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La guerra de las Malvinas, o cuando la dictadura se suicidó

Martes.3 de abril de 2007 6021 visitas - 5 comentario(s)
Correo Tortuga- Raúl Isman #TITRE

Bajo un manto de neblina
No las henos de olvidar...
De la marcha oficial
que se escuchaba en los medios
durante el conflicto

Los aniversarios terminados en 0 o en 5 resultan más propicios para recordar- con tristeza o fastuosamente- los acontecimientos que dejaron su impronta en la historia de los pueblos. No podías ser la excepción el recuerdo del desembarco argentino en el archipiélago mentado Falkalnd por los británicos. En las siguientes líneas, escritas originalmente hace un lustro y actualizadas en los esencial, dejaremos sentada nuestra opinión; a contrapelo de las posiciones predominantes.

Siempre es bueno recordar como el 2 de abril de 1982, los sufridos habitantes de nuestro país nos desayunamos con una noticia sorprendente: la
dictadura militar más entreguista que conoció el país en toda su historia había
recuperado las Islas Malvinas, territorio argentino usurpado por los ingleses
desde 1833. La noticia- que provocó alegría en los ingenuos y desconfianza en los
ciudadanos más críticos- soslayó y sirvió para silenciar muchas cuestiones
decisivas: una de ellas fue la feroz represión
descargada sobre la marcha que- contra la política económica neoliberal del
gobierno procesista y sus secuelas- la C.G.T. había realizado dos días antes.

Otra,
el deterioro de las condiciones de vida del pueblo, enorme por aquellos días. Por
otra parte, a menudo ni siquiera se menciona que la “sorprendente” novedad había
sido sugerida y anticipada de modo críptico por algunos diarios desde meses antes.

Para poder comprender adecuadamente lo que ocurría en 1982, es necesario
reflexionar sobre las causas de la aventura militar, aventura que costaría gran
cantidad de vidas y el abandono de los militares del poder como respuesta
necesaria a la derrota humillante frente a las tropas imperialistas, superiores en
tecnología, armamento y preparación para el combate. Esta reflexión resulta
absolutamente necesaria dado que la debilidad y raquitismo que exhibe la
democracia argentina recuperada desde 1983 hunde sus raíces en los tiempos finales
de la dictadura genocida.

En distintas circunstancias, como clases y conferencias, interpelados los
auditorios con la pregunta de quien comprende mejor el fenómeno de la guerra, si
un filósofo o un guerrero, las respuestas se dividen entre la primera o la segunda
de las opciones. En realidad, la mayor claridad la aportó el alemán Carl von
Clausewitz (1780-1831), quien fue militar y también filósofo. En su célebre
tratado De la guerra afirma que...

“La guerra no es otra cosa que una prolongación de la política”. Para decirlo con
otras palabras, es la continuación de la política por otros medios. Por ello,
comprender la guerra de las Malvinas implica necesariamente captar cuales fueron
las direccionalidades políticas que se continuaron por medio de las armas, en la
guerra iniciada en el Atlántico Sur.

La dictadura argentina había asumido el poder en 1976, favorecida por la situación
de crisis absoluta que se vivía en el país. Esto le dio el consenso necesario para
legitimarse. Nunca está de más sostener que ningún gobierno puede sustentarse sin
contar con la aceptación- activa o pasiva- de una franja sustancial de la
sociedad. Estos sectores- que prestaron su apoyo a los genocidas- no fueron toda
la sociedad, ya que alcanzó con reprimir, silenciar y aterrorizar a los más
férreamente opositores. Entre quienes alentaron el golpe se destacaban sus
principales beneficiarios: los grandes empresarios, el poder económico. Pero
también le prestaron aceptación pasiva sectores populares paralizados por la
inflación imperante en la época, por la crisis política-institucional y por la
violencia irracional de las organizaciones guerrilleras. El imperativo de orden
que los militares encarnaban fue lo que les dio la legitimidad, a despecho que tal
orden era conquistado por medio de
terribles violaciones a los derechos humanos.

