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Colombia: Medios de comunicación privados para la sumisión, el odio y la guerra

Lunes.22 de abril de 2013 1901 visitas Sin comentarios
Alexander Escobar, Rebelión #TITRE

Una deuda no pagada 

La fusión de dos escritos componen el siguiente texto: el primero, Medios de comunicación privados para el odio y la sumisión, concebido en febrero de 2012, y el segundo, La paz sin memoria de los medios del capital, escrito en febrero de 2013. Se han realizado algunos cambios, extraños momentos de ánimo o de indignación son responsables de que no siempre se escriba en modo similar; y por tanto, la necesidad de modificar o quitar algunas líneas para establecer un puente entre los dos escritos. Sin embargo, otra razón lo hace necesario, en febrero de 2012 los diálogos de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC no estaban instalados, y un año después, ya escribíamos pensando en ello.

Esto último también provocó que ocurriesen cambios. Los temas de la guerra y la paz con justicia social llevaron a la inclusión de nuevos párrafos. No fueron muchos, pero con ellos se descubre la urgencia de investigar sobre la evolución de los medios de comunicación privados en Colombia. Es necesario hacerlo, porque, al parecer, la tecnificación y sus formatos evolucionan acordes a la intensificación de la guerra. No obstante, la tarea implica incluir en el análisis el desarrollo de los medios en Latinoamérica y, sobre todo, en momentos de dictaduras. El caso venezolano es, quizá, el momento decisivo en que descubrimos lo moderados que habían sido los análisis sobre los mass media: su relación directa con el golpe de Estado dado al Gobierno del presidente Hugo Chávez, evidenció que éstos no solo son cómplices de dictaduras, sino que son los medios de comunicación privados la dictadura misma.

Pero la tarea es una deuda no consignada en las siguientes líneas, aparece solo a manera de insinuación en algún párrafo, y que espero sea la excusa para la unión de muchas manos que escriban sobre el tema.

Medios de comunicación privados para la sumisión, el odio y la guerra , es el “nuevo” texto que ha surgido, producto de una fusión forzada que hace necesaria su presentación en dos partes. Medios para el odio y la sumisión, es la primera, donde se aborda la injerencia de los medios sobre lo emotivo y algunos aspectos del ejercicio de la manipulación mediática; y Medios para la guerra, es la segunda, donde tocamos el tema puntual del conflicto colombiano y la búsqueda de la paz con justicia social.

He aquí pues el texto de una fusión forzada que espero sirva de invitación para cancelar la deuda investigativa que en las siguientes líneas no se paga.

Medios para el odio y la sumisión

Aceptación y satanización son términos implícitos, o efectos, de los discursos empleados por los medios privados de comunicación. La aceptación, para nuestro caso, la asumiremos como aquello que emerge entre la opinión pública como “la verdad”; la satanización, por su parte, la entenderemos como su opuesto, “la mentira”. Acudimos al término “satanización” no por azar, o por capricho de estilo de quien escribe. Se propone por la capacidad de injerencia que los medios privados tienen en la actitud de la sociedad.

En la actualidad no basta saber y demostrar cómo los medios masivos del capital encubren y mienten sobre el mundo en que vivimos. Es necesario, además, abordar la relación que ello establece con lo emocional. Porque los discursos también tienen una injerencia sobre lo emotivo, provocan odio y sumisión.

Nuestra situación actual, a la que estamos siendo conducidos, se aleja del debate y los argumentos. En su remplazo, el señalamiento indiscriminado gana un espacio abismal. Contradecir la versión oficial de los medios así lo demuestra. Hoy disentir con el televisor no se recibe como una diferencia de opinión frente a lo dicho en noticieros y programas privados; obrar de esta forma, sin oportunidad de defensa alguna, significa ganar estatus de mentiroso frente a “la verdad” de la pantalla. El televisor es el nuevo ídolo, al que se venera como a un Dios, y su palabra es sagrada. Contradecirlo es pecado. Por tanto no solo somos mentirosos al contradecirle, además somos odiados, estigmatizados por los fieles que adoran la versión oficial.

