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Cuando la policía es la investigada

Jueves.20 de abril de 2017 145 visitas Sin comentarios
La comisaría nacional en Ourense está bajo la lupa de varios juzgados: una presunta trama de narcotráfico, un robo de armas, anónimos injuriosos y el suicidio de un agente. #TITRE

S. R. P.

C.B.A. era un poli con buena fama. Uno de los más conocidos entre la gente de a pie. Mucho más accesible que otros, había sido entrevistado por los medios locales y daba charlas en colegios y centros sociales para que los ciudadanos apredieran a afrontar un peligro. Era el responsable de prensa y participación ciudadana en la comisaría de la policía nacional de Ourense, instructor de tiro y entrenador policial de defensa personal y artes marciales tan ancestrales como el kobudo. Coleccionaba cinturones negros. Impartía cursos sobre "arrestos de delincuentes violentos" o "asaltos a inmuebles con armas de fuego en situaciones de riesgo" para mejorar la seguridad de las brigadas. Era, según dijo en caliente el Sindicato Unificado de Policía, un "buen compañero"; uno de esos funcionarios policiales que ayudan a crear un buen ambiente en una profesión dura y tantas veces amarga. Un hombre "cordial, alegre, servicial".

Hace un año, el sábado 9 de abril de 2016 sobre las diez de la noche, apareció en su despacho de la quinta planta muerto de un tiro. Casi seis horas antes, desde su ordenador y su móvil envió mensajes a mandos y a amigos. En los correos, el agente de 48 años pedía perdón por el daño causado a otros policías. Por WhatsApp aseguraba a los miembros de su sociedad gastronómica que lo sentía y que ya lo entenderían algún día. Muchos compañeros y gente agradecida fueron a despedirlo a la parroquia el día de su funeral.

La policía vio desde el primer momento el caso como un suicidio que aclaraba muchas cosas, pero un año después el juzgado sigue investigando los hechos, mantiene la causa secreta bajo siete llaves y es por tanto todavía un supuesto que el zurdo C.B.A. se disparase en la cabeza con su mano izquierda, o que al menos lo hiciera por plena voluntad, sin condicionantes, libre de cualquier presión externa. La autopsia determinó que el proyectil entró por el lado izquierdo y salió por el derecho. Como suele pasar con estas cosas mientras un juez no saca conclusiones, la "hipótesis más probable" del análisis forense es la del suicidio, una muerte precipitada por un descomunal cargo de conciencia; pero todas las circunstancias del suceso son presuntas de momento. En el correo enviado a varias cuentas de la policía con el que pedía perdón, el instructor de defensa personal se hacía responsable absoluto de la grave crisis de reputación que atravesaba la comandancia, enclavada en el barrio de As Lagoas, desde hacía año y medio.

C.B. asumía el robo de seis armas reglamentarias (cuatro pistolas y dos revólveres) de policías jubilados que se custodiaban en el búnker. Y también se autoinculpaba de los anónimos enviados a Asuntos Internos, en Madrid, el 11 de noviembre de 2014, y a cuatro medios de comunicación meses más tarde, en los que se delataba el robo, se señalaba a varios agentes y se destapaba con todo lujo de detalles una supuesta trama de corrupción. Una red tejida con la materia prima de la connivencia, la revelación de secretos y el intercambio de favores entre miembros de un equipo policial y narcotraficantes de medio pelo.

En aquel escrito se acusaba a personas con nombres y apellidos de actuar como un grupo paralelo que burlaba todo tipo de control en la investigación de las bandas y el tráfico de drogas. Y además de incontables detalles que el agente muerto no parecía ser capaz de saber por sí solo, el texto se trufaba de abundantes pistas falsas y acusaciones que la investigación no pudo demostrar jamás. Siempre se tuvo claro que los anónimos habían salido de dentro de la policía, y desde el principio se habló de "ajuste de cuentas", "venganza", "vendetta".

Un año después, en noviembre de 2015, estallaba la Operación Zamburiña contra el tráfico de drogas y, además de una decena de traficantes, en una sola noche eran detenidos por compañeros enviados desde Madrid el jefe de la unidad de estupefacientes y otro agente. Acababan imputados cuatro miembros de su equipo y la brigada antidrogas era desmantelada. Este caso y el del robo de armas en agosto de 2014 (que ya se anunciaba en el primer anónimo aunque en la policía nadie se había dado cuenta) eran asumidos por el juzgado de Instruccion número 1 de Ourense; el de las supuestas injurias y calumnias lanzadas por el informante anónimo, por el 2; y cuando apareció muerto el delegado de prensa, el suceso que manchó de sangre la maltrecha y diezmada comisaría recayó sobre el 3.

Hoy, la titular de este juzgado, Eva Armesto, aspira a recomponer el puzle con todas y cada una de las piezas porque hay circunstancias del suicidio que no le encajan. Ha interrogado varias veces a un buen número de agentes y, según ha informado el diario La Región, ha reconstruido recientemente durante toda una larga noche los hechos de aquel 9 de abril en que falleció C.B. Desde que el agente aparcó su moto en el garaje poco antes de las cuatro de la tarde y entró en el peculiar edificio de hormigón que ocupa la policía, hasta varias horas después del hallazgo de su cadáver.

Para matarse había utilizado una de las pistolas robadas, una Heckler & Koch USP Compact, un modelo que forma parte de la dotación reglamentaria del Cuerpo Nacional de Policía. También sobre su mesa de trabajo reposaba otra de las armas robadas, y una tercera apareció dentro del cajón. Las otras tres que faltaban del armero siguen sin salir a la luz.

En el episodio del robo de armas nadie había desconfiado de C.B. hasta el momento de su suicidio y confesión. Aparentemente, el que era policía nacional desde 1991 y fue destinado a Ourense en 2006 no tenía problemas con nadie. Pero días antes de su muerte había cobrado fuerza el rumor de que los investigadores habían identificado ya el ordenador desde el que se habían enviado los anónimos y que existía un claro sospechoso.

No se ha podido aclarar, de momento, si en esta supuesta guerra interna había alguien más involucrado que informaba, guiaba y marcaba los pasos del único filtrador confeso. A la juez le saltaron las alarmas cuando descubrió que el arma suicida tenía alguna huella que no era del difunto y no se hallaba exactamente igual que había aparecido. Por si esto fuera poco, según han informado varios medios locales, este mismo año a la magistrada le ha llegado también un anónimo desde otra ciudad gallega que describe una suerte de presiones sufridas en los días previos por el policía que se autoinculpó antes de matarse. "Es un caso de película; para mí como ningún otro que se haya visto en Galicia en un montón de años", comenta una persona relacionada con la investigación antes de cerrarse en banda. El hermetismo es fuerte. "Probablemente todo se aclarará muy pronto", consuela: "A su debido tiempo".

El País