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Doscientos jóvenes se han negado en los últimos años a prestar el servicio militar en Israel

Sábado.4 de diciembre de 2010 550 visitas Sin comentarios
En su país les consideran traidores/as. #TITRE

"No eludo el compromiso con mi país, opto por este gran acto de responsabilidad civil que es denunciar lo que mi Estado hace mal", dice una de las objetoras...

Carmen Rengel | Periodismo Humano

Tomado de Kaosenlared

“Papá, no voy a entrar en el Ejército. No quiero. Sabes por qué”. Una hija se afirma, sincera, ante su padre. Se conocen bien, se entienden, se adoran. No hay mucho más que hablar. Él sabe que no la va a convencer. Es firme y cabezota, como él, y no da su brazo a torcer si tiene una idea fija en la cabeza. Digna hija de su padre. La escena podría ser un encontronazo más entre una adolescente y su progenitor, pero las circunstancias la convierten en excepcional: la que se niega a vestir el uniforme es Omer Goldman, una de las jóvenes israelíes que rechaza el reclutamiento como miembro del movimiento shministim (el nombre que se le otorga a los chavales del 12 grado, el último curso de la educación secundaria), y el que escucha es uno de los espías más brillantes que ha tenido el Mossad, el segundo en la sombra, conocido como ‘N’. La historia familiar evidencia el movimiento interno que están sufriendo Israel y sus Fuerzas Armadas: no son un muro infranqueable, no son puro orden -taconazo y a cuadrarse-, son un ente vivo donde se genera debate, se examinan las conciencias, se plantean las contradicciones.

Los shministim son el último gran ejemplo de esa ebullición que viven las Fuerzas Armandas de Israel, son objetores que se niegan a pasar de las aulas a la base. El movimiento se creó en 2008 y, desde entonces, casi 200 chavales han rechazado alistarse. El proceso es tan sencillo como arriesgado: llega la citación para el reclutamiento, se rechaza, se espera la audiencia en un tribunal militar donde de nuevo hay que explicar ese “no” y se cumple la consiguiente pena de cárcel, de entre 10 y 30 días aproximadamente. Luego vuelven la llamada a filas y se repite el proceso. La rebelión es tan nueva que se desconoce aún cuántas veces puede acabar en prisión uno de estos jóvenes. Lo habitual es que el Ejército deje de insistir cuando han llegado a los 21 años y se les ha pasado la edad de ser reclutas o si se presentan alguna eximente médica o religiosa como excusa. La incertidumbre a lo que puede ocurrir mientras se revive ese bucle de reclutamiento-rechazo-castigo lleva a los jóvenes a una incertidumbre absoluta: no saben cuándo los encerrarán, por cuánto tiempo, en qué condiciones –si se niegan a vestir uniforme durante su condena son sometidos a aislamiento-, viven con ese miedo y con la imposibilidad de proseguir en paz unos estudios o de encontrar un empleo. Nadie compromete un contrato con estos jóvenes, a los que sus iguales ven como valientes referentes y a los que la mayor parte de la sociedad israelí condena como traidores.

Omer, enérgica, se engrandece ante la crítica. “No soy cobarde, no soy una desertora, no eludo el compromiso con mi país, sino que opto por este gran acto de responsabilidad civil que es denunciar que el Ejército va más allá de la misión defensiva para la que fue creado”. Porque esa es la base de los shministim: su oposición al servicio militar –tres años obligatorios para chicos y dos para chicas- se fundamenta en su crítica por el “maltrato” a que someten a los palestinos de Gaza y Cisjordania. No quieren ser “cómplices” de una “fuerza de ocupación” que “somete” a la población árabe en los controles (más de 600), que contribuye “a la extracción ilegal de sus recursos naturales”, que defiende a los colonos que “roban su tierra”, que “humillan” a los palestinos con su “intento de superioridad racial” y que, incluso en sus propias filas, discriminan a la mujer y al inmigrante. Los entrecomillados son extractos de las cartas que, desde hace dos años, envían al primer ministro de Israel y a su ministro de Defensa para formalizar públicamente su negativa a tomar las armas, una campaña a la que 25.000 personas más se han sumado en Internet.

