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¿Fue realmente un anarquista Fernando Fernán Gómez?

Jueves.27 de diciembre de 2007 7493 visitas Sin comentarios
Estupenda reseña de la obra del genial actor, a cago de Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaosenlared #TITRE


Trapiello cuestiona el anarquismo de Fernán-Gómez

En un artículo en el suplemento preNadal de La Vanguardia, Andrés Trapiello escribe maliciosamente: "No sabe uno sí Fernán-Gómez era ya muy anarquista en los años duros del franquismo"...

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Hace ya mucho tiempo que no presto atención a los “magazines” de los diarios, esos dominicales repletos de menús fantásticos, prometedores viajes a lugares más o menos exóticos, o muestrario de lo último en la moda para mujer y hombre, páginas y más páginas que me provocan más hostilidad que otra cosa. El domingo 16, me cayó al lado un suplemento del diario condegodista La Vanguardia que resultaba especialmente denso por todo lo que obliga las Navidades, y entre las más variadas invitaciones a la compra, pude distinguir alguna que otra hoja suscritas por rutilantes firmas que hacían juego con todo lo demás.

Entre ellas, una de Jaime Arias sobre André Malraux y L’Espoir, y otra de André Trapiello titulada “Ni blanco ni negro ni rojo”, un título perfectamente concordante con sus pretensiones centristas de estar fuera de la pelea, lejos de tirios y troyanos, lo que por estos lares lleva más allá de los bandos contendientes de la guerra civil, y negarse a tomar partido entre comunistas y falangistas porque malos y buenos los hubo en un lado u otro.

Será desde esta cima céntrica desde donde el laureado poeta y escritor ha concebido esta artículo escrito desde Costanilla de los Desamparados, y en el muestra su ironía por el hecho de que “La gente, ante la pérdida de un actor o una cantante, se siente especialmente desgarrada, como si se les arrebatasen por la fuerzas las películas, las canciones, las galas de toda su juventud, y eso aunque su desaparición no sea especialmente prematura, accidentada o trágica: en este caso lo que sobreviene es una apoteosis”.

Y en esta razón, Trapiello pasa lista: “Concha Piquer, Lola Flores, Camarón, Paco Rabal, Paquirri, Rocío Jurado o, como hace unas semanas, Fernando Fernán-Gómez, no se ahorre con ello ni un solo adjetivo”. Y llegados a Fernando, cita el ejemplo al punto las palabras que la dedicó el ministro de Cultura socialista: “Lo hizo todo, y todo lo hizo bien”.

Uno piensa que es posible que mediáticamente todos estos nombres se puedan conjugar sin mayores matices, pero me resisto a dar un paso más allá. No solamente por las biografías y valores -¡tan diferentes¡-, sino por la misma actitud ante la muerte. Media abismos que sepultarían tanto a tirios como a troyanos entre todo el montaje con las muertes de Paquirri o de Rocío Jurado con la de los dos actores citados, que se negaron a entrar en el espectáculo.

No consintieron que los medias metieran la nariz en sus respectivas agonías, y le dieron el culo a toda las plañideras de las revistas del corazón, una categoría en la que ahora entran también determinados espacios televisivos así como algunas páginas de la prensa, incluyendo la “más seria” que, ciertamente, hablan bien de casi todos los muertos.

Trapiello prosigue ya por otros derroteros para interrogarse sobre sí “La estampa de ese cajón mortuorio ante el que velaba el presidente de la Real academia (que) era una imagen bizarra”, ya que sobre el féretro estaba la bandera anarquista, ante lo cual, Trapiello se pregunta como es posible ya que el hubiera “dicho que la anarquía era todo lo contrario de la Academia”.

A continuación, pasa a preguntarse con toda su buena fe centrista si Fernando “era muy anarquista durante los años duros del franquismo, en los que desarrolló la mejor parte de su carera como actor, en papeles y películas tan admirables como el último caballo, de (Edgar) Neville, que era marqués y muy del régimen”. Tampoco recuerda “sus protestas públicas contra Franco ni que tuviera mayores disidencias con las autoridades, limitándose como tantos a sobrevivir mirando hacia otra parte y a menudo callando”. Además, nos dice: “¿Pero no habíamos quedado también en que el franquismo había abortado cualquier asomo de talento o de libertad en este país”.