En el mundo privado de los medios lo que importa no es la veracidad de los hechos ni la fuerza de los argumentos. Su accionar está determinado por la forma, la frescura de sus formatos y presentadores que imponen cualquier contenido, editado a su antojo. Su misión es recoger elementos fragmentados de la vida, de la cotidianidad, y elaborar con ellos un universo virtual de verdades aceptadas por la audiencia; son dioses mediáticos cuyos discursos evaden la exigencia de la argumentación y el debate.

Pero también son negocio. Entretener es su fuerte. No importa si es pobreza o muerte el tema, nada se salva de ser rentable. Para ello siempre habrá una música de fondo, un narrador con tono melancólico, y algunas miradas de niños y gente humilde en cámara lenta para hacer del drama algo entretenido y conmovedor. Tratan de mostrarlo como si fuese un gesto humano, cuando simplemente es una distracción pasajera que en pocos días será desplazada por otra tragedia más rentable y conmovedora. Pasan de tragedia en tragedia sin desnudar aquello que la produce. Presentan la pobreza como un acontecimiento espontáneo, natural, que nace y muere en el lugar que está, y cuya solución recae en la caridad de las personas. Mientras su trasfondo, sus verdugos jamás son tocados; no se informa sobre la corrupción y el saqueo legislativo del congreso que las provoca. Con golpes de pecho y llamados “al buen corazón” desvían la atención y esconden las causas del problema, a los responsables, a quienes diariamente despojan a la sociedad de oportunidades para una vida digna. Es una sutil forma de silenciar la crítica, la reflexión y la rebeldía ante la injusticia.

Los medios privados promueven temas para su aceptación y repetición. La sociedad es la presa que, sin argumentación y debate, repite y acepta un mundo virtual bien presentado, bonito, impecable. La realidad editada y tergiversada en formatos agradables a los ojos, los oídos, y la manipulación del corazón, resulta más entretenida que una realidad no-editada. La sociedad se vuelve adicta a la vida representada, mas no vivida. Cinco horas de magazín en las mañanas, una televisión sin angustias, sin debates sobre los problemas sociales, reemplaza el tiempo de la vida en la calle, y desalojan en forma dramática el pensamiento y la acción para transformar la sociedad. Es un monopolio de la audiencia donde se imponen discursos con intereses definidos. No son temas para solucionar los problemas del pueblo, sino temas para sostener los intereses de los dueños del capital, que a su vez, y sin descaro alguno, también son propietarios de los medios. Son ellos quienes definen qué es “lo bueno” y qué es “lo malo”.

Controlar los temas es controlar las prioridades de la población, es controlar su ideología. No hablamos de lo que necesitamos, se nos impone lo que otros requieren que se diga. Los medios privados ejercen control sobre los discursos, y éstos sobre la actitud y actividades de la sociedad. El Tratado de Libre Comercio entre Colombia y E.E.U.U. es un ejemplo claro de lo anterior. Su aprobación fue celebrada en diarios y noticieros, y posicionado el tema como algo benéfico para el país. En sus medios no existe debate que diga lo contrario, a no ser por las breves intervenciones de organizaciones sociales cuyos argumentos, a manera de telegramas o twitter, quedan en desventaja ante los funcionarios del gobierno que poseen largas horas a la semana en los noticieros del capital.

Temas cruciales para la sociedad son tratados en modo similar. Son muchos los ejemplos que podríamos citar, casos innumerables, pero ahora nos interesa tratar un tema en particular: el conflicto colombiano y la búsqueda de la paz.


Medios para la guerra

En 1998 tres hechos se cruzaron en Colombia: la puesta en marcha de los dos primeros canales privados de televisión, el Proceso de Paz entre el Gobierno y las FARC (suspendido en el 2002), y las gestiones ante el Gobierno norteamericano para implementar el proyecto contrainsurgente conocido como “Plan Colombia [2]”.

