guiaba a casi todos. Había algunos canallas, pero lo suficientemente inteligentes como para no romper de manera demasiado evidente la ley de la solidaridad. Nos reconocíamos por la manera de pronunciar algunas palabras y de lanzar en las conversaciones una sonora moneda de ideas”.

 Nota

 —1) Valga como ejemplo entre otros muchos, la obra ya clásica de Sebastián Balfour, La dictadura, los trabajadores y la ciudad (Edicions Alfons el Magnànim, Universitat de València, 1994)