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Carta a una Maestra de Escuela

Martes.7 de abril de 2009 26148 visitas - 2 comentario(s)
Correo Tortuga - Pablo Emilio Obando Acosta #TITRE

(A María del Carmen Viteri)

Te miro y pienso que el mundo es injusto contigo y con todos los maestros; tu profesión, por noble, es incomprendida en un país que, como el nuestro, venera únicamente el falso lujo social y el confort mal adquirido.

Cuando te miro entiendo la grandeza de los cielos; comprendo la sencillez de la nobleza y no me queda más que guardar silencio ante tanta consagración.

De verdad que el maestro es un ser mágico que armado de su corazón y su paciencia reparte a cada uno de sus chiquitines la esperanza y la fe que tan escasa es en nuestros días. Cuando me detengo a contemplar la carita tierna y sucia de nuestros niños valoro en toda su dimensión la labor que el destino nos ha encomendado.

De sus manitas surgen sueños y paisajes arrancados de unas cuantas frases amorosas; la importancia de sus actos es valorada por un ser sensible que acepta unas torcidas líneas como una obra maestra de los humanos. Quién con tanta humildad y profundidad para saber que detrás de esas sucias y malogradas manchas se esconde todo un artista que en el mañana le dará gloria a nuestra patria.

En verdad que el maestro, sobre todo los maestros como tú, son pedazos de cielo que nos abren la fe en el destino de la humanidad, de la nada surge un camino que se vuelve destino a fuerza de amor.
Todo maestro es un constructor de patria, un edificador de sueños y un forjador de anhelos donde sólo existen sombras. Nuestra vida está dirigida y encaminada a sembrar luz y deseos de vivir; cada uno de nuestros actos es un compromiso con los demás, es un desgarrarse continuo para que otros crezcan y se vuelvan fuertes para afrontar su propia vida y enfrentar sus propias circunstancias. Al lado de la E o de la I Vamos sembrando semillas de eternidad; junto a la U esparcimos flores eternas que nunca veremos florecer. Somos aves que abrigamos pequeñas crías para que vuelen lejos de nosotros. Muy de vez en vez encontramos una sonrisa de agradecimiento y siempre tarde nos llegan los merecimientos y los reconocimientos por nuestra labor.

Pero eso no nos detiene, por el contrario, nos impulsa a forjar cada día una sonrisa en el alma de nuestros hijos prestados por la sociedad.
Escuché hace poco un comentario que, por lo desobligante, aterró toda la sensibilidad que puede existir en mi ser, palabras que por oscuras y necias no deberían siquiera mencionarse, pero que son el reflejo de nuestra sociedad. Recomendaba un padre a su hijo que estudie una brillante carrera para que en el mañana coseche los frutos de su esfuerzo y remataba sus recomendaciones con la siguiente sentencia: “En ultimas hacete maestro, eso por lo menos dá para medio vivir”; y vergonzoso que un amoroso padre solicitando un trabajo para su hijo le decía al gobernante de turno que por favor “lo nombre aunque sea de maestro”.

Ser maestro es desgarrarse cada día ante la insensibilidad de los padres carnales que creen que el acto de asistir a la escuela es un simple formulismo que la sociedad obliga; en nuestro caso el niño asiste a la escuela con el animo deshecho y sus manitas golpeadas de tanto arañar la tierra. A nosotros nos corresponde aliviar sus penas, cargar su cruz de seres desposeídos y sembrarles una sonrisa en medio de su hambre. Una caricia es algo más que el encuentro de dos pieles, es la oportunidad que tienen dos almas de encontrarse en su verdadera dimensión; la una de fe en su destino y la otra de mitigar así sea una pena.

Miras el rostro de ese niño que sin zapatos camina sosteniéndose sus pantalones y lo arrollas con un mar de palabras que lo hacen sonreír; esa es tu magia, es la magia de tu misión en la tierra, de esa bella y curiosa faena que casi siempre pasa desapercibida para los demás.
Qué sería de este mundo sin seres como tú: un simple mercado donde todo se vendería y se entregaría al mejor postor. Para fortuna de los hombres existen los maestros que no dejan morir la esperanza en los corazones rotos.

La indiferencia social ante un maestro es la clara demostración de que todavía nos queda mucho camino por recorrer, los mejores capitales y los más grandes esfuerzos de la sociedad deben encaminarse hacia lo único sagrado que nos queda en Colombia: nuestros niños.
Desafortunadamente al sistema educativo se le riegan migajas del presupuesto nacional y se deja para lo último lo que en realidad debe ser nuestra prioridad.

Colombia no dejará de padecer los rigores de la guerra hasta que entienda la verdadera dimensión de la educación y del papel vivificador y reconfortante del maestro colombiano. Definitivamente nuestra patria se sostiene en los hombros de quienes como usted hacen de los días una verdadera oportunidad para crecer como personas.

En ninguna otra profesión he encontrado tanto misticismo y devoción por el deber, de ahí que Colombia debe hacer un alto en el camino y reflexionar con toda su alma sobre la importancia del educador en la vida nacional.

Acaba de salir de mi oficina de dirección Mauricio, un pequeño niño de preescolar que tiene la desgracia de haber nacido en un hogar pobre y para mayor infortunio conformado por analfabetas; lleva todo el día sin comer y sus padres le obsequian un pedazo de pan negro que se deshizo entre sus manos; una agua achocolatada en una especie de tetero desapareció del recipiente y se constituyó en la única comida del día. Quiénes hacen posible que estos niños bajo estas circunstancias encuentren la fe en sus compatriotas...? Simplemente la mano bendita y honrada de sus maestros, esos seres casi míticos que comparten sus días de adultos con jueguitos infantiles y que se atreven a mirar en sus trazos infantiles algo más que una simple perdedera de tiempo. Los maestros como usted permiten que se edifiquen almas y principios individuales, enaltecen a la humanidad conduciéndola por derroteros de esperanza y de un continuo devenir.

Que no nos desaliente el complejo social de ver a los maestros como unos ciudadanos de tercera categoría por el simple hecho de que ganan mucho menos que un abogado, un arquitecto o un veterinario. El precio que se nos debe a cada uno de nosotros lo estamos pagando en los cientos de vidas que a diario se pierden en las calles y avenidas de nuestra patria torturada y tormentosa.

Somos, en realidad, más importantes que aquellos que trazan puentes o cobran altos honorarios para demostrar la inocencia del asesino o la culpabilidad del ignorante, nuestro lenguaje es el de la verdad y está escrito en los corazones de nuestros niños hambrientos y desarrapados.
Permítame que en usted reconozca el valor y la nobleza de cada uno de los maestros colombianos. Nosotros no tendremos carros último modelo o hectáreas de tierra baldías donde alimentar el ego. Tenemos lo más valioso: la sonrisa de nuestros niños, sus manitas embarradas de helado y su mirada colmada del deseo infinito de recibir diariamente las caricias brotadas de unas manos envejecidas por el contacto con la cal y el tablero. Seres como usted hacen brotar del desierto agua pura y de los corazones entristecidos de los niños la palabra mágica que nos hace sonreír: ¡te quiero profe! Y se cruzan en el aire las miradas que como copos de nieve se elevan hasta Dios.

  • Carta a una Maestra de Escuela

    10 de mayo de 2010 01:32, por debo

    hace poco mas de 1 año publicaste este articulo y yo me vengo a encontrar con el justo hoy.
    buscaba articulos, poemas etc,. sobre los docentes y cuando comence a leer tu carta no pude parar hasta el final, sepercibe respeto y gratitud por tu profe, y seguro esta feliz por tus palabras. lo estan todos seguramente.

    • Carta a una Maestra de Escuela

      9 de diciembre de 2010 05:18, por yesy

      Soy estudiante de pedagogia infantil; te felicito por esta excelente carta, muy profunda veo que eres una maestra que vibra por los niños,que anhela cumplir el verdadero proposito de la vida que es vivir para servir, y que mejor manera que serviendo a los niños que son el futuro.
      ***Dios te bendiga***

      Ver en línea : http://www.nodo50.org/tortuga/spip....