Llama la atención que estos hechos ocurrieran en forma simultánea, porque la decisión de intensificar la política de guerra del Estado colombiano (con la implementación del Plan Colombia) coincide con el fortalecimiento de los medios de comunicación privados que obtuvieron sus dos primeros canales de televisión. Y recordemos que todo ocurre en 1998, cuando se adelantaba el Proceso de Paz entre el Gobierno del entonces presidente Andrés Pastrana y la guerrilla de las FARC, proceso que hoy también conocemos como los “diálogos del Caguán”. Debemos recordarlo porque es este, quizá, el episodio más claro donde observamos que la intensificación de la guerra y los medios del capital evolucionaron conjuntamente contra la solución política al conflicto colombiano. Vemos, entonces, a los medios de comunicación privados como un componente fundamental para el análisis del conflicto colombiano.

Tomemos por ejemplo los dos últimos procesos de paz. Ha sido función de los medios mantener la tensión y promover su ruptura. Si en los diálogos del Caguán el tema de la zona desmilitarizada era presentada como la “entrega” de una parte del territorio y la rendición del Estado colombiano a la insurgencia, hoy los medios llama “secuestrados” a los prisioneros de guerra capturados por las FARC para hablar de “la no voluntad de paz” de la guerrilla. Éstos son algunos casos concretos que podríamos citar. Sin embargo, la estrategia para actuar en contra de los dos últimos procesos de diálogos con las FARC, radica principalmente en tomar episodios de la confrontación armada, centrando la atención únicamente en las acciones de la guerrilla, y exponerlas como justificación para no continuar dialogando sobre la solución política del conflicto. Pero hay otra finalidad. También recurren a ello para reducir “la paz” a un simple proceso de dejación de armas de la insurgencia, toda una estrategia mediática diseñada para ocultar la no voluntad de paz del Gobierno, cuya postura se traduce en la negativa de cambiar las estructuras económicas, políticas y sociales que hoy condenan al pueblo colombiano a la miseria.

Es determinante el papel que juegan los medios como actores del conflicto colombiano, en tanto que la guerra no solo representa una carrera armamentista, es la guerra, además, un discurso cotidiano que deber ser aceptado y avalado por la sociedad.

Y son los medios los encargados de imponer ese discurso. Para ello despliegan la propiedad privada que ejercen sobre la información, y desaparecen de sus programas la salida política al conflicto como opción a seguir; la omiten de tal manera que prácticamente es borrada del imaginario de las personas y presentada como una posibilidad absurda y descabellada. Aprovechan el monopolio de la audiencia del que gozan, y en su lugar exhiben la guerra como verdad, única solución. Hasta que la sociedad queda cautiva de su influjo, y finalmente acepta y repite el mismo discurso, mientras practica el odio y aclama la muerte: “¡hay que acabar con esos terroristas!”, son sus palabras, aunque inducidas por otros.
Muchas son las razones para no continuar la guerra, –y de las cuales nunca hablarán­–. Razones tan mínimas como saber que una simple operación matemática, de suma y resta, es suficiente para demostrar que el dinero dedicado a la guerra podría solucionar grandes problemas del pueblo, si fuera invertido para su bienestar. Pero lo último no tiene relevancia en la agenda noticiosa –obviamente–, ni se repite con la misma frecuencia que la palabra “terrorismo”. “Salida política al conflicto”, es una frase excluida del vocabulario de presentadores en noticieros, magazines y realitys, y la “operación matemática” que brindaría más recursos para la inversión social, es omitida en la programación de los medios privados.

Así se impone el odio como verdad, y la sensatez como mentira para ser odiada, estigmatizada. Los resultados son aterradores. Quienes proponen la salida militar al conflicto son aceptados en sociedad, mientras que aquellos que se oponen, son vistos con desconfianza y recelo, estigmatizados y señalados como personas peligrosas que “apoyan el terrorismo”.

