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Deshumanizando al pueblo afgano

Jueves.3 de agosto de 2017 263 visitas Sin comentarios
Emran Feroz, Al-Jumhuriya English #TITRE

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Estados Unidos lanzó, hace unas cuantas semanas, la bomba no nuclear más grande de que dispone –la llamada “madre de todas las bombas (MOAB, por sus siglas en inglés)”- en el este de Afganistán. O, para ser más precisos, probó la bomba de nombre perverso por primera vez en combate. En realidad, la MOAB es una verdadera arma de destrucción masiva. Con ella se pretende destruir y matar cuanto sea posible. Si la hubieran arrojado sobre la ciudad de Nueva York, por ejemplo, todo Manhattan hubiera quedado destruido. Sin embargo, parece ser que como se lanzó sobre algún lugar de Afganistán, a todo el mundo le trae sin cuidado. Aunque el monstruoso ataque apareció en algunos titulares durante unos pocos días, la “hazaña” ha quedado ya olvidada y suprimida.

¿A quién mataron? ¿Qué resultó destruido? ¿Cuál fue el impacto del bombardeo en la región y en su medio ambiente? Todas estas preguntas no sólo se han quedado sin respuesta, sino que parece que ni siquiera han llegado a plantearse. La cobertura de noticias en vivo y las historias en profundidad sobre las víctimas parecen reservadas sólo para los acontecimientos que se producen en Occidente.

La realidad en Afganistán demuestra a menudo que las víctimas civiles son inevitables cuando se producen ataques aéreos. Esto es especialmente así tras un ataque tan monstruoso. Uno esperaría que se proporcionaran más detalles de los ofrecidos por las autoridades del gobierno afgano. Según estos funcionarios, la MOAB mató a unos 90 combatientes del Estado Islámico (EI), pero a ningún civil. En este contexto, el silencio del principal culpable –EEUU- está marcando algo más que un patrón. Hasta ahora, el Pentágono no ha presentado ningún comunicado detallado sobre las consecuencias del ataque. Parece que, para ellos, sencillamente no hay víctima alguna. El único comunicado ofrecido se refiere a que “los túneles del EI” en el distrito de Achin, en la provincia de Nangarhar, fueron atacados con éxito.

Los afganos, tanto dentro de su país como quienes se hallan en la diáspora, reaccionaron de forma muy crítica al ataque, organizando diversas manifestaciones dentro y fuera de Afganistán. La razón de su indignación era sencilla: muchos afganos son conscientes de que su país se ha convertido en un patio de juegos del armamento occidental. Saben también que quienes están en el poder son libres para matar y destruir sin tener que hacer frente a ningún tipo de escrutinio o consecuencias.

Esta es parte de la realidad en Afganistán, no sólo desde el lanzamiento de la MOAB sino, de hecho, desde los mismos primeros días de la ocupación del país por la OTAN.

El 7 de octubre de 2001, se utilizó otra arma por primera vez en combate: el avión teledirigido (dron) convertido en arma. El supuesto objetivo de la máquina de matar era entonces el líder talibán, el mulá Mohammad Omar. Un recinto de la sureña ciudad afgana de Kandahar fue atacado con misiles Hellfire. Docenas de personas murieron entre las llamas. Todos ellos, por primera vez en la historia, fueron asesinados con control remoto. Sin embargo, el jefe de los talibán no estaba entre ellos.

Hoy en día sabemos que el mulá Omar murió más de una década después, y por causas naturales. Mientras tanto, las personas que murieron en su lugar ese día de octubre siguen siendo aun completamente desconocidas. Sus nombres e historias permanecen en la oscuridad. Al igual que innumerables afganos en los años siguientes, convertidos aún en víctimas invisibles y sin rostro.

Este es un tema habitual de la “guerra contra el terror” en Afganistán, sobre todo tras la introducción de los ataques con drones. El reciente lanzamiento de la MOAB es sólo otro pico. En este contexto, resulta también notable que, según la ONU, las víctimas civiles de las operaciones aéreas en Afganistán hayan aumentado en un 341% en comparación con las del año pasado. Por otra parte, desde que Donald Trump llegó al poder, se han llevado a cabo más de 600 ataques aéreos –al menos 239 de ellos ejecutados por drones Predator- sobre el suelo de Afganistán.

Se han probado también otras armas sobre la población civil afgana. Un buen ejemplo de ello es la utilización de municiones de uranio por las fuerzas de la OTAN. Es posible que la mayor parte de la gente en el mundo occidental no hay oído nunca hablar de ello, y por buenos motivos. Las fotos de las víctimas de estos brutales crímenes de guerra apenas llegan a los principales medios de comunicación. Los crímenes de guerra occidentales no encajan todavía bien en la narrativa con la que a muchas personas se les hace un lavado de cerebro.

Para poder contrarrestar dicha narrativa, es importante que todos estos hechos no se tomen en consideración como actos aislados y separados unos de otros. Sólo afrontando el cuadro en su totalidad podrá resultar evidente la absoluta sistematización y falta de escrúpulos tras esos crímenes. Sin embargo, ese cuadro no se creó ayer; es el resultado de una década de abusos políticos y militares sobre una población oprimida. Por esa razón, la distópica realidad de Afganistán sobre el terreno, y lo que Occidente está haciendo allí, se merecen mucho más que una nota marginal en la cobertura diaria de las noticias.

Emran Feroz es un periodista freelance que reside en Alemania y es el fundador de Drone Memorial, una página de Internet que recoge los nombres de las víctimas de los ataques con drones.

Fuente: http://aljumhuriya.net/en/culture-p...

Tomado de Rebelión