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“El flamenco ha sido siervo de las subvenciones"

Jueves.30 de julio de 2015 132 visitas Sin comentarios
Curro Aix Gracia, investigador de sociología del arte. #TITRE

Belén Macías Marin

Diagonal

Con la osadía de analizar un arte venerable como el flamenco con método científico, comenzó Curro Aix Gracia su trabajo de investigación hace doce años. Ahora el libro Flamenco y poder. Un estudio desde la sociología del arte recoge este esfuerzo por desentrañar las condiciones económicas y políticas de producción del “hip hop del siglo XIX”, que, denuncia, ha llegado a convertirse en instrumento electoralista en los últimos tiempos.

En tu libro hablas de que el motor de cambio en el flamenco son las luchas entre artistas aspirantes y consagrados. ¿Estas luchas son más encarnizadas que en otros campos?

Sí. La clave que determina la beligerancia de esas luchas depende de la desregulación que existe en este ámbito. El flamenco es un campo en proceso de legitimación social y no existe una regulación: no existen apenas estudios reglados, formas de transmisión formalizadas, etc. En ausencia de formas de reco­nocimiento explícitas y homolo­ga­das, lo que hay es el mercado abierto, impío por definición. La única forma de conseguir estatus, reconocimiento y acceso a los recursos es mediante la lucha descarnada por imponer los valores propios sobre los aspirantes que llegan desde abajo e intentan cambiar los criterios de legitimación.

Detrás de lo que dices parece existir mucha precariedad laboral: si la gente disfrutara de estabilidad no sentiría como tal amenaza a la gente que empieza…

Exactamente. La desregulación en el campo también se refleja en una precarización laboral agravada con la crisis. Hay saltos curriculares e intrusismo profesional del sálvese quien pueda. Y hay figuras que tienen 60 o 65 años y tienen que partirse la espalda dando clases, porque igual se han quedado con 600 u 800 euros de pensión. Hay incertidumbre y miedo a no poder mantener a la familia cuando hay familias flamencas que viven en torno a una primera figura. De hecho, muchas de las luchas tan beligerantes que hay en el flamenco en torno a la pureza y las actitudes intolerantes de las consagradas hacia las jóvenes se deben a que ni las propias consagradas tienen hora segura.

¿Y tú qué piensas de la pureza?

Como ciudadano del siglo XXI, no creo en la pureza, faltaría más. La pureza está en el cloro, en la lejía. La pureza la interpreto a varios niveles. A nivel biográfico, algunas defienden todo el acervo musical de la época dorada de su vida. Y hay otra parte reproductiva: hay gente que cuando defiende la pureza está defendiendo su propia supervivencia, su sueldo, más allá de sus ideales estéticos.

Ya no canta al hambre o a la represión. ¿A qué canta ahora el flamenco?

A lo largo del siglo XIX, soterradamente ha habido siempre una capa del flamenco que ha sido política, y que saltaba en ocasiones a la arena pública. Sin embargo, a lo largo del siglo XX y durante la demo­cracia se va incorporan­do pau­­latinamente la censura. Hay ciertos temas que se evaden y, si se habla de asuntos sociales, son brindis al sol. Se habla de las fatigas del campo en el pasado remoto, pero no se habla de la marginación actual de los gitanos, de la gentrificación y del desalojo de familias en un barrio como Triana en los 70 o de la pésima distribución de la tierra en Andalucía. Los artistas tienen miedo de quedarse fuera de los circuitos. Se reinventa una historia de opresión ‘remotista’ para que los que subvencionan no se sientan dolidos.

Pero ahora, cuando ya sólo quedan recursos públicos para una élite profesional, está habiendo una repolitización del flamenco. El artista social había desaparecido y ahora reaparece. Además de El Cabrero, que siempre ha estado ahí, ahora están Rocío Márquez, Francisco Contreras ‘El Niño de Elche’, Juan Pinilla o el colectivo más activista Flo6x8.

¿Entonces no hay que subvencionar el flamenco/la cultura?