En un país en el que el 53% de los judíos piensa que debería fomentarse la emigración de los árabes israelíes, o sea, que quieren que se vayan, y casi la mitad, el 46%, no quiere vivir cerca de árabes (datos del Instituto para la Democracia de Israel), la negativa de estos jóvenes surge de una inquietud humanista profunda, de una curiosidad intensa respecto al vecino y, en muchos casos, de un encontronazo violento con la realidad de los Territorios Ocupados, que todo lo cambia. Es lo que le ocurrió a Omer. “Sin que lo supieran en casa, fui a un pueblo palestino cerca de Ramala y me encontré con miembros de una ONG. Cuando los soldados me vieron con ellos no sabían que yo era israelí, así que me tiraron granadas y balas de goma como a los demás.
Fue terror puro. Me di cuenta de lo opresiva que es allí la realidad. Si la conoces, no puede más que oponerte a lo que allí hacen mis compatriotas”, relata. Un año después, cuando le llegó el momento, dijo que no, que este no sería su Ejército. Podía haber logrado un falso certificado médico o, con las influencias de su padre, haberse alistado para hacer cómodos trabajos de oficina, lejos del peligro. Pero no quiso. Por principios. “Unas Fuerzas Armadas son necesarias, por supuesto, ojalá no lo fueran en ningún lugar del mundo, pero es que éstas son innecesariamente violentas con quien no puede defenderse. Y yo no voy a cometer crímenes de guerra”, concluye. Su postura le costó 28 días de cárcel en dos fases. Si no ha vuelto aún es porque la rapidísima pérdida de peso durante su confinamiento ha llevado a los médicos a desaconsejarlo.

Su compañera Or Ben-David, la que acarrea la condena más larga hasta el momento (81 días en tres periodos diferentes), se ha volcado ya completamente en trasmitir ese mensaje. “No todos los israelíes somos iguales”, remite cada dos o tres frases. Se define sionista, convencida de la necesidad de que exista el Estado de Israel, pero sin violentar a nadie. La guerra del 48, afirma, fue necesaria para definir el país, pero lo que ha venido después “son seis décadas de opresión con los palestinos”. Y con eso no comulga. Pero que nadie le diga que está ensuciando el buen nombre del Ejército. “No, es una gran institución, pero tiene vicios, errores y deformidades. Yo quiero cambiarlas. Si estoy pasando por este sufrimiento es porque quiero transformar su realidad. Hay compañeros que sirven porque quieren cambiar el Ejército desde dentro. Yo quiero hacerlo desde fuera, alertando de sus males, y dando a entender a los palestinos que hay esperanza, que también a este lado hay gente que no les quiere hacer daño sino bien”, argumenta. Mañana de nuevo irá a Bil´in, en Cisjordania, su “segundo hogar”, a “coleccionar argumentos”, a hablar con los otros. “Nuestra pelea de hoy puede ser la vecindad en paz de mañana”, dice antes de despedirse, con una fe intensísima.

Rabia sin contención es la que muestra Tamar Katz, la más vehemente de estas chicas shministim (un 80% de estos objetores son mujeres). De familia pacifista, ha cumplido tres condenas ya por su negativa a cumplir el servicio militar, 51 días en total. Con el Yediot Aharonot en la mano lo explica gráficamente: “No estoy dispuesta a ganarme un titular porque he apuntado indiscriminadamente a un palestino y con los nervios o el cansancio o el miedo se me ha ido la mano. No quiero ser parte de eso, ni por premeditación, ni por órdenes ni por error”. Ahora se dedica a dar charlas en asociaciones de izquierdas para contar su postura: que no quiere ser parte de un “ejército tirano”, que no va a invadir “una tierra que no es suya”, que Israel “tiraniza a los civiles sin motivo” con el “falso pretexto de su seguridad”. Hasta EEUU ha llevado este mensaje Mia Tamarim, graduada en Nuevo México, que se denomina seguidora de Ghandi y profesa la noviolencia. “Es absolutamente opuesta a mi modo de vida”, sonríe. Eso fue lo que alegó ante el tribunal militar que la acabó condenando (42 días entre rejas, tres sentencias). Sin embargo, el pacifismo de los shministim no está reconocido como una eximente para servir en las IDF israelíes. Un joven puede librarse de esta mili, más allá de las cuestiones médicas, si es judío ultraortodoxo, en el caso de los hombres, y si alega motivos religiosos avalados por un rabino o si está casada, en el caso de las mujeres. También se puede hablar de objeción de conciencia, que es a lo que se acogen estos chicos, pero las IDF entienden que en su caso no van contra la guerra en general, que sus principios no van contra todo el sistema defensivo, sino contra acciones específicas de las Fuerzas Armadas de Israel, y por eso entienden que caen en un “caso claro de desobediencia civil”.

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