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Carta pública de un insumiso electoral

Viernes.18 de diciembre de 2015 123 visitas Sin comentarios
Iker explica por qué no formará parte de la mesa electoral el próximo domingo. #TITRE

El próximo domingo 20 de diciembre tenemos cita con las urnas. A más de 500.000 personas nos ha tocado ir a formar parte de las mesas electorales; el no asistir supone un delito electoral —condenado con pena de prisión de tres meses a un año o multa de seis a veinticuatro meses—.

Ante mi nombramiento como 1er Vocal 1er Suplente en Munilla, presenté mi objeción ante la Junta Electoral de Calahorra y ésta ha sido denegada por unanimidad de sus miembros. En mi escrito defendía que el sistema electoral y sus obligaciones atentan contra mi conciencia y mi libertad.

Me ratifico en mi escrito ya que la justificación de mi pretensión es la libertad ideológica y mi propia ideología, la cual es un hecho notorio del que mi comunidad es conocedora. Dicha libertad ideológica, incluso, viene reconocida en diversos textos legales de ámbito estatal y supranacional, su extensión ha adecuado la conducta personal a la propia ideología, la cual está comúnmente reconocida por los órganos intérpretes de las diversas declaraciones y pactos internacionales de derechos humanos.

El 20D no voy a ir a mi cita

Tengo una granja de conejos, un sector en grave crisis estos últimos años y al que la administración no ayuda, así que el domingo estaré trabajando —por si alguien quiere venir a buscarme—; los animales no se toman vacaciones y mi obligación inexcusable con ellos es diaria.

Creo en la organización entre iguales, horizontal, asamblearia, sin líderes ni personas que se arroguen tal o cual poder, empezando por tu vecino/a, barrio, centro de estudios, pueblo, ciudad… hasta donde queramos llegar, pues yo no entiendo de fronteras.

Tengo conciencia de clase, de la clase a la que pertenezco que es la clase obrera; sin embargo, con el voto delegamos nuestras responsabilidades y obligaciones en manos de una minoría privilegiada en vez de organizarnos para solucionar nuestros problemas. Democracia no es votar una vez cada cuatro años.

Los medios de comunicación nos muestran a diario violencia y más violencia en sus diferentes tipos y modalidades; el problema es que no analizamos el porqué de las cosas y sólo vemos sus consecuencias. Quien me llama radical es porque yo voy a la raiz de los problemas para buscar soluciones mientras la inmensa mayoría se queda en lo superficial: es como si tienes una gotera en casa y en vez de subir al tejado a arreglarla te dedicas a poner un cubo o a pintar una y otra vez la pared para que no se vean las humedades.

Me indigna ver tantos casos de corrupción y su impunidad; una simple búsqueda me muestra más de 100 casos recientes —que se sepan— de corrupción: me indigna que la separación de poderes sea una gran mentira y acabe siendo un reparto de cargos entre los partidos mayoritarios.

Me indignan y preocupan muchos más temas, desde el ámbito personal/laboral —por si llegaré a fin de mes o podré pagar la próxima factura de pienso— hasta el ámbito internacional, ya que el capitalismo no entiende de fronteras. Cada día sufrimos más injusticias, desigualdad social, hambre, miseria, guerras —somos uno de los mayores exportadores de armas, incluso a paises donde no se respetan los Derechos Humanos—, reformas laborales, privilegios de la clase política, montajes policiales, represión, pobreza energética, desahucios, recortes en educación o sanidad… y un —tristemente— largo etcétera… no hace falta mirar muy lejos: todas las que lo sufrimos tienen/tenemos nombre y apellidos. Si la Justicia está para servir al pueblo, me pregunto a quién sirve y dónde está, que me cuesta mucho verla.

Según algunos cálculos, más de 50.000 personas no nos presentaremos este domingo a formar parte de las mesas electorales; no hay estadísticas oficiales porque no interesa mostrar una realidad incómoda del sistema. Sin embargo, estoy convencido de que la justicia funcionará con mucha más contundencia con casos como el mío para escarmentar con un castigo ejemplar a cualquier voz crítica. Y yo insisto, que no me falta razón para no ir el 20D.

Un mero desertor anónimo a las mesas electorales no cuestiona nada, no dice nada, no es ni siquiera una anécdota, ni ha puesto en cuestión el proceso mismo y las condiciones en que se produce; pero un desobediente que plantea abierta y públicamente su disidencia no es lo mismo: este sí que desafía. Sí que cuestiona. Sí que muestra las costuras rotas del cuento representativo y por eso con ese sí se puede emplear el sistema, porque ese habla del meollo del problema y no se conforma con el anonimato, sino que pretende ser ejemplar políticamente y poner en solfa este constructo de la representación y el poder delegado.

De modo que, por comparar, la postura sumisa de la monja de clausura que no va a participar en la mesa electoral porque su reino no es de este mundo, no es idéntica a la de la persona consciente que hace pública su disidencia con intención política de rescatar la participación y denunciar el encorsetamiento de ésta en un formato que la impide o la limita a una creencia de dar el voto a unos señores para que nos representen y cambien las cosas por nosotros y nosotras.

El poder no teme a las urnas, porque las urnas, en el contexto actual y con el nivel de democracia existente, no son un instrumento de democracia y mucho menos de transformación, sino de mera liza entre élites poliárquicas con programas de actuación paternalistas y dentro de un limitado espacio de poder: el poder institucional, que a su vez responde a otros poderes soterrados.

Hoy día, cuando hablamos de “democracia”, en realidad hablamos de parlamentarismo, la forma política mejor adaptada a la prevalencia de los intereses oligárquicos. Los parlamentos, lejos de representar la voluntad popular, lo que en verdad representan es la legitimación de la corrupción política y del despotismo económico y financiero, ligados a intereses privados corporativos.

Las fantasías políticas son un alimento que no engorda, que no se corresponden en absoluto con la voluntad popular; son palabras escritas en la arena y ¡cuidado! que viene tormenta.

No pretendo buscar trampas y trucos que me eximan de acatar esta orden; por supuesto, tampoco tengo la intención de causar ningún trastorno a quien decida votar. Es un simple acto de denuncia de una situación injusta y, como tal, anda por el mismo sendero que transitaron y transitarán quienes tomaron decisiones similares y quienes lo harán en el futuro. Es una simple decisión que me hace rechazar participar en aquello que asfixia algunas de las expresiones más privadas y profundas de mi humanidad: mi conciencia y mi libertad.