Debido a la continua aplicación de una política económica que empobrecía a gran
parte del pueblo, el primitivo apoyo con que contaban los militares se había
desgastado a lo largo de los ya seis años transcurridos desde el veinticuatro de
marzo de 1976. La deuda externa y la desindustrialización habían descapitalizado
al país; el desempleo y la pobreza iban en constante aumento con su secuela de
marginalidad y achicamiento del mercado interno, la especulación financiera
(popularmente llamada la plata dulce) era una práctica constante que socavaba las
reservas morales- además de las económicas- de la nación, por citar sólo algunas
circunstancias que avalan lo que afirmamos. Por lo tanto, los militares-
debilitados también ellos por las diversas crisis que desgarraban a la sociedad y
por sus disensos internos- deseaban relegitimarse. Para ello inventan la ridícula
aventura de Malvinas, una extraña idea que parecía más adecuada para la
imaginación afiebrada de algún novelista
influenciado por el realismo fantástico o mágico, tan propio de nuestra América. Es
así que una exótica nación del fin del mundo; dirigida por un general borracho
(ebrio le habló a una multitud en vísperas de la conflagración), el inefable
Leopoldo F. Galtieri que había reemplazado a su colega Viola a fines de 1981,
pretendía desafiar al complejo militar más sofisticado del orbe: la O.T.A.N.,
preparado a su vez para lidiar con la que entonces era la otra superpotencia, la
Unión Soviética. La inevitable derrota significó el fin de la dictadura, en una
escena que parece calcada de cuando un boxeador tonto se noquea a si mismo haciendo
sombra en el gimnasio. Pero en esta derrota, originada en su propia estupidez e
incapacidad y no en la movilización popular, se origina gran parte de la debilidad
e inconsecuencia de la democracia argentina de estos tiempos.

Sintetizando, la política que lleva a la guerra de las Malvinas- desde el bando de
los militares argentinos- es la necesidad de relegitimar a un régimen criminal y
desgastado por la continua aplicación de un modelo de pobreza y exclusión en lo
político, lo económico y lo social. El objetivo de los genocidas era que la
recuperación de un territorio nacional irredento hiciera olvidar a la sociedad las
gruesas dificultades que atravesaba por culpa precisamente de las políticas
aplicadas por la dictadura.

Por el lado británico, la situación no era muy distinta. Gobernaba desde 1979 la
primer ministro conservadora Margaret Thatcher, la dama de hierro, quien no pasaba
su mejor momento debido a la resistencia de los sindicatos de trabajadores a su
política económica neoliberal. En rigor, fue el primer gobierno en un país central
que impuso su orientación nefasta para los sectores subalternos. Poco después la
seguiría Ronald Reagan en E.E.U.U. y previamente la había precedido la infame
dictadura de Pinochet en el sufrido Chile.

Para Thatcher, la ocasión de ”liberar” territorio “británico” caído en poder de la
junta militar argentina- que ella a partir de la invasión pasó a denominar
“fascista”- resultaba fundamental para fortalecer su cuestionada acción de
gobierno, exaltando el sentimiento nacionalista de su pueblo, en gran parte
nostálgico de la época de apogeo del imperio. En síntesis, se trataba de
relegitimar también a un gobierno débil y desgastado en este caso por una
oposición social muy activa, durante aquella época (fines de 1981 y principios de
1982).

Los observadores de ambos lados- a partir del desencadenamiento del conflicto-
pudieron observar, curiosos, extrañas mutaciones. El gobierno militar argentino,
en especial Galtieri- que desde fines de 1981 había asumido con la explícita
vocación de que la Argentina volviera al mundo occidental- debió arrojarse en
brazos de una rara alianza con el movimiento de países del tercer mundo. En una
recordada conferencia de países tercermundistas celebrada en La Habana, el ya
fallecido canciller de dos dictaduras, Nicanor Costa Méndez, se abrazaba (por
cierto, más que azorado) con el mismísimo Fidel Castro, en una extraña parábola de
la alineación occidental. En Inglaterra, las cosas no eran muy distintas. Margaret
Thatcher denunciaba a la “sangrienta dictadura” que ella misma había avalado poco
antes.