Su propia respuesta es la siguiente: “Otros artistas y no sólo del espectáculo, tampoco conocieron más horizonte que su arte que el franquismo, y pese a ello lograron hacer unas veces meritorias, otras excelentes, y a veces extraordinarias”. De todo lo cual, Trapiello concluye que las cosas no fueron blancas o negras, ni siquiera negras y rojas”, o sea, que fueron incoloras, más en consonancia con los que, como él, se sitúan más allá del bien y del mal. Y que por lo tanto, no caen en la contradicción “de ser a un tiempo anarquista y académico”.

No seré yo el pretenda justificar el encaje de bolillos del anarquista académico. Sin embargo, cabría anotar que el anarquismo es, de entrada, un sistema de ideas que se justifica por ser tan abierto como sea posible, incluso un señor tan partidista como Karl Marx tenía como primer principio la duda. Luego vendría el imperativo categórico de estar al lado de los trabajadores y de los oprimidos, algo que a Trapiello le debe parecer música celestial.

Señalemos también que se hablado de anarquistas conservadores o “tories” como llamaría Orwell al inmenso Jonathan Swift. Al propio Orwell le atribuirían idéntica definición aunque a mi parecer que habría sido mucho más propia de un autor como Chesterton.

Entre nosotros, la antinomia ha sido utilizada por Luís García Berlanga, otro caso sobre el que cabría más de un matiz comenzando por el siguiente: Berlanga fue mucho más anarquista contra el franquismo, y mucho más conservador después. En cuanto a lo académico, pues depende de lo que hiciera en la Academia, donde no sé como se puede ejercer como anarquista pero seguro que deben de haber maneras y ejemplos aunque sean contradictorios, y en el caso de Fernán-Gómez, la verdad es que nunca presumió de coherente ni de resistencialista, ni mucho menos. Además de ser abierto, el anarquismo se permite eso, ser contradictorio.

No olvidemos por ejemplo que Giuseppe Fanelli pudo realizar su mítico viaje a España porque gozaba de las ventajas de su papel parlamentario (al que por cierto no quiso renunciar), o que Tolstoy siguió siendo conde y creyente, pero supongo que lo que importa es que tanto uno como el otro actuaron como anarquistas en lo fundamental.

A veces también ocurre -y en esto también Orwell tenía nos apunes muy interesantes- que existen conservadores paradójicos, coherente y en ciertas medidas y circunstancias, admirable, lo mismo que existen revolucionaros que, según como, más bien desprestigian la revolución. Y es que de hecho, al menos de momento, es mucho más fácil lo primero que lo segundo, ya que en este caso, las contradicciones están garantizadas.

Otra cosa sería lo de la actitud anarquista de Fernando que nunca presumió de haber sido un resistente heroico, en una ocasión definió su anarquismo como el propio de la “farándula”, pero se sabe que durante la Guerra Civil, recibió clases en la Escuela de Actores de la CNT, debutando como profesional en 1938 en la compañía de Laura Pinillos; allí le descubrió Enrique Jardiel Poncela, otro que tal, y que fue quien le dio su primera oportunidad al ofrecerle, en 1940, un papel como actor de reparto en su obra Los ladrones somos gente honrada. Desde entonces, Fernando hizo muchas cosas en unas circunstancias que nadie puede tratar a la ligera.

Sobrevivió, y lo hizo en un medio que tenía sus propias exigencias. Nunca se enfrentó abiertamente al régimen, aunque me consta que firmó más de un manifiesto como aquel con los mineros de Asturias en huelga, y contra cuyos firmantes cayó o llovió la furia represiva del aquel prometedor ministro llamado Manuel Fraga Iribarne; pero buena nada comparable con la dura resistencia militante. En los años cuarenta intervino en películas tan del régimen como Balarrasa, aunque en este punto pudo escabullirse mejor que Francisco Rabal, quien en sus inicios que tuvo que para por títulos como El canto del gallo o Murió hace quince años, con ópticas anticomunistas totalmente opuesta a lo que pensaba (y hacía).