Hoy vivimos momentos de coyuntura. Las FARC y el Gobierno colombiano se encuentran de nuevo en una mesa de diálogo; y el hecho nos podría llevar a pensar que las cosas son diferentes. No obstante, no debemos equivocarnos. Si la frase “solución negociada al conflicto” es hoy empleada por los medios, es solo una forma más agresiva de negar la salida política a la guerra en Colombia.
Esto no es nuevo. Durante los diálogos del Caguán, la frase “salida negociada al conflicto” también fue utilizada por los medios de comunicación privados; pero ahora sabemos que su intención, su estrategia de guerra, no era otra que preparar el terreno para la aceptación de un Gobierno que aseguró acabaría con la insurgencia en un periodo de cuatro años. La tarea fue encomendada a Álvaro Uribe Vélez, quién duró 8 años en el poder implementando el Plan Colombia, sin lograr derrotar a los grupos insurgentes. Sin embargo, una tarea si fue lograda: posicionar al país como un violador sistemático de los derechos humanos, con casos tan aberrantes que incluyen crímenes de guerra que conocemos como “falsos positivos”.

El Proceso de Paz del Caguán nos dejó enseñanzas importantes sobre el tema. Porque su experiencia demuestra que para intensificar la guerra, los medios recurren al tema de la paz y la salida negociada al conflicto como plan estratégico para justificar la guerra. Podemos observar cómo funciona su lógica: si la guerrilla acepta desmovilizarse y entregar las armas sin que ocurran cambios estructurales que pongan fin a la iniquidad del país, los medios promueven los diálogos y aplauden la buena voluntad de la insurgencia; pero si la insurgencia se niega a desmovilizarse en tanto no sucedan cambios en la estructura política, económica y social, es decir, hasta que no se garantice condiciones de vida digna para el pueblo colombiano, entonces los medios justifican la ruptura de los diálogos mostrando a la guerrilla como “culpable” del fracaso.

Y justificada la ruptura en las noticias, justificado el odio y la intensificación de la guerra contra “los culpables”: la guerrilla. De este modo la frase “salida política al conflicto” se convierte en víctima de esa guerra, y quienes se oponen a la vía militar, en víctimas de quienes les señalan de ser colaboradores de la insurgencia.
Ahora volvamos a los momentos de coyuntura política del país. Vemos, al igual que en los diálogos del Caguán, que la paz convertida en noticia por los medios de comunicación privados, significa la guerra llevada al escenario de la conspiración contra la justicia social del país.
Pero los alcances de los medios son mayores. Porque sostener la guerra como forma de prolongar la injusticia y la desigualdad en un pueblo, implica cumplir una tarea más siniestra: convertir la paz en una guarida para la desigualdad y la injusticia del país.

Para los medios del capital, el conflicto colombiano carece de causas y orígenes. Es su misión presentar el alzamiento armado en Colombia como un acontecimiento sin antecedentes. Por tanto, para ellos no existen procesos de paz que pongan fin a los problemas sociales que originaron el conflicto; su estrategia es la imposición de palomas blancas en mentes en blanco, una paz de vencidos y vencedores donde solo hay cabida para la rendición de los grupos insurgentes. Todo es un reality mediático que semeja libros de superación personal llevados a la pantalla, y que se encargan de desaparecer las causas que dieron origen a la insurgencia, al igual que ocultan la permanencia y profundización de las mismas.

Noticieros, presentadores y periodistas se ocupan de presentar el conflicto en Colombia como un acontecimiento sin memoria. Pobreza, injusticia y terrorismo de Estado, desaparecen de la bandeja de programación al hablar de paz, y también se excluyen como causantes primordiales del alzamiento armado en el país.