Este debate hay que tratarlo con delicadeza. Yo creo en una cultura subvencionada que no ciegue al mercado: que coexistan el modelo francés de la cultura de derecho (a la sanidad, a la educación, a la seguridad laboral y también a la cultura) y el anglosajón del beneficio económico, al que debemos lo mejor del rock and roll, el pop o el jazz. Tiene que haber una diversificación de fuentes de financiación en la cultura. Pero yo sí creo en el mercado. La ausencia de mercado es empobrecedora porque obliga al arte a asumir los techos políticos del Estado. Y también es hermoso que la taquilla se pronuncie; es una expresión directa de la voluntad popular. A pesar de que la gente que busque el teatro hortera seguirá ahí, la libertad de la taquilla nos va a dar un arte emancipado del mecenazgo público, que a veces genera cierto adocenamiento. Ha habido un momento en que el flamenco ha sido siervo de las subvenciones, se ha clientelizado.

Y ha servido para conseguir votos…

La gestión pública del flamenco ha sido electoralista y populista. En el caso concreto de Andalucía, sobre todo, ha contribuido a mantener una hegemonía cultural que luego se traduce en votos, pero también en diversas formas de dominación y perpetuación en el poder del PSOE-A.

Además es un buen reclamo turístico en las ciudades-marca.

Los festivales globales, como la Bienal de Sevilla, aunque han supuesto un enriquecimiento artístico para la ciudad, apuestan por eventos mastodónticos, a caballo ganador. En términos ciudadanos, el balance es empobrecedor: aumento de precios del alquiler, consumo, etc.

Las políticas neoliberales envuelven a las ciudades, donde hay un modelo de gestión de la cultura festivalizado, verticalizado. David Harvey y otros autores hablan además de cómo se da una paradoja muy singular. Por un lado, la ciudad-marca explota los valores que le son propios: en el caso del flamenco en Anda­lucía, la cultura de la calle, la música en directo en los bares, y al mismo tiempo los persigue si no son rentables: se prohíbe comer y beber en la calle para maximizar los beneficios de las terrazas, hay restricciones para hacer música en directo en los bares. Todo esto dificulta las prácticas sociales que han hecho del flamenco la música que es. La ciudad neoliberal celebra la música y al mismo tiempo la persigue.

También explicas el paso de la cultura democrática a la democracia cultural. ¿Cómo devolver la cultura flamenca a la sociedad civil?

Cuando España entra en la llamada democracia, hay un movimiento fuerte de gente con ganas de promover el flamenco, muy en paralelo al movimiento vecinal, con peñas flamencas autogestionadas. De verdad existía una cultura de democracia directa: la gente vivía, hacía y gestionaba las actividades culturales. A medida que avanzan los años 90, sobre todo el PSOE genera una apropiación de la cultura que supuso la alienación de las bases culturales. Les retiró el poder, las desinyectó. Pasamos de una cultura democrática a una democracia cultural, pasamos de una democracia directa en la gestión de la cultura a una democracia que ofrecía una cultura programada y cerrada en un menú; la sociedad civil pasó de ser protagonista a ser un sujeto pasivo al que se le ofrecía cultura.
Y recuperar todo esto ahora es difícil. Las bases sociales de las peñas flamencas envejecieron, los precios de los locales son prohibitivos y la cultura de la taquilla es difícil de levantar una vez que se acaba con ella. Está por ver si va a haber una juventud con un afán arrollador que esté dispuesta a asociarse y a luchar por el flamenco.

¿Este arte tiene algo que decir en este momento de cambio?

Yo creo que sí. El flamenco es una música con un potencial dialéctico y contestatario espectacular por el hecho de despertar una fuerte identificación colectiva y por tratar temas universales de hondo calado social. Por otro lado, las músicas son moduladores emocionales y el flamenco tiene una capacidad de repercusión particularmente intensa. Es una forma, llena de vida y exultante, de interpelar, de recolocar la mirada, de extrañarse ante el sentido común que dice que las cosas no pueden cambiar, de ir un paso más allá. Además, el flamenco es muy reflexivo sobre la condición humana. Estalla con la Modernidad y rechaza la alienación del ser humano en el capitalismo en las urbes. Algunas letras del flamenco son machistas, pero muchas hablan de la cultura popular, de lo común, de lo que se comparte frente a las élites, de lo sencillo frente a lo ampuloso, de lo no lucrativo frente al dinero de los señoritos.

¿Estamos ante su decadencia o su renacer?

Se lleva hablando de que “se está perdiendo el flamenco” desde que nació. No suscribo el tópico. Se practica ahora más que nunca. La cultura digital le aporta mucho. Es la pérdida del espacio público lo que dificulta que la música se realice con toda su potencia de transformación y crecimiento.