Pero entre esos tragos para Fernando no se puede citar El último caballo (1950), una película encantadora, en nada fascistona sino todo lo contrario. Vista ahora resulta de un ecologismo candoroso y tenuemente neorrealista, y eso por más que Neville fuera hijo de la condesa Berlanga y durante la guerra sirvió al fascismo. Entonces ya no era el mismo, de hecho fue el antecesor de Berlanga con el que, por cierto, colaboró en aquella “inocente” sátira llamada Novio a la vista. También trabajó con J.A. Nieves Conde quien al parecer fue hedillista en su juventud, pero que fue un realizador “maldito” desde que dirigió Surcos, y con Fernando trabajó en el inquilino, una película condenada al ostracismo que solo se ha visto de tanto en tanto en la TV2. Falangista fue en su juventud Juan Antonio Zunzunegui, el autor de la novela La vida sigue, que Fernando adaptó el cine, y que desde luego, nadie relacionaría lo que se ve en la película con la juventud del novelista.

Claro que Fernando desde entonces fue anarquista. Un anarquista posibilista que fue haciendo su contribución desde dentro. Manteniendo su nombre en el candelero, a veces con películas que no le merecían, como no merecían a muchos de sus actores, sobre todo la escuela de los secundarios, gente que había hecho teatro por los pueblos, y que sabían bordar sus papeles, pero hacían lo que podían hacer, que no era poco, a mí al menos me ayudaron. Pero siempre que pudo, Fernando estuvo allí para dar cuerpo a numerosos títulos de valor, películas con las que la gente podía respirar aire fresco y crítico. No es cierto, o al menos no se puede decir de manera tan tajante como lo hace Trapiello, que Fernando llevó “lo mejor” de su carrera bajo el franquismo algo que sí se puede decir de Bardem y de Berlanga, como se puede decir que el mejor cine antifranquista se realizó bajo Franco: Plácido, El verdugo, Calle mayor, La caza, etc.

No se puede decir de Fernando porque desde El espíritu de la colmena hasta las últimas, hay muchas interpretaciones para por lo menos hablar largo y tendido, y a mi parecer, de mucho mayor calado que las pudo hacer bajo el franquismo, condenado como estuvo a parecer un “actor cómico” al lado de concha Velasco Laurita Valenzuela. También se dan en esta fase algunas de sus películas más definitorias de su voluntad ideológica como Mi hija Hildegart o Mambrú se fue a la guerra, posiblemente su título más acorde con su pensamiento.

En cuanto a lo de sí habíamos quedado que “el franquismo había abortado cualquier asomo de talento o de libertad en este país”, no sé a quien corresponde. Sería estúpido negar que incluso dentro del franquismo se dieron manifestaciones de talento, el ser un hijo de mala madre no impidió nunca a nadie tener talento, y los hubieron, y no pequeños, bajo el nazismo y bajo el fascismo. Un cineasta como Sáenz de Heredia, autor de Raza y de dos de las películas más repugnantes de la historia del cine, también lo fue de algunos títulos estimables, algunos con el propio Fernando.

En ese tiempo, Fernando no miró hacia otro sitio, pero cayó como no podía ser menos. Pero no por ello dejó de ser un resistente, y ahí están sus logros como “tutor” de películas como Vida en sombras, en la que el personaje central (el propio Lorenç Llobet), tuvo que presentarse como soldado “nacional” cuando había sido un ferviente republicano, y como cineasta que bajo el envoltorio de la comedia o del esperpento, realizó películas que nunca habría podido hacer de haber optado por una oposición frontal ante un régimen que despreciaba tanto como los que estaban en la clandestinidad.

Cierto que se puede discutir el alcance de su posibilismo, como se pueden discutir no pocas de sus películas como director, pero como en tantos otros casos conviene no olvidar su principal característica, y ésta fue una que le llevó, a la menor oportunidad, a interpretar o dirigir películas que nos ayudaron a vivir y también a comprender y a luchar.

Que no se piense Trapiello que todo el mundo llegó después de la batalla para presumir de ecuanimidad y de no estar contaminado ni por los unos y los otros. En pocas palabras, su artículo no desmerece el toque de grandes almacenes que distingue este grueso dominical de La Vanguardia.