Con sus cámaras y micrófonos convierten la paz en un reality donde los fusiles de la insurgencia deben entregarse a cambio de camisetas blancas, taxis, capacitaciones para crear microempresa, y uno que otro puesto en el Congreso de la República, sin que ocurran cambios en el modelo económico, político y social del país.

Es el reality de los medios del capital imponiendo el libreto para hablar de paz, donde el Gobierno es el protagonista presto a repetir cada una de sus páginas.

“Ni modelo económico ni doctrina militar están en discusión”, es la primera línea a memorizar; ensayada luego frente al espejo como si se estuviese en la mesa de diálogos de paz; repetida una y otra vez hasta lograr naturalidad; y finalmente dejada en libertad para ser divulgada por los negociadores del Gobierno, tal como ocurriera el 18 de octubre de 2012 en Oslo. Es un libreto hecho a la medida del tirano, que en una línea deja claro el mensaje del Estado: con el pueblo no se discutirá el modelo que lo condena a la miseria, ni habrá cambios en las estructuras responsables de la iniquidad, el saqueo transnacional, la represión, y el terrorismo de Estado en Colombia.
“Paz con justicia social” es la frase que molesta a los medios del capital. Es para ellos un fastidio la paz rebelde del pueblo colombiano, les incomoda, porque se opone a la paz como guarida para el silencio y negación de los problemas históricos de la sociedad. Es clara la razón; miseria, injusticia, corrupción, saqueo transnacional, y terrorismo de Estado, no son temas a resolver en la paz de la superación personal que imponen los medios de comunicación privados. Su paz es la continuidad de las causas del conflicto, pero con los fusiles de la insurgencia silenciados.

Todo está escrito en el libreto para negar la justicia social que requiere el país. Pero también se escribe para desconocer el conflicto que diariamente padecemos. Hay hechos que lo confirman. Cada vez que el Gobierno rechaza la toma de prisioneros realizadas por las FARC, sirve para ratificarlo. Porque su propósito de calificar como “secuestrados” a los prisioneros de guerra es solo parte del reality que niega las dinámicas cruentas del conflicto, y un distractor para evadir las discusiones de fondo que exigen cambios en el modelo de desarrollo del país, como es el caso de la Política de Desarrollo Rural y Agrario Integral ampliamente debatida por el pueblo colombiano en diciembre de 2012.

Hagamos un paréntesis, o tal vez una claridad. La toma de prisioneros es una expresión del conflicto interno que el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos reconoció para asegurar jurídicamente los bombardeos [3] contra la insurgencia, el mismo conflicto interno que hoy niega cuando califica de “secuestrados” a miembros de la fuerza pública que se desempeñan como combatientes y que son capturados por las FARC.

Es este uno de los hechos más dicientes y vergonzosos realizado por los medios de comunicación privados en Colombia; en cada canal, y en cada uno de sus programas, desconociendo a los prisioneros de guerra como una realidad concreta del conflicto.

Los medios actúan en modo sincronizado para reproducir las necesidades de guerra del Gobierno. Y el anterior, es tan solo un episodio descarado de su actuar. Funcionan como simples reproductores de la versión oficial del Estado. Y utilizando el monopolio de la audiencia del que gozan, se imponen como versión única del conflicto. Los medios no buscan fuentes de información, ni siquiera buscan las fuentes oficiales del Estado, porque hacerlo significaría que se están buscando a sí mismos. Son los medios, por tanto, fuente directa del conflicto integrada al orden político, económico y social que perpetúan con cada Gobierno.

Es fácil entender ahora por qué su accionar solo se enfoca a promover el odio hacia la insurgencia –su enemigo–, mientras oculta los miles de crímenes cometidos por el Estado.

La sociedad desconoce, en su mayoría, el conflicto colombiano. La carencia de fuentes para conocerlo, así lo determina. Pocos son los periodistas que se atreven a informar sobre la versión de la insurgencia. Y quiénes se atreven a hacerlo, se convierten en objeto de señalamientos, estigmatización y persecución estatal.

La versión única del conflicto ejerce monopolio sobre la audiencia e imposibilita construir un criterio autónomo frente a la guerra. Se conocen las armas del conflicto, pero se ignora la condición humana de quien las empuña contra el Estado. Como fuente oficial, los medios humanizan solo a los combatientes que defienden al Gobierno, al tiempo que niegan la condición humana de los combatientes de la insurgencia. De este modo se justifica la pena de muerte en el imaginario de las personas. Porque “dar de baja”, dar muerte a un ser despojado de su humanidad, no representa motivo de reflexión para lo sociedad, es obvio que no lo representa, pues es la sociedad quien ahora aclama por los actos de sangre: “hay que acabar con esos terroristas”, son sus palabras, pero recordemos que inducidas por otros. Esto constituye una de nuestras grandes tragedias. A quienes siempre hemos abogado por la humanización de la guerra, su regularización, ahora nos sobreviene una tarea más profunda: la guerra de los medios debe tener como respuesta el trabajar por la humanización de la sociedad, a luchar para rescatarla del odio, y recuperarla de nuevo para la vida y su defensa.

Con la estrategia del odio polarizan la sociedad contra cualquier posibilidad de diálogo de paz con la insurgencia colombiana. Aunque también cumple otro objetivo, despojar al adversario de toda condición política, y, en consecuencia, del uso de la palabra. Es de esta forma como operan para silenciar la otra historia de la guerra y sus acontecimientos.

Sin embargo, existe la posibilidad de conocer la otra historia del conflicto. Distintas fuentes de información reposan esperando ser analizadas. Sabemos que la guerra es también una confrontación mediática, y la insurgencia cuenta con presencia en esa dinámica del enfrentamiento. Sus audios, videos, fotos y documentos reposan en el mundo de la virtualidad para ser consultados. Y quienes pretendan estudiar el conflicto deben acudir a estas fuentes sin temores, sobre todo quienes ejercen la docencia y la investigación universitaria. Porque la universidad no puede ser un lugar de censura para hablar del conflicto con todas las voces que lo componen. Ya conocemos la versión de los medios privados, ahora debemos conocer la versión la insurgencia. El no hacerlo constituiría un hecho de suma irresponsabilidad, pues estaríamos evadiendo el camino hacia la lectura autónoma del conflicto.

Pero consultar las “dos fuentes oficiales” no representa la solución. La historia del conflicto siempre estará inconclusa si no surgen otras versiones desde del periodismo independiente. De allí la importancia de los medios alternativos y populares, por su tarea decidida de informar los acontecimientos sobrepasando la versión oficial del Gobierno y la insurgencia.

Por ello a los medios alternativos les atañe una noble misión frente al conflicto: curar a la sociedad del odio que la ciega, esto significa, despertarla para que sea su camino la lucha por la solución política al conflicto y la paz con justicia social.

No obstante, lo anterior solo debe ser una de nuestras banderas. En tanto que nuestra mirada no puede detenerse solo en ejércitos y cuerpos policiales que sostienen la guerra y ejercen control sobre las poblaciones. Más allá del sostenimiento de la guerra, el ocultamiento de las injusticias y los crímenes de Estado, los medios privados tienen como objetivo promover el odio a la crítica y a quienes la ejercen contra la sumisión.

Nunca antes como hoy luchar contra la corrupción, la injusticia y la tiranía, había sido tratado con tanto desprecio por quienes padecen las infamias del tirano. El control sobre la sociedad y el grado de afectación en su cotidianidad ha sido tan fuerte y prolongado, que su logro está en hacernos parecer personas no deseadas, rechazadas y aisladas por una sociedad que yace confundida y, en su mayoría, resignada a la opresión.

