Cooperativas y cooperativismo: una historia de solidaridad - Tortuga
Administración Enlaces Contacto Sobre Tortuga

Cooperativas y cooperativismo: una historia de solidaridad

Jueves.16 de febrero de 2006 12432 visitas Sin comentarios
Periódico Diagonal #TITRE

75 AÑOS DE LA LEY DE COOPERATIVAS DE LA II REPÚBLICA

LAS COOPERATIVAS nacieron asociadas a las primeras mutualidades obreras.

Dolors Marín*

Dentro de la línea emprendida
desde hace algunos
años de recuperación
de la memoria
histórica en que parece ser que nos
hallamos inmersos, deberíamos
darle un espacio importante a la labor
de los cooperativistas. Su patrimonio
fue desvalorizado y dispersado
durante el Franquismo,
que llegó a instrumentalizar la práctica
cooperativa dentro del Sindicato
Vertical, apartándola de sus
orígenes y de aquellos que la habían
dignificado en la historia social
española. No olvidemos que la mayoría
de socios cooperadores fueron
apartados y represaliados ya
que su vinculación a los partidos y
sindicatos de izquierda ensombreció
su ficha policial.

Las primeras cooperativas en
España datan de mediados del siglo
XIX, asociadas a las primeras
mutualidades obreras.
La creación de estas entidades
económicas de producción o de comercialización
originó toda una
red de solidaridad e intercambio
de experiencias que enriquecería
notablemente al movimiento obrero
español. De hecho, la libre asociación
de trabajadores prosiguió
con las ideas comunalistas en la
agricultura, los gremios medievales
de trabajadores urbanos, o la
asociación de colonizadores o emigrantes
a finales del siglo XVIII.

Estas voces míticas dentro del imaginario
colectivo europeo, que se
irán descomponiendo ante el avance
brutal del maquinismo ligado a
la implantación del sistema capitalista,
serían reforzadas con las propuestas
del injustamente llamado
“socialismo utópico”.

Ligadas a estas propuestas
equitativas de base teórica aparecen
las primeras prácticas anticapitalistas.
No sólo la asociación
obrera, la manifestación, la huelga
y los medios de propaganda
propios se revelan como las herramientas
más idóneas, sino también
el sabotaje y la competencia
por parte de los mismos explotados
que se constituyen como ‘empresa’
propia, comprando a bajo
precio y distribuyendo las mercancías
entre sus asociados. Nace
la cooperación obrera -ante el
desagrado de los patronos-, en
Inglaterra, cuna de la Revolución
Industrial y donde los abusos contra
los obreros alcanzan su grado
máximo. En 1844, veintiocho tejedores
de Rochdale reúnen sus
ahorros y alquilan un local que les
sirve de almacén y de centro de
reuniones. En este almacén establecen
la primera cooperativa de
la historia que vende a precio de
mercado, pero que reparte los beneficios
entre los cooperadores.

En 1900 era uno de los negocios
más importantes, y sus socios
eran 90.000 trabajadores.
Su ejemplo se multiplicaría, y
pronto llega a España. No solamente
por lo que hacía referencia
a la compra y distribución de productos,
sino también en lo que se
refiere a la producción. Nacen
cooperativas textiles en Mataró en
1864, o La Proletaria, de los sederos
de Valencia, en 1856.

Pero como no todos los trabajadores
disponen de ahorros suficientes
para adquirir la costosa
maquinaria que requería la instalación
de una fábrica, pronto se opta
por soluciones más ingeniosas. Un
ejemplo de lo que decimos es el alquiler
de terrenos arcillosos para
la explotación de ladrilleras cooperativas,
como es el caso de La
Redentora, en la Torrassa, y una
veintena más que se realizaba por
varias familias obreras, ya que los
niños también intervenían en el
proceso productivo. También en el
campo nacen las cooperativas de
agricultores, o las vitivinícolas,
mientras en otras zonas nacen las
de pescadores.

Los principales difusores en España
son Fernando Garrido, Antonio
Vicent, Roca i Galés, o el internacionalista
Doménec Perramon,
presidente de los tejedores
a mano en Gràcia. Lógicamente,
a nivel internacional las cooperativas
fueron tachadas de reformistas
por los sectores obreros
anarquistas y socialistas revolucionarios,
ya que desde sus primeros
congresos en Europa alertaron
del peligro del “aburguesamiento”
obrero, o de la imposibilidad
de la acción huelguística de
los obreros contra sus iguales.
Pero en España fue diferente.
La represión contra los movimientos
sociales era más intensa que
en Francia o Inglaterra, y como la
acción obrera debía desarrollarse
en clandestinidad, se recurrió a
los locales y asociaciones cooperativistas
para difundir la propaganda
y realizar reuniones y
prácticas. Incluso se organizaron
escuelas nocturnas y asociaciones
en pro de una medicina y previsión
obrera en caso de enfermedad
o de jubilación, ya que el
Estado ignoraba sistemáticamente
la desatención proletaria.

La historia del esfuerzo cooperativo
es pues abundante y apasionante
porque está íntimamente
ligada al deseo emancipatorio
de hombres y mujeres que lucharon
por subvertir el orden al que
estaban condenados desde su nacimiento,
una lucha en la que aún
estamos inmersos.

* Dolors Marín es historiadora.