Mientras tanto, la prensa lamebotas del proceso la presentaba como un enemigo de
la nacionalidad; cuando en ocasión de su triunfo electoral, se había deslumbrado
con “la simpatía y el coraje” de la “Dama de hierro”. Un año antes del conflicto,
la televisión argentina- absolutamente controlada por el estado genocida- había
transmitido (en vivo y en directo y con insoportable tono de boberías) el
casamiento del príncipe Carlos y la fallecida princesa Lady Di.

Pero no todo era cuestiones banales o vacías. En ocasión del conflicto se
comenzaba a descubrir tardíamente las distintas manifestaciones de la cultura
nacional, silenciadas hasta entonces por los medios y ámbitos dirigidos por la
dictadura. Los medios de difusión- tanto la T.V. como la radio- redescubrían a
artistas hasta entonces reducidos al silencio.

Relatar la derrota argentina es redundante, porqué no podía ser otro el resultado.
El ejército argentino era una fuerza preparada para la represión interna y no para
la guerra exterior. Además, los militares vieron uno a uno como fracasaban todos
sus cálculos políticos. Es preciso recordar que La guerra no es otra cosa que una
prolongación de la política. Haremos un somero listado de ellos:

1) No van a venir, les queda muy lejos afirmaba un ridículo comodoro de la
fuerza aérea por televisión. El oficial de marras, Juan José Güiraldes, era
descendiente del autor de una célebre novela gauchesca.. ¿habrá confundido la
guerra inminente con una payada o con una trifulca en una pulpería? Mientras
tanto, el gobierno de Margaret Thatcher preparaba una impresionante flota.

2) La conducción militar pensaba que E.E.U.U. iba a ser neutral durante el
conflicto, en reconocimiento del “trabajo sucio” realizado por comandos argentinos
en Centro América y de otras tareas como las que la dictadura realizó durante el
golpe de estado dado en Bolivia, por el general García Meza en 1980. Entre los
años 1977 y 1981 gobernó en Estados Unidos el presidente demócrata James Carter,
quién afirmó una política de defensa de los derechos humanos que lo llevó a
abandonar a las dictaduras sangrientas de centro y Sudamérica. En este contexto,
los militares argentinos se postularon para reemplazar el tradicional papel de
supergendarme que tradicionalmente había sido propio del “gran país del norte”.
Desde 1981, los republicanos tornaron al gobierno y los militares argentinos
esperaban recibir la gratitud por haber reemplazado a la “madre patria”. En
cambio, el gobierno de Reagan privilegió la alianza estratégica con Gran Bretaña y
no le concedió absolutamente
nada a los militares, que ya resultaban a sus ojos un puñado de coloridos pero
trágicos aventureros: una suerte de wagnerianos ridículos, desprovistos del hálito
grandioso de las operas tan al gusto de Adolfo Hitler. La llegada de la flota
británica- y la eficaz acción que desplegó, como el hundimiento del Crucero
Belgrano- hubiera sido imposible e impensable sin el aporte de información
satelital brindada por el coloso del norte.

3) Cuando ya estaba la flota en las cercanías de las islas, el gobierno
argentino quiso negociar, pero se encontró con que la primer ministro británica
torpedeó la posibilidad de evitar la guerra con el citado hundimiento del crucero
General Belgrano.

La desigual batalla es por demás conocida. Poco pudieron hacer los esforzados
conscriptos y algunos oficiales valientes y abnegados frente a un ejército
profesional, altamente entrenado y equipado con la más moderna tecnología bélica.
En realidad, además de las fuerzas británicas, los soldados argentinos debieron
enfrentarse con el hambre, el frío y- por sobre todo- contra la brutalidad de gran
parte de la oficialidad que se mostró cruel e insensible; convirtiéndose de hecho
en enemigos desleales y permanentes. Es sabido que varios soldados fueron
estaqueados por la noche, por protestar a causa de la deficiente alimentación.
Algunos de los oficiales que realizaron estas deplorables tareas- nunca está demás
recordarlo- se postularon o postulan para recibir el voto popular, como Aldo Rico
y Mohamed Ali Seineldin. Mientras tanto, la población donaba dinero, joyas,
vestidos y comida para las tropas. Varios de estos artículos fueron
comercializados en distintos negocios de
todo el país. La guerra no se pudo ganar, pero sirvió para que algunos oficiales
lucraran con la solidaridad popular. También existió un Fondo Patriótico Malvinas,
cuyo rendimiento nunca se realizó públicamente. La causa por este desfalco quedó
perdida en algún rincón del Palacio de Tribunales.

Finalizado el conflicto, el informe Rattenbach- una investigación jurídica
realizada dentro de los propios sectores militares- dictaminó acerca de las
gruesas fallas de conducción que pudieron observarse en las fuerzas armadas
argentinas. El informe fue lapidario y recomendó severísmas penas que fueron
dictadas por tribunales civiles, cuando ya en democracia, los culpables del
desastre fueron juzgados. Posteriormente, el indulto dictado por Menem consagró -
una vez más- la atávica impunidad que los ciudadanos amantes de la justicia
pretenden superar en el país; para estos crímenes y para muchos otros.

La guerra sirvió también para mensurar la miseria ética e intelectual de gran
parte de la dirigencia política argentina. La inmensa mayoría de los políticos se
alineó en la aventura militar, concurriendo a izar banderas junto al ejército y
avalando prácticamente todo lo actuado por la Junta Militar con relación al
conflicto. También los partidos de izquierda quedaron pegados en la “defensa de la
patria”, equívoco nombre que recibía la defensa objetiva de la dictadura,
independientemente de la voluntad de quienes adherían a estos discursos. Estos
partidos no habían digerido adecuadamente una afirmación que antes del conflicto
ellos mismos realizaban: “Un territorio no vale más que la vida de las personas
que lo habitan”. El colmo del ridículo lo protagonizó el Partido Obrero, que desde
su periódico llamaba a los trabajadores a dirigirse a los cuarteles y pedirles
armas a las fuerzas armadas para enfrentar a los ingleses. Afortunadamente, los
obreros ni leían estas
imbecilidades, y si las leían, les hacían caso omiso. De haber puesto en prácticas
estas sugerencias, hubieran comprobado hacia que lado apuntaban los fusiles del
ejército.

Las posiciones pacifistas sólo fueron defendidas por un puñado de integrantes de
diversos organismos defensores de los derechos humanos y por individualidades que
poco eco lograban, en el marco de la férrea censura impuesta por la dictadura,
contrastada con el ruidoso coro de defensores de la absurda aventura.

Párrafo aparte merece el tratamiento recibido por los combatientes luego de la
guerra. Los soldados fueron despedidos hacia las batallas en medio de una sonora
parafernalia triunfalista. Producida la derrota, fueron recibidos en silencio,
casi con vergüenza. Desde entonces, la sociedad y los sucesivos gobiernos se hacen
los tontos frente al problema del reconocimiento y la reinserción de los soldados
ex-combatientes en Malvinas. Salvo con el actual, que intentó tímidas medidas
paliativas, sólo recibieron palabras, halagos y promesas, pero en efectivo, sólo
silencio, abandono, soledad y dolor para mitigar tanto sufrimiento pasado y
presente. Casi no existen planes de reinserción laboral, ni acceso preferencial a
prestaciones de salud, por citar dos aspectos necesarios y urgentes.

Pero aún así estaban en mejor situación que quienes quedaron en las islas a los
que nadie podía devolverle la vida. Estos conscriptos, los que fallecieron y los
que sobrevivieron, en su mayoría eran provenientes de las franjas más bajas de la
población y merecen el reconocimento de toda la sociedad. Como en E.E.U.U.,
durante la guerra de Vietnam, sólo los pobres dieron sus hijos al ejército. Los
sectores acomodados pagaban para que sus vástagos zafasen de la peligrosa milicia.

Lo único positivo que arrojó el conflicto es que la dictadura criminal debió irse,
abriendo paso a la democracia- independientemente de la valoración que hagamos de
ella- que hoy goza el pueblo argentino. Pero en la medida que los genocidas
debieron irse en estas condiciones, sin sufrir una derrota contundente por parte
del pueblo; se gestaron las condiciones de una democracia débil, superficial y
procedimental. El poder económico- verdadero causante y beneficiario del criminal
plan de gobierno implementado desde 1976- observaba todo el proceso desde
bambalinas y sacó las conclusiones del caso: los militares dejaban de ser
confiables, era necesario pasar a otra etapa: las democracias restringidas y
condicionadas que vivimos en las dos primeras décadas de la restauración
institucional.

La guerra de Malvinas fue una radiografía de la sociedad argentina, de sus miedos,
sus inconsecuencias, sus límites, sus terrores y de las dificultades- muchas de
las cuales aún hoy siguen vigentes- para que el pueblo argentino decida su destino
y pueda gozar de la paz, el bienestar y la prosperidad que desea. Un gobierno que
alentó la disolución nacional y el empobrecimiento popular- como fue la gavilla de
criminales que presidió el país entre 1976 y 1983- no puede ser portaestandarte de
ninguna causa justa.

En nuestra impresión, las tareas centrales que tenemos como sociedad son recrea la
ciudadanía social para el pueblo y la máxima autonomía para el estado nacional. En
este marco, el pueblo argentino debatirá el mejor modo de que las Falkalnd pasen a
llamarse Malvinas. Tales nos parecen las conclusiones más significativas para
extraer a un cuarto de siglo del desembarco.

Por Raúl Isman
Docente. Escritor.
Miembro del Consejo Editorial.
de las Revistas Desafíos y 2010.
Director de la revista
Electrónica Redacción popular.
raulisman@yahoo.com.ar
www.geocities.com/raulisman
http://raulisman.blog.terra.com.ar

  • La guerra de las Malvinas, o cuando la dictadura se suicidó

    6 de abril de 2007 23:51, por Quique

    Muchachos, todo muy lindo...
    Pero la foto es del genocida Pinochet (Chile) revistando la tropa.
    Esta bien que seamos vecinos, pero ya bastante tenemos con los genocidas nuestros.
    Saludos

    • La guerra de las Malvinas, o cuando la dictadura se suicidó

      7 de abril de 2007 00:04, por Tortuga

      Toda la razón del mundo tienes. Ya la cambiamos.

    • La guerra de las Malvinas, o cuando la dictadura se suicidó

      7 de agosto de 2007 21:26, por juan c. valdivia

      el que escribio el día viernes 06 de Abril
      es un tarado que no tiene idea donde esta parado,los militares Chilenos no usán charreteras, además el de la foto no es el
      General PINOCHET."NO SE OLVIDEN QUE LAS RATAS DE IZQUIERDA TENÍAN AL PUEBLO MUERTO DE HAMBRE Y QUERÍAN ENTREGARSELO EN BANDEJA AL TERRORISTA DE FIDEL Y SER SATELITE DE LA UNION SAVIETICA"
      Soy militar y por ello solo puedo decir que el mando de su país estaba en manos de deficientes y para poder desviar la atención a otro lugar, mandaron a muchachos sin experiencia al combate, además de tener ellos como sus propios enemigos a sus jefes que los tenian sin alimentos ni abrigo, estos muchachos, lucharon como verdaderos soldados, pero no por su patría sino por sus propias vidas."estos son los verdaderos heróes", casi olvidados.

  • La guerra de las Malvinas, o cuando la dictadura se suicidó

    9 de noviembre de 2016 19:19, por A.Mn

    Hola, me gustaría poder citar este artículo en un trabajo de investigacion que realizo sobre la transicion argentina.
    ¿Podría facilitarme como he de citarlo?
    Nombre autor, nombre articulo, año, editorial, y si es posible ciudad.
    Muchas gracias, es un buen artículo y buena fuente de información.

    • La guerra de las Malvinas, o cuando la dictadura se suicidó

      9 de noviembre de 2016 19:56, por Pablo

      El artículo nos lo remitió en su día vía mail su autor, Raul Isman, a quien no conocemos personalmente.
      Puedes citar los datos que encuentras en esta página: nombre del autor, título, fecha de la publicación y a esta misma página como editora.

      Saludos.

      Pablo, de la redacción de Tortuga.