Hace poco más de un siglo, Oscar Wilde anotaba que en “la mayoría de nosotros, la vida verdadera es la vida que no llevamos”. Sin embargo, el orden actual de las cosas sobrepasa esta tragedia. Ahora no solo se trata de las máscaras que llevamos ante la sociedad. Es la sociedad, en sí misma, una gran máscara, una ilusión de libertad creada por los medios del capital. Es aquí donde un proyecto de comunicación alternativa retoma su importancia. Porque se trata no solo de informar lo que el capitalismo oculta tras sus medios. Su tarea es de más largo aliento. Desenmascarar la sociedad, y dejar desnudo el esqueleto de resignación y sumisión que la caracteriza, constituye un objetivo fundamental de su quehacer.

Estamos enfrentados al odio como estrategia de satanización hacia las luchas populares y como medio para sostener la guerra, saberlo de antemano, es asumir con responsabilidad el espacio que queremos transformar con la comunicación alternativa. De ello dependerá el acierto de nuestros proyectos o, caso contrario, qué tanto desconocemos de la dominación.

Lo que está en juego es la recuperación de la memoria de nuestros pueblos, su carácter soberano, y su criterio autónomo frente a los hechos. El trabajo de la comunicación alternativa radica en arrebatarle el mundo a la virtualidad creada por los medios privados, despojarlo de sus máscaras, despertarlo de la sumisión, y recuperarlo para vida solidaria de los pueblos.

(1) Documento presentado en el Primer Foro Conflicto, medios y solución política, organizado por la Marcha Patriótica del departamento del Valle del Cauca, el Proceso de Unidad Popular del Suroccidente Colombiano (PUPSOC), y la Red de Medios Alternativos y Populares (REMAP). Santiago de Cali, febrero 28 de 2013.

[2] Aprobado en el Congreso de Estados Unidos el 11 de julio de 2000, el Plan Colombia plantea cuatro componentes:

1) Solución Política Negociada al conflicto.

2) Recuperación económica y social.

3) Iniciativa contra el Narcotráfico.

4) Fortalecimiento Institucional y Desarrollo Social.

De los cuatro, centrémonos en el tercero, Iniciativa contra el Narcotráfico, porque sirvió de justificación para fortalecer el del aparato militar colombiano, a través de la ayuda económica norteamericana para fines contrainsurgentes. Y los fines “sociales” que –aún– presume contener, son simplemente su cortina de humo, al igual que la inclusión de una iniciativa “enfocada” a la solución negociada del conflicto. Por ello, es necesario centrarnos en sus tres primeros años de ejecución para establecer cuál fue su comportamiento durante el Proceso de Paz adelantado en aquel entonces. Por ejemplo, la investigadora María Clemencia Martínez anota que en los tres primeros años, el presupuesto asignado a la negociación del conflicto representó solo el 1% de los dineros asignados por Estados Unidos, mientras que el componente militar se fortaleció abismalmente, si tomamos en cuenta los datos de la División Nacional de Planeación que, en informe de septiembre de 2003, reporta que con el Plan Colombia “la Fuerza Pública incrementó su capacidad helicoportada en 77% y el número de aviones en 16%”, así como también “aumentó en 320% la capacidad aeromóvil del Ejército y en 57% la de la Policía”. Y por tanto, durante esos tres años de ejecución, la investigadora concluye que “los recursos provenientes de Estados Unidos, que son la mayoría del total proyectado para cubrir el Plan Colombia, se han orientado a financiar el tercer componente, definido como la Iniciativa contra el Narcotráfico, con una participación mínima en el componente de Fortalecimiento Institucional y Desarrollo Social”. Véase EL PLAN COLOMBIA DESPUES DE TRES ANOS DE EJECUCION: entre la guerra contra las drogas y la guerra contra el terrorismo , de María Clemencia Martínez. Disponible en: http://www.mamacoca.org/Octubre2004...;

[3] Ver las declaraciones del presidente Juan Manuel Santos: http://youtu.be/2GDq0